martes, marzo 11, 2008

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)


Julio
*

El último examen
*

Viernes, 7
*


Esta mañana se verificó el examen oral. A las ocho estábamos ya todos en nuestros clases. A las ocho y cuarto empezaron a llamarnos de cuatro en cuatro para ir al salón de actos, donde había detrás de una mesa cubierta con un tapete verde, estaban sentados en torno a ella el Director y cuatro profesores, entre ellos el nuestro.

Yo fui uno de los primeros llamados.
¡Pobre maestro! ¡Cómo me he dado hoy cuenta de lo mucho que nos quiere de veras!

Mientras los demás nos preguntaban, él no nos quitaba la vista de ensima, se turbaba cuando vacilábamos en responder, prestaba oído muy atento y nos hacía la mar de gestos con las manos y con la cabeza para decirnos:

«¡Bien, no, presta atención, más despacio, ánimo!»

Nos hubiese podido hablar, letra por letran si nos habría sugerido todas las respuestas. Un padre no habría hecho más que él. De buena gana le habría dado las “gracias” diez veces delante de todos.

Cuando los otros maestros dijeron: «Está bien, vete tranquilo con Dios», le brillaron los ojos de alegría.

Yo volví seguidamente a la clase para esperar a mi padre. Aún estaban allí casi todos. Me senté junto a Garrón. Yo no estaba alegre ni pizca. Pensaba que era la última vez que íbamos a vernos. Aún no le había dicho a mi buen compañero que al año siguiente no estaría en cuarto con él, porque tenía que marcharme de Turín con mi familia. Como siempre, estaba algo acurrucado como siempre, pues apenas cabía entre el banco, con la cabeza inclinada, pintando adornos alrededor de una foto de su padre, vestido de maquinista, un hombre recio y alto, con cuello de toro y aspecto serio y honrado como él. Mientras hacía sus dibujos, como tenía la camisa algo desabrochada, vi sobre su desnudo pecho la cruz que le regalara la madre de Nelle cuando supo que protegía a su hijo y le dije:.

Me creí obligado a manifestarle que me ausentaría definitivamente de Turín. Haciendo un esfuerzo, sin mirarle:

-Garrón, me pregunto si yo también me marchaba; este otoño mi padre se marchará de Turín para siempre.

Me preguntó si me marcharía, y le respondí que sí.

-Entonces -añadió-, ¿no seguirás entonces el cuarto curso con nosotros?


Le contesté que no.

De momento se quedó callado, prosiguiendo su trabajo. Luego sin levantar la cabeza, me preguntó:

-¿Te acordarás de tus compañeros de tercer año?

-Sí, sí, de todos -le repuse-; pero de ti... más que de nadie. ¿Quién puede olvidarse de ti?

El, contrariado, me dirigió una mirada como queriendo decirme mil cosas, pero guardó silencio. Se limitó a alargarme su mano izquierda, fingiendo que seguía dibujando con la derecha. Yo estreché entre las mías aquella mano fuerte y leal.

En aquel instante entró de prisa el maestro, con la cara encendida y dijo en voz baja y rápida, en tono alegre:

«¡Hasta ahora todo va bien; a ver si los que quedan continúan lo mismo. ¡Mucho ánimo, hijitos! ¡Estoy contento de vosotros!» Para mostrar su alegría, al salir con paso rápido, hizo como que tropezaba y tenía que agarrarse a la pared para no caerse; ¡él, a quien no habíamos visto reír en todo el curso! La cosa nos pareció tan sumamente extraña, que, en vez de reírnos, todos nos quedamos asombrados; nos sonreímos, pero ninguno se rió. Aquel acto de alegría, propio de un chiquillo, sin saber por qué, me produjo pena y ternura.

Tal momento de alegría era su único premio, la compensación por nueve meses de paciencia y bondad, de esfuerzos y de sinsabores. Para aquel resultado satisfactorio se había afanado y había ido a dar clase muchas veces estando enfermo.

Aquello, y nada más que aquello, nos pedía a cambio de tanto cariño y de tantas preocupaciones. Ahora me parece que, al acordarme de él, siempre lo veré en aquella postura; de chiquillo revoltoso, y si nos encontramos, le recordaré el acto que tan hondo de muchos años. Y cuando sea hombre vive todavía y nos encontramos,se lo diré, le recordaré aquel acto que me ha llegado en el hondo al corazón, y no dejaré de besar sus venerables canas.
*

No hay comentarios: