sábado, junio 16, 2007

Fernando Ampuero (Voces)

Recordé con exactitud que ella era la mujer de la que Juan Ramón me estaba hablando porque desde un principio había reparado en ciertos detalles: el traje sastre, las anticuadas gafas de carey, el moño cuidadosamente peinado.

–Tú tienes que haberla visto, Fernando. Fue hace una semana, el martes pasado.

–Sí, claro – repuse con total seguridad –. A eso de las siete, se estaba haciendo de noche. Por lo menos estuve viéndola unos diez minutos –y no me costó nada rememorarla, como si la tuviera de nuevo enfrente de mí.

Era una mujer bajita, pálida y, mirándola bien, bastante delicada, aunque ella parecía empeñarse en reflejar todo lo contrario. Lucía una expresión severa, casi hombruna. ¿Qué edad tendría? Yo le calculé treinta y uno, a lo sumo treinta y dos, pero luego Juan Ramón me dijo que veintisiete clavados. Era ella, no cabía duda, y además estaba con el chico, un niño de unos ocho años. Ella, el niño, yo, y tres individuos más, a quienes desconocía, aguardábamos entonces en la salita de espera del consultorio de Juan Ramón, un sitio fresco, bien ventilado, con vistosas macetas y sillones confortables en el piso doce de un moderno edificio de Miraflores.

Juan Ramón es otorrino, pero antes que nada es un viejo amigo. Esta amistad me permitió fingir una dolencia grave y saltarme el turno. Me recibió en seguida. Luego, unos veinte minutos después, atendería a la mujer del traje sastre.

– Alguna gente tiene memoria para las imágenes – reflexioné –. Otra, para las situaciones. A mí los recuerdos se me vienen con todo: imágenes, situaciones, incluso sonidos, como en las películas. Y respecto a este asunto, lo que de hecho tengo más presente es la relación de la madre con el chico... Ella tenía una actitud vigilante, pues el niño de cuando en cuando perdía la paciencia. ¡El pobre estaba con una cara de aburrimiento! – y eso también lo tengo frente a mis ojos. Lo estoy viendo.

El niño corretea de un lado a otro de la salita, lo cual suscita llamadas de atención de parte de ella, o bien permanece quieto, silencioso, absorto, con las manos pegadas al vidrio de una ventana contemplando la noche salpicada de lucecitas titilantes.

– Pero lo curioso, Fernando, es que ese mismo día yo te estuve hablando sobre casos extraños que se nos presentan a los otorrinos, ¿recuerdas?
Cómo no lo iba a recordar. Yo había ido a consultarlo ese día para hacerme ver los oídos, y en algún momento temí que lo mío también pudiera clasificarse de extraño.

Juan Ramón fue directo al grano tan pronto me recibió.
– ¿Qué tienes, Fernando?

– Nada grave, espero – dije con la inquietud propia de todo inerme mortal que acude al médico –. Pero digamos que cuando en la casa el televisor está encendido, el mundo puede venirse abajo y yo ni cuenta me doy.
Abrigaba la esperanza de que todo se redujera a un taco de cerumen, como me había vaticinado un compañero del diario.

– ¿Estás sordo o sordito? – preguntó sonriendo.

– Una pizca más que sordito.

– Bueno, hermano, deja que te examine – y con una linternilla y un monitor de videotoscopía comenzó a revisarme.
Medio minuto después, concluyó:

– Lo que tienes es oído de nadador, Fernando. Pero tranquilo, tranquilo, no te preocupes. Se trata de algo bastante común.
Si su diagnóstico requería de una semejanza, yo habría preferido, por cuestión de formas, que me dijera algo más acorde con lo que sentía.

– Mejor cambia de metáfora – repliqué entonces –. Yo me siento más con oído de picapedrero, o de obrero de fundición, o de como se llame el trabajo de esos pobres tipos con orejeras de los aeropuertos que van delante de los aviones aturdidos por el fragor de las turbinas.

– ¿Qué quieres decir?
– Pienso que, más que no oír, ocurre que confundo ruidos. Por ejemplo, suena una bocina en la calle y yo le respondo a mi mujer, que se encuentra en otra habitación: "Ya voy, mi amor, espérame un segundo". Es un poco ridículo, lo sé. Patricia se me acerca a cada rato a preguntarme: "¿Con quién estás hablando?".
Juan Ramón se echó a reír:

– Asegúrale que solamente estás un poco sordo, no loco – dijo. Y de pronto, volviendo a su tono profesional, añadió –: Y en cuanto a lo que dices, respecto a la metáfora, estás en un error. Yo no he recurrido a una metáfora. Sencillamente he descrito el estado de tu oído, que es el mismo de muchas personas aficionadas a los deportes marinos o a las piscinas, como es tu caso. Gente que está expuesta a que le penetre agua por el oído, lo cual motiva que el cartílago crezca en tamaño y se desempeñe como una suerte de muro de defensa, impidiendo el paso del agua al conducto auditivo. Es una defensa natural. Ahora bien, la consecuencia negativa de esto es que acabas oyendo menos.
Y fue en eso que, tal como dijera Juan Ramón, nuestra charla derivó a las raras anomalías de otros pacientes.

– Aunque en ese trance de confundir ruidos tomándolos por voces, algunas personas van más allá. Hay gente que puede oír parlamentos completos.

– ¿Cuántas frases?

– Dos o tres frases seguidas.

– ¡Qué extraordinario! – exclamé –. Eso ha debido ser lo que le sucedía a Ginsberg.

– ¿A Ginsberg? ¿Quién es Ginsberg?

– Un poeta... un poeta que tuve la ocasión de entrevistar en New York. Él me dijo que no era el autor de sus poemas. Dijo que apenas se consideraba a sí mismo un simple secretario, en vista de que solamente oía voces, unas voces que le dictaban versos, y que todo su trabajo consistía en copiarlos en un cuaderno. Yo interpreté aquello, naturalmente, como una lírica exaltación del hecho artístico, de la creación literaria. Pero tal vez me equivoco, ¿no?

– No lo sé – sonrió Juan Ramón –. Para darte una respuesta tendría que examinar los oídos de ese tal Ginsberg – me abstuve de informarle que eso ya no era posible, pues el poeta acababa de morir unos días atrás; pero seguí escuchándolo con creciente atención–. Pero, eso sí, da por sentado que él, Ginsberg, no ha sido más que uno de tantos escritores en esa circunstancia... ¿Qué crees que les pasaba a los desconocidos autores de la Biblia? Ellos también oían voces. Para ser más exactos, oían voces todo el tiempo, casi como si estuvieran escuchando la radio. En los relatos del Antiguo Testamento, incontables veces resuena la poderosa voz de Jehová hablándoles a los judíos desde el firmamento, sin contar la infinidad de ángeles y arcángeles con recomendaciones celestes que se les aparecen cada dos páginas –y de pronto, entusiasmado, Juan Ramón se adentró en el terreno patológico–. ¡Uy, Fernando, sobre este tema podríamos hablar horas! ¡No tienes idea! Un colega mío, que vive en Filadelfia y da charlas en universidades norteamericanas, conoce los casos más variados. Él ha conocido a gente que oye voces en determinadas horas del día, horas muy específicas; me habló cierta vez de alguien que las oía de nueve a diez de la mañana y el resto del día vivía normalmente.

– ¡Pero qué son esos patas! ¿Dementes con horario?

– Bueno, sí, es un tipo de esquizofrenia. Aunque no todos lo que sufren de esto lo saben, y por eso mismo caen en los consultorios de los otorrinos. Piensan que su mal se debe a una causa física.

– ¿Y qué hacen los otorrinos en tales casos?
– Teatro.
– ¿Qué?

– Teatro, un poco de teatro – reiteró Juan Ramón –. Mira, hermano, buena parte del modus operandi en varias profesiones depende del dominio de escena. Hay que observar al paciente con serenidad, asentir con la cabeza en tren comprensivo, sonreír a fin de infundir ánimos o sacar a relucir un par de términos especializados, lo suficientemente rebuscados y ambiguos como para no decir nada pero dando la sensación de que se está arribando a un punto esencial. Con este teatro, en suma, el médico puede ganar tiempo y hallar una salida.

Sin embargo, para ir de una buena vez a lo que aquí nos interesa, una cosa es decir lo que se suele hacer, y otra, muy distinta, demostrarlo en los hechos.

La teoría histriónica de Juan Ramón tendría la excepcional ocasión de confrontarse de inmediato con la práctica, y la verdad es que, al levantarse el telón, mi amigo trastabilló. Perdió aplomo, control emocional. Ciertamente fueron apenas unos segundos, pero eso bastó para echar por tierra su teoría. La siguiente consulta, que correspondió a la mujer del sastre y el niño, lo puso en evidencia.

–Fue una consulta singular desde el primer momento –Juan Ramón hablaba ahora en la terraza de su casa de playa, donde me había invitado a tomar una copa. Ya había pasado una semana, en la que no nos habíamos visto, y, si bien la turbadora impresión ante la experiencia que le tocó vivir estaba superada, algo anidaba en su alma, como un remanente, como la secuela de una oscura frustración –. Para empezar, el niño, que era obviamente a quien tenía que revisar (de lo contrario ella habría venido sola), no respondió a ninguno de mis cordiales gestos de bienvenida, mostrándose esquivo, como si desconfiara de las sonrisas. No debí sorprenderme ante ello. A los niños no les gustan los médicos, y a ese respecto son muy transparentes en sus sentimientos. Pero sospeché algo raro, sin llegar a determinar qué era. Luego, tropecé con la preocupación de la madre, una preocupación lógica, especialmente cuando se tiene un hijo enfermo. Pero aquello, también, me daría mala espina. Más que una preocupación, ella se sentía más bien incómoda ante la actitud de su hijo...

Juan Ramón decidió reconstruir la escena de esa consulta justamente como en un montaje teatral. O así, al menos, yo lo imaginé: la mujer y el niño, formalitos, sentados frente a su fino escritorio de caoba; él, en impecable bata blanca, haciendo anotaciones en una ficha nueva.

– No sé qué hacer con mi hijo, doctor –dijo ella –. Pero tengo la esperanza de que usted me ayudará a solucionar su problema.

– ¿Problema de garganta o de oído?

– De oído.

– ¿Qué es lo que le pasa?

– No oye bien, doctor. O mejor dicho, puede oír unas cosas y otras no las oye... Al principio, por supuesto, pensé que se conducía así por pura malcriadez. Pero ahora, no sé cómo decirlo... me parece que hay cosas que él realmente no alcanza a oír.

El niño, callado y con las manitos entrelazadas, miraba de reojo a su madre.
Juan Ramón iba a proseguir con su rutinario interrogatorio preliminar, pero se detuvo en seco. E impulsivamente se incorporó de su asiento y se aproximó al niño, a fin de cuchichearle algo al oído. Luego, le preguntó:

– ¿Has escuchado lo que te dije?

– Sí – murmuró el niño.

– ¿Qué te dije?

– Me ha dicho: "Los enanitos tienen patas rojas".
Juan Ramón le guiñó un ojo:

– Es correcto – dijo, y volviéndose un segundo hacia la madre, acotó –: No es un problema de baja audición.

El niño le parecía normal en sus reacciones al diálogo que los tres sostenían, pero a ratos lo percibía hostil y hasta atemorizado. Como si ellos lo quisieran molestar, como si no le gustara el mundo de los adultos. Sea como fuere, sabía muy bien que el único camino para formarse una opinión demandaba otras pruebas: examinarlo con el videotoscopio o hacerle una audimetría. Aquello le tomaría cierto tiempo. Se dirigió sin dilación hacia un recodo del consultorio, dispuesto a alistar su instrumental. Y mientras tanto, prosiguió distraídamente su interrogatorio, desgranando preguntas, acopiando toda suerte de datos sobre su joven paciente.

La mujer, muy aplicada, daba las respuestas. El niño no sufría enfermedades crónicas, nunca había padecido de otitis, no oía música en walkman, no utilizaba Q-tips en su aseo personal, no registraba antecedentes familiares de sordera. Sebastián, a cada respuesta, iba descartando posibles causales. Hasta que, en una de esas, la mujer soltó algo que no venía al caso. Afirmó que el padre del niño, del cual estaba divorciada y al que no veía hace dos años, tenía pie plano, y que esa desagradable malformación la había heredado su hijo.

Sebastián paró la oreja, como si ese comentario estuviera repleto de secretos, y advirtió que el niño se miraba los pies. Luego, concentrándose otra vez, o simulando que se concentraba en la conexión del cable de su linternilla, sufrió un leve acceso de tos.

– Hay una pregunta que no le he hecho – dijo entonces, lentamente. – ¿Puede decirme qué es lo que su hijo oye y qué es lo que no oye?
La mujer levantó la barbilla para responder:

– Lo que oye no tiene importancia, doctor. Escucha perfectamente la televisión, los ruidos de la calle, y a usted o a mí cuando le hablamos. Me inquieta más bien lo que no oye. Nunca obedece lo que le dice mi madre, ni tampoco lo que le dice mi padre –y dirigiéndose al niño –: ¿Es cierto lo que digo o no?

– Sí – dijo el niño, enfurruñado.

– ¿Y por qué no lo haces? – insistió la mujer.

– Porque no los oigo – dijo el niño.

– Ya ve, doctor. Dice que no los oye.
Juan Ramón se vio obligado a intervenir:

– ¿Por qué no oyes a tus abuelos? – indagó –. ¿Acaso hablan muy bajito?

– No lo sé –dijo el niño.

– ¿No te llevas bien con ellos?

– No lo sé – repitió –. No los oigo.
La mujer meneó enérgicamente la cabeza, como dando a entender que todo lo que le ocurría a su hijo la estaba poniendo muy nerviosa.
Procurando calmarla, Juan Ramón se volvió esta vez hacia ella:

– ¿Y usted vive hace mucho con sus padres? – preguntó.

– Sí, desde que me divorcié – dijo ella –. Una vez que me divorcié, regresé a la casa de mis padres. Eso habrá sido tres meses antes del accidente.

– ¿De qué accidente?

– Del accidente de mis padres – la mujer hablaba ahora más tranquila. Su hijo, que ya no se miraba los pies, había puesto una de sus manitos sobre el regazo materno –. Mis padres fallecieron en ese accidente horrible, el del avión que cayó al mar, hace un año.

Juan Ramón la observó en silencio, presa de un ligero temblor, como si una ventana se hubiera abierto de pronto dejando entrar un viento helado.

– Pero yo hablo con ellos todos los días, doctor – prosiguió ella –. A la hora del desayuno, antes de salir a trabajar, y también en las noches, antes de irnos a dormir. En casa todos vemos juntos la televisión, y charlamos animadamente largo rato. Mis padres son muy conversadores. ¡Pero este chico ni caso les hace!

Fernando Ampuero 2005

Fernando Ampuero concedió en exclusiva a The Barcelona Review su relato "Voces", como un adelanto de su libro, Mujeres difíciles, hombres benditos, que la editorial Alfaguara publicará en julio de 2005.


Agradeciemientos a la Web, Web

Mujeres y cuentistas!!

“Hay que confiar en nuestro trabajo, que es hacer que el mundo desencantado pueda volver a ser encantado”, afirmó Mary Louise Pratt, ensayista y profesora canadiense miembro del Jurado del Premio Extraordinario de ensayo sobre estudios de la Mujer Casa de las Américas. En la tarde del martes 27 de enero las cinco mujeres jurados abrieron los conversatorios en la sala Manuel Galich.

Luz Elena Gutiérrez de Velasco (México), coordinadora del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer del Colegio de México, contó sus experiencias en dicho centro, mientras que Lea Fletcher, ensayista y profesora estadunidense residente en Argentina, habló del papel de SUDESTADA – Asociación de escritoras de Buenos Aires– y de la revista y editorial que dirige: Feminaria, fundada en 1988 y de un amplio prestigio internacional en el campo de los estudios de género.

Fletcher anunció que el próximo número de Feminaria estará dedicada al tema de la mujer en Cuba y se refirió a la necesidad de propiciar un conocimiento entre las féminas, “incomunicadas y aisladas” por muchas razones.

La ensayista y profesora chilena Kemy Oyarzún –quien dirige la revista feminista Nomadías y la maestría en Estudios de Género y Cultura de la Universidad de Chile– habló de las experiencias resultadas de los seminarios mixtos que imparten en dicho centro con el concurso de un grupo de investigadores de varias disciplinas.

Al tomar la palabra Mary Louise Pratt se refirió a los logros y retos en los estudios de género, “cuyo propósito no es solo hacerle justicia a la mujer reconociéndole su espacio, sino entender cómo funcionan las sociedades.”

La profesora canadiense, Doctora en Literatura Comparada por la Universidad de Stanford (Estados Unidos), hizo un recorrido por la historia de los estudios de género y las nuevas teorizaciones en torno al tema. “Los movimientos internacionales de mujeres han sido modelos de las luchas por la justicia incluyendo de la actual antiglobalización”, afirmó Pratt quien recalcó el trabajo colectivo que caracteriza a las investigaciones en torno a la mujer.

Por su parte María del Camen Barcia (Cuba) -ganadora del Premio Casa 2003 en la categoría de ensayo histórico-social y quien fungía como moderadora de la mesa– expresó su preocupación por la aplicación directa de teorías que surgen en lugares con otras realidades. “Nuestro trabajo no es teorizar, no es para quedar en el plano teórico o narrativo sino para propiciar cambios y soluciones a problemas”, afirmó la ensayista, investigadora y profesora.

Una vez concluido este conversatorio fue presentado –por la investigadora cubana Maggie Mateo– el primer número de este año de La Gaceta de Cuba, concebido como homenaje a la mujer en la vida cultural cubana. Entonces se recordó que la primera revista femenina en lengua española apareció precisamente en Cuba en fecha tan temprana como 1811.

Los jurados del género de cuento definieron –algunos de manera más práctica otros teóricamente, pero siempre contando– sus ideas sobre lo que es el cuento y cómo se concibe.



Luis Aceituno (Guatemala) narró, de manera jocosa, su entrada en la literatura y afirmó “No hay verdadera escritura sin fascinación, sin obsesión”, “La literatura es un riesgo, ¡y un riesgo cabrón!”. Por su parte José Alcántara, narrador, ensayista y sociólogo dominicano, describió el cuento como “un chispazo que deslumbra” y leyó uno suyo: «El Zurdo», contenido en el libro La carne estremecida.

El narrador, poeta, dramaturgo y periodista peruano Fernando Ampuero afirmó que describir cómo contar un cuento es ir al corazón del escritor. “Me interesan los cuentos sencillos, sin ornamentos, que atacan desde la primera línea”, declaró. Luego de contar su acercamiento a la literatura y una hermosa vivencia en Hungría, Ampuero dijo: “Todo relato debe entregar una verdad poética, eso es fundamental en el cuento”.

María Laura Restrepo, reconocida narradora y ensayista colombiana dio lectura al prólogo de su libro Historia de un entusiasmo, originalmente titulado Historia de una traición. Ese texto fue escrito “compulsivamente” en 1984 en el Hotel Habana Riviera, luego del trágico final del primer intento para lograr un acuerdo entre el Gobierno y la guerrilla colombiana y en el cual la escritora tomaba parte como miembro de la Comisión negociadora.

Restrepo recordó ese triste momento de la historia colombiana donde las esperanzas de alcanzar la paz se vieron sangrientamente truncadas y expresó su entusiasmo actual, y el de su pueblo, por el hecho de que la Alcaldía de Bogotá está en manos del líder izquierdista Luis Eduardo (Lucho) Garzón. La escritora colombiana –premios Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1997), y Prix France Culture (Francia, 1998) por su novela Dulce compañía (1995)– es actualmente directora de cultura del distrito de Bogotá.

Hoy en la tarde concluyen los conversatorios con el de los jurados de Literatura brasileña. João Almino, Walter Galvani y Beatriz Jaguaribe hablarán sobre el Pensamiento y literatura en el Brasil de hoy, y dos horas después –a la cinco de la tarde– tendrá lugar la presentación de los libros ganadores del Premio Casa 2003, uno de los platos fuertes dentro del programa del certamen.

Enlaces Relacionados
· PEM - Casa de las Américas
· Más Acerca de Estudios de la Mujer
· Noticias de editor

Agradecimientos a la Web


Jurados del Premio Casa comienzan su trabajo de poda

La Habana, 20 ene (PL) Retirados del mundanal ruido, en la central provincia de Cienfuegos, los jurados del Premio Casa de las Américas 2004 se entregan de lleno a un trabajo de poda que les despeje el camino hacia las obras con mérito para erigirse ganadoras.

Es una labor de arduo desbroce, si se tiene en cuenta que deben remontar verdaderos bosques de páginas impresas: 526 textos de 24 naciones en los apartados de poesía, cuento, literatura brasileña. literatura caribeña de expresión francesa o créole y estudios sobre la mujer, que merecerá un lauro aparte.

De ese total, 240 volúmenes corresponden a poesía, lo cual contradice la tesis de que es un género en crisis; 165 a cuento, 82 a literatura brasileña, 15 a literatura caribeña y 23 a las investigaciones o ensayos sobre el tema de la mujer.

Argentina, un país de larga tradición literaria, encabeza la lista de participantes con 161 volúmenes, seguida de Cuba con 96, Brasil con 82, Perú con 29, Chile con 28 y México con 21. Esas son las cifras más relevantes.

Un grupo de personalidades relacionadas con el mundo de la literatura, bien como escritores o especialistas habituados a escrutarla, tienen a su cargo la tarea de leer a un ritmo trepidante y mantener indemne el juicio crítico.

Entre ellos se destacan la narradora colombiana Laura Restrepo, la poeta argentina Diana Bellesi y el peruano Aeruro Corcuera, el ensayista hatino Maximilien Laroche y el poeta y narrador guadalupeño Ernest Pepin.

Pero como los jurados no quieren, por deseo expreso, encerrarse en un metafórico castillo para devorar, como émulos de Pantagruel, toneladas de páginas, reclamaron su derecho de palpar de cerca la realidad cubana.

A tono con esa voluntad, Casa les preparó un programa de visitas a lugares de interés social, cultural e histórico, encuentros con escritores cubanos, conciertos. En reciprocidad, ellos ofrecerán mesas redondas y conferencias sobre temas como el Caribe en la hora actual, Pensamiento y literatura en el Brasil de hoy.

Un taller que ha despertado mucho interés es el titulado Cómo se cuenta un cuento, a cargo de narradores como la colombiana Laura Restrepo y el peruano Fernando Ampuero, entre otros.

Casa festeja por todo lo alto el XLV aniversario de un concurso que ha llegado a sus cuatro décadas y media de vida sin perder su dinamismo ni capacidad de renovarse.

También mantiene invicta la divisa bajo la cual fue creado: servir de puente para que cualquier escritor, residente lo mismo en una gran capital que en un pueblo remoto del continente, pueda llegar a entablar un diálogo palpitante con los lectores.

Enlaces Relacionados
· CIL - Casa de las Américas
· Más Acerca de Literatura
· Noticias de editor