sábado, diciembre 22, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)



Marzo

CUENTO MENSUAL

Sangre romañola



Aquella tarde la casa de Federico estaba más tranquila que de costumbre. El padre, que tenía una tienda-mercaderia, había ido a Forlí de compras; con él se había marchado la madre llevando a Luisita, su hermanita_niña, a quien llevaba para que la viera el oculista, que debía operarle un ojo enfermo; pensaban regresar a la mañana siguiente.

Poco faltaba ya para la medianoche. La mujer que prestaba sus servicios durante el día se había ido hacia el oscurecer. En la casa sólo quedaban más que la abuela, con las piernas paralizadas, y Federico, su nieto, muchacho de trece años. Era una casita de piso baja, situada en la carretera y como a un tiro de pistola de un pueblecito poco apartado de Forlí, ciudad de la Romaña, y no habiendo cerca de ella más que una casa deshabitada, en ruinas desde hacía dos meses a causa de un incendio, y sobre la cual todavía se veía el letrero de una posada. Por detrás de la casita había un huertecito rodeado de seto vivo, al que daba una puertecita rústica; la puerta de la tienda, que era también puerta de la casa, se abría sobre la carretera. En alredor se extendía la campiña solitaria con vastos campos de cultivados y plantados de moreras.

Llovía y soplaba el viento con intensidad. Federico y la abuela, todavía levantados, se hallaban en la cocina-comedor, entre la cual y el huerto había una pequeña habitación llena de trastos y muebles viejos. Federico había vuelto a casa sobre las once, después de pasar fuera muchas horas, la abuela le había esperado despierta con los ojos abiertos, llena de ansiedad, inmovilizada en un ancho sillón de brazos en el que solía pasar todo todo el día y, frecuentemente, también toda la noche, pues la fatiga no le permitía respirar estando acostada.

El viento azotaba la lluvía, contra los cristales. Era una noche oscurisima. Federico había vuelto cansado, lleno de barro, con la chaqueta desgarrada y un cardenal en la frente, producido por una pedrada; se había peleado con otros compañeros y, por añadidura, había jugado y perdido todo el dinero que llevaba en su cuarto, dejando la gorra en un foso.

Aun cuando la cocina sólo estaba iluminada por un quinqué semiapagado colocado en un extremo de la mesa junto al sillón, sin embargo la pobre abuela había visto al momento el lastimoso estado en que se hallaba su nieto, sabiendo todo lo sucedido en parte por haberlo adivinado y lo demás por la confesión que sacó a Federico sobre sus diabluras.

La anciana señora quería con toda el alma al muchacho y, cuando se enteró de todo, se echó a llorar.

-¡Ah, no! -dijo después de un largo silencio-; no tienes compasión de tu pobre abuela, de lo contrario no te aprovecharías de la ausencia de tu madre para darme tantos disgustos. Ya ves, ¡Me has dejado sola todo el día!. No has tenido ni tan siquiera compasión. Debo advertirte, Federico, que has emprendido un camino que te conducirá a un triste fin. He visto a otros que comenzaron como tú y concluyeron muy mal. Se empieza por salir de casa para pelearse con otros muchachos, jugarse el dinero, y luego, poco a poco, de las pedradas se pasa a los navajazos, del juego a otros vicios, y de éstos vicios... ¡al hurto!

Federico escuchaba a su abuela firme, a tres pasos de distancia, apoyado en un arca, con la barbilla sobre el pecho, el entrecejo arrugado y todavía encendido por la ira de la pelea. Sobre la frente le caía un mechón de hermosos cabellos castaños, teniendo inmóviles sus azules ojos.

-Del juego al robo -repitió la abuela que continuaba llorando-. Piensa en eso, Federico. Piensa en el botarate del pueblo, en aquel Víctor Mozón, que esta ahora vagabundea por la ciudad, que a sus veinticuatro años ha estado ya dos veces en la cárcel y ha hecho morir de pena a su pobre madre, a la que yo conocía, obligando a huir a su padre a marcharse desesperado a Suiza, para no sufrir mayor vergüenza. Piensa en ese desgraciado joven, siempre en compañía de otros peores que él hasta el día en que lo metan en presidio para toda su vida. Pues bien, yo le conocí de muchacho, y empezó como tú. Ten presente que puedes denigrar a tu padre y a tu madre como él al extremo y causarles tanto mal como ese desventurado.

Federico guardaba silencio. No estaba pesaroso, ni mucho menos. Su actitud obedecía más bien de superabundancia de vitalidad y de audacia que a pura sensiblería; su padre le había acostumbrado mal precisamente porque, considerándole capaz, en el fondo, de los más hermosos sentimientos, esperando ponerle a prueba de acciones varoniles y generosas, le dejaba rienda suelta, en la confianza de que se iría reformando por sí solo. Era bueno, pero tozudo, aunque apareciese en su corazón el arrepentimiento y dejase escapar de su boca las buenas palabras que nos inclinan a perdonar:

«¡Sí, he hecho mal, me he portado mal; no lo haré más, te lo prometo! Perdóname.» Tenia a veces el alma embargado de ternura, pero su orgullo no se lo permitía manifestar.

-¡Ah, Federico! -continuó la abuela viéndole tan callado-. ¡No me dices ni una palabra de arrepentimiento! Ya ves el estado en que me encuentro, que puede acabar conmigo. No debieras consentir que padeciera tanto, que por tu culpa llorase la madre de tu madre, tan vieja y próxima a su fin, tu pobre abuela, que siempre te ha querido tanto, que te mecía noches enteras cuando eras un nene de pocos meses, y que no comía por entretenerte.

¡Tú qué sabes! Yo siempre decía: «¡Este será mi último consuelo!», y ahora me matas a disgustos. De buena gana daría lo poco que me queda de vida con tal de que fueses otra vez un buen chico, tan obediente como aquellos días... cuando te llevaba al santuario de la Santísima Virgen. ¿Te acuerdas, Federico? Tú me llenabas los bolsillos de piedrecillas y de hierbas, y yo te traía a casa en mis brazos, dormidito. En cambio, ahora que estoy paralítica y tengo tanta necesidad de tu cariño como del aire para respirar, porque no tengo, pobre de mí, a otro ser en el mundo... na pobre mujer medio muerta ¡Dios mío!

Federico estaba por echarse en brazos de su abuela, dominado por la emoción, cuando le pareció oír un ligero ruido, unos crujidos continuados en la habitación de al lado, que daba al huerto. Pero no distinguía si eran las puertas u otra cosa.

Puso oído atento. La lluvia caía con fuerza. El ruido se repitió, y la abuela también lo oyó.

-¿Qué es? -preguntó un momento después, muy intrigada.

-Debe ser la lluvia -murmuró el muchacho.

-Entonces, Federico -dijo la anciana, enjugándose los ojos-, ¿me prometes ser bueno y no hacer llorar ya más a tu pobre abuela?

Un nuevo ruido la interrumpió.

-¡No me parece que sea la lluvia! -exclamó, palideciendo-. ¡Vete a ver!

Mas en seguida añadió:

-No, ¡quédate aquí! -Y asió al muchacho por una mano.

Quedaron los dos conteniendo la respiración. Solamente se oía el ruido producido por la lluvia.

A continuación ambos sintieron un escalofrío. A los dos les había parecido oír ruido de pies en la habitacioncita de los muebles viejos.

-¿Quién anda ahí? -preguntó Federico haciendo esfuerzo corazón.

Nadie respondió.

-¿Quién anda ahí? -repitió Federico, helado de miedo.
Pero apenas hubo pronunciado tales palabras, ambos lanzaron un grito de terror. Dos hombres entraron en la cocina-comedor: el uno sujetó al muchacho y le tapó la boca con la mano; el otro agarró a la anciana por la garganta. El primero dijo:

-¡Silencio, si no quieres morir!

El segundo:

-¡Calla! -y alzó la amenazó con el puñal. Los dos llevaban un pañuelo oscuro por la cara, con agujeros a la altura de los ojos.

Durante unos instantes sólo se percibió la entrecortada respiración de los cuatro y el ruido producido por la lluvia, la anciana apenas podía respirar de fatiga; y tenía los ojos desorbitados.

El que sujetaba al muchacho le dijo al oído:

-¿Dónde tiene tu padre el dinero?

El chico respondió con un hilillo de voz, y dando diente con diente:

-Allá.... en el armario.

-Ven conmigo -le dijo el hombre.

Y lo llevó a la fuerza al cuartito, sin dejar de agarrarle el cuello por el cuello. En el suelo había una linterna.

-¿Dónde está el armario? -preguntó.

El muchacho, medio ahogado, señaló el armario.

Entonces, para estar seguro del muchacho, el hombre lo puso de rodillas ante el armario, apretándole fuertemente el cuello entre sus piernas, de manera que pudiera estrangularlo si chillaba, y teniendo la linterna en una mano, sacó con la otra del bolsillo una ganzúa, que metió en la cerradura; hurgó, rompió, abrió de par en par las hojas de la puerta, revolviólo todo confusamente, se llenó los bolsillos, cerró, volvió a abrir y a buscar. Luego asió de nuevo al muchacho, llevándole donde el otro tenía aún agarrada a la anciana, convulsa, con la cabeza caída y la boca abierta.

El que sujetaba a la abuela preguntó en voz baja al otro:

-¿Ha caído algo; encontrastes?

-Sí; encontre -le contestó. Y añadió: -Mira hacia la puerta.

El que estaba con la anciana fue a la puerta del huerto para cerciorarse si había alguien por allí, y dijo desde el cuartito de los trastos, con una voz que parecía un silbido:

-Ven.

El que había quedado en la cocina y retenía a Federico enseñó un arma blanca al muchacho y a la vieja, que acababa de abrir otra vez los ojos, y dijo:

-¡Ni una sola palabra o vuelvo y os degüello!

Y miró fijamente a los dos.

En aquel momento se oyó a lo lejos, por la carretera, un canto de muchas voces.

El ladrón giró rápidamente la cabeza hacia la puerta, y por la violencia del movimiento se le cayó el antifaz.

La anciana lanzó un grito:

-¡Mozón!

-¡Maldita! -rugió el reconocido-. ¡Tienes que morir!

Y se abalanzó con un puñal en alto contra la anciana, que quedó desvanecida en el mismo instante.

El asesino descargó el golpe, pero con un movimiento rapidísimo, dando un grito desesperado, Federico se había arrojado sobre la abuela, cubriéndola con su cuerpo.

El asesino huyó, chocando con la mesa y volcó el quinqué, que se apagó.

El muchacho se deslizó lentamente sobre la abuela, cayó de rodillas y permaneció en tal actitud abrazando a la anciana por la cintura y con la cabeza apoyada en su regazo.

Transcurrieron unos instantes; todo estaba a oscuras; el canto de los aldeanos se iba alejando por el campo. La anciana recobró el sentido.

-¡Federico! -dijo con voz apenas perceptible y dando diente con diente por el temblor que la invadió.

-¡Abuela! -respondió él niño.

La anciana hizo un esfuerzo para hablar, pero el terror le paralizaba la lengua.

Permaneció un ratito en silencio, sin parar de temblar violentamente. Luego logró preguntar:

-¿Se han ido ya, ya no están? -Sí, se fueron.

-¡No me han matado! -murmuró la anciana con voz sofocada.

-No... estás a salvo -dijo Federico con voz muy débil-. Estás a salvo, yayita. Se han llevado el dinero. Pero papá había dejado poco.
La anciana dio un suspiro.

-Yaya -dijo Federico, permaneciendo de rodillas y teniendo un brazo en su cintura-, yayita, ¿verdad que me quieres mucho?

-¿No te he de querer, hijo mío? ¡Pobre hijo mío!-le respondió, poniéndole una mano en la cabeza-. ¡Qué.espanto has debido llevar, pobrecito mío! ¡Oh santo Señor, Dios misericordioso! Enciende la luz... Pero no, es mejor que continuemos a oscuras. Tengo todavía mucho miedo.

-Abuela -replicó el muchacho-, siempre os he dado muchos disgustos a todos...

-No, Federico, no digas eso; yo no me acuerdo de nada, todo lo he olvidado. ¡Te quiero mucho!

-Os he dado muchos disgustos -continuó diciendo Federico con gran dificultad, temblándole la voz-; pero... os quiero. ¿Me perdonas, yaya? ¡Perdóname abuela!

-Sí, querido, te perdono, te perdono de todo corazón. ¡Pues no te iba a perdonar! ¡No faltaba más! Anda, levántate. Ya no te reñiré más. Eres bueno, muy bueno. Ea, enciende la luz, querido. Levántate.

-Gracias, yaya -le contestó el muchacho con voz cada vez más débil-. Ahora... estoy contento. ¿Verdad que te acordarás de mí, yayita... de tu Federico?

-¡Federico! -exclamó la abuela, inquieta y preocupada, poniéndole las manos en la espalda e inclinando la cabeza para mirarle la cara.

-Acuérdate de mí -murmuró aún el muchacho con una voz que parecía un soplo-. Dales un beso de mi parte a papá, a mamá... a Luisita... ¡Adiós, yaya, yayita... !

-¡Por todos los Santos! ¿Qué tienes? -gritó la anciana, palpando con ansiedad la cabeza del chico, que estaba reclinada en sus rodillas. Luego, con toda la voz que pudo sacar, exclamó con desesperación: -¡Federico! ¡Federico! ¡Amor mío! ¡Ángeles del cielo, ayudadme!

Pero Federico ya no replicó. El pequeño héroe, el salvador de la madre de su madre, herido mortalmente por artera puñalada en la espalda, había entregado a Dios su hermosa y valerosa alma.

jueves, diciembre 20, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)


Marzo

El chiquitin muerto

Lunes, 13


El que vivía en el patio de la verdulera, que pertenece a la sección primera superior, compañero de mi hermanito, ha muerto. La maestra Delcato se presentó muy afligida el sábado por la tarde llena de aflicción para comunicar a mi maestro la triste noticia, e inmediatamente se ofrecieron Garrón y Coreta para llevar el ataúd.

Era un excelente muchachito que la semana última se había ganado la medalla. Quería mucho a mi hermanito y, como prueba de su amistad, le regaló una hucha rota; mi madre le acariciaba siempre que lo encontraba. Llevaba una gorra con dos listas de paño rojo. Su padre es mozo de estación.

Ayer tarde, domingo, fuimos a las cuatro y media a su casa para acompañarle hasta la iglesia. Viven en la planta baja. En el patio había ya muchos chicos de primero superior con sus madres y velas en las manos, cinco o seis maestras con cirios y algunos vecinos.

La maestra de la pluma roja y la señora Delcato entraron en la vivienda, y las veíamos llorar por una ventana abierta; también se oían los fuertes sollozos de la afligida madre del niño. Dos señoras, madres de compañeros del muerto, habían llevado guirnaldas de flores.

A las cinco en punto, en cuanto llegó el sacerdote, se puso en marcha la comitiva. Iba delante un muchacho, que llevaba la cruz parroquial, detrás el sacerdote y a continuación el ataúd, una caja pequeña, ¡pobre niño!, cubierta de un paño negro encima, y sujetas alrededor las guirnaldas de flores de las dos señoras. En una parte del paño negro habían prendido la medalla y tres menciones honoríficas que el pequeño se había ganado durante aquel año.

Llevaban el ataúd Garrón, Coreta y dos muchachos de la vecindad. Detrás iban, primeramente, la señora Delcato, que lloraba como si el muerto hubiese sido hijo suyo y a continuación las otras maestras; detrás de éstas, los muchachos, algunos muy pequeños, con ramilletes de violetas en una mano, que miraban el féretro con cierto estupor, dando la otra a sus respectivas madres, que llevaban las velas por ellos.

Oí a uno de ellos, que decía:

-¿Y ahora ya no vendrá más a la escuela?

Cuando el féretro salió del patio, por la ventana se oyó un grito desesperado, lanzado por la madre del niño difunto; pero en seguida la hicieron retirar al interior.

Ya en la calle, encontramos a los muchachos de un colegio, que iban en fila de a dos en dos, y viendo el ataúd con la medalla y acompañado por las maestras, se quitaron todos sus gorras.

¡Pobre chiquitin! ¡Se fue a dormir al cielo para siempre, durmiendo su cuerpecito con su medalla en las entrañas de la tierra! Ya no lo volveremos a ver con su gorro encarnado. Estaba bien, y falleció a los cuatro días de caer malo. El último día todavía quiso levantarse para hacer su trabajito degramática, y se empeñó en tener la medalla sobre su cama, por miedo que se la quitaran. ¡Nadie te la quitará ya, pobre pequeño! ¡Adiós, adiós! Siempre nos acordaremos de ti en el grupo Bareti. ¡Descansa en paz, angelito!




La víspera del día 14 de marzo




La jornada de hoy ha sido bastante más alegre que la de ayer. ¡Trece de marzo! Víspera de la distribución de premios en el teatro Víctor Manuel, la grande y hermosa fiesta de todos los años. Pero esta vez presente no se designan al azar los alumnos que han de subir al escenario para presentar los diplomas de los premios a los señores encargados de entregarlos.

El Director vino esta mañana poco antes de la hora de salida, y empezó diciendo:

-Muchachos, tengo que daros una buena noticia-. Luego añadió en seguida: -¡Coraci! -

El calabrés se puso inmediatamente de pie-. ¿Quieres ser uno -le preguntó- de los que mañana entreguen en el teatro los diplomas a las autoridades?

El calabrés dijo que sí y el Director contestó:

-Está bien; así habrá un representante de Calabria. Os aseguro que será un acto digno de verse. Este año ha querido el Ayuntamiento que diez o doce muchachos de las diversas regiones de Italia, designados en los distintos centros docentes de la ciudad públicas, se encarguen de presentar los premios. Contamos actualmente en Turín con veinte secciones escolares y cinco anejos, que frecuentan siete mil alumnos, y entre tan gran número no ha costado mucho trabajo encontrar un muchacho por cada región italiana. En el grupo «Torcuato Taso» se hallaban dos representantes de las islas: un sardo y un siciliano; la escuela Buoncompagni proveyó un chico florentino, hijo de un ebanista; escultor de madera; hay un romano de la misma Roma en el grupo «Tomaseo»; se encontraron fácilmente vénetos, lombardos y romañas; el grupo «Monviso» da un napolitano, hijo de un militar; nosotros designamos a un genovés y a un calabrés; éste eres tú, Coraci. Con el piamontés, habrá doce.

¿No os parece que la idea es acertada? Serán hermanos vuestros de todas las regiones italianas los que os den los premios. Mirad, se presentarán los doce a la vez en el escenario. No dejéis de saludarlos con nutridos aplausos. Es verdad que son unos chicos como vosotros, pero representan a sus respectivas regiones como si fueran ya personas mayores. Una pequeña bandera tricolor simboliza a Italia lo mismo que una grande, ¿no es verdasd? Aplaudidlos, pues, calurosamente para demostrar que vuestros corazones infantiles saben sentir gran amor y que vuestras almas de diez años se exaltan ante la santa imagen de la Patria.

Dicho esto, se fue, y el maestro dijo, sonriéndose:

-De manera que tú, Coraci, eres el designado por Calabria.

Todos aplaudimos entonces, sin parar de reírnos, y cuando estuvimos en la calle, rodeamos a Coraci; algunos le cogieron por las piernas, lo alzaron y lo llevaron como en triunfo, gritando:

-¡Viva el diputado de Calabria!

Era; naturalmente, una broma, pero sin ningún sabor a escarnio, sino todo lo contrario, para demostrarle afecto, pues es un chico al que todos queremos; y él se sonreía de satisfacción.

Así lo llevaron hasta la esquina, donde se encontraron con un señor de barba begra, que también se echó a reír. Al decir el calabrés que era su padre, los otros le dejaron a su lado y se esparcieron en todas direcciones.



Marzo

Distribución de premios

Martes, 14



El amplio teatro estaba ya completamente lleno a eso de las dos. El patio de butacas, las plateas, los palcos, el escenario, estaban ocupados por entero, viéndose millares de caras de muchachos, señoras, maestros, obreros, mujeres del pueblo y hombres. Era como un mar de cabezas que se movían, un continuo vaivén de lazos y rizos, percibiéndose un murmullo denso y alegre que producía mucho gozo al alma.

El teatro aparecía adornado con colgaduras de paño rojo, blanco y verde. En el patio de butacas habían puesto dos escaleras, una a la derecha, por donde debían subir al escenario los premiados, y otra a la izquierda, por donde deberían bajar después de recibir el premio. Delante, en el escenario, había una fila de sillones rojos, y del respaldo del que ocupaba el centro pendía una pequeña corona de laurel; el fondo del escenario era un bosque de banderas; a un lado había una mesita con tapete verde con todos los premios enrollados y atados con cintas de seda tricolores. La banda de música ocupaba una platea cerca del escenario. Los maestros y las maestras llenaban la mitad de la primera galería, que les había sido reservada; los bancos y los corredores estaban atestados de centenares de chicos cantores con los papeles de música en las manos. Por el fondo y por los lados iban y venían maestros y maestras que ponían en las primeras filas a los designados para recibir los premios, y por todas partes había padres y madres que daban el último toque a las cabezas y a las corbatas de sus hijos y no dejaban de mirarlos.

En cuanto entré con mi familia en el palco que nos correspondía, vi en otro de enfrente a la maestrita de la pluma roja, con sus graciosos hoyuelos, que se reía, y con ella a la maestra de mi hermano, así como a la «monjita», vestida de negro, y mi maestra de primero superior; pero la pobre estaba tan pálida ¡pobrecilla! tosía tan fuerte, que se le oía desde todas partes. En el patio de butacas distinguí en seguida la simpática cara de Garrón y la pequeña cabeza rubia de Nelle, que estaba muy pegado a él. Algo más allá vi a Garofi, con su nariz de lechuza, que se afanaba para recoger listas impresas de los que iban a recibir el premio, y ya tenía un buen fajo de ellas, seguramente para alguno de sus negocios... Mañana lo sabremos.

Cerca de la puerta se hallaba el vendedor de leña juntamente con su mujer vestidos de fiesta, al lado de su hijo que con no pequeño asombro mío no llevaba la gorra de piel de gato ni el jersey color chocolate, sino estaba trajeado como un señorito. En una galería vi unos instantes a Votino, con su gran cuello bordado, pero en seguida desapareció. En un palco de proscenio, lleno de gente, estaba el capitán de Artillería, padre de Roberto, el de las muletas.

Al dar las dos, empezó a tocar la banda de música y al mismo tiempo subieron por la escalera de la derecha el señor Alcalde, el Gobernador, el Secretario, el Inspector y muchos otros señores, todos vestidos de negro, que tomaron asiento en los sillones rojos colocados en la parte delantera del escenario.

Cuando la banda cesó de tocar, se adelantó el director de canto de las escuelas con la batuta en la mano. A una señal suya todos los chicos del patio de butacas se pusieron de pie, y a otra, empezaron a cantar. Eran setecientos los que interpretaban una bellísima canción. ¡Qué gusto daba oír aquel inmenso coro! Todos escuchaban inmóviles. Era un canto dulce, de voces claras, tan lento como uno de iglesia. Cuando callaron, todos aplaudieron y luego guardaron completo silencio.

Iba a comenzar la distribución de premios. Mi maestro de la sección segunda ya se había adelantado, con su cabeza rubia y sus avispados ojos, por ser el encargado de leer los nombres de los premiados. Se esperaba que entrasen los doce chicos designados para ir dando los diplomas. Los periódicos ya habían anunciado que serían muchachos de todas las regiones italianas. Todos lo sabían y los esperaban, mirando con curiosidad hacia la parte por donde debían hacer su aparición. También guardaban silencio el señor Alcalde y demás señores de los sillones rojos.

De repente aparecieron contentos y sonrientes los doce, que subieron rápidamente al escenario, donde se situaron en correcta formación. Las tres mil personas que llenaban el teatro se pusieron de pie súbitamente, oyéndose un estruendoso aplauso. Los chicos permanecieron unos instantes como aturdidos.

-¡Ahí tenéis a Italia! -dijo una voz desde el escenario.

En seguida reconocí a Coraci, el calabrés, vestido de negro, como siempre. Un señor del Ayuntamiento, que estaba con nosotros y conocía a todos, le iba diciendo a mi madre:

-Aquel pequeño rubio es el representante de Venecia. El romano es el otro alto y con el pelo rizado.

Había dos o tres bien trajeados de señoritos; los demás eran hijos de obreros, aunque todos estaban limpios y aseados. El florentino, que era el más pequeño, llevaba una faja azul en la cintura. Pasaron todos por delante del señor Alcalde, que fue besándolos en la frente uno a uno, mientras que un señor sentado junto a él le decía por lo bajo y sonriendo los nombres de las ciudades:

-Florencia, Nápoles, Bolonia, Palermo...- y el teatro aplaudía conforme iban pasando. Luego todos ellos se acercaron a la mesita verde para tomar los diplomas. El maestro empezó a leer la lista, mencionando los grupos escolares, las secciones y las clases a que pertenecían, así como los nombres de los premiados, y éstos comenzaron a subir, según los iban nombrando, al escenario.

Apenas habían subido los primeros cuando empezó a oírse por detrás del escenario una suave música de violines, que no cesó mientras desfilaban los agraciados. Era una melodía grata al oído, que parecía un murmullo de muchas voces en sordina, las de las madres, maestros y maestras, como si todos a una les diesen consejos, rezasen por ellos o les hicieran amorosas reconvenciones. Entretanto, los premiados desfilaban uno a uno por delante de los señores sentados en los sillones rojos, que les iban entregando los diplomas, diciendo a cada uno unas palabritas o haciéndoles una caricia. Los muchachos de las butacas y de las galerías aplaudían cada vez que pasaba alguno muy pequeño o más pobremente vestido. Había algunos de primero superior que, una vez en el escenario, se confundían y no sabían hacia dónde tenían que dirigirse, provocando una risa general. Pasó uno que apenas tendría tres palmos de alto, con un gran lazo color de rosa en la espalda, que a duras penas podía andar, el cual tropezó en la alfombra y cayó; el Gobernador le levantó y fue motivo de risa y de aplausos. Otro se resbaló por la escalerilla, yendo a parar al patio de butacas; aunque se oyeron gritos de alarma, no se hizo daño alguno. Fueron desfilando chicos de toda clase, caritas de galopines, semblantes asustados, algunos tan encarnados como la grana, chiquitines graciosos que a todos sonreían, y en cuanto volvían a donde estaban sus padres, las mamás los cogían y se los llevaban.

Cuando tocó la vez a nuestro grupo, ¡entonces sí que me divertí! Pasaban muchos a los que conocía. Entre ellos Coreta, vestido de nuevo de pies a cabeza, con su risueño y alegre semblante, enseñando sus blancos dientes, y sin embargo, nadie podía saber los quintales de leña que habría llevado a sus espaldas por la mañana. Al entregarle el diploma, el señor Alcalde le preguntó qué era una señal roja que tenía en la frente, manteniendo entretanto una mano sobre su hombro. Yo busqué con la vista a su padre y a su madre por el patio de butacas, y observé que se reían, tapándose la boca con una mano.

Luego pasó Deroso, luciendo un bonito traje azul con botones dorados que brillaban mucho y sus dorados rizos, esbelto, decidido, con la frente alta, tan simpático como siempre; de buena gana le habría dado un abrazo; los señores le decían algo y le daban la mano.

El maestro gritó después:

-¡Julio Robeto!

Vimos avanzar al hijo del capitán de Artillería, apoyándose en sus muletas. Cientos de muchachos conocían el hecho heroico y al momento corrió la noticia por el inmenso salón estallando una salva de aplausos y de vítores que hizo temblar las paredes; los hombres se pusieron de pie, las señoras empezaron a agitar sus pañuelos, y Robeto se detuvo en medio del escenario aturdido y tembloroso... El señor Alcalde, le puso junto a sí, le entregó el premio, le dio un beso, y, sacando del respaldo del sillón la coronita de laurel, se la puso en la almohadilla de la muleta. Después lo acompañó hasta el palco del proscenio donde estaba el capitán, su padre, quien lo tomó y subió en vilo al interior, en medio de vítores y aclamaciones. Entretanto continuaba la suave y grata música de los violines y seguían desfilando los chicos premiados:

Los del grupo de la Consolado, en su mayoría hijos de comerciantes; los del grupo de hijos de trabajadores; los del grupo de «Buoncompagni», muchos de ellos hijos de agricultores; los de la escuela «Raniero», que fue la última.

En cuanto terminó el reparto de premios, los setecientos chicos de las butacas entonaron una canción muy bonita; después habló el señor Alcalde y a continuación el Secretario, que terminó diciendo:

-...No salgáis de aquí, queridos niños, sin antes enviar un saludo a quienes tanto se afanan por vosotros, a los que os dedican todas las energías de su inteligencia y de su corazón, y que viven y mueren por vosotros..¡Helos allí!

Y señaló la galería de los maestros.

Entonces se levantaron todos los chicos que había en el teatro y tendieron los brazos hacia las maestras y los maestros, que contestaron moviendo las manos, los sombreros y los pañuelos, de pie y visiblemente emocionados.
Por último tocó otra vez la banda de música y el público dedicó un postrero y estruendoso aplauso a los chicos representantes de las regiones italianas, que se presentaron en el escenario en fila y con los brazos entrelazados, bajo una lluvia de ramos de flores.


Marzo

Litigio

Lunes, 20



Sin embargo no es posible asegurar que no ha sido la envidia por haber recibido él un premio y yo no, el motivo de la disputa que esta mañana he tenido con Coreta. No ha sido por envidia, pero reconozco que he obrado mal, ¡si hice mal!.

El maestro le puso junto a mí. Yo estaba escribiendo en mi cuaderno de caligrafía; él me dio un empujoncito con el codo y me hizo echar un borrón hasta manchar el cuento mensual, Sangre romañola, que debía copiar para el albañilito, que está enfermo. Yo me enfadé y le dije una palabrota. El me contestó sonriendo:

-No lo he hecho adrede.

Debería haberle creído, pues le conozco bien; sin embargo, me desagradó que se sonriese y pensé: «Este se siente orgulloso porque le han dado el premio»; y luego, para vengarme, le di un empujón que le estropeó la plana. Entonces, montando en cólera, me dijo:

-¡Tú sí que lo has hecho aposta! -Y levantó la mano, que retiró de inmediato porque le observaba el maestro. Pero añadió en voz baja-: ¡Te espero afuera!

Yo me quedé mortificado, se me desvaneció la furia y sentí verdadero arrepentímiento en mi interior.

No; ciertamente no podía haberlo hecho Coreta con mala intención. Es buen muchacho, pensé. Me acordé de cómo le había visto en su casa trabajar, atender a su madre enferma y la alegría con que después le recibí en mi casa y la buena impresión que había causado a mi padre. ¡Cuánto habría dado por no haberle dicho aquella palabrota ni haberme portado tan soezmente con él! Me acordé del consejo de mi padre: «¿Has obrado mal? Pues pide perdón». Sin embargo no quería hacerlo, me avergonzaba tener que humillarme. Le miraba de reojo; veía la malla de su jersey abierta por la espalda, quizá de la mucha leña que había tenido que transportar, notaba que me inspiraba gran afecto, y decía para mí: «Ten valor»; pero la palabra «perdóname» se me quedaba en la garganta. El también me miraba de reojo, de vez en cuando, y me parecía que estaba más apesadumbrado que enfadado. Pero entonces yo le miraba con gesto adusto para darle a entender que no le tenía miedo. El me repitió:

-Nos veremos las caras cuando salgamos.

-Sí, nos las veremos -le contesté.

Pero pensaba en lo que me aconsejaba mi padre: «Si te ofenden, defiéndete; pero sin llegar nunca a pelearte». Y en conformidad con tal máxima pensaba, efectivamente, defenderme, pero sin pelearme a golpes y puñetazos. Sin embargo estaba muy nervioso y apesadumbrado, y ni siquiera seguía las explicaciones del maestro.

Por fin llegó el momento de salir. Cuando estuve solo en la calle vi que me seguía Coretti. Me detuve y le esperé con la regla en la mano. El se me acercó, yo levanté la regla en son de amenaza y él me dijo, sonriendo amablemente y apartándome la regla:

-No, Enrique; seamos tan amigos como antes.

Por un momento me quedé aturdido y sin saber qué hacer, pero luego, como si una mano me hubiese empujado por la espalda, me encontré entre sus brazos. El magnífico compañero me dio un abrazo y beso me dijo:

-Nada de enfados entre nosotros, ¿no te parece?

-Sí, tienes razón -le respondí.

¡Nunca jamás!¡ Nunca jamás! Y nos separamos contentos.

Cuando llegué a casa y se lo conté todo a mi padre, creyendo que le agradaría, le sentó muy mal y me replicó:

-Tú debías haber sido el primero en tenderle la mano, puesto que habías faltado. -Luego añadió-: ¡No debiste usar la regla con un compañero mejor que tú, sobre el hijo de un antiguo soldado!

Y, tomándome la regla, la hizo dos pedazos y la arrojó contra la pared.


Marzo

Mi hermana

Viernes, 24


¿Por qué, Enrique, después de afearte nuestro padre tu mal comportamiento con Coreta, has sido tan descortés conmigo? No puedes figurarte lo mucho que me ha dolido. ¿No sabes que cuando eras pequeñín pasaba horas y horas enteras junto a tu cuna en lugar de ir a jugar con mis amigas y que cuando estabas enfermo saltaba todas las noches de la cama para ver si tenías fiebre? ¿No sabes tú que ofendes a tu hermana, que, si sobre nosotros se abatiera una tremenda desgracia, te haría de madre y te querría como a un hijo? ¿No sabes que, cuando nuestro padre y nuestra madre ya no existan, seré yo tu mejor amiga, la única con quien podrás hablar de nuestros difuntos y de tu infancia, y que si fuese preciso trabajaría para sostenerte y proveer a tus estudios, y que te querré aun cuando seas mayor, que te seguiré con el pensamiento cuando te encuentres lejos, siempre, porque hemos crecido juntos y tenemos la misma sangre? ¡Oh, Enrique! Ten por cierto que si cuando seas hombre te sucede alguna desgracia y, encontrándote solo, vinieras a decirme: «Silvia, hermana mía, déjame estar contigo; hablemos de cuando éramos dichosos, ¿te acuerdas? Hablemos de nuestra madre, de nuestra casa, de aquellos venturosos días tan lejanos», entonces, Enrique, encontrarás a tu hermana con los brazos abiertos.

Sí, querido Enrique, y perdóname el reproche que ahora te expreso. No me acordaré de ninguna mala pasada tuya y, aunque me des otros disgustos, siempre serás mi hermano; sólo me acordaré de que te tuve en brazos cuando eras pequeñín, de haber querido contigo a nuestro padre y a nuestra madre, de haberte visto crecer, de haber sido tu más fiel compañera durante tantos años. Pero escríbeme siquiera una palabra cariñosa en este cuaderno para que pueda leerla antes del anochecer. Entretanto, para demostrarte que no estoy enojada contigo, viendo que ayer estabas cansado, he copiado por ti el cuento mensual, Sangre romañola, que tú debías copiar para el albañilito, que está enfermo; búscalo en el cajoncito de la izquierda de tu mesa; lo escribí anoche mientras dormías. Por favor, Enrique, escríbeme una palabra cariñosa.


TU HERMANA SILVIA


No soy digno de besar tus plantas.

ENRIQUE

miércoles, diciembre 19, 2007

¿Quién quieres ser, Martín Adán o Ramón Rafael de la Fuente Benavides?

La que nace, es la rosa inesperada:
¿Quién quieres ser, Martín Adán o Ramón Rafael de la Fuente Benavides?
*



Pura rosa de teoría…
olor y color mental,
forma de melancolía…

Un ánima ajena mía,
deshacía y rehacía
nulo proyecto espiral.1

Toda poesía bendecida es homicida. Porque no hay cuerpo que soporte tanta luz desconocida. Desde que me inicié en este efecto, y afecto, conceptual que provoca la realidad, como ser pensante, siguiendo una consigna de Jean Paul Sartre, de imaginación anterior a mi imaginario real, mi capacidad de ser espacial y temporal, de imposición biofisicafilosófica, de desnudar o descomponer todo esto que es válido como realidad, lo único que te permite el parangón y así reconocer un canon mucho más avanzado, la irrealidad, no puedo dejar de pensar en la probabilidad de existir y de no-existir. Casi palabras, cortadas del Génesis, navegantes mudas en el poema de Emilio Adolfo Westphalen, «La mañana alza el río»: «Me miran los ojos el cielo / Despertar sin vértebras sin estructura / La piel está en su eternidad / Se suaviza hasta perderse en la memoria / Existía no existía / Por el camino de los ojos por el camino del cielo»2. De pensar. Hasta qué punto hoy día, u hoy de noche, somos capaces de relativizar un recuerdo. De pánico, de fruición, o de felicidad. Hasta qué punto sabemos recordar y, sobre todo, hasta qué punto sabemos olvidar. Y cuán importante es olvidar. Habría que meditar estas palabras de Jorge Luis Borges en «Funes, el memorioso»: «Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.»3 Para mí sigue siendo una completa sorpresa esto de sufrir alguna enfermedad mental como la paramnesia o por antonomasia, recordarlo todo. Esto me ha llevado a tratar de entender este fenómeno de la experiencia asumida a través de la realidad que he encontrado, en constante batallar, con la realidad en que he llegado. La que por naturaleza, unánime o de azar, porto. El contacto directo de mi cuerpo con los otros cuerpos. Mi naturaleza con las otras. Esto se llama experiencia concreta. Pero qué pasa con la experiencia irreal, abstracta, mental, la de clave precisa y traducción simbólica. Yo pienso que a través de esta capacidad de experiencia se puede vivir mucho más. Asimismo, se sabe que toda función corporal se canaliza cerebralmente. Así puedo afirmar que, si leo un libro sobre un viaje anagógico por el infierno y por el purgatorio y finalmente por el paraíso, no cabe duda que de acuerdo a mi comprensión y capacidad de entender el código en el que está escalado tal viaje, el artístico y el simbólico, perfectamente habré conseguido una experiencia extraordinaria.

Tanto o más que la arqueóloga Ruth Martha Shady Solís, que está tratando de desenredar la ya no tan secreta riqueza de la Ciudad Sagrada Caral-Supe4. Y no es el hecho de que una obra se traduzca de infinitas maneras, sino que nosotros podemos percibir a través de cualquiera de las dos formas de experiencia, experiencias y recuerdos únicos. Que a lo sumo podremos exponer como realidad o irrealidad por consenso. Por semejanza o por igualdades colindantes en nuestras experiencias. Por lo que estoy, totalmente, en desacuerdo con Vladimir Nabokov cuando escribe: «¡Ay!, he conocido a personas cuyo propósito al leer a los novelistas franceses y rusos era aprender algo sobre la vida del alegre París o de la triste Rusia.»5 Hay que precisar que, al final, el entendimiento es un asunto de capacidad y ésta está medida o delimitada por el conocimiento que uno posea: el elemento o los elementos inefables que nos hacen y rehacen, el instante, de los instantes presentes. Pensantes.

Esta cualidad de aprehender la realidad o la irrealidad a modo de experiencia concreta, real, es lo que particulariza a toda la obra de Martín Adán. Y esto se debe, sin duda, a su oceánico conocimiento, ecuménico, de las letras, ya que además era políglota. Únicamente así se explica su magistral capacidad de componer, extraña música, sus poemas. Pero antes de abocarnos a la cruel y perfeccionista belleza del poeta, debemos decir que la forma de captar esta experiencia también está atomizada en nuestra capacidad de ser otros, a partir del instante en que adquirimos una nueva experiencia. No evolucionar ni mejorar, sino solamente cambiar para ser el inesperado otro o para ser el único. El sorprendente, el mutante, el desconocido, el mito, el ciego de beber las mentes de otros y la propia mente: El musicalmente demente. El grande poeta. Qué mejor que seducir a la mujer, la propia, la desdoblada, que la musa aún sea mujer. Que se le parezca. No cuál, sino ella, Todas. «Escrito a ciegas» (fragmento):

La poesía es, amiga,
Inagotable, incorregible, ínsita.
Es el río infinito
Todo de sangre,
Todo de meandro, todo de ruina y arrastre de vivido…
¿Qué es la palabra
Sino vario y vano grito?
¿Qué es la imagen de la Poética
Sino un veloz leño bajo un gato írrito?
Todo es aluvión. Si no lo fuera,
Nada sería lo real, lo mismo.6

Todo inesperado, o brutalidad, provoca un giro en la vida. Toda revelación es el instante del origen rescatado. Todo olvido es origen perdido. Así como toda 'verdadera' originalidad es rechazada. Porque no hay plenitud en la genialidad aceptada. Un imposible que prime la podrida, la llorada, la bendita, la odiada belleza que dispara y, aunque no se quiera, se recuerda. Se ama: analogía de contrarios. Lo que danza como el mundo7, la que te danza, la que te alcanza y te repara la dolorosa rosa empozada en la consciencia, hermafrodita, arlequín y metarreal. Martín Adán al igual que Francisco Gómez de Quevedo y Villegas no repara en hallarle un sentido desconocido a la belleza. Que jamás es consciente de su propia irrealidad promiscua y segmentada circular. Una consigna gestáltica («El todo es más que la suma de las partes»). Lo bello, lo perdido o lo logrado, lo comido por las arenas movedizas es lo que pensaremos hoy insuperable, como lo imposible: Lo interminable. «Quarta ripresa»:

La que nace, es la rosa inesperada;
La que muere, es la rosa consentida;
Sólo al no parecer pasa la vida,
Porque viento letal es la mirada.8

¿Para qué pintar la casa si ya está habitada? Porque la pintura similar de la casa es una cosa interpretada. Disfrazada. Y como la belleza no es perenne en el tiempo. «IV»:

La que nace es la rosa inesperada.
La que muere es la rosa consentida.
Sólo al no parecer pasa la vida
porque viento sin Dios es la mirada.9

En el transcurrir del tiempo, un soneto considerado perfecto —como el de «Amor constante más allá de la muerte»: «su cuerpo dejarán, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado»10 — puede convertirse en el más imperfecto. Y esto sin contradecir al maestro Víctor Hurtado ni al poeta español Dámaso Alonso: «El soneto más perfecto construido con la lengua española.»11 Sólo rebusquemos un poco en la memoria y descubriremos que hubo un tiempo y un lugar en que la gordura fue considerada hermosa, tanto como tener algunos cortes en unos lugares, precisos, de la cara y tanto como hoy lo es el casi punto famélico. Enfermizo, pero maravilloso. Pero bueno, en conclusión, la belleza es un aspecto muy personal también, y así, a mí, hoy me sigue encantando la carne bien proporcionada. La deliciosa y hermosa mujer mestiza peruana. Aunque, de todas maneras, uno de los papeles del artista, del poeta, es traducir y adelantarse a su época, presentar a la futura belleza, desafiar a la actual y recordar a la pasada. Propincuo a una deformación craneal por nobleza o por capricho. Da exactamente lo mismo si lo logra. Sintetizar todas, parodiarlas constantemente en sueños transformados como la pintura de Jaime Mamani Velásquez12. Comprobando que los límites del simbolismo son, justamente, no tener límites. Encontrar al ángel endemoniado que vive bajo tu mismo techo. Transculturación del Nuevo Mundo. «(8)»:

¡Qué tristeza, Rubén, que tanto no sufriste!...
¡Y uno come el jamón con su boca de triste,
Del cerdo que me hizo tan buscado y presente!...

¡Tantos dioses, Rubén, pero sólo dos manos!...
¿Qué cerdo no me mira con sus ojos humanos?
¡Rubén, y ese muchacho que soy yo… el ausente!13

La académica exégesis nos permitiría decir que Martín Adán, es demasiado mortal como para ser comprendido por todos. Emocional, pero cerebral. Luminoso, pero críptico. Una extraña balanza de luz y cruz. Casi un mestizo perfecto. Se dice que sufrió ¡tanto! ante la desaparición de César, su hermano, que lo hizo brotar humanamente en un poema, él revivido14. «Aloysius Acker» (fragmento):

¡Muerto!...
En cuanto miro, no veo
Sino tu nariz de hielo.

¡Qué estado perfecto!...
¡Como si Dios creara de cierto!...
¡El no nacido, el no engendrado, muerto!...

Flores, lágrimas, candelas,
Pensamientos,
Todo demás, todo demás;
Como al deseo…
En mi ardida sombra de adentro,
Real como Dios, por modo infinito
Y sensible, yaces muerto:
Yazgo, muerto.15

Decir que su capacidad de aterrorizarse e interiorizar la belleza y el conocimiento, darle un nuevo sentido, sólo está comparado con la función mitológica de Prometeo: ser torturado pero haber evidenciado el fuego. No como la cosa palmaria, sino como la joya en el corazón del museo, de la galería, del poema, del ensayo, del cuento, de la novela, de la teatralidad de la vida humanamente probable. Posible. Imposible. El Hacedor. Un poeta que prefería pensar a recaudar monedas, un tal Miguel de Cervantes Saavedra, que prefería beber a llorar de pena, que prefería la locura a la hipocresía. Que prefería la vida al arte. ¿Chopin, la rosa, la dolorosa, la mentirosa? Inmaculado por «Cauce»:

Heme triste de belleza,
Dios ciego que haces la rosa,
Con mano que no reposa
Y de humano que no besa.
Adonde la rosa empieza,
Curso en la substancia misma,
Corro: ella en mí se abisma:
Yo en ella: entramos en pasmo
De Dios que cayó en orgasmo
Haciéndolo para cisma.16

El arte, el puro arte, nace de la persecución, del atosigamiento de la asfixia, como cuenta el profesor José Antonio Bravo: «Hacia 1960 la pasión que siente por Machu Picchu se ha convertido en una obsesión. Su arquitectura lo conmueve, comienza un largo peregrinaje por las huellas de esa piedra, la verdad, la muerta, Dios, la eternidad, la necesidad de salvación a través de la trascendencia. Su visita a fines del cincuentainueve a las ruinas que en 1911 anunciara Hiram Bingham lo transformarán de una manera tan evidente que hasta cambia la estructura sonetista, que era su dominio (y lo fue siempre), a la libre versificación, un aluvión de más de dos mil versos, de increíble factura, de innegable calidad. No es necesario comparar con los poemas que sobre Machu Picchu escribieron otros.»17 «Oración por Nietzsche» (fragmento):

Yo siempre volveré a ti, siempre, Dios mío,
Piedra iracunda y contenida y fea.
Sombra en muro, aluvión con caño,
Roca infernal y doméstica…
¡No, quédate, no vueles, Machu Picchu,
Que eres de firmamento en piedra!
¡Atiéndeme, atiende
A ternura real de origen y materia!
¡En alguna reciente eternidad,
A la palabra menor y verdadera!
¡Eres humano, Machu Picchu!
¡Quédateme, queda!18

Belleza a priori, la que sabe o entiende que espectará el todo restante humano. La que complica hoy, la selecta, la que clarifica mañana, la límpida. La que migra pero que siempre está ubicua e inicua. La que permite que nazcan otras bellezas todavía más complejas, todavía más notorias, todavía más y aún más esplendorosas. Lúgubres. No hay ser vivo más cerebralmente inconforme e inquieto que el hombre. Y la belleza es, definitivamente, un ensayo cinético de límites y limitaciones. Se puede hablar de un ejército de bellezas, pero es seguro que se hablará de la belleza que comanda a tal ejército. La belleza que abunda se vuelve desconocida. Y la belleza que está ausente es como un monismo, metamorfoseado, que constantemente se recuerda. Hay que ver al monstruo bicéfalo o a la Hidra, o la manera de atacar que las transnacionales efectúan con las propagandas y juegos o cambios que hacen en sus iconos o logotipos. Como lo poetiza Wystan Hugh Auden en Marginalia: «La belleza que pasa le sigue encantando, pero ya no se voltea para mirarla.»19 También se puede ver comparativamente en «VIII»:

No eres la teoría, que tu espina
hincó muy hondo; ni eres de enseñanza
de la rosa la rosa, pues tu lanza
abrió camino a rosa que camina.

Eres la rosa misma, sibilina
maestra que dificulta la esperanza
de la rosa perfecta que no alcanza
a prender de la rosa que alucina.20

Deberíamos decir, también, que una belleza no siempre es arte y que el arte jamás queda solamente en belleza. Recordemos por ejemplo que los objetos pictóricos y escultóricos de las 'culturas puras del Perú' (como Mochica, Paracas, Wari, Nazca…) ejercieron una función utilitaria de aspecto diferencial (militar, religioso, político) o educacional cultural… Quién sabe, hasta escritural secreto en sus paleoquipus, quipus, mantos, mates, vasos, botellas, collares, fajas, etc. Pero hoy uno de los muchos rasgos sorprendentes de estas culturas es, definitivamente, su gran belleza, su recurso y capacidad de ser arte e inclusive en constante ligazón con el arte contemporáneo. Diría, ahí está el arte conceptual, ahí está el arte abstracto, el constructivo y otros ismos, y ni qué decir del superrealismo. Prevengo que aquí no estoy distorsionando la realidad posible sino al contrario, estoy abriéndome a una cultura superior. No busco despertar fobias eruditas. Lo que quiero es despertar mentes. Tan posible como la ingente rosa mental de Martín Adán. «Ottava ripresa»:

No eres la teoría, que tu espina
Hincó muy hondo; ni eres de probanza
De la rosa a la Rosa, que tu lanza
Abrió camino así que descamina.

Eres la Rosa misma, sibilina
Maestra que dificulta la esperanza
De la rosa perfecta, que no alcanza
A aprender de la rosa que alucina.21

Y esto no es algo que expongo o presento yo, sino que el poeta Abraham Valdelomar plasmó en la novela La ciudad de los tísicos: «Si cabe el idealismo en el arte, venid a buscarlo en los huacos. Venid a admirar símbolos, a interpretar miradas, a leer historias trágicas. ¡Interpretad la risa de los huacos!»22

Finalmente, en rara propuesta de hipotálamo; y puesto que no quiero ser más espinoso y bello de lo que ya es y será, todavía, Martín Adán como William Blake, caído al cielo y subido al infierno, dos de los pocos poetas expulsados al Paraíso. El de la mente, el de la muerte, el de azar o vida que es la muerte. Malhadada o pedida. De escasamente libertada. Proverbios infernales: «En tiempos de siembra aprende, en la cosecha enseña y en el invierno goza. / Conduce carro y arado sobre los huesos de los muertos. / La senda del exceso lleva al palacio de la sabiduría. / La Prudencia es una fea y rica solterona cortejada por la Incapacidad / Quien desea y no actúa engendra la plaga. / El gusano cortado perdona el arado. / Sumergid en el río a quien ama el agua. / El necio no ve el mismo árbol que ve el sabio. / Aquel cuyo rostro no irradia luz nunca llegará a estrella. / La eternidad está enamorada de las creaciones del tiempo.»23 Para el que le gusta la lectura de verdad, La casa de cartón es como esa música contemporánea, por ejemplo un Rave, en donde el inicio se hace al final y el final al inicio y lo intermedio, entre ambos definitivos, es sólo la razón para sentirse puro y libre de este mundo concreto por imposición o credulidad, irreversible24. «Poemas Underwood» (fragmento):

Nací en una ciudad, y no sé ver el campo.
Me he ahorrado el pecado de desear que fuera mío.
En cambio, deseo el cielo.
Casi soy un hombre virtuoso, casi un místico.
Me gustan los colores del cielo porque es seguro que no son tintes alemanes.
Me gusta andar por las calles algo perro, algo máquina, casi nada hombre.
No estoy muy convencido de mi humanidad; no quiero ser como los otros.
No quiero ser feliz con permiso de la policía.
Ahora en las calles hay un poco de sol.25

Semejante a un experimento anterior, diremos que la poesía es como la poesía. Y por eso he tratado de enquistarme en ella. Toda poesía bendecida es homicida. Porque no hay cuerpo que soporte tanta luz desconocida. La poesía que te dejo es el trapo viejo de la luz divina cuando contradice o fastidia el principio de la vida.

Ahora voy a demarcar éste con dos poemas prohibidos del libro Travesía de extramares26:



Dolce Affogato

*


Arrúllase dentro de sí el alma, y comienza a dormir
aquel sueño volador
Fray Luis de Granada

Wie soll ich meine Seele halten,
Dass sie nicht an deine rührt?
Rilke

—¿Y qué licor seré asaz dulce y fuerte!...
¡A sed así, que da y desdona vida!...
¡A ardicia y boca de voz desoída!...
¡A fuego que me abate y no me vierte!...

—¡Ay!... ¡que El me quiso loor de abeja en suerte
De procurar a eterno fruición fida!...
¡Mas tímpano... témpano... mi medida...!
¡Favo que obro y resulto, arte... muerte!...

—¡Ay!... ¡si no he sino poesía pura,
De glabra miel y con senil friüra,
Que flujo de floraina envenena!...

—¡Ay que no he de rendir más que tributo
En mano inmóvil, de panal enjuto,
Cuando Su sombra ahúme mi colmena!...



Declamato come in coda

*
(In Promptu, dopo V op. 10)

A fathomless and boundless deep,
There we wander, there we weep
Blake

Amen. So be it. Welcome, O life!
Joyce

(—Tierra del Paraíso desandado,
Región de sombra albar y pie elidido,
Por donde torno del total olvido,
Ciego gozo, a mi goce, esciente y diado!...

¡Ay, por qué me desuno de increado?...
¡Ay, por qué desvivirme, mal nacido?...
¡Si he de atinar abés, a qué el sentido?...
¡Si he de morir asaz, a qué otro hado?...

—¡Que tan sólo escuchar a mi no oída
Voz... mero oír por inaudito modo...
Ente de la viveza asegurada...!

—¡Ay que bajo mi estrella, adormilada,
Vivaz he de seguir buscando en todo
Algo porque morir, como es la vida...)

* * *

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Notas

*
1 Extraído del poema «La rosa», de la Colección Martín Adán. De la Pontificia Universidad Católica del Perú. Biblioteca Central - Colecciones Especiales. Oficina de Comunicación Digital: http://www.pucp.edu.pe/martinadan/tex.htm

2 De Belleza de una espada clavada en la lengua (Poemas 1930-1986). Las ínsulas extrañas (Lima, Ediciones Rikchay, 1986.)

3 1942. De Ficciones (Editorial Sur, Buenos Aires, 1944.)

4 La Civilización más Antigua de América (3000 y 2000 a.C.) Descubierta genéricamente a partir de 1994 y que está revolucionando todo concepto de influencia cultural americana y mundial.

5 De Lecciones de Literatura. Compiladas por Fredson Bowers. Traducción de Francisco Torres Oliver (Buenos Aires, 1984. Emecé.)

6 Librería-Editorial Juan Mejía Baca. (Ediciones de La Rama Florida, Lima, 1964.)

7 Ley de Gravitación Universal de Isaac Newton: Todos los objetos se atraen unos a otros con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que separa sus centros.

8 De Travesía de extramares (Sonetos a Chopin). Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano, Lima, 1947. Ediciones de la Dirección de Educación Artística y Extensión Cultural del Ministerio de Educación Pública, Lima, 1950.

9 De Sonetos a la rosa, Lima, 1941.

10 De Francisco de Quevedo. En el artículo, No todo morirá: Los poetas saben que ya podemos conocer la eternidad. Víctor Hurtado Oviedo. Libros y Artes, Revista de cultura de la Biblioteca Nacional del Perú. Dirigida por el Director de la Biblioteca Nacional, Sinesio López Jiménez. No. 1, Mayo de 2002.

11Las palabras exactas del poeta de la Generación del 27 son: «El más alto poeta de amor de la literatura española. Digo el más alto y no el más fértil, o el más vario o el más brillantemente vital. Sí, ya sé que esto no se suele decir. Para mí, es evidente. Bastaría el famosísimo soneto del estremecedor final polvo serán, mas polvo enamorado, para probarlo».

12 Trascendental pintor arequipeño.

13 De Mi Darío (1966-1967). En Poesía Peruana: 50 Poetas del siglo XX. Selección de Carlos Garayar. Colección publicada por la Empresa Editora El Comercio y PEISA, 2001.

14 Sin embargo y como dice el ensayista Américo Ferrari, en La soledad sonora: Voces poéticas del Perú e Hispanoamérica (Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2003.) La obra poética de Martín Adán: «En suma, Aloysius Acker es un libro misterioso e inexistente y quizá por eso los comentaristas lo han comentado mucho. Algunos críticos han pensado que Aloysius Acker es el alter ego de Martín Adán y algunos fragmentos rescatados inducen a corroborarlo. Les leo:

Ya principia la vida, ya principia el mundo;
Ya principia el juego.
Jugamos a ser y no ser.
Yo no soy yo. Tú eres yo.
Jugamos a vivir y vivir.
Y tú mueres. Y yo muero.
¡Aloysius Acker ha nacido!
¡En todo instante está naciendo!
¡Todo desaparece!
¡Salva el nombre, hermano!
……………………………………..
……………………………………..
¿Quemaré la casa paterna?… ¿partiré de la patria?
¿Seré un monje en un monasterio?…
¿Me echaré a marear, tatuado, barbudo, descalzo,
en el último de los veleros?

¡Todo me es igual, Aloysius Acker!…
¡Sólo tú me eres idéntico!»

15 Publicado en la revista Las Moradas (Lima, 1947.)

16 De La rosa de la espinela. Cuadernos de Cocodrilo, Lima, 1939. 2a. ed. Librería-Editorial Juan Mejía Baca, Lima, 1958. 3a. ed. En Obra poética (1928-1971), Lima, Instituto Nacional de Cultura, 1971.

17 De Los que hicieron el Perú: Martín Adán. No 34. Por José Antonio Bravo. Biblioteca Visión Peruana. Editor Percy Cayo Córdova. (Editorial Monterrico. Lima, 1987.) Dicho poema se publicó en homenaje al Cincuentenario del Descubrimiento de Machu Picchu, en Nuevas piedras para Machu Picchu (Editorial Juan Mejía Baca, Lima, 1961) junto a los poetas, Alberto Hidalgo y Pablo Neruda.

18 De Periódico de poesía: Odumodneurtse. No 2. Lima, Noviembre de 2003. Director, Álvaro Lasso.

19 De Arquitrave. Año IV No 21. Octubre de 2005. Traducción de Héctor Abad Faciolince. Dirigida por el poeta y traductor Harold Alvarado Tenorio.

20 De Sonetos a la rosa, Lima, 1941.

21 De Travesía de extramares (Sonetos a Chopin).

22 Editorial San Marcos, Lima, 1999. En El imperio del sol.

23 De Las bodas del Cielo y el Infierno. En el Libro de los Ángeles. J. S. Rottner. (Ediciones Abraxas, Barcelona, 2004.)

24 Como bien dice Militza Angulo: «En La casa de cartón, coexisten, junto a estos personajes, los verdaderos otros, representados con rasgos fantasmales y caricaturales, pero es Ramón quien le confiere un nuevo sentido a la vida del narrador.» Del lector. De «Y nadie hay que no seas tú o yo»: el sujeto como autor esquizofrénico en La Casa de Cartón de Martín Adán. En la revista de literatura, Casa de citas. No 2. Lima, Octubre de 2005. Director, Fernando Toledo S.

25 De La casa de cartón. Cuidado de edición Rossella Di Paolo. Colección publicada por la Empresa Editora El Comercio y PEISA, 2001.

26 Ambos poemas han sido extraídos de Obra poética (1917-1971). Prólogo de Edmundo Bendezú. (Lima, Instituto Nacional de Cultura, 1976.)

*


Martín Adán.(Un siglo de poesía peruana)

Breve antología. Revista de literatura peruana La casa de cartón

Prima ripresa

(- Heme así... mi sangre sobre el ara
De la rosa, de muerte concebida,
Que, de arduo nombre sombra esclarecida,
Palio de luz, de mi sombra me ampara.)

(- Heme así... de ciego que llameara,
Al acecho de aurora prevenida,
Desbocando la cuenca traslucida,
Porque sea la noche mi flor clara.)

(- Abrumado de él, sordo por quedo,
He de poder así, en la noche obscura,
Ya con cada yo mismo de mi miedo.)

(- Despertaré a divina incontinencia,
Rendido de medida sin mesura,
Abandonado hasta de mi presencia...)

(Travesía de extramares, Lima 1950)

Quarta ripresa

Bien sabe la rosa en qué mano se posa.

Refrán de Castilla

Viera estar rosal florido,

cogí rosas con sospiro: vengo del rosale.

Gil Vicente



- La que nace, es la rosa inesperada;
La que muere, es la rosa consentida;
Sólo al no parecer pasa la vida,
Porque viento letal es la mirada.

- ¡Cuánta segura rosa no es en nada!...
¡Si no es sino la rosa presentida!...
¡rosa y a la vida Si Dios sopla a la
Por el ojo del ciego... rosa amada!...

- Triste y tierna, la rosa verdadera
Es el triste y el tierno sin figura,
Ninguna imagen a la luz primera.

- Deseándola deshójase el deseo...
Y quien la viere olvida, y ella dura...

(Travesía de extramares, Lima 1950)
*
Sesta ripresa


- La rosa que amo es la del esciente,
La de sí misma, al aire de este mundo;
Que lo que es, en ella lo confundo
Con lo que fui de rosa, y no de mente.

- Si en la de alma espanta el vehemente
Designio, sin deseo y sin segundo,
En otra vence el incitar facundo
De un ser cabal, deseable, viviente...

- Así el engaño y el pavor temidos,
Cuando la rosa que movió la mano
Golpea adentro, al interior humano...

- Que obra alguno, divino por pequeño,
Que no soy, y que sabe, por los sidos
Dioses que fui ordenarme asá el ensueño.

(Travesía de extramares, Lima 1950)



Ottava ripresa

- No eres la teoría, que tu espina
Hincó muy hondo; ni eres de probanza
De la rosa a la Rosa, que tu lanza
Abrió camino así que descamina.

- Eres la Rosa misma, sibilina
Maestra que dificulta la esperanza
De la rosa perfecta, que no alcanza
A aprender de la rosa que alucina.

- ¡Rosa de rosa, idéntica y sensible,
A tu ejemplo, profano y mudadero,
El Poeta hace la rosa que es terrible!

- ¡Que eres la rosa eterna que en tu rama
Rapta al que, prevenido prisionero,
Roza la rosa del amor que no ama!
¡Ay, que es así la Rosa, y no la veo!...

(Travesía de extramares, Lima 1950)