lunes, mayo 14, 2007

Fernando Ampuero (Mujeres difíciles, hombres benditos),

El título que Fernando Ampuero (Lima, 1949) le ha puesto a su último libro de relatos tiene una resonancia irónica y provocadora (sobre todo para la sensibilidad feminista), que seguramente el autor buscaba, pero creo que no corresponde bien al contenido del libro pues, aunque roza esos motivos, va en otras direcciones. En verdad, más le convendría el título del primer cuento del volumen: "Gracias por la fantasía"; la razón es que, sin dejar de operar básicamente como un realista, en estas nuevas narraciones Ampuero usa (más que en sus anteriores, según las recuerdo) ese plano como un simple punto de apoyo para alcanzar otro muy distinto, que podría llamarse fantasioso, pero sin dejar de tener una naturaleza ambigua: está en comunicación con lo real pero alterándolo de un modo inquietante o revelador. Es esa transición, ese pasaje (como lo llamaba Cortázar) lo que otorga interés a este libro.

En principio, no hay en él nada que los lectores no puedan reconocer como algo habitual o familiar, como arrancado de situaciones que cualquiera ha visto o vivido; de hecho, la mayoría de los relatos tienen una textura testimonial o cronística (fácil de asociar con su largo ejercicio periodístico), y hasta confesional, porque en algunos casos el autor aparece, con su propio nombre entre sus personajes. Ciertos localismos, además, acentúan ese efecto para el lector peruano, aunque varias narraciones ocurren en ambientes extranjeros. Pero todo es parte de una estrategia narrativa que nos hace creer que los textos van a moverse en la más llana realidad, donde todo es seguro o normal. La trampa que el autor nos tiende sólo surge en las últimas páginas de los textos, que demoran la sorpresa el mayor tiempo posible, con largos prolegómenos, preparativos e incidentes, que luego descubrimos eran laterales al nudo de la historia.

El libro está dividido, según la temática anunciada por el titulo, en dos partes desiguales: ocho relatos corresponden a "Mujeres difíciles", sólo dos a "Hombres benditos". Me resultó difícil, en ciertos casos, saber cuál era el criterio para esa clasificación. No creo que eso tenga demasiada importancia para disfrutar de estas narraciones. Una de sus virtudes es la de estar escritas sin recurrir a mayores artificios verbales o a técnicas aparatosas. Su prosa es esencialmente funcional, directa y fiel a una idea que cualquier buen realista aprobaría: contar una historia sin hacer sentir que algo o alguien se interpone entre la ficción y su correlato objetivo; es decir, que la representación literaria nos permite identificarla con nuestra percepción de lo real. Por supuesto que hay variantes y diferencias entre texto y texto, pero esa es la regla general, lo que bien puede ejemplificarse seleccionando cinco relatos del conjunto.

De ese grupo, el ya mencionado "Gracias por la fantasía" puede no ser el más logrado de ellos, pero sí un modelo característico de la hábil distorsión o salto cualitativo que se produce en los cuentos del autor. Al comienzo, parece una típica aventura erótica de ocasión, bastante trivial o previsible: en un viaje a México, el narrador encuentra a una hermosa muchacha, cuyo cursi nombre es Azucena y cuya destreza para el baile de inmediato lo fascina y lo lleva a una fugaz aventura sexual. Pero la muchacha es, o aspira a ser, lo que se llama una artista conceptual con disparatadas ideas ecológicas, que él comenta con burlón escepticismo. Hay una delirante escena en una plaza de toros, en la que sorpresivamente Azucena aparece disfrazada como una vaca, mugiendo en protesta por la crueldad del espectáculo. Lo erótico pasa de modo inesperado a un segundo plano y en los pasajes finales (lo mejor del relato) el narrador le agradece la fugaz fantasía que le ha hecho vivir, en privado y en público, y medita, melancólicamente, que todo eso se ha convertido en algo permanente en su memoria; esas líneas redimen al ocasional amorío de su frivolidad y lo muestran bajo otra luz: como algo casi del todo imaginario.

"La aventura", en cambio, puede considerarse, de comienzo a fin, el mejor relato del libro. Narra una excursión que consiste en la travesía de un torrentoso río andino; aunque hay dos botes, uno ocupado por los veteranos, todo se concentra en el tripulado por un grupo de jóvenes. Lo curioso es que las escenas que describen el viaje mismo apenas si ocupan las últimas dos páginas; el resto narra minuciosamente los preparativos, instrucciones y expectativas de los novatos aventureros, que van produciendo un creciente clima de tensión y que nos hace pensar que algo trágico va a ocurrir. Eso ocurre, pero no precisamente a los que creemos más vulnerables, pues hemos sido astutamente despistados por las largas escenas previas en las que percibimos el alto riesgo que los muchachos afrontan. El final es incierto y difuminado por un leve toque poético que adelgaza e interioriza el plano real en el que la historia ha transcurrido hasta ese punto.

"Voces" y "El padre de Sebastián" son cuentos breves que presentan dos casos, muy diversos, de la misma súbita irrupción de lo fantástico o extraño; ambos siguen, además, una línea muy simple, lo que aumenta el efecto de sorpresa que nos deparan. El primero es un diálogo de tema científico entre un especialista del oído y el narrador —su amigo y paciente— a propósito de una mujer que visita el consultorio para que el médico examine a su hijo, que parece tener problemas para escuchar ciertas voces. En un brusco salto narrativo, toda la historia se traslada a un nivel que colinda con el más allá. El segundo contiene dos episodios de experiencias inexplicables o religiosas (primero una curación milagrosa, luego una ceremonia de macumba) que crean la duda sobre lo que realmente ocurrió en ambas instancias.

Pero quizá el texto más paradigmático de todos sea el final: "Historia de la sábana y el vaso de agua". El cuento puede considerarse una especie de poética del autor, una reflexión autocrítica sobre su propio arte de contar, pues comienza señalando que le gustan los relatos que, al revés de los suyos, se ahorran los prolegómenos: "No me gustan los cuentos que tienen preámbulos, sino más bien aquellos que, yendo directamente al grano, arrancan con una primera frase que coge de la nariz al lector" (p. 135). Hay mucha ironía allí, porque lo que sigue es precisamente lo contrario: un largo preámbulo contado en un tono de confesión personal que incluye un comienzo alternativo para su propio texto.

Ese tono conviene al relato porque lo que va a contarnos es un episodio de su juventud aventurera y trotamundos. ¿O hacernos creer eso es su mayor trampa? La duda cabe, aunque yo prefiero desecharla porque es una historia que, como muchos, le escuché narrar en persona años atrás, como una anécdota de esos tiempos. El asunto me pareció fascinante y mi primera reacción fue decirle que debía escribirla. Ampuero, siguiendo similares consejos de otros, al fin se ha animado a hacerlo. Es imposible referir siquiera un detalle de ella —salvo para decir que ocurre en Hungría— sin revelar su secreto, sobre todo porque el autor la ha comprimido en apenas una página, reduciéndola a casi una sola imagen, más poética que narrativa. Y eso, después de haber jugado tanto con la expectativa del lector, tal vez no sea del todo suficiente para satisfacerla.

Hay que señalar, finalmente, que la prosa de Ampuero no está exenta de algunos deslices, prisas e imperfecciones. Por ejemplo, en "Voces", el personaje femenino usa la palabra "malcriadez" (p. 37) en vez de "malacrianza". Podría aducirse que ese barbarismo aparece en un diálogo, pero la verdad es que no cumple ninguna función para definir el perfil social o cultural de quien habla. - Por José Miguel


Aunque su obra literaria abarca casi todos los géneros (narrativa, poesía, teatro), Fernando Ampuero es conocido más que nada como cuentista. Su primer libro fue un conjunto de relatos, Paren el mundo que acá me bajo (1972), al que después seguirían otros, hasta llegar al consagratorio Cuentos escogidos (1998) editado por Alfaguara como parte de una colección dedicada a cuentistas latinoamericanos como Cortázar, Onetti y Monterroso. Tras publicar un par de poemarios y la polémica crónica novelada El enano (2001), Ampuero retorna a la narrativa breve con el libro de cuentos Mujeres difíciles, hombres benditos (Alfaguara, 2005).

Casi todos los relatos del libro están centrados, como se anuncia en el título, en las diferencias de caracteres y comportamientos de hombres y mujeres, más específicamente dentro de la relación de pareja. Gracias por la fantasía, el primero de los ocho cuentos, es la historia de un peruano maduro y sereno que conoce en México a Azucena, una hermosa artista "de avant garde". El amor entre ambos surge instantáneamente, a pesar de la fama de libertina de la artista, pero las locuras de Azucena (escándalos y protestas públicas) terminan separando a la pareja: "No la llamé al llegar a Lima, ni la volví a llamar nunca más... algunas personas contamos con una suerte de desidia que nos preserva de las chifladuras".

En la misma línea están La visita del cometa, previamente publicado en Cuentos escogidos, en el que un joven empresario enamora a una azafata sin saber que ella está a punto de estallar emocionalmente; y El deseo del abismo, sobre una mujer que busca un compañero que la ayude a superar el "bloqueo" sexual y la anorgasmia. En la mayoría de estos cuentos los narradores son los personajes masculinos, quienes desde el asombro y la perplejidad, como ha señalado el crítico Julio Ortega, se ven involucrados en sucesos que escapan de su control. Pero además de perplejidad, estos hombres dan muestras de una ingenua obsesión por lo bello y bastante superficialidad en su conocimiento de lo femenino.

Como ya señalamos a propósito de los cuentos de Bicho raro (1996), un libro demasiado disparejo, también en estos relatos Ampuero cae frecuentemente en ciertos lugares comunes y estereotipos, especialmente en lo que respecta a las descripciones de mujeres ("el ceñido polito... definía su angosta cintura y realzaba su busto generoso"), además de mostrar una marcada tendencia al esnobismo y al abuso de los referentes "culturosos". Sólo en el primer cuento se menciona a Dorian Gray, la pintura rococó, el Aleph, Isadora Duncan, Sergei Essenin y un largo etcétera.

Los mejores relatos de Mujeres difíciles, hombres benditos son aquellos que abandonan ese tipo de detalles y en los que el autor parece dejarse llevar por la trama, sin perder de vista el efecto final. En La aventura, que de alguna manera remite al cuento Malos modales, un grupo de jóvenes capitalinos enfrenta la aventura de hacer canotaje en el río Cañete, aunque en realidad el tema es las diferentes respuestas de hombres y mujeres ante esta experiencia. Y en Una vaga astrología, tres redactores de un periódico limeño tratan de descubrir la identidad de la secreta admiradora de uno de ellos. En ambos casos los aciertos parten de la elección del narrador, que no es el protagonista de la historia.

Hay además en este libro un abierta opción por la sencillez y claridad, que forma parte de la búsqueda del autor de un cierto carácter oral para sus relatos. No se apela a elipsis ni complicaciones estructurales; el lenguaje es gramaticalmente simple y sin adornos retóricos, salvo algún adjetivo poco común. Opciones que hacen que los textos resulten de fácil lectura, pero que también acarrean ciertos riesgos literarios. Mujeres difíciles, hombres benditos es, en conjunto, un buen libro de cuentos, más homogéneo y coherente que los publicados anteriormente por Fernando Ampuero.
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Quien guste del libro divertido y fácil de leer encontrará lo que buscaba en Mujeres difíciles, hombres benditos, del escritor peruano Fernando Ampuero. Este requerimiento infravalorado por los críticos literarios con problemas de estreñimiento es precisamente lo que convierte a Fernando Ampuero en un escritor de éxito. Porque quién haya dicho que la literatura peruana necesita más literatura sesuda y comprometida se equivocó rotundamente. Se equivocaron aún más aquellos que recientemente, haciéndose pasar por literatos indigenistas en una mediática polémica, pretendieron vender su obra, al parecer, de más calidad y más necesaria que la que sí se vende, o se piratea. Lo que en realidad puede estar pidiendo a gritos la literatura nacional es simplemente más literatura y más géneros y más variedad, y menos infumables novelones de ochocientas páginas que a lo mejor nos narran la debacle de la democracia y el fin de la historia pero que son mortalmente aburridos. No cualquiera es Vargas Llosa. Tampoco digo que Ampuero sea el paradigma de lo que haya que hacer para sanear en algo el ajusticiado panorama literario. Pero sabe lo que hace. Supongo que la tarea de resucitar al paciente está en los jóvenes y en su capacidad para arriesgar más y presentarse como singularidades y buenas alternativas. De hecho, hay un agujero negrísimo en cuanto a géneros literarios se refiere. Sabemos muy poco de literatura de viajes, diarios, literatura infantil, ciencia ficción, terror, o novela fantástica.

En fin, volvamos a las mujeres difíciles y los hombres benditos de Fernando Ampuero. Para empezar diría que si me abrieran el libro sin mostrarme el nombre del autor lo reconocería al instante, creo que hasta oliendo la tapa. Porque Ampuero se ha reafirmado en su estilo sencillo, de frases eficientes antes que bonitas, diseñadas para no distraer al lector con detalles o descripciones abultadas. Es verdad que no hay esa profundidad psíquica que buscan los estreñidos de los que hablaba antes, a cambio los personajes se materializan a través de los actos. No sé si sea un defecto del libro pero las mujeres difíciles de este conjunto de relatos solo seducen al narrador, o al autor, que sospechosamente —y diría que hasta intencionadamente—, se parecen bastante en todos los cuentos; seguramente el papel adjudicado al lector radique exclusivamente en sorprenderse y admirarse con las audacias y excentricidades de estas sabinas, vaya que hay chaladas en libro.

A la primera de ellas, el autor ha acertado enmarcándola dentro de un ambiente surrealista, puesto que de otro modo habría resultado inverosímil. Creerse una vaca lechera no es moco de paco y mucho menos en la plaza Monumental del DF, la plaza de toros más grande del mundo. Esto es lo que le sucede a Azucena o quizá mejor dicho lo que le sucede al personaje masculino de "Gracias por la fantasía". En "Voces" las voces que se oyen como que no deberían oírse de ninguna manera a no ser que te falte un tornillo, a la protagonista del relato parece que le faltan por lo menos dos. En "El deseo del abismo", el abismo es un buen orgasmo a lo Meg Ryan en When Harry met Sally pero sin comprometer la amistad ni los locos años setenteros en los que la gente se decía de todo a la cara, por aquello de que eran hippies y Marx no había escrito nada de las mujeres sexualmente insatisfechas.

De todos los relatos el mejor y quizá el mejor de Fernando Ampuero en su trayectoria de cuentista, sin contar o si quieren contando "Taxi driver sin Robert de Niro", es "Una vaga astrología". A manera de pesquisa policial se narra una intrigante historia de amor, con mensajes encriptados en los horóscopos que se publican en una revista de actualidad política. El sabotaje tiene como objetivo (u objeto de deseo) al jefe de redacción de dicha revista (que parece Caretas) pero las investigaciones acaban dando dos posibles sospechosas. Habrá que tomar una decisión salomónica. Este relato, junto con "El padre de Sebastián" y "La historia de la sábana y el vaso de agua", brillan por su originalidad temática dentro del libro y caracterizan mejor el estilo y la potencialidad de Fernando Ampuero como cuentista. Tres historias infalibles, escritas con audacia y pulso. En "El padre de Sebastián" se plantea el antiguo tema de la danza con la muerte, realzado con un viaje al Brasil que introduce en el cuento el elemento ritual Macumba, dotándolo así de un aura satánica y misteriosa. En "La historia de la sábana y el vaso de agua", el final parece sacado del mejor sueño dionisiaco que pueda imaginarse, cerrando el libro con una alegoría que a lo mejor pretende responder al por qué de los hombres benditos del título, no tanto por buenos, inocentes o en desventaja intelectual frente a las mujeres, sino por suertudos, que se las sacaron dicen que de las costillas. EEUU.