sábado, septiembre 29, 2007

César Ángeles L.(Los años noventa y la poesía peruana)

Los años noventa y la poesía peruana*

1

A propósito del libro Cansancio, de Paolo de Lima, y otros poemas inéditos

César Ángeles L.** 20 de diciembre del 2000


I
*
Dos grandes discursos y algunos mitos de la poesía peruana contemporánea escrita en castellano, empiezan a crujir desde fines de los años 70 con actitudes como las del grupo LA SAGRADA FAMILIA, o con aquéllas, también insulares y a la retaguardia, como la de Mario Montalbetti —entre otros autores del período—; en un ambiente poético dominado por el colectivo de prédica iconoclasta HORA ZERO.

En los años 80, como bien se recoge en el prólogo de la antología La Última Cena (Lima, 1987), dos líneas principales se perfilan como neodiscursos poéticos en un horizonte verbal regido por el narrativismo y el coloquialismo. Ellas son: la poética estallante y vanguardista, posicionada en la marginalidad —no pocas veces lumpen—, del Movimiento KLOAKA, y otra más bien de reciclaje intimista de aquella retórica que se corporeiza hacia fines de los 50 —con el sello de la influencia anglosajona— sobre todo con la poesía de Pablo Guevara y, ya en los 60, con la de algunos otros autores como Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza y Luis Hernández.

La influencia predominante de la moderna poesía de habla (o escritura) inglesa, relegó a la sombra a otras nutrientes como las de la poesía francesa (principalmente los simbolistas y los surrealistas) o de la propia poesía española de comienzos del siglo XX y ese canto a la tierra, a la naturaleza, con dosis de espiritualidad y resonancias místicas. Pienso en autores como Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Francisco Bendezú, Juan Ojeda, César Calvo, Javier Heraud o Marco Martos. Otra línea desplazada fue aquélla que echaba raíces en tradiciones del Oriente, de características trascendentalistas; como se aprecia en la poesía de Leopoldo Chariarse, o en la de Javier Sologuren y su tenaz militancia en la poesía asiática a tal punto que es, además de reconocido traductor y promotor del haiku japonés, autor de algunos haikus en castellano. Hay, por cierto, otras líneas poéticas que pasan por igual trance a inicios de los 60 (como la poesía abiertamente política que se impuso entre los años 40, con los llamados «poetas del pueblo», y los años 50, con el Grupo Intelectual PRIMERO DE MAYO y con autores denominados «poetas sociales» como Alejandro Romualdo y su poema «Canto coral a Túpac Amaru, que es la libertad», a la cabeza). Pero no es motivo central del presente artículo ahondar en estas batallas al interior de la llamada «poesía culta» peruana e internacional (ya que, a estas alturas, es claro que lo que ha ocurrido y ocurre en nuestra poesía tiene varios y dinámicos vasos comunicantes con lo que acontece en otras tradiciones del mundo). Ni tampoco es un objetivo abordar esa antigua y mentada polémica entre «poesía pura» y «poesía social», que prácticamente copó nuestra escena literaria local hace ya casi cinco décadas. Por lo demás, los libros de Wáshington Delgado, Juan Gonzalo Rose y del propio Guevara, demostraron que tal dicotomía —harto esquemática— fue sólo pertinente, en su época, para contribuir a afinar los análisis de nuestra joven crítica literaria; pero que en la práctica de la escritura misma, como en la vida, se imponía la relación dialéctica entre lo llamado «puro» —léase: «lírico» o el referente individual— y lo llamado «social» —léase: la actitud épica, e incluso dramática, ya definida desde la antigüedad griega—. Esta comprensión dialéctica continuó enriqueciendo nuestra tradición poética durante los 60, con libros como Canto Ceremonial contra un Oso Hormiguero (1968), de Cisneros, o con los dos primeros libros de Hinostroza y su explosivo estilo, al uso pop, de cruzar temáticas y lenguajes de registros aparentemente alejados entre sí (aquí, la referencia principal es a Contranatura —1971). A inicios de los 70, y con otra promoción de autores, tal fenómeno no variará en lo fundamental, sumando variantes más localistas que optan por situar la poesía en las calles de Lima y otras urbes del Perú.

Tampoco es ocasión para detenerse a discutir sobre las múltiples y complejas interrelaciones entre escritura y proceso social; pero como bien se aprecia, para el caso peruano, en la interesante Introducción de la antología de poesía peruana El Bosque de los Huesos (México, 1995) 1, publicada por José A. Mazzotti y Miguel Angel Zapata, éstas son poderosas y siempre aparecen, de un modo u otro, en las creaciones literarias y artísticas.

Repasemos a grandes rasgos, sin embargo, algunas características principales del período histórico más reciente antes de entrar de lleno en la materia literaria que aquí nos convoca.

*

II

*

2.1. En Occidente, es ya un lugar común decir (o escuchar / leer) que los años 80, y los que les siguen, corresponden internacionalmente a una crisis del discurso utópico y, asimismo, al desmoronamiento de los llamados «socialismos reales». En el ámbito del pensamiento político-filosófico, ello se expresó en el cuestionamiento de los paradigmas que explicaban la sociedad a partir de sus estructuras, con factores determinantes y modelos «totalizantes». La desintegración final de la otrora U.R.S.S. (1991) y de los varios regímenes burocráticos de su entorno geopolítico en «Europa del Este», así como la caída del muro de Berlín (1989), sellan este proceso reforzando dos fenómenos: 1) El bombardeo de los medios de comunicación anunciando la derrota definitiva del comunismo, y 2) la sistemática publicidad, a escala global, acerca del triunfo per secula seculorum del capitalismo (hoy bajo el modelo neoliberal), del llamado sistema democrático y, en fin, del reino de las libertades individuales. Pero ni las aspiraciones revolucionarias de los condenados de esta tierra han pasado, en la práctica, al olvido, ni son anecdóticas las condiciones de miseria contra las que tienen que luchar.

Asistimos a un distanciamiento de los paradigmas de la modernidad. Esto es, principalmente, que ante la fe en la razón como instrumento de progreso, se dirige más bien la mirada hacia la heterogénea problemática del individuo, hacia la «dispersión» social. La sociedad es percibida no en su carácter estructural, con una estructura que determine a las otras (economía, política, cultura), sino en su carácter contingente, donde se encuentran una serie de factores, disgregados, no necesariamente articulados entre sí; lo que niega aquel supuesto central. A través de estos discursos se acentúa la contingencia individual y se reivindica ya no el desarrollo social, ni los intereses o necesidades de las mayorías oprimidas, sino la búsqueda de la felicidad del individuo, de su realización personal. A esta última expresión, se la ha identificado como una manifestación contemporánea del narcisismo: un fenómeno finalmente desestructurador de cualquier realidad que vaya más allá del ombligo —o del pez que se muerde la cola, para decirlo más poéticamente—.

Aun cuando esto haya servido, sin duda, para cuestionar vacíos y obsolescencias del pensar y quehacer políticos, rebasados por la dinámica de las tranformaciones políticas y sociales, el mainstream de aquel instrumentario teórico sirve de comparsa al poder, a la lógica de exclusión del capital y al proyecto político del liberalismo. Nuevos y refrescantes ensayos teóricos tienden a ser instrumentalizados, u otros no tan nuevos ni refrescantes nacen ya con una manufactura ideológica. Si bien su postulado común es el rechazo a la ideologización, sirven a la reproducción de discursos con profundo contenido ideológico. No es el capitalismo, en donde no hay lugar para todos, el problema; ni tampoco lo es la democracia liberal, que legitima el poder de las clases hegemónicas. Ahora se pretende curar con aspirinas al enfermo de cáncer.

2.2. Es verdad que durante los 80 hubo un reflujo generalizado de las luchas sociales. Y aunque no todo se detuvo absolutamente, durante esos años se estimuló, de modo intenso y apelando crecientemente al poder de los canales de información (lo que no significa, para nada, el abandono de las prácticas represivas en sus diversas formas), la desmovilización ciudadana en sus vertientes más radicales y críticas. El surgimiento de nuevos actores políticos pone sobre el tapete una serie de reivindicaciones no centrales de la lucha de clases, que sin embargo responden a la álgida cotidianeidad de Occidente en su proceso de post-industrialización: las luchas contra la discriminación de género, por la conservación del medio ambiente, por mayor participación ciudadana, entre otras. En última instancia, va desapareciendo de la dinámica discursiva, y de la práctica política, el cuestionamiento a la sociedad capitalista, y se afirma y legitima el sistema demócratico liberal.

Consenso social y protesta al interior del sistema han servido siempre como válvula de escape al descontento general; han sido, pues, piezas esenciales en la reproducción y legitimación del orden. La renovación del rostro de las luchas políticas y sociales evidencia, sin embargo, una nueva crisis en Occidente, y su proceso de asimilación dentro de las instituciones políticas del Estado y de la llamada sociedad civil marca un nuevo momento en los mecanismos de articulación del sistema basado hasta ese momento en el modelo clásico del compromiso social. Al final, el sistema se moderniza y el consenso continúa siendo elemento fundamental para ejercer control, y represión, por supuesto. Este proceso va unido a una creciente despolitización de los movimientos sociales y al creciente desinterés de las nuevas generaciones por los problemas de la sociedad. Sin embargo, más allá de este reflujo, superviven flancos de la sociedad que no renuncian a las luchas, que rechazan armónicos acuerdos por medios legales y que no rehuyen la confrontación hasta las últimas consecuencias con el poder 2.

Pero conviene no ir tan de prisa y hacer las precisiones del caso, ya que lo anterior resulta más visible en países donde las diferencias socio-económicas son más extremas: en el llamado Tercer Mundo. En los países ricos, el modelo de consenso social cumple ciertas funciones, y por eso su desgaste no es tan abrumador. La despolitización ya aludida se presenta con diversos grados y heterogéneas manifestaciones en el mundo. En países como el Perú, donde las clases dominantes no llevaron a cabo jamás un proyecto nacional ni revolucionario —encuadrado en sus específicos intereses de clase—, tal hecho, sumado al descrédito de los políticos y sus partidos, se presenta de modo grotesco. Basta asomarse un poco al escenario político nacional para comprobar lo dicho. Aquí triunfan los «independientes», los sin partido. La propia experiencia popular, desgarrada y mil veces traicionada por la política oficial, izquierda parlamentarista incluida, mueve a pasar de las palabras y apostar por la intuición y el individuo. No interesa la doctrina, el programa. Interesa la imagen, el caudillo. Y gobernar es igual a robar, y saludar a la bandera es igual a no comprometerse. En otras sociedades, incluso del área latinoamericana, tal desencuentro entre práctica política y sociedad presenta otras variantes menos dramáticas.

2.3. En diversas partes de América Latina, pero específicamente en el Perú, la restauración del juego (sic) democrático durante los 80 —lo que algunos llamaron «vuelta al orden»; es decir, al orden constitucional anterior a los períodos de dictaduras militares— tampoco trajo el bienestar para las mayorías ni las libertades anunciadas a todos los vientos; sino, inversamente, trajo el desmoronamiento de las promesas de siempre y más crisis, más desempleo, más problemas y más miserias para las clases populares (pequeña burguesía incluida).

De ahí que no debe sorprender a nadie que un ánimo desencantado recorra los países de la llamada «periferia», contra todo «lo oficial» y «lo institucional». Específicamente, desde comienzos de esta década: la que cierra un milenio, y abre otro. Las noticias periodísticas virtualizan y ocultan la información; pero no pueden ocultarla toda. Así, no es difícil comprobar que por todas partes rebrotan enfrentamientos contra el poder y sus aparatos de represión.

Este marco nacional e internacional, abusivamente recortado aquí, es el que corresponde a la (auto)presentación pública de las últimas dos promociones de escritores peruanos. En poesía, y como es costumbre desde que el dorado mito de la juventud sentara sus reales en nuestra tradición durante los 60, se las ha llamado: generación del 80 y generación del 90. Los poetas peruanos aparecidos en la última década son, pues, nuestros novísimos. Los del 60 y del 70 serían los seniors, y los del 80, los hermanos mayores (ahora también hay hermanas). Las desiguales relaciones entre los / las miembros de estas promociones, sus inevitables diferencias, antagonismos y afinidades, son el cuerpo real y dinámico de esta libre caracterización.

Veamos ahora cómo todo lo anterior encuentra o no lugar —mediante la transposición poética— en la escena literaria culta del Perú, y, más concretamente, en la poesía de uno de los autores representativos de la Lima de los 90.

Continúa...

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Notas


* El presente ensayo fue escrito entre setiembre de 1997 y enero de 1998, y revisado para su versión final en diciembre de 1999. Desde entonces, debido a diversas razones, propias y ajenas, se ha mantenido inédito. Estamos ya a comienzos de un nuevo siglo, y creo que en lo esencial el texto se mantiene vigente tanto en el panorama general, la reflexión valorativa sobre los 90 como lo concerniente a la poesía de Paolo de Lima, en particular. Los más recientes acontecimientos políticos en el Perú y el mundo, así como haber leído, en estos meses, nuevas composiciones inéditas de largo aliento y que rompen su marcada tendencia al poema breve, me reafirman en lo dicho. Razones por las que ahora se hace público, manteniendo fundamentalmente su forma del año pasado donde además se incluye un «glosario mínimo» para el público no peruano. (C.A.L., octubre 2000)

** Escrito con la colaboración de Guillermo Ruiz

Con respecto a este texto (que fue recibido con apasionado afán polémico por algunos autores del 70), quiero expresar mi posición porque lo considero un aporte en el esfuerzo por desarrollar una nueva crítica de la poesía peruana contemporánea, entre otras cosas. El aparato teórico que en él se maneja es ciertamente renovador y útil en el panorama de la crítica literaria y cultural peruana. Considerando ello, nada avanzaríamos si no impulsásemos la discusión sobre sus problemas o vacíos.

La Introducción a El bosque..., es un estudio y reivindicación de las voces aparecidas en la poesía peruana de los 80, en el marco de los últimos cuarenta años; respondiendo, de paso, a cierta idea —o provocación— de que esta promoción constituyó «una década perdida». Asimismo, sale al frente de la caza de brujas que promovió la revista Caretas (Cf. # 1228 y 1229, setiembre de 1992) contra algunos autores contestatarios de los 80, cuando ocurrió la captura de Abimael Guzmán —jefe de «Sendero Luminoso»— en 1992.

Según el análisis y valoración del mencionado texto, de manera clara y directa —y, en líneas generales, correcta— se caracteriza políticamente la actitud y la poética del Movimiento HORA ZERO, en los 70, como «populistas». (Hace falta, sin embargo, un análisis crítico serio de la obra producida en las últimas tres décadas por quienes integraron —o adhirieron a— este grupo, que sustente esta afirmación y establezca sus alcances). Y aun más, correlaciona ello con el «narrativo-coloquialismo» exacerbado y entronado en la poesía de esos años, e inclusive con el populismo de la dictadura del General Velasco (1968-1975).

Pero no hay una actitud crítica semejante cuando se refiere a la dicción «retro» de los 80, o a aquellas voces «disonantes» a fines de los 70, ni cuando habla de las poéticas de Cisneros y, principalmente, Hinostroza —con todo lo cual se establece una continuidad retórica, un mismo curso—. En relación a ésta y otras poéticas afines, la Introducción carece de una crítica política y de una caracterización correlativa. Hay algunas aproximaciones en este sentido, al decir que Contranatura, de Hinostroza, tiene «un afán libertario» o que el Movimiento KLOAKA —cuyos logros también son relievados—, en los 80, recreó «una experiencia social desquiciada, violenta y altamente anárquica». Se valora ello, pero no se profundiza en sus límites ni en las causas de los mismos; restando claridad para ver esos nuevos árboles del frondoso bosque que es la poesía peruana. Quizá las razones esbozadas al inicio de esta nota expliquen por qué el texto de Mazzotti y Zapata, en lugar de profundizar en este camino, lamentablemente recaiga en el hábito (igualmente practicado por los horazero, en relación a otras promociones: especialmente a la llamada «generación del 60») de contraponer una generación, o grupo de poetas, a otra. Así, los autores asumen un uso del concepto de «generación» (en referencia a quienes publicaron sus primeros poemas en una misma década) puesto en cuestión —aun por ellos mismos— para los análisis literarios y culturales. Pero si se trata de diferenciarse de prácticas, ideas y emociones consagradas y ya caducas, la mejor manera es fundando prácticas, ideas y emociones de otro tipo, tanto en la creación como en la crítica. Es decir, confrontando una posición con otra; más allá, pues, de escaramuzas finalmente de individuos, grupales o mal llamadas generacionales.

¿Existe realmente, en el Perú de estos últimos años, una posición nueva ante la literatura y ante la vida misma, que se diferencie, en esencia, de la consagrada en el período de los 60 y 70? Creo que, asumiendo los aciertos y la pertinencia de la Introducción a El Bosque..., aún (nos) harían bien dosis de autocrítica para sentar la diferencia con el pasado y abrir o consolidar nuevos caminos. He aquí algunas tareas pendientes para quienes se interesen en situar —y hacer— la actual poesía peruana.

Hay que tener presente revueltas masivas como en Los Angeles, París y la más reciente en Seattle —incluidas sus secuelas frente a otros foros económicos mundiales realizados bajo la ensangrentada bandera del capital y la globalización—, así como las sonadas manifestaciones de la izquierda radical en Berlín. Desbordes, todos ellos y otros más, que expresan que dicha articulación social puede tambalear aunque no encuentren su referencia inmediata en proyectos programático-globales.

Agradecimientos a la Web.


jueves, septiembre 27, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

CUENTO MENSUAL

El pequeño vigía lombardo

Sábado, 26


En 1859, durante la guerra por el rescate de Lombardía, pocos días después de la batalla de Solferino y San Martino, ganada por los franceses y los italianos contra los austríacos, en una hermosa mañana del mes de junio, iba un pequeño escuadrón de caballería de Saluzo por estrecha senda solitaria hacia las posiciones enemigas, explorando el campo atentamente el terreno.

Mandaban el escuadrón un oficial y un sargento; todos miraban a lo lejos, delante de sí, con los ojos fijos y silenciosos, preparándose para ver blanquear a cada momento a otro, entre los árboles, y las divisiones los uniformes militares de las avanzadas enemigas.

Llegaron así a una casita rústica, rodeada de fresnos, delante de la cual sólo había un muchacho de cómo unos doce años, que descortezaba una gruesa ramita con una navaja para hacerse un bastoncito; en una de las ventanas de la casa tremolaba al viento una bandera tricolor; dentro no había nadie; los aldeanos, después de izar la bandera, habían desaparecido por miedo a los austríacos.

En cuanto el chico divisó la caballería, tiró el bastón y se quitó la gorra. Era un guapo muchacho, de aire descarado, con ojos grandes y azules, los cabellos rubios y largos; estaba en mangas de camisa y se le veía el desnudo pecho.

-¿Qué haces aquí? -le preguntó el oficial, parando el caballo-. ¿Por qué no has huido con tu familia?

-Yo no tengo familia -respondió el muchacho-. Soy huérfano. Trabajo algo de servicios para todos. Me he quedado aquí para ver la guerra.

-¿Has visto pasar a los austríacos?

-No, desde hace tres días.

El oficial se quedó pensativo; después se apeó del caballo, y, dejando a los soldados allí, frente al enemigo, entró en la casa y subió hasta el tejado... La casa era baja y desde el tejado sólo se abarcaba una pequeña extensión de terreno. «Es menester subir sobre los árboles», dijo para sí el oficial; y bajó.

Precisamente delante de la era había un fresno muy alto y flexible, cuya cumbre casi se mecía en el azul del cielo en las nubes.

El oficial permaneció un instante indeciso, mirando ya al árbol, ya a los soldados; después de pronto preguntó, al muchacho:

-¿Tienes buena vista, chico?

-¿Yo? -respondió el muchacho-. Le aseguro que veo un gorrioncillo a una legua de distancia.

-¿Sabrías subir a lo alto de aquel árbol?

-¿Dice usted a la cima de aquel árbol yo? En medio minuto estoy arriba.

-¿Y sabrás decirme lo que veas desde allí arriba, si son soldados austríacos nubes de polvo por esa parte, fusiles que relucen, caballos...?

-¡De seguro que sí sabré!

-¿Qué quieres por prestarme este servicio?

-¿A mí? ¡Qué ocurrencia! -¿ Qué quiero? -dijo el muchacho, sonriéndo-. ¡Nada, naturalmente! ¡Faltaría más! Y después Si fuese por los alemanes, ¡ni hablar!; pero se trata de los nuestros, ¡Si yo soy lombardo!.

-Bueno. Subete, pues.

-Espere que me quite los zapatosd.

Se quitó el calzado, se apretó el cinturón, tiró la gorra a unas matas de hierba y se abrazó al tronco del fresno.

-Pero oye mira... -exclamó el oficial con ánimo de detenerlo como sobrecogido por repentino temor.

El muchacho se volvió hacia él, mirándole con sus hermosos ojos azules, en actitud interrogante.

-Nada, nada -dijo el oficial-. Sube.

El muchacho se encaramó como un gato.

-Vosotros -¡Mirad delante de vosotros! Grito el oficial a los soldados- mirad hacia adelante.

En un santiamén estuvo el chiquillo en lo más alto del árbol, abrazado al tronco, con las piernas entre las hojas, pero dejando al descubierto su pecho; dábale el sol en la rubia cabeza, que brillaba como el oro. El oficial apenas le veía, por lo pequeño que resultaba a aquella altura.

-Mira hacia el frente y nuy lejos -díjole el militar.

El chico, para ver mejor, sacó la mano derecha del árbol y se la puso sobre la frente a manera de pantalla.

-¿Qué ves? -preguntó el oficial.
El muchacho inclinó la cara hacia él y, haciendo bocina con una mano, respondió:

-Dos hombres a caballo en lo blanco del camino.

-¿A qué distancia de aquí?

-Sobre media legua.

-¿Se mueven?

-Están parados.

-¿Qué otra cosa ves? -le volvió a preguntar el oficial tras un momento de silencio-. ¡Mira hacia la derecha!

El chico volvió la vista hacia el lado indicado, y luego dijo:

-Cerca del cementerio, entre los árboles, se ve relucir algo que brilla. Parecen bayonetas- declaró el pequeño

-¿Ves gente?

-No, señor. Se habrán escondido en los sembrados.

En aquel momento un silbido de bala muy agudo se oyó por el aire, yendo a perderse lejos, detrás de la casa.

-¡Bájate, muchacho! -gritó el oficial-. Te han visto. No quiero saber más. Vente abajo..

-Yo no tengo miedo- respondió el valiente muchacho.

-¡Baja!... -repitió el oficial-. ¿Qué más ves ala izquierda?

-¿A la izquierda?

-Sí, a la izquierda.

El chico volvió la cabeza hacia la izquierda; en aquel instante otro silbido más agudo y más bajo que el primero cortó el aire. El muchacho se oculto todo lo que pudo.

-¡Vaya- -exclamó-. ¡La han tomado conmigo! -La bala le había pasado muy cerca.

-¡Abajo! -gritó el oficial con energía y furioso.

-Bajo en seguida bajo -respondió el chico-; pero el árbol me resguarda; no tenga usted cuidado. ¿A la izquierda quiere usted saber?

-A la izquierda -repuso el oficial-; ¡pero bájate!

-A la izquierda -gritó el niño inclinando el cuerpo hacia aquella parte-, donde hay una capilla, me parece ver...

Un tercer silbido rabioso pasó por lo alto, y casi al instante se vio al muchacho venir abajo, deteniéndose un segundo en el tronco y en las ramas, para luego caer al suelo de cabeza con los brazos abiertos.

-¡Maldición! -gritó el oficial, acudiendo en su ayuda.

El chico había caído de espaldas, quedando tendido con los brazos abiertos, hacia boca arriba; un arroyo de sangre le salía del pecho por la parte izquierda. El sargento y dos soldados se apearon de sus caballos; el oficial se agachó y le separó la camisa: la bala le había penetrado en el pulmón izquierdo.

-¡Está muerto! -exclamó el oficial.

-No, ¡vive! -replicó el sargento.

-Ah, ¡pobre niño, valiente muchacho! -gritó el oficial-. ¡Animo, ánimo!
Pero mientras decía «ánimo» y le oprimía el pañuelo sobre la herida, el muchacho giró los ojos e inclinó la cabeza: había muerto.

El oficial palideció y estuvo contemplándole unos instantes; luego lo acomodó poniéndole la cabeza sobre la hierba; se levantó y permaneció un momento mirándole. También le miraban, inmóviles, el sargento y los dos soldados; los demás estaban vueltos hacia el enemigo.

-¡Pobre muchacho! -repitió tristemente el oficial-. ¡Pobre y valiente niño!
Luego se acercó a la casa, quitó de la ventana la bandera tricolor y la extendió como paño fúnebre sobre el niño muerto, dejándole la cara al descubierto. El sargento colocó junto al muerto los zapatos, la gorra, el bastoncito y el cuchillo.
Aún permanecieron un momento silenciosos; después el oficial se dirigió al sargento y le dijo:

-Mandaremos que venga a recoger la ambulancia; ha muerto como soldado, y justo es que como a tal le demos enterrarlo.

-Dicho esto, dio al muerto un beso en la frente y gritó:

-¡A caballo!

Todos se aseguraron en las sillas, reuniose la sección y volvió reuniéndose el escuadrón, y reanudaron emprender su marcha.

Pocas horas después se rindieron los honores de guerra al valiente muchacho.
Al ponerse el sol, toda la línea de la vanguardia italiana avanzaba hacia el enemigo, y por el mismo camino que había recorrido por la mañana el escuadrón de caballería marchaba en dos filas un batallón de «bersalleros», el cual pocos días antes había regado, valerosamente, de sangre la colina de San Martino.

La noticia de la muerte del muchacho se había corrido ya entre aquellos soldados antes de que dejaran sus campamentos. El sendero del camino, flanqueado por un arroyuelo, pasaba a poca distancia de la casa. Cuando los primeros oficiales del batallón vieron el cadáver del pequeño tendido a los pies del fresno y cubierto por la bandera tricolor, lo saludaron con sus sables, y uno de ellos cogió en la orilla del arroyo, que estaba muy florecida, arrancó un puñado de flores y se las esparció por encima del cuerpo.

A continuación, conforme iban pasando todos los «bersalleros» cogían flores que arrojaban sobre el muerto; así es que en pocos minutos estuvo cubierto el muchacho de flores silvestres, y tanto los oficiales como los soldados le saludaban al pasar, diciendo saledos al pasar:

-¡Bravo, pequeño lombardo! ¡Adiós, niño! ¡Para ti, rubio! ¡Viva el héroe! ¡Loor a ti! ¡Adiós, precioso, Bendito seas! ¡Adiós!

Un oficial le puso la medalla al mérito su cruz roja, otro le besó en la frente. Y continuaban lloviendo las flores sobre sus desnudos pies, sobre el ensangrentado pecho y sobre la rubia cabeza. El parecía dormido sobre la hierba, envuelto en su bandera, con el rostro pálido y casi sonriente, como si se oyese aquellos saludos y estuviese contento de haber dado la vida por su Lombardía.


Noviembre

Los pobres

Martes, 29



Dar la vida por la patria, como el muchacho lombardo, es una gran virtud; pero no olvides tú, hijo mío, no descuides otras virtudes menos brillantes. Esta mañana, yendo delante de mí cuando volvíamos de la escuela, pasaste junto a una pobre que tenía en sus rodillas a un niño extenuado y pálido, que te pidió una limosna. La miraste y no le diste nada, aunque llevabas dinero en el bolsillo.

Mira, hijo mío, no te acostumbres a pasar con indiferencia delante la miseria que tiende la mano, y mucho menos por delante de una madre que implora imosna para su hijo.

Piensa en que quizá aquel niño tuviera hambre; piensa en la desesperación de aquella mujer. Imagínate el desesperado sollozo que sufriría tu madre si un día tuviese obligada a decirte:

«Enrique, hoy no puedo darte ni un pedazo de pan.» o Cuando doy diez céntimos a un pobre y éste me dice:

«Que Dios se lo pague y les dé mucha salud a usted y a los suyos», no puedes comprender la dulzura que experimenta mi corazón ante tales palabras y lo agradecida que le quedo al menesteroso. Me parece que con semejante augurio voy a poder conservaros con buena salud durante mucho tiempo; vuelvo a casa contenta y pienso: «¡ Oh, aquel pobre me ha dado bastante más de lo que yo le he entregado!»


Pues bien, haz que pueda oír alguna vez ese augurio provocado y merecido por ti; prívate de algo o saca de vez en haz tú por oír aguna vez buenoa auguriosanálogicos provocados, merecidos por ti; cuando saca unas monedas de tu bolsillo para ponerlo en la mano del viejo sin protección, de una madre sin pan, de un niño sin madre.

A los pobres les gusta la limosna de los niños porque no los humilla y porque se parecen a ellos al tener necesidad de otros. Por eso suele haber pobres en la puerta de las escuelas.

La limosna de un hombre es acto de caridad; pero la de un niño, además de caridad, es también como una caricia, ¿comprendes? Es como si de su mano se desprendiesen al mismo tiempo una moneda y una flor.

Piensa que a ti nada te falta, y que a ellos les falta todo; que mientras tú anhelas ser feliz, ellos con vivir se contentan con poder seguir viviendo.

Piensa que es un horror social que en medio de tantos palacios, por las mismas calles que pasan lujosos carruajes y niños elegantemente vestidos de terciopelos, haya mujeres y niños que no tienen qué comer.

¡No tener qué comer horror, Dios mío, que chicos como tú, tan buenos e inteligentes como tú, viviendo en populosas ciudades, no tengan qué llevarse a la boca y arrastren una existencia infrahumana, parecida a las fieras perdidas en un desierto! ¡Oh, Enrique No pases nunca más por delante de una madre que pide limosna sin dejarlev socorro en su mano una moneda!

TU PADRE"


lunes, septiembre 24, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

Noviembre

Los soldados

Martes, 22



Su hijo era voluntario del ejército cuando murió; por eso el Director va siempre a la plaza a ver pasar a los soldados cuando salimos de la escuela. Ayer pasaba un regimiento de infantería y cincuenta muchachos se pusieron a saltar alrededor de la música, cantando y llevando el compás con las reglas sobre la cartera. Nosotros estábamos en un grupo, en la acera, mirando. Garrón, oprimido entre su estrecha ropa, mordía un pedazo de pan; Votino, aquel tan elegantito, que siempre está quitándose las motas; Precusa, el hijo del forjador, con la chaqueta de su padre; el calabrés; el albañilito; Crosi, con su roja cabeza; Franti, con su aire descarado, y también Roberto, el hijo del capitán de artillería, el que salvó al niño del ómnibus y que ahora anda con muletas. Franti se echó a reír de un soldado que cojeaba. Pero de pronto sintió una mano sobre el hombro; se volvió: era el Director.

-Oyeme -le dijo el Director-, burlarse de un soldado cuando está en las filas, cuando no puede vengarse ni responder, es como insultar a un hombre atado; es una villanía.

Franti desapareció. Los soldados pasaban de cuatro en cuatro, sudorosos y cubiertos de polvo, y las puntas de las bayonetas resplandecían con el sol. El Director dijo:

-Debéis querer mucho a los soldados. Son nuestros defensores. Ellos irían a hacerse matar por nosotros si mañana un ejército extranjero amenazase nuestro país. Son también muchachos, pues tienen pocos más años que vosotros, y también van a la escuela: hay entre ellos pobres y ricos, como entre vosotros, y vienen también de todas partes de Italia. Vedlos, casi se les puede reconocer por la cara: pasan sicilianos, sardos, napolitanos, lombardos. Este es un regimiento veterano, de los que han combatido en 1848.

Los soldados no son ya aquéllos, pero la bandera es siempre la misma. ¡Cuántos habrán muerto por la patria alrededor de esa bandera, antes que hubierais nacido vosotros!

-¡Ahí viene! -dijo Garrón. Y en efecto, se veía ya cerca la bandera, que sobresalía por encima de la cabeza de los soldados.

-Haced una cosa, hijos -dijo el Director-; saludad con respeto la bandera tricolor.

La bandera, llevada por un oficial, pasó delante de nosotros, rota y descolorida, con sus medallas sobre el asta. Todos a la vez llevamos a tiempo a una mano a las gorras. El oficial nos miró sonriendo y nos devolvió el saludo con la mano.

-¡Bien, muchachos! -dijo uno detrás de nosotros. Nos volvimos a verle: era un anciano que llevaba en el ojal de la levita la cinta azul de la campaña de Crimea; un oficial retirado-. ¡Oh Bravo! -dijo-; habéis hecho una cosa que os enaltece.

Entretanto, la banda del regimiento volvía por el fondo de la plaza, rodeada de una turba de chiquillos, y cien gritos alegres acompañaban los sonidos de las trompetas, como un canto de guerra.

-¡Bravo! -repitió el bravo oficial mirándonos-. El que de pequeño respeta la bandera, sabrá defenderla cuando sea mayor.


Noviembre

El protector de Nelle

Miércoles, 23



También Nelle, el pobre jorobadito, miraba ayer el paso del regimiento a los militares; pero de un modo así, como pensando: «¡Yo no podré nunca ser soldado!» Es un buen chico y, además, estudioso; pero esta demacrado y pálido, le cuesta trabajo respirar. Lleva siempre un delantalde tela negra lustroza. Su madre es una señora pequeña y rubia, vestida de negro, que acostumbra acudir a la puerta de la escuela a la salida para evitar que salga en tropel con los demás, y lo acaricia mucho.

Como tiene la desgracia de ser jorobado, muchos chicos se burlaban de él en los primeros días y hasta le pegaban en la espalda con las bolsas; pero él nunca se enfadaba ni decía nada a su madre, para no darle el disgusto de saber que su hijo era objeto de burla por parte de sus compañeros. Se mofaban de él y el pobre chico sufría y lloraba en silencio, apoyando la frente sobre el banco.

Pero en la mañana se levantó Garrón y dijo:

-¡Al primero que toque a Nelle o se meta con él, le doy un testarazo que le hago rodar tres vueltas por el suelo!

Franti no hizo caso y recibio el testarazo de Garrón le propinó y el burlador dio tres vueltas sobre el pavimento. A partir de entonces, nadie se metió con Nelle.

El maestro le puso cerca de Garrón, en el mismo banco, y se han hecho se hicieron buenos amigos. Nelle ha tomado mucho cariño a su corpulento amigo;

Apenas entra en la escuela, le busca en seguida por donde anda, y nunca se va sin decirle: «Adiós, Garrón». Y lo mismo hace éste con él.

Cuando a Nelle se le cae una pluma o un libro debajo del banco, Garrón en seguida para que no tenga el trabajo del banco, enseguida para que no tenga de agacharse, Garrón anda se inclina y se los recoge el libro o la pluma, y después le ayuda a ordenar la bolsa y a ponerse el abrigo. Por todo ello, Nelle le quiere mucho, le mira constantemente y, cuando el maestro lo alaba, se pone tan contento como si le alabase, a él. Nelle tuvo que referírselo todo a su madre, tanto las burlas y lo que le hacían sufrir los primeros días como el comportamiento del compañero que le defendió y a quien tanto quiere y defendió y lo tomó tanto carino; debe habérselo dicho por lo sucedido esta mañana.

El maestro me mandó llevar al Director el programa de la lección media hora antes de la salida. Y yo Estando en su despacho entró la señora rubia, vestida de negro, madre de Nelle, la cual dijo:

-Señor Director, ¿hay en la clase de mi hijo un chico llamado Garrón?

-Sí, señora hay – respondió el director.

-¿Quiere ud tener la bondad de hacerle venir aquí un momento? Es que deseo decirle algunas palabra.

El Director llamó al bedel el portero y lo mandó al aula. Un minuto después llegó Garrón, muy extrañado con su cabaz grande y rapada, a la puerta. Apenas lo vio, salió la señora corrió a su encuentro, le echó los brazos al cuello, le dio muchos besos en la frente diciendo:

-¿¡Eres tú Garrón, el amigo de mi hijo, el protector de mi pobre niño!? Eres tú, hermoso…

Después buscó precipitadamente en sus bolsillos y en su bolso y, no encontrando nada, se quitó del cuello una cadenilla con una crucecíta y se la puso a Garrón por debajo de la corbata, diciéndole:

-¡Tómala, llévala en recuerdo mío, querido niño, en recuerdo de la madre de Nelle, que te da un millones de millones de gracias y te bendice!.


Noviembre

El primero de la clase

Viernes, 25


Garrón se atrae el cariño de todos, y Deroso, la admiración. Ha obtenido el primer premio y, con toda seguridad, será también el primero de la clase de este año, pues nadie puede competir con él; todos reconocen su superioridad en todas las asignaturas.

Es el primero en Aritmética, en Gramática, en Redacción, en Dibujo... Todo lo comprende al vuelo, tiene una memoria prodigiosa, en todo sobresale sin esfuerzo; parece que el estudio es un juego para él. El maestro le dijo ayer:

-Has recibido grandes dones de Dios; procura únicamente no malgastarlos.

Es también, por lo demás, alto, guapo, de pelo rubio y rizado, tan ágil, capaz de saltar por encima de un banco sin apoyar más que una mano sobre él; y ya sabe esgrima. Tiene doce años; es hijo de un comerciante; va siempre vestido de azul, con botones dorados; es vivaracho, alegre, amable con todos, ayuda a cuántos puede en el examen y nadie se atreve jamás a desairarlo o dirigirle una palabra malsonante.

Solamente le miran de reojo Nobis y Franti, y a Votino le salta la envidia por los ojos; pero él no parece darse cuenta. Todos le sonríen y le dan la mano o le cogen cariñosamente el brazo cuando pasa a recoger, con su acostumbrada afabilidad, los trabajos que hemos hecho. Regala periódicos ilustrados, dibujos, cuanto a él le regalan en su casa; para el calabrés ha hecho un pequeño mapa de Calabria; todo lo da sonriendo, sin pretensiones, a lo gran señor, y sin hacer distinciones de predilección por ninguno. Resulta imposible no envidiarlo y no sentirse inferior a él en todo.

Ah, yo también lo envidio, como Votino, y alguna vez experimento cierta amargura y siento una especie de inquina hacia él cuando apenas logro hacer los deberes en casa y pienso que Deroso los habrá terminado con muy poco esfuerzo. Pero luego, al volver a clase, viéndole tan sencillo, sonriente y afable; oyéndole responder con tanta seguridad a las preguntas del maestro, arrojo de mi pecho todo rencor, y me avergüenzo de haber dado cabida a tales sentimientos. Entonces quisiera estar siempre a su lado y seguir todos los estudios con él. Su presencia, su voz, su camaradería me infunden valor, ganas de trabajar, alegría y placer.

El maestro le ha dado a copiar el cuento mensual que leerá mañana: El pequeño vigía lombardo. Lo estaba copiando esta mañana, y estaba conmovido por el hecho heroico que se relata; se le veía el rostro encendido, los ojos húmedos y la boca temblorosa. Yo le miraba admirando sus hermosas cualidades, y con mucho gusto le habría dicho en su cara con toda franqueza: “ ¡Qué hermoso esta!” con gusto le hubiera dicho en su casa, francamente: «¡Deroso, tu vales mucho más que yo !Tú eres el hombre a mi lado!, ¡me aventajas en todo! ¡Yo Te respeto y te
admiro!»

domingo, septiembre 23, 2007

César Ángeles L.(La poesía de Domingo de Ramos y Pastor de perros.)

*
La poesía de Domingo de Ramos y Pastor de perros

4

César Ángeles L.
*

Breve Antología de Domingo de Ramos

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(Advertencia del editor: La organización espacial de los poemas aquí antologados puede no ajustarse a la versión original o a la intención del autor. Esto es una consecuencia de que, en formato HTML, la diagramación suele depender de muchos factores no fácilmente controlables, que van desde tamaño de pantalla hasta de letras.)


El viaje... primer encuentro

(fragmento final)

II

Llovizna de otoño Se descorre el día con sus criaturas eléctricas
frescas radiaciones manaban de las paredes de los bronces de los troncos el parque...
La pólvora que se enciende como una calabaza en los cerros
aroma y muerde la madera dormida de las bancas
La avenida (nemorosa visión del caos contra las calles puras y solitarias)
donde soñolientos paseamos la bajeza del cielo
algo grasientos y humorosos mientra el rumor del gentío
nos ahoga hasta taparnos la boca del estómago
y arrojar arrojar lo sucio inimaginable de la noche que se avecina
que nos atrae a sus ojeras a sus oscuras azoteas a su sagrada floración
que nos desnuda los pulmones
y el trozo de fuego que nos llevamos a la boca
navegamos madurando las formas del asalto
agazapados bajo un toldo de agua y colectores de basura
pasa uno pasan dos y saltaron las puntas como una cicatriz elástica
sobre la espalda entrecerrándonos los ojos
como rasguño de chaira deslineando la calva calma del estanque
desfalleciente las piernas se doblan sobre un charco de grasa
un hilillo albo corre hacia los huecos y una sarta de filtros
cae sobre la noche bajo el dulce resplandor de las luciérnagas
más allá nuestras mentes turbulentas confluyendo con el viento
que se inclina en el mar y en el pecho que vuela devorado por la luna
Rosa y verde son las calles y sus bombas
con perros empalados al inicio del crepúsculo
berridos subterráneos con remezones rojos y negros
bajo un fango de vidrios relucen los miembros blancos
de las torres tranquilas Mostaza y orín
Fríos goterones grasientos resbalan sobre estas piedras aromáticas
que nos llegan como ombligos y serpientes que nos perforan
y nos llagan que nos limpian de estas ramas que crecen inexplicablemente
en las axilas a una incierta temperatura de las cuatro
mientras presurosos y desconfiados gatos se alejan
carros y triciclos vagan fantasmales por el asfalto
y entre magros edificios se eleva el Humo
tropezamos con fronterizos vigías y tranqueras eléctricas
pasivas fieras que aguardan el día para huir y dejarnos
caminar solos contra la marea
por las esquinas abordadas y repletas de cuerpos sudorosos
la calle se hinca a la hora de la imagen
profanos negros danzan sobre el manto morado
frente al templo pasan las rezadoras de octubre
interminables con sus gruesos cirios alumbrando el paso redoblado
de la muchedumbre profusas y cínicas lágrimas caen en las túnicas
como una columna de cera se derraman sus pies al amanecer
oliendo a cieno a hierbajo puro
Avanzamos con los pies morados y la cabeza caliente
con el pecho abollado y el color de la bandera
de los que jamás vuelven incomprensiblemente del miedo
de aquellos que hacen parajes en los pueblos
con sus días inexplicables y su mutismo sanguíneo
de piedra y plomo quebrados por rodajas candentes
cortando campánulas de humo con esos ojos
que allanan los profundos cuencos de los topos
y nos detuvimos bajo la cruz del cerro Hora del contacto
de estos billetes que serán dados a cambio del Humo
el Pastor nos llama para estar reconciliados con nuestra angustia
oh tú que tomas el timón del vuelo nítido y sabio
condúcenos por estos caminos para estar tranquilos y aparejados
con la brisa marina idénticos como un país en ciernes
anochecidos y abrumados sin más señal que tenues brasitas entre los dedos
A la bajada sueltos como botadura de un sueño
el Pastor y sus perros nos envuelve en una larga conversación
arisco ininteligible paciente nos invita
a la choza de la Tía donde todos lo abrazan y los perros esperan
hay algo bajo el efecto de la bebida que los emparentan
zamboshijos chinocholos noteconozco santos y beatas pintadas de coloretes
cuarterones quinterones grifos sacatrás sebosos íncubos desnudos
el Patrón del infinito vírgenes del acasito octavones y melchoritas
el Señor de la vela y de la paja
y en medio el pastor proxeneta el repartidor de claveles
el que nunca acaba como una ola de fondo
que no sabe qué arrastra si una ciudad o una invasión
o nada rodeado de perros y hermosas perras haraposas y violentas
resuelto y altivo en sus palabras hay otra voces otras sombras
que se colisionan que defecan se desaliñan al instante que se abisma
sobre una almohada de clavos y se desuella el cuerpo como cascajos
y sentimos el suelo como corredores de plumas
o cuchillos como pájaros tajándonos las piernas
Es el fin Es el comienzo de las desfiguraciones
atrás están los rayos los temblores los ekekos borrachos
los ángeles levitando con sus esqueletos desprendiéndose entre las llamas
perros apocalípticos racimos de credos carniceros seccionando repollos
genios y madrastras rodando el mundo grutas de incienso y mirra
abovedando el cielo salino espiritistas y chamanes thimolina
y agua de rosas flores y cartuchos de hostias cántaros fundiendo el rostro
de la zozobra la avaricia de un sueñohalcón rasgando las altas copas
de donde se empieza o se acaba como el filo del hacha
siempre un comienzo siempre un final
una nueva choza nos protege
una nueva estación donde pasar las noches
con una llovizna diáfana un agosto tranquilo lejos de septiembre
con sus viejas horas cayéndose a pedazos
sin ninguna referencia de volverse atrás
sólo el gentío en un bloque de sal corroe el camino
y barridos por un viento que presagia esta dicha o desdicha
de volcarnos año tras año con toda nuestra escuadra
brutos por el Humo quemándonos bajo la suave ala de la noche.

(de Pastor de perros)



De la madre

Bendijese oh sí el altar de este catre desnudo
Allí entre velas que calentaban las arrugadas manos de la madre
Vacié todo mi aliento y sobre un puñal de cenizas recordé
La nervuda arena que entraba hasta taparme los pies
torciéndome en un lado diurno y otro oscuro en esta pared
de esteras como plástico barroso que el invierno apaga
y me hablasen de aquella que sobre el polvo me ha hecho
Ella que transida bajaba ululando su tordilla cabellera
por la pendiente haciendo trazos torpes por el peso de la tardanza
O por el sol lastimando sus pómulos su frente sudorosa
Como creí verla al ser arrojado sobre unas sábanas
blancas que amortiguaban mi caída En ese lejano
sembrío de viñas y yo como un recién llegado recibí
estos ecos como si me aserrase el pecho lentamente
entre el rumor de los primus y voces que se cuelan
y hachan las sombrosas telas que aún apañan las hendiduras
del tiempo y ella se levantase y yo en el sitio donde no debo
y me dijese como un arrebol curtido racha y silente
con que me despierta y aún cegado por lo inesperado
me levanto a tientas a danzar alrededor de su falda
y ella cavilosa y runa contempla el paisaje
donde dirigió su rostro limpio hacia todos los aires
!Oh ya no será más el aceite tierno de las madrugadas violáceas
ya no seré el hijunagramputa que se incendia falcado
en su regazo y me abrace con su chompa podrida sus cerezos
sus agujas su jardín metálico en que el padre se arrecuesta
como un ocaso mi arrobamiento ante sus palabras necias y dulces
como machacados ajos me llega su llanura sus manos
sus consejos escayolados sobre mi mente que se acrece y se arruga
en tiempos en que me devoran estas faenas impuras y sangrientas
que partían mis noches oh la oscura y china noche como diría
el padre al cerrarse el bar al borde del estribo
una mujer como el día me golpea en la nuca y yo quisiera
al voltear mi tristeza en su tristeza
y bendijese oh sí el altar de este catre desnudo me dé
su inextirpable sonrisa que me azula.

(de Pastor de perros)


La cena de las cenizas

(fragmento)

Dormí así y traspasé el clima de mi vida
con una mujer de labios impresionista que ha retorcido los ejes de este cielo amanerado
que ha guíado mis labios a su epicentro a ser manchas balbucientes y cuando quise subir
por sus rampas la ciudad se desvaneció y quedó un cúmulo de nombres conchos y necróforos
salvajes saltando desde las llamas

......................Perverso mes de leopardante luz bajo sus zarpazos pienso y pierdo metros de películas
¿Ser o no ser? Los actores sienten un terror primitivo Renuncian y Altamira agoniza Es entonces que me siento
dios e interpreto y dirijo como un Orson Welles a los espectros que mi mente mueve como moviolas
sobre la tela negra de esta historia que termina de cuyas cenizas son mis ojos porque mis ojos no ven más
que ciudades hostiles y aldeas sucias Reinos de bonzos Vertebradas maldiciones Marejadas campesinas
en los chichódromos en los salsódromos en los hipódromos la rancia multitud hueca que a las 5 estallan
girando en los espacios sus roncos alientos oliendo a condones a animales desconocidos
justo en el crepúsculo que bardaban sus catres en silencio
Esto era yo a lo largo de la calle central oyendo canciones que ya nadie conoce Los muchachos del barrio
navegan en sus ciberespacios compran todo aquello foráneo a sus corazones y yo vuelvo los ojos
a esos ligeros virajes a los que me aferraba cada vez más viejo y menos sabio pero más altísimo
valveneando como trozos de papel en la llanura y llegaba sombrío arrellanándome en el sofá polvoso
mirando en la tv. mi enemiga imagen ya no la casta de mis abuelos ni mi descendencia migrada
sino otros colores otros sabores que no se parecen a un caucau con tallarines Confusión
¿Seré una procrita casta? ¿De ellos me recaeré como una vieja utopía? ¿Será esto un honor o un sacrificio?
Basculaba mi alma como una pluma arraigada en el aire Arcaicas son mis palabras
y desconozco las playas de Pompeya como ahora veo Altamira barro volcánico y escenas campestres
tiznados de lenguajes caóticos como corre el agua ante el verdor derrotado de sus pastos

(...)

¿Dónde están los demás? Calles con perfume de cantinas y boticas ahora chamuscadas por la sal del verano
Doblo hacia el centro Cuevasanta me espera bajo los tilos sin hojas Orinientas paredes como muelas de
mula se inclinan a mi paso Al fondo veo la endentadura de sus iglesias y giré hacia mi pasado
cuando pobladas sendas llenas de almas sumisas se tropezaban torpes y mareadas por el olor del tocuyo
y el ram ram de las mujeres en flor y yo yéndome con mi quimingo a la escuela fisgoneado
por sobones y maestros donde entro y salgo de una infeliz historia Ocaso repollo ocaso ya no hay
memoria y horneo la tierra plasmo vasijas para las lluvias y la desolación de un puñado de elefantes
con plantaciones locas e ilusiones y aluviones que vienen por mí Oh el norte no es un buen lugar
para morir La plaza es un desierto amotinado La niebla azogaba las piedras y se hace añicos su época
dorada como mi vida cuando era un obrero despedido y fatigado mientras voltejeaba las cometas
incoloras e inmerso en el silencio mestizo de sus playas de sus mercados tiempos con música
de grandes telenovelas Ahora Altamira yace en su tumba de estiércol y moco pero YO por el ser
el único sobreviviente sin pereza sin avaricia sin gula sin desprecio sin orgullo sin lujuria
sin traición sin patria armaré tu caos como un sueño de cachina arrancado de cualquier camino
y con gozozo afán de verdad dirigiré mi destino como ebrio policía de tránsito
Oh si volví casi quebrado atravesado cortado por un farol alejandrino
y dudé de lo que hice dudé como un condenado faite dudé del Supremo como Nazarín
dudé y dudé más
............................Oh si se rompiese estas tierras

.........................................................Oh rocas

....................................................................Oh espesura
..............................................................................Hasta cuándo?

(de Las cenizas de Altamira)


* * *

Agradecimientos a la Web.