miércoles, enero 30, 2008

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

Abril

CUENTO MENSUAL

Valor cívico





A mediodía estábamos con nuestro maestro ante el palacio municipal para presenciar el acto de entrega de la medalla del valor cívico al chico que salvó a un compañero suyo de perecer ahogado en el Po.

Sobre la terraza principal de la fachada ondeaba una gran bandera tricolor.

Entramos en el patio del palacio municipal que se hallaba lleno de gente. Al fondo había una mesa con tapete encarnado; encima, papeles, y por detrás una hilera de sillones dorados para el alcalde y los componentes de la junta.

También había ujieres municipales con dalmáticas azules y calzas blancas. A la derecha del patio estaba formado un piquete de guardias municipales que ostentaban en el pecho muchas condecoraciones, y junto a ellos un grupo de carabineros; en la parte opuesta había los bomberos con uniforme de gala, y bastantes soldados de caballería, de infantería y de artillería, en grupo, que habían acudido para presenciar la ceremonia. Los laterales estaban ocupados por gente del pueblo, algunos militares, mujeres y niños, todos apretados.

Nosotros nos situamos en un ángulo, donde ya había muchos alumnos de otras escuelas con sus respectivos maestros, y había cerca de nosotros un grupo de muchachos del pueblo, entre los diez y los dieciocho años, que se reían y hablaban fuerte, notándose que se comprendía que eran todos del barrio del Po, compañeros o conocidos del que iba a recibir la medalla.

Arriba en las ventanas del edificio estaban asomados los empleados del Ayuntamiento. La galería de la biblioteca estaba también llena de gente, que se apiñaba contra la balaustrada, y en el lado opuesto, en los huecos que hay encima de la puerta de entrada, había gran número de chicas de las escuelas públicas y muchas huérfanas de militares con sus oscuros uniformes, luciendo todas ellas en los sombreros cintas celestes.

Aquello parecía un teatro en función de gala. Todos charlábamos animadamente, mirando de vez en cuando hacia donde estaba la mesa, para ver si llegaban las autoridades. La banda municipal, situada en el fondo del pórtico, amenizaba el acto tocando diversas composiciones en tono bastante bajo. Las paredes estaban iluminadas por el sol. Resultaba un espectáculo realmente muy hermoso.

De pronto cuantos estábamos en el patio lo mismo que quienes se hallaban en los pisos superiores, empezamos a aplaudir, en las galerías, en las ventanas. Yo para ver me puse de puntillas para ver mejor.

La multitud que se hallaba detrás de la mesa presidencial dejó paso a un hombre y a una mujer. El hombre daba la mano a su hijo, el muchacho que había salvado a un compañero.

El hombre era albañil e iba vestido de fiesta. Su mujer, la madre, pequeña y rubia, estaba vestída de negro. El muchacho, también rubio y más bien bajo para su edad, llevaba una chaqueta gris.

Al ver tal gentío y escuchar la estruendosa ovación, los tres se quedaron tan sorprendidos que no acertaban a mirar hacia ninguna parte ni a mover un solo pie. Un guardia les acompañó al sitio que se les había designado, a la derecha de la mesa a la derecha.

De momento se produjo un gran silencio, y después se empezó a aplaudir por todas partes. El muchacho miró hacia las ventanas y luego a la galería de las Huérfanas de los militares; tenía el sombrero en las manos y parecía no comprender dónde estaba. Yo diría que en la fisonomía se parece bastante a Coreta en la cara, aunque tiene color más encendido. Su padre y su madre no levantaban la vista de la mesa.

Entretanto los chicos del barrio del Po, que se hallaban cerca de nosotros, procuraban ponerse en sitio preferente y hacían señas a su compañero para hacerse ver, y le llamaban en voz baja, pero insinuante: «¡Pinot! ¡Pinot! ¡Pinot!» A fuerza de llamarle se hicieron oír. El muchacho los miró y ocultó su sonrisa poniéndose delante el sombrero.

A cierto punto todos los guardias se cuadraron, a un momento dado, todos los guardias se cuadraron. Entró el señor Alcalde, acompañado por muchos señores.

El Alcalde, vestido de blanco, con una gran faja tricolor en bandolera, se situó de pie junto a la mesa, quedando los demás detrás y a los lados.

La banda de música cesó de tocar, y a una señal del señor Alcalde, y callaros todos.

Empezó a hablar. Sus primeras frases no las oí bien, pero comprendí bien que estaba relatando la hazaña del comportamiento del muchacho. Después levantó más la voz, y se esparció con tal claridad y sonoridad por todo el patio, que no perdí ya ni palabra...

...”Cuando vio desde la orilla al compañero que se evolvía en el río, presa ya del terror de la muerte, él se quitó la ropa y se dispuso a tirarse al agua sin titubear para acudir en socorro del que estaba en peligro de muerte. Le gritaron:

- `¡No te tires -le dijeron-, que te ahogas!¡No!' Y le sujetaron. Mas él logró desasirse de todos, y se lanzó resueltamente al agua.

El río estaba muy crecido, constituyendo un gran riesgo terrible, era terrible incluso para un hombre. Pero él desafió la muerte con todas las fuerzas de su pequeño cuerpo y gran corazón, consiguiendo llegar junto al que se hundía, agarro y saco a tiempo. Luchó furiosamente con la corriente, que le quería envolver, y con el compañero que se le enroscaba; varias veces desapareció y volvió a salir a la superficie haciendo esfuerzos desesperados; con admirable obstinación en su santo propósito, no parecía un muchacho con deseos de salvar a otro muchacho, sino como un hombre, como un padre que lucha pora salvar a su hijo, que es su esperanza y su vida.

En fin no permitió Dios que una hazaña tan generosa resultase inútil, y el nadador arrebató su presa al gigantesco río, la sacó a tierra y aun le arrebató, juntamente con otros, los primeros auxilios; después de lo cual marchó a su casa, sereno y tranquilo, para referir ingenuamente su meritísima acción.

Señores: hermoso y admirable es el heroísmo de un hombre; pero el de un niño en el cual no es posible aun ninguna mira de ambición o de interés alguno, que debe tener tanto más atrevimiento cuanto menores son sus fuerzas; el de un niño al que nada le exigimos y que a nada está obligado, pareciéndonos un ser notable y noble de ser amado, no ya cuando cumple sus pequeños deberes, sino cuando se percata del sacrificio ajeno, el heroísmo de un niño, digo, raya en lo divino. Nada más quiero añadir, señoras y caballeros. No he de adornar con palabras superfluas una grandeza tan manifiesta. Aquí tienen ustedes delante de vosotros al generoso y admirable salvador. Saludadlo, soldados, como a un hermano; vosotras, madres, bendecidlo como a un hijo; vosotros, chicos aquí presentes, recordad su nombre, grabad bien en vuestra memoria su rostro, y que su figura no se borre jamás ni de vuestra mente ni de vuestro corazón. Acércate, muchacho. En nombre del Rey de Italia, prendo en tu pecho la cruz al mérito beneficiencia.

Un viva estruendoso, dicho a la vez por centenares de gargantas, hizo retemblar las paredes del edificio.

El señor Alcalde tomó de la mesa la condecoración y la puso en el pecho del muchacho, y, acto seguido, lo abrazó y besó.

La madre se llevó una mano a los ojos y el padre tenía la barbilla sobre el pecho.

El Alcalde estrechó la mano de ambos y entregó el diploma de la concesión, atado con
una cinta de seda se le entregó a la venturosa madre.

Después, dirigiéndose al muchacho, le dijo:

-Que el recuerdo de este día tan fausto para ti y tan honroso, tan feliz para tu padre y tu madre, te sostenga toda la vida por el camino de la virtud y del honor. ¡ Adiós!

El Alcalde, seguido de su acompañamiento, salió del patio; la banda de música empezó a tocar y, cuando todo parecía terminado, el grupo de bomberos se abrió para dejar paso a un chico de ocho o nueve años, impulsado por una señora que en seguida se ocultó; el niño corrió a abrazar dejandose caer con toda efusión al muchacho condecorado.

Volvieron a repetirse los vítores y aplausos de la multitud. Todos comprendieron al punto que se trataba del niño librado de perecer en el Po, que daba gracias públicamente a su salvador. Después de besarlo, se agarró a su brazo para acompañarlo fuera. Ellos dos delante primero, y detrás el padre y la madre del homenajeado, se dirigieron a la puerta de salida, pasando con dificultad por entre la gente, que se apretujaba para hacerles calle, entre mezcla de guardias, chiquillos, soldados y mujeres. Todos intentaban ponerse delante y se empinaban para ver al heroico muchacho.

Los que estaban en primer término le tocaban cariñosamente la mano.

Cuando pasó ante los niños de las escuelas, todos agitaron sus sombreros por el aire. Los del barrio del Po eran los más bulliciosos de grandes aclamaciones, le estiraban de los brazos y de la chaqueta, gritando: «¡Pinot! ¡Viva Pinot! ¡Bravo, Pinot!»,

Pasó muy cerca de mí, pudiendo ver que estaba colorado, que se encontraba contento y que la cinta de la condecoración llevaba los colores nacionales. Su madre lloraba y reía a la vez: su padre se retorcía las puntas del bigote con una mano que le temblaba mucho, como si hubiese estado acometido por la fiebre. Desde la ventanas y galerías continuaban asomándose y aplaudiendo. Cuando el condecorado y los suyos iban a entrar bajo el pórtico de la galería ocupada por las huérfanas Hijas de militares cayó sobre la cabeza del muchacho y de sus padres una verdadera lluvia de pensamientos, ramilletes de violetas y margaritas. Muchos se apresuraron a recoger las flores esparcidas por el suelo para ofrecerlas a la madre. En el fondo del patio, la banda tocaba en tono bajo un precioso motivo, que parecía el canto de muchas voces argentinas alejándose lentamente por las orilla del gran río.

martes, enero 29, 2008

Martín Adán.(POEMAS UNDERWOOD)

Prosa dura y magnífica de las calles de la ciudad
sin inquietudes estéticas.
Por ellas se va con la policía a la felicidad.
La poesía gafa de las ventanas es un secreto de costureras.
No hay más alegría que la de ser un hombre bien vestido.
Tu corazón es una bocina prohibida por las ordenanzas
de tráfico.
Las casas rumian sus paces de buey.
Si dejaras saber que eres un poeta, irías a la comisaría.
Límpiate de entusiasmos los ojos.
Los automóviles te soban las caderas, volviendo la cabeza.
Cree tú que son mujeres viciosas. Así tendrás tu aventura y
tu sonrisa para después de la cena.
Los hombres que tropiezan tienen la carne encallecida de
oficina.
El amor está en cualquier parte, pero en ninguna está
de otro modo.
Pasaban obreros con los ojos resentidos con la tarde, con la
ciudad y con los hombres.
¿Por qué había de fusilarte la Checa? Tú no has acaparado sino
tu alma.
La ciudad lame la noche como una gata famélica.
Y tú eres un hombre feliz, quizá el único hombre feliz.
Tienes camisa y no tienes grandes pensamientos de ninguna
clase.
Ahora siento cólera contra los acusadores y los consoladores.
Spengler es un tío asmático, y Pirandello es un viejo estúpido,
casi un personaje suyo.
Pero no he de enfurecerme por pequeñeces.
Mil cosas han hecho los hombres peores que sus culturas:
las novelas de Víctor Hugo, la democracia, la instrucción primaria,
etcétera, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero los hombres se empeñan en amarse los unos a los otros.
Y, como no lo consiguen, acaban por odiarse.
Porque no quieren creer que todo es irremediable.
La polis griega sospecho que fue un lupanar al que había que
ir con revólver.
Y los griegos, a pesar de su cultura, fueron hombres felices.
Yo no he pecado mucho, pero ya sé de estas cosas.
Bertoldo diría estas cosas mejor, pero Bertoldo no las diría
nunca. Él no se mete en honduras -y está viejo, quiere paz y hasta
apoya a los moderados.
El mundo no está precisamente loco, pero sí demasiado
decente. No hay manera de hacerle hablar cuando está borracho.
Cuando no lo está, abomina de la borrachera o ama a su prójimo.
Pero yo no sé sinceramente qué es el mundo ni qué son los
hombres.
Sólo sé que debo ser justo y honrado y amar a mi prójimo.
Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen y mueren a
cada instante y no viven nada.
He aquí mis prójimos.
La justicia es unas estatuas feas en las plazas de las ciudades.
Ninguna de ellas me gusta ni poco ni mucho -no son diosas
ni mujeres.
Yo amo la justicia de las mujeres sin túnica y sin divinidad.
En punto a honradez, no soy de los peores.
Como mi pan a solas, sin dar envidia a mi prójimo.
Nací en una ciudad, y no sé ver el campo.
Me he ahorrado el pecado de desear que fuera mío.
En cambio deseo el cielo.
Casi soy un hombre virtuoso, casi un místico.
Me gustan los colores del cielo porque es seguro que no son
tintes alemanes.
Me gusta andar por las calles algo perro, algo máquina, casi
nada hombre.
No estoy muy convencido de mi humanidad; no quiero ser
como los otros. No quiero ser feliz con permiso de la policía.
Ahora en las calles hay un poco de sol.
No sé quién se lo ha llevado, qué mal hombre, dejando
manchas en el suelo como un animal degollado.
Pasa un perrito cojo -he aquí la única compasión, la única
caridad, el único amor de que soy capaz.
Los perros no tienen Lenin, y esto les garantiza una vida humana
pero verdadera.
Andar por las calles como los hombres de Pío Baroja -(todos
un poco perros)-.
Mascar huesos como los poetas de Murger, pero con
serenidad.
Pero los hombres tienen posvida.
Por eso dedican su vida al amor del prójimo.
El dinero lo hacen para matar el tiempo inútil, el tiempo
vacío…
Diógenes es un mito -la humanización del perro.
El anhelo que tienen los grandes hombres de ser
completamente perros. Los pequeños hombres quieren ser
completamente grandes hombres, millonarios, a veces dioses.
Pero estas cosas deben decirse en voz baja -siento miedo de
oírme a mí mismo.
Yo no soy un gran hombre -yo soy un hombre cualquiera que
ensaya las grandes felicidades.
Pero la felicidad no basta a ser feliz.
El mundo está demasiado feo, y no hay manera de
embellecerlo.
Sólo puedo imaginarlo como una ciudad de burdeles y
fábricas bajo un aletazo de banderas rojas.
Yo me siento las manos delicadas.
¿Qué soy, qué quiero? Soy un hombre y no quiero nada.
O, tal vez, ser un hombre como los toros o como los otros.
Tú no tienes las ojeras demasiado grandes.
Yo quiero ser feliz de una manera pequeña. Con dulzura, con
esperanza, con insatisfacción, con limitación, con tiempo, con
perfección.
Ahora puedo embarcarme en un trasatlántico. E ir pescando
durante la travesía aventuras como peces.
Pero ¿a dónde iría yo?
El mundo me es insuficiente.
Es demasiado grande, y no puedo desmenuzarlo en pequeñas
satisfacciones como yo quiero.
La muerte es sólo un pensamiento, nada más, nada más…
Y yo quiero que sea un largo deleite con su fin, con su calidad.
El puerto, lleno de niebla, está demasiado romántico.
Citeres es un balneario norteamericano.
Los yanquis tienen la carne demasiado fresca, casi fría, casi
muerta.
El panorama cambia como una película desde todas las
esquinas.
El beso final ya suena en la sombra de la sala llena de candelas
de cigarrillos. Pero ésta no es la escena final. Pero ello es por lo que
el beso suena.
Nada me basta, ni siquiera la muerte; quiero medida, perfección,
satisfacción, deleite.
¿Cómo he venido a parar en este cinema perdido y humoso?
La tarde ya se habría acabado en la ciudad. Y yo todavía me
siento la tarde.
Ahora recuerdo perfectamente mis años inocentes. Y todos los
malos pensamientos se me borran del alma. Me siento un hombre
que no ha pecado nunca.
Estoy sin pasado, con un futuro excesivo.
A casa…

(Publicados en La casa de cartón)

Martín Adán.(ANTRO)

¿Cómo, Cosa, así… vacía,
A cima de espina y pena,
Como ninguna… serena:
Deshumana todavía?
¿Dónde el dios y su agonía!…
¿Dónde la tumba y la esposa!…
¿Dónde la lengua gloriosa!…
¿Dónde el azar que a ti se eche!…
¿Dónde la sangre y la leche!…
¿Dónde, Capullo de Rosa?…

(De La rosa de la espinela)




Paisaje tropical sobre tela
para tres pelícanos en un amanecer



…la verdadera historia está en las conciencias, no en los papeles, y la lengua florea menos que la pluma a la hora de “llamarle al pan, pan y al vino, vino”.
Belisario Carlos Pi.



A través de los tiempos ha podido comprobarse que la nacionalidad no está definida en ningún pasaporte —aunque los siguen emitiendo y solicitando en todas las fronteras— pues más allá de una preferencia por un tipo de cocina, una música o una actitud comunicativa, hay una nacionalidad que se lleva más adentro y que se manifiesta cuando el individuo percibe como propio un detalle de sus orígenes que, a pesar del tiempo y la distancia, le impide actuar contra ese sentimiento.
Encerrados en estuches valiosos o recogidos en la última espiral del cerebro, tales recuerdos se manifiestan en circunstancias precisas y otorgan un sentido de clan, de gens, de tribu, que no hay úkase en el Universo que pueda neutralizar; es por eso que no ha podido negarse que la ciudadanía, es una relación legal del individuo con el Estado, pero la nacionalidad es una sensación de pertenencia que no tiene en cuenta las leyes.

Así los colonizadores desembarcados —sin pasaportes ni salvoconductos— en los albores de nuestra identidad emplearon la cómoda estructura de las redondillas aprendidas en la infancia para entonar sus glosas a lo que habían dejado del otro lado del Atlántico, es por eso que hoy, dispersos por todo el mundo, los cubanos seguimos guardando décimas en la memoria, no importa que hablen de amor o se burlen de un defecto físico, no importa que canten a un poblado o censuren a un personaje; tras la blanca rosa de la espinela van las espinas que el recuerdo llenó de sentido, porque sin memoria no hay historia.

El cultivo de la décima escrita ha estado vinculado a la cultura cubana desde su propios orígenes; más allá de las peculiaridades fonéticas y la ductilidad expresiva del octosílabo, quizás haya sido la plasticidad de los diez versos, que dan capacidad a un promedio de tres o cuatro habituales oraciones del habla, lo que hizo que esta forma estrófica se aclimatara en tierras del Caribe y cantara por igual las bellezas del amanecer, la furia de un ciclón, las penas de un patriota o la humorada de una reunión amistosa. Ya sea en cultos escenarios como en improvisadas tertulias, desde el pescante de una carreta o en la presurizada cabina de un avión, mujeres y hombres, niños o ancianos, con nasalizada voz o engolados tonos, la espinela dejó de ser —al decir de uno de sus más expertos cultores— una viajera peninsular para «aplatanarse» en la tierra que produce la caña.

Así cultivada, en todos los significados de la palabra, no ha quedado cubano que “de su propia inspiración” o de memoria no la haya dicho en algún momento de su vida, pues tanto el que la rechaza creyéndola demasiado popular como quien la considera incapaz de grandes temas, saben que no puede hacerse la Historia de Cuba —sí, esa, la que se escribe con mayúsculas— sin la décima. Si alguna duda quedara basta recordar que para Fina García Marruz, los Versos sencillos de Martí no son más que décimas a las que en un ejercicio emotivo se les ha obviado los dos versos de enlace que nuestros decimistas conocen como «puente».

Ahí está el mérito de Tres pelícanos de tela libro de poesía de Belisario Carlos Pi, diestro poeta que ha puesto todos los recursos de la práctica y el estudio para (con)versar —o «co-versar» sobre nuestros pasos como pueblo donde no ha faltado la nota lírica y el clarín épico para asumir aspectos que se prefiere tener por olvidados y que la identidad no permite soslayar.

Las décimas de Belisario se entretejen entre la memoria y la pertinencia no solo porque en ellas se muestre el quehacer nacional sino porque a partir de la reflexión que despoja al verso de sílabas y acentos inoportunos se percibe no solo la nación sino también el pueblo que la ha vivido como experiencia y como herencia.

No importa que se quiera concentrar en tan poco espacio cinco siglos, o medio milenio, —la nomenclatura poco interesa en este momento— lo significativo radica en qué ha pasado al verso y qué se ha quedado en el tintero; si lo expuesto en estas estrofas impresiona por el juicio que se expresa de cada hecho y personaje, lo que no se cuenta es también significativo en tanto retoma un criterio de selección que subraya cual nación se estaba diseñando para los nuevos compatriotas, urgidos, más que nadie, de identificarse con esta isla que, como los pelícanos, no puede apartarse del mar ni dejar de buscar.

Un detalle significativo en estas décimas radica en el uso mesurado de la ironía; habituados a un uso pedestre de esta estrofa falsamente adornada con un supuesto gracejo y doble sentido de una sola dirección, encontrar en estos versos un balance entre la sátira y el juicio permite valorar mejor el retazo de historia que se comenta. No se entra tampoco en rejuegos técnicos para impresionar al graderío, el verso, metafórico cuando es preciso y en símiles cuando hace falta, mantiene la fluidez comunicativa y más que acercarnos al clásico guateque nos remite a la tertulia familiar que, a la luz de las llamas o de un farol del parque, ha creado tantos vínculos y ha formado tantas conciencias.

Autor de otros textos poéticos y narrativos, Belisario trasmite la emoción del protagonismo dotando al auditorio del inigualable placer de opinar sobre hechos acaecidos en la distancia temporal y espacial como si fuéramos partícipes de un diálogo fraterno que subraya otro de sus certeros criterios: “La oralidad conserva un recuerdo de lo que fue. La historia y la literatura elaboran un concepto de acuerdo a como mejor conviene que hubiera sido”.

Literatura por la forma empleada para recoger tantos avatares, su disfrute acerca un imprescindible referente; hace pocos años otro recalcitrante cubano, Premio CERVANTES, Guillermo Cabrera Infante, abrumado en todo el sentido de la palabra por las nieblas de Londres, no pudo dejar de añorar una Vista del amanecer en el trópico, que, en condensada y lírica prosa, recorriera la historia de “la tierra más fermosa del mundo” hasta nuestros días; no pudiera asegurarlo ante un Tribunal, pero siento que aquellas miradas incluían, como sonido acompañante, las cuerdas de guitarra, tres y laúd, tres pelícanos sonoros que , al decir martiano, dibujaban “sobre las telas del viento” La Palma y el Tocororo.

por: Rafael A. Bernal Castellanos.


Agradecimientos a la: web1,


lunes, enero 28, 2008

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)


Abril

La madre de Garrón

Viernes, 29




Apenas volví a la escuela, me dieron una triste noticia:

Hacía varios días que Garrón no concurría a clase por estar su madre gravemente enferma. Esta falleció el sábado por la tarde.

Ayer por la mañana, en cuanto entramos en el aula, nos dijo el maestro:

-Al pobre Garrón le ha sucedido la mayor desgracia que puede sobrevenirle a un niño: la muerte de su madre. Desde ahora os suplico, queridos muchachos, que respetéis el tremendo dolor que destroza su alma. Cuando venga, saludadlo con cariño y seriedad; que nadie le gaste bromas ni se ría en su presencia. Os lo recomiendo encarecidamente.

Esta mañana se ha presentado en clase Garrón algo más tarde que los demás y, al verlo, he sentido una gran angustia en el corazón. Tenía la cara mustia y apenas se sostenía en las piernas; parecía que hubiese estado un mes enfermo; viste de luto riguroso y daba compasión verlo.

Todos hemos contenido la respiración mirándolo. En cuanto ha entrado, al volver a ver la escuela, a la que su madre acostumbraba acudir para acompañarlo; el banco en donde tantas veces se había inclinado los días de examen para hacerle las últimas recomendaciones, y en el que tantas veces había pensado en él con impaciencia, anhelando salir a su encuentro, no pudo menos que estallar en un golpe de llanto desesperado.

El maestro se le ha acercado, lo ha estrechado contra sí y le ha dicho:

-¡Llora, llora, pobre chico, pero no pierdas el ánimo y ten valor!. Tu madre ya no está aquí, pero te ve, te quiere y no se aleja de tu lado... y un día la volverás a ver, porque tienes un alma buena y honrada como ella. ¡Mucho valor, hijo mío!

Dicho esto, lo ha acompañado al banco, cerca de mí. Yo no me atrevía a mirarlo. Al sacar los libros y cuadernos, que no había abierto desde hace muchos días, y ver en el libro de lectura un dibujo que representa a una madre llevando al hijo de la mano, ha vuelto a llorar copiosamente, inclinando la cabeza en el brazo. El maestro nos ha hecho señal de dejarlo en paz, y ha comenzado la lección.

Me habría gustado decirle muchas cosas; pero no se me ocurría nada. Al fin le he puesto una mano en el brazo y le he dicho al oído:

-No llores, Garrón.

El no me ha respondido, limitándose a colocar un ratito su mano encima de la mía, pero sin levantar la cabeza, asڛ latuvo un buen rato.

A la salida, nadie le ha hablado, pero todos le hemos rodeado con respetuoso silencio.

Viendo a mi madre que estaba esperándome, he corrido a abrazarla; mas ella me ha rechazado, mirando a Garrón. En seguida he conocido la causa, al darme cuenta que Garrón, ya solo, me estaba mirando con expresión de suma tristeza, como diciendo:

«Tú tienes la dicha de abrazar a tu madre; yo ya no la abrazaré jamás!¡Tu madre vive y la mía ha muerto.»

Por eso me ha rechazado mi madre, y he salido sin ni siquiera darle la mano.



Abril

José Mazzini

Sábado, 29



Garrón vino también hoy por la mañana a la escuela; estaba pálido y tenía los ojos hinchados de llorar; apenas miró los regalillos que le habíamos puesto sobre el banco para consolarlo.

El maestro había llevado, sin embargo, una página de un libro de lectura para reanimarlo.

Primero nos advirtió que fuésemos todos mañana a las doce al Ayuntamiento para asistir a la entrega de la medalla al mérito a un muchacho que ha salvado a un niño en el Po,

Y que el lunes dictaría él la descripción de la fiesta, en vez del cuento mensual. Luego, volviéndose a Garrón, que estaba con la cabeza baja, le dijo:

-Garrón, haz un esfuerzo, y escribe tú también lo que voy a dictar.

Todos tomamos la pluma. El maestro dictó:

-José Mazzini, nacido en Génova en 1805, murió en Pisa en 1872; patriota de alma grande, escritor de preclaro ingenuo, inspirador y primer apóstol de la revolución italiana, por amor a la patria vivió cuarenta años pobre, desterrado, perseguido, errante, con heroica consecuencia en sus principios y en sus propósitos. José Mazzini, que adoraba a su madre, y que había heredado de ella todo lo que en su alma fortísima y noble había de más elevado y puro, escribía así a un fiel amigo suyo para consolarle de las desventuras. Poco más o menos,. he aquí sus palabras:

«Amigo: No, no verás nunca a tu madre sobre esta tierra. Esta es la tremenda verdad. No voy a verte, porque el tuyo es de aquellos dolores solemnes y santos que es necesario sufrir y vencer por sí mismo.

¿Comprendes lo que quiero decir con estas palabras? ¡Hay que vencer el dolor! Vencer lo que el dolor tiene de menos santo, de menos purificante; lo que, en vez de mejorar el alma, la debilita y la rebaja. Pero la otra parte del dolor, la parte noble, la que engrandece y levanta el espíritu, ésta debe permanecer contigo y no abandonarte jamás. Aquí abajo nada sustituye a una buena madre. En los dolores, en los consuelos que todavía puede darte la vida, tú no la olvidarás jamás. Pero debes recordarla, amarla, entristecerte por su muerte de un modo que sea digno de ella.

¡Oh, amigo, escúchame! La muerte no existe, no es nada. Ni siquiera se puede comprender. La vida es la vida, y sigue la ley de la vida: el progreso. Tenías ayer una madre en la tierra; hoy tienes un ángel en otra parte. Todo lo que es bueno sobrevive, con mayor potencia, a la vida terrena. Por consiguiente, también el amor de tu madre. Ella te quiere ahora más que nunca, y tú eres responsable de tus actos ante ella más que antes. De ti depende, de tus obras, encontrarla, volverla a ver en otra existencia. Debes, por tanto, por amor y reverencia a tu madre, llegar a ser mejor; que se alegre de ti en tu conducta. Tú, en adelante, deberás en todo acto tuyo, decirte a ti mismo:

«¿Lo aprobaría mi madre?» Su transformación ha puesto para ti en el mundo un ángel custodio, al cual debes referir todas las cosas. Sé fuerte y bueno; resiste el dolor desesperado y vulgar; ten la tranquilidad de los grandes sufrimientos en las almas grandes; esto es lo que ella quiere.»


-¡Garrón! -añadió el maestro-, sé fuerte y está tranquilo; esto es lo que ella quiere. ¿Comprendes?

Garrón indicó que sí con la cabeza; pero gruesas y abundantes lágrimas le caían sobre las manos, sobre el cuaderno, sobre el banco.