lunes, marzo 10, 2008

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)


Julio
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Los exámenes
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Martes, 4


Henos aquí en los exámenes. Por las calles alrededor de la escuela no se oye los alumnos, los padres y las madres, e incluso las niñeras, hablaban de exámenes, calificaciones, temas, nota media, suspensos, promocionados... Todos repiten las palabras. Ayer por la mañana nos examinamos de redacción y hoy de Aritmética.

Era conmovedor ver a todos los padres que acompañaban a sus hijos a la escuela les daban los últimos consejos por la calle, y muchas madres que los llevaban los chicos hasta dejarlos en los bancos, viendo mirar si había tinta en el tintero, comprobando si las plumas estaban en buenas condiciones, y, al salir, se volvían desde la puerta para recomendarles optimismo y atención:
“¡Animo!¡Valor!¡Cuídado!”.

Nuestro maestro examinador era el señor Coato, el maestro de aquel de las barbazas negras que grita como un león, que nunca castiga a nadie.

Había chicos con una cara tan blanca como el papel, de miedo que tenían.

Cuando el maestro abrió el sobre enviado por el Ayuntamiento enviando el problema que dedia servir para tema de Matemáticas, todos contuvimos la respiración.

Dictó el problema con voz fuerte, mirándonos a unos y otros con ojos escrutadores y severos; pero era evidente que comprendía, de haber podido dictarnos la solución, lo habría hecho, de buena gana, para que todos aprobásemos y estuviésemos contentos.

Después de una hora de trabajo, no pocos empezaban a desanimarse porque el problema era difícil. Uno lloraba. Crosi se daba puñetazos en la cabeza.

Muchos no tenían culpa de no saber resolverlo, ¡Pobre chicos! Pues no han tenido tiempo para estudiar lo suficiente o por no haberlos ayudado los padres en casa durante el curso.

¡Pero siempre se encuentra la providencia!. Era un espectáculo ver cómo se las arreglaba Deroso para pasar una cifra y ayudar una operación, sin que le descubriesen; parecía nuestro maestro. También ayudaba en lo que podía Garrón, que está fuerte en Aritmética, y hasta Nobis, que, al hallarse en apuros, se había vuelto amable. Estardo estuvo inmóvil más de una hora, con los ojos fijos en el problema y los puños en las sienes; luego todo lo hizo en cinco minutos.

El maestro daba vueltas por entre los bancos y decía:

-¡Calma! ¡Calma! No os precipitéis y reflexionad un poco.

Cuando veía a alguno descorazonado, para hacerle reír e infundirle ánimos, abría la boca como para tragárselo, imitando al león.

Hacia las once, mirando a través de las persianas, vi abajo a muchos padres que se paseaban con cara de impaciencia; estaba el padre de Precusa, con su blusa azul y la que había dado una escapada de cara llena de tiznajos: seguramente acabaría de salir de la fragua. También vi a la madre de Crosi, la verdulera, y la de Nelle, vestida de negro, que no podía estar un momento quieta. Poco antes del mediodía llegó mi padre y miró hacia la ventana por donde yo estaba. Pobre padre mío, ¡
cuánto me quiere!

A las doce en punto todos habíamos concluído.

¡Había de ver lo que ocurrió a la salida!. Los padres venían a nuestro encuentro preguntándonos, y no paraban de hacernos preguntas, hojeando los cuadernos y comparar los trabajos de unos y de otros. Se oían estas y parecidas preguntas:

«¿Cuántas operaciones?» «¿Cuál es el total?» «¿Y la substración?» «¿Y la respuesta?» «¿Y la coma de los decimales?»

Los profesores iban y venían de una a otra parte, requeridos por multitud de padres.

Mi padre me tomó en seguida el borrador, miró y dijo:

-Está bien.

A nuestro lado estaba el herrero Precusa, que miraba también el trabajo de su hijo, algo inquieto, porque no acababa de comprenderlo. Dirigiéndose a mi padre, le preguntó:

-¿Quiere usted hacerme la bondad de decirme la cifra total?

Mi padre se lo dijo. Miró el de su hijo y comprobó que era la misma.

-¡Bravo, hijo pequeñín! -exclamó muy contento.

Mi padre y él se miraron con cara de satisfacción, como dos buenos amigos, Mi padre le alargó la mano,le tendió mi padre. Él se la apretó y se separaron diciendo:

-Ahora el ejercicio oral; ya se ha pasado el escrito. Eso es al ejercicio oral.

A poco después oímos una voz de falsete, que nos hizo volver la cabeza. Era el herrero, Precusa que se alejaba cantando.

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