sábado, octubre 06, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

*
Diciembre

La primera nevada

Sábado, 10


¡Adiós, paseos por Rívoli! Llegó la hermosa amiga de los niños. ¡Ya están aquí las primeras nieves! ayer tarde, a última hora, no han cesado de caer copos finos y abiertos a granel, tan gruesos como flores de jazmín. Esta mañana

Era un gusto, esta mañana en la escuela verla estábamos en clase, verla caercontra los cristales y amontonarse en los repechos sobre los balcones; también contemplaba el maestro el espectáculo y se frotaba las manos. Todos estábamos contentos pensando hacer bolas y deslizarnos por el hielo, para luego tener el placer de calentarnos junto a la lumbre en casa., en la nieve que vendría después, y en el lugar de la casa. Únicamente no se distraía Stardi, completamente absorto en la lección y sosteniéndose las sienes con los puños.

¡Qué hermosura! ¡Cuánta alegría hubo a la salida! Todos empezamos a correr y saltar por las calles, gritando, gesticulando, chsrlando, cogiendo las bolas de nieve y hundiéndonos, zambulléndonos dentro en ella como perritos en el agua. Los padres que esperaban fuera ya tenían los paraguas blancos; los guardias municipales también blancos sus quepis, estaban cubiertos de nieve, y blancas se pusieron en seguida nuestras bolsas y carteras. Todos parecían fuera de sí por la alegría, incluso Precossi, el hijo del herrero, el paliducho, que nunca se ríe, y Roberto el que salvó al niño del ómnibus, que el pobrecillo saltaba con sus muletas.

El calabrés, que nunca había tocado la nieve, hizo una pelota y empezó a comérsela como si fuera un melocotón. Crosi, el hijo de la verdulera, se llenó de nieve a la cartera; y el albañilito nos hizo desternillar de resa cuando mi padre le invitó a que fuese mañana a nuestra casa; tenía la boca llena de nieve, y, no atreviéndose como sabiendo si escupirla o tragarla, se quedó pasmado sin responder nada mirándonos. También las maestras salían corriendo y riéndose de la escuela; hasta mi maestra de la primera superior, ¡pobrecilla!, corría atravesando por la nieve, resguardándose la cara con su velo verde y sin parar de toser.

Entretanto centenares de muchachas de la escuela inmediatamente vecina pasaban como chillando y pisoteando sobre aquella blanca alfombra; los maestros, los bedeles y los guardias gritaban:

-¡A casa, a casa!- tragando copos de nieve y blanqueándose de los bigotes y la barba. Pero también se reían de la turba de chiquillos que festejaban el invierno.


***

“… Mucho festejáis la venida del tiempo invernal...; Pero hay niños sin pan, que carecen de abrigo, y no tienen de calzado sin lumbre para calentarse. Hay millares que bajan al poblado, después de un largo camino, llevando en sus manos ensangretadas por los sabañones, ateridas de frío un pedazo de leña para calentar la escuela. Hay centenares de escuelas rurales casi sepultadas en la nieve, tan desnudas y lóbregas como cavernas, donde los chicos se ahogan por el humo o dan diente con diente por el frío, mirando con terror los blancos copos que caen sin cesar, que se amontonan sin descanso sobre sus lejanas cabañas, amenazadas por los aludes de los témpanos de hielo. Mientras vosotros niños festejáis el invierno.

“¡Pensad en las miles de criaturas a quienes esta estación de invierno les trae la miseria y les produce la muerte!”

TU PADRE”

*

Diciembre

El albañilito

Domingo, 11


El albañilito ha venido hoy a casa, vestido con una cazadora y vieja ropa de su padre, todavía blanca todavía por la cal y el yeso. Mi padre deseaba que viniese aún más que yo. ¡Cómo le gusta! Apenas entró se ha quitado el viejísimo sombrero, que estaba cubierto de nieve, y se lo ha metido en un bolsillo; después ha venido hacia mí con su andar descuidado de trabajador cansado, volviendo aquí allá parte su cabeza, redonda como una manzana y con su nariz achatada roma. Y cuando fue al comedor, después de echar una ojeada a los muebles, se ha detenido mirando un cuadrito que representa a “Rigoleto” , un bufón jorobado, y le ha puesto la cara con su acostumbrado «hocico de conejo». Es imposible no reírse al verle hacer esa mueca.

Luego nos pesimos a jugar con palitos. Tiene una habilidad extraordinaria para hacer torres y puentes, que parece no se caen de por milagro; y trabaja en eso muy serio y con la paciencia propia de un hombre. Entre una y otra construcción me ha ido hablando de su familia: viven en una buhardilla; su padre va a la escuela de adultos, de noche, para aprender a leer; su madre no es de aquí, es de Biella. Deben quererle mucho, porque, aunque va vestido pobremente, está bien resguardado del frío con ropa cuidadosamente remendada y el lazo de la corbata bien hecho con exquisito gusto y anudado por su misma madre.

Me ha dicho que su padre es un hombretón, un gigante que apenas cabe por las puertas, pero bonachón; acostumbra llamar a su hijo «hociquito de liebre»; él, por el contrario, es más bien equeñín para la edad que tiene...

A las cuatro hemos merendado jntos pan y pasas, sentados en el sofá el uno junto al otro, y al terminar, y cuando nos levantamos, no sé por qué, mi padre no ha querido que limpiase el respaldo manchado de blanco por el albañilito había manchado de blanco con su chaquetón. Me ha detenido la mano y luego lo ha limpiado después él sin que le viéramos. Jugando, al albañilito se le ha caído un botón de la cazadora, y mi madre se cosió poniéndose él muy rojo, admirado y confuso, conteniendo el aliento. Después le he enseñado el álbum de caricaturas, y él, sin darse cuenta, imitaba las muecas de aquellas caras tan bien, que hasta mi padre no ha podido contener la risa. Aeastaba tan contento estaba al irse, que se ha olvidado de ponerse su viejo sombrero y, al llegar a la puerta de la escalera, para mostrarme su reconocimiento y gratitud, me ha hecho una vez más la gracia de poner el «hocico de liebre». Se llama Antonio Rabusco, y tiene ocho años y ocho meses...

¿Sabes, hijo mío, por qué no quise que limpiaras el sofá? Porque hacerlo viéndolo tu compañero era casi reñirlo por haberlo ensuciado. Y no convenía, e primer primeramente: porque no lo había manchado adrede, y, luego, porque lo había manchado con ropa de su padre, que se la había enyesado trabajando: y lo que se mancha trabajando no es suciedad, sino es polvo, cal o lo que quieras; barníz todo lo que quieras, menos suciedad. El trabajo no ensucia. No digas nunca de un obrero que sale de su trabajo:

«Está sucio.» Debes decir: «Tiene en su ropa las señales, las huellas de su trabajo.» Recuérdalo bien. Quiere mucho al albañilito, ante todo primero: porque es compañero tuyo, y, además, porque es hijo de un trabajador obrero.


TU PADRE.”
*

jueves, octubre 04, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

Diciembre

El comerciante

Jueves, 1

*


Mi padre quiere que cada día de fiesta o sin clase traiga a casa a uno de mis compañeros o que vaya a buscarlo, para ir haciéndome más amigo de todos. El próximo domingo fui a pasear con Votino, aquel muchacho tan bien vestido, que siempre se está alisando y que tanta envidia de Deroso.

Hoy ha venido a casa Garofi; aquel chico alto y delgado, con la nariz de pico de loro y los ojos pequeños y picaruelos, que parecen buscar por todas partes. Es hijo de un droguero. Un tipo muy original. Siempre está contando el dinero que lleva en el bolsillo: cuenta muy de prisa con los dedos y hace cualquier multiplicación sin recurrir a la tabla pitagórica. Hace sus economías, y tiene ya una libreta de la Caja de Ahorros escolar. Yo creo que no se gasta nada y, Es descibfiado si se le cae algo o una monedita bajo el banco, es capaz de estar buscando una semana entera. Deroso dice que hace como las urracas.

Todo lo que encuentra, plumas gastadas, sellos usados, alfileres, trocitos de velas, lo recoge cuidadosamente. Hace más de dos años que colecciona sellos de correos, y tiene ya tiene centenares de diferentes países en su gran álbum, que después venderá al librero cuando esté completo. Entretanto el librero le da los cuadernos gratis porque le lleva muchos chicos a la tienda lleno todo de él sumas y restas..

En la escuela no para de comerciar; todos los días vende cosas, hace rifas y subastas; después se arrepiente y quiere de nuevo sus mercancías; lo que compra por dos lo da por cuatro; juega a las aleluyas y nunca pierde; revende periódicos atrasados al pirotécnico y al estanquero, y tiene una libreta, llena de sumas y restas, donde anota todas las operaciones que realiza. Sólo le interesa la Aritmética, y si ambiciona premios es para entrar sin pagar en el teatro de “Guignol”.

A mí me gusta y me divierte. Hemos jugado a vender con pesos y medidas; sabe el precio exacto de las cosas, conoce las pesas, y lía las cosas en papel de estraza con la habilidad y presteza del mejor tendero. Dice que se establecerá en cuanto salga de la escuela, y se emprnderá, un negocio nuevo inventado que ha ideado.

Se ha puesto muy contento porque le he dado algunos sellos extranjeros, habiéndome dicho al instante el precio a que se venden para las colecciones.

Mi padre, haciendo como que leía el periódico, le estaba oyendo y se divertía oyéndole. Siempre lleva los bolsillos llenos de pequeñas mercancías, que cubre con un largo delantal negro, y parece en todo instante preocupado y pensativo, como los comerciantes ya mayores. Pero lo que más estima es su colección de sellos de correos: es su tesoro y habla de él como si fuese a sacar una verdadera fortuna.

Los compañeros le creen avaro y un usurero. Yo no sé qué pensar de él. Le quiero bien, me enseña muchas cosas y me parece un hombrecito.

Coreta, el hijo del revendedor de leña, dice que Garofi no daría sus sellos ni para salvar la vida de su madre. Mi padre no lo cree así.

-Espera aún para juzgarlo -me ha dicho-; siente pasión por las ganancias, pero tiene buen corazón.

*

Diciembre

Vanidad

Lunes, 5


Ayer fui a pasear por la alameda de Rívoli con Votino y su padre. Al pasar por la calle Dora Grossa, vimos a Stardo, el que no permite que le distraigan en clase, que se incomoda con los revoltosos, parado, muy tieso, delante del escaparate de una librería con los ojos fijos en un mapa. Sabe Dios desde cuándo estaría allí, porque estudia hasta en la calle; ni siquiera nos devolvió el saludo que le dirigimos el muy grosero.

Votino, como siempre, iba muy elegante, quizás demasiado; llevaba botas de tafilete con pespuntes encarnados, un traje con bordaduras y borlitas de seda, un sombrero de castor blanco y reloj. ¡Había que ver el postín que se daba el chico! Pero esta vez iba a acabar mal su vanidad.

Después de haber andado buen trecho por una calle, dejando muy atrás, que andaba despacio paseaba bajo los árboles leyendo un periódico, nos detuvimos en un banco de piedra, junto a un chico modestamente vestido, que parecía cansado y estaba pensativo, con la cabeza gacha. Un hombre, que debía ser su padre.

Nos sentamos. Votino se puso entre aquel chico y yo. De pronto se acordó de que iba bien vestido, muy majo y quiso hacerse admirar y envidiar de nuestro vecino.

Levantó un pie y me dijo:

-¿Has visto mis botas de militar nuevas?

Lo decía para llamar la atención del otro chico. Pero éste no se fijó.

Entonces bajó el pie, y me enseñó las borlitas de seda, diciéndome, mirando de reojo al desconocido, que no terminaban de gustarle y que prefería botones de plata. Pero el otro chico tampoco se fijó en las borlitas.

Votino se puso a hacer girar sobre la punta del dedo índice su precioso sombrero de castor blanco. Mas el otro parecía que lo hiciese adrede y ni siquiera se dignó dirigir una mirada al sombrero.

Votino que empezaba a enfadarse, sacó el reloj, lo abrió y me enseñó la maquinaria. Tampoco volvió esta vez la cabeza el vecino del banco.

-¿Es plata sobredorada? -le pregunté.

-No, hombre -me respondió-. Es de oro.

-Pero no será todo de oro -le dije-; tendrá también algo de plata.

-¡No, no hombre! -replicó;

Y para obligar al otro chico a mirar, le puso el reloj delante de sus ojos, diciéndole:

-Oye, tú, fíjate, ¿no es verdad que es todo de oro?

El interpelado respondió secamente: -No lo sé.

-¡Vaya, vaya Oh, oh! -exclamó Votino lleno de rabia-. ¡Qué soberbia! Mientras decía esto, llegó su padre, que había oído su expresión. Miró fijamente al niño desconocido y dijo bruscamente a su hijo:

-¡Cállate! -E inclinándose a su oído, añadió: -¡Es ciego!
Votino se puso de pie de un salto y miró la cara del muchacho. Tenía las pupilas apagadas, sin expresión, sin mirada.

Votino se quedó anonadado, sin palabra, con los ojos en tierra. Después balbuceó:

-¡Lo siento; no lo sabía!

El cieguecito, que todo lo había comprendido, dijo, sonriéndose bondadosa y melancólicamente:

-¡Oh, no importa nada!

Ciertamente Votino es vano; pero después de todo no tiene mal corazón Votino.. Durante todo el resto del paseo no se volvió a reír.


martes, octubre 02, 2007

César Ángeles L.(Los años noventa y la poesía peruana)

Los años noventa y la poesía peruana

3

César Ángeles L. .** 20 de diciembre del 2000



P O E M A S


(Breve antología de Paolo de Lima)


¿CÓMO ENTENDER tus largas razones premeditadas?

La brisa viene detrás de sentimientos encontrados
de los que nadie dijo nada. Una oración
mantendrá la duda a nuestro alcance
y al obedecer tu silencio seré cómplice
callando.

La palabra cogerá un gesto de esquina,
ése que nace a cada confrontación, difuso y tardío.
El tiempo anochecido en tus calmadas formas
procurará cada par de escurridizas excusas: olvídalo.

Volvemos a observar la piedra meridiana
tan lejos del tacto, al cercar un corazón
cruzado de brazos ante la injusticia, como
cuando el resplandor devolvió dignidad a tus sueños
y te fue negado el mensaje. Entonces
las páginas serán comprendidas
y callaré sin dar entendimiento a mis miradas.

Ya será vano, para entonces,
llorar o conceder el perdón si se quiere
porque nos habrán denunciado las cosas.

(de Cansancio)



DOMINIO


*
Como un muerto destiñendo su ilusión la noche
Te dice: «¿Crees que eres el único?». Levantando aquella
Brillante espada atravesando cadenas las aguas
Se sacuden y tú debes guarecer tras aquel muro
Tu pasión con cortinas cerradas
Al largo camino de las obstinaciones.

(Una muñeca saludando a cuantos tocan su barbilla
Una soguilla a punto de prenderse, una nueva
Invitación al desequilibrio).

Unes tu mirada a ese jardín cuidado y limpio
El camaleón pasea sus colores por el descorchado edificio
Tres leones se quejan de que un ave les quite
Su carne y el cielo guiña el ojo contento de tan insólito
Triunfo. Tus perezas caen al fuego
O ya fuiste tocado por salubre agitación.

Paseas tus ideas como sobre sala de video-juego
Y recoges tus pies ante las cenizas del mar. Salado
y crudo es el deseo que amparas.

Casi extenuado recuestas tu perfecta desnudez
En las tablas sucias de los desvelos. Una
Mañana inédita para los cables de luz.

Un mes, tres calles, cinco desiertos:
No hay dominio.

(de Mundo Arcano)


DE NADA LA FLOJERA Y LAS GANAS DE DEJARLO TODO


*
Como por un desfiladero de nieve, abrazados al rápido vaivén que nos destila
Calculando de antemano la hora más calurosa del que duda
Una clara decisión de fuga apareció en nuestros rostros, una intención
De vida: Nunca nos propusimos hablar, nunca escucharlos.

Avisa, ve, y salta. Los edificios te dicen ven, ven por aquí; y para comenzar
No está mal: La ciudad comienza a interesarse por ti (aunque también
Te trague). «He lavado sobre las aceras mis huellas. No sabía de caricias,
Ni de bullas almacenadas en los parques, en los desagües más ruines».

De nada la flojera y las ganas de dejarlo todo
De nada ese desdén que nos acompaña.
Has de ver también adolescentes con fusiles, cucharas sin platos:
Tus placeres tuvieron nuevos dueños cuando te ofrecieron callar.

Recuerda conmigo esa larga aspereza en la piel
La cálida seducción de los traidores y si quieres
Ten esta nostalgia amordazada por el día-
Un nuevo entretenimiento te sostiene.

¿Y si el miedo nos atropella, nos conduce con nuestras mejores intenciones
Al abrevadero del planeta? Mitómana curiosidad de aprender:
El que sabe vendrá a cocinar o será cena, vendrá con su tos hoy mismo:
Como esta neblina instalada aquí con nosotros por siempre jamás.

Jamás como una mordiente cólera que recorre
La virtual señal del camino donde se trafican los deseos
Que vienen hacia ti o hacia cualquier parte.
Por no saber zafarnos de esta gran estafa la cólera.

(de Mundo Arcano)
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En diciembre del 2000, Paolo de Lima concluye su Maestría en Creación Literaria en la Universidad de Texas, de El Paso. En el Perú trabajó y colaboró en diversos periódicos (Página Libre, El Comercio, El Sol, Cambio) y revistas (Arco Crítico, Motivos), así como en una galería de arte (Borkas). A principios de los noventas participó en las actividades y pronunciamientos del Movimiento Cultural NEÓN. También es colaborador de Ciberayllu. (paolodelima@yahoo.com) Agradecimientos a la Web.

domingo, septiembre 30, 2007

César Ángeles L.(Los años noventa y la poesía peruana)

Los años noventa y la poesía peruana

2

César Ángeles L. .** 20 de diciembre del 2000


III



Paolo de Lima (1971) ha postergado por algunos años la publicación en libro de sus poemas: Cansancio (ASALTOALCIELO / editores; Filadelfia, 1995. Carátula y dibujos interiores de Elena Tejada) 3. Hasta entonces, al igual que la mayoría de poetas jóvenes, usó y abusó de la publicación en plaquetas y revistas para darse a conocer. Quizá Cansancio, en un formato más bien delgado y mínimo (20 pp.), de apenas nueve poemas cortos, puede verse como una gran plaqueta bajo la apariencia del libro. Esto, por supuesto, si entendemos por «libro» algo de mayor volumen; lo cual es perfectamente relativo y discutible. Digo todo ello, no por fácil ironía ni mucho menos; sino porque el propio objeto-libro y la propia trayectoria literaria de un joven limeño como su autor, adelantan un rasgo importante de su poética y de su opción, que aparece a la vez como sutil protesta (el propio título del conjunto es significativo y elocuente de esto): el adelgazamiento verbal. De hecho, para quienes lo conocemos, sorprende que Paolo de Lima tenga tanta fe en el circuito de revistas y plaquetas literarias, donde es tenaz activista. Una sensibilidad minimalista organiza su alma.

Al final de la película Farenheit 451, los personajes que se han resistido al orden autoritario —cuya actividad más grotesca es la quema de todo libro y de todo vestigio de escritura— se hallan reunidos en un bosque retirado en los márgenes de la urbe del futuro, según la famosa novela de Ray Bradbury. Cada uno de ellos ha memorizado un libro. Más aún, cada uno es un libro. Y de esta manera quieren burlar la represión ejecutada desde arriba. Pero estos hombres y mujeres no tienen entre sí una comunicación precisamente enriquecedora y humana. El último cuadro de la película así lo evidencia: deambulan sin mirarse por los caminos de aquel bosque, repitiendo en voz alta sus textos respectivos de acuerdo a un cotidiano ejercicio de memoria y resistencia. De ahí que la sensación final, contra lo previsible, es la de presenciar a seres incomunicados; correspondientes a una alegoría donde la literatura se yergue como último bastión contra la locura censora y alienante del poder (la lectura es peligrosa porque propicia el discernimiento y estimula la fantasía). Lejos de la ciudad y gracias a la memoria de ciertos hombres iluminados y rebeldes que han preferido huir a esa especie de ínsula antes que ser devorados por la uniformidad agobiante del régimen imperante, simbolizado por esos peculiares bomberos que en lugar de agua echan fuego para quemar todo libro y cualquier vestigio de escritura. La literatura resiste; pero queriendo colocarse más allá de toda cotidianeidad y de sus contradicciones intrínsecas.

Todo ello me viene a la memoria leyendo estos poemas de Paolo de Lima. Igualmente, leyendo los de otros autores, jóvenes o no, en estos años; o al escuchar algunas reivindicaciones de esta hora sobre qué es el arte, la literatura, quién es el artista, quién es el poeta. Existe un manifiesto repliegue hacia las zonas más íntimas del individuo, que quiere echar lejos toda huella o resonancia del lenguaje referencial. Tendencia al abstracto, otra vez.

Cansancio. ¿Cansancio de qué? Quizá de esa preeminencia en nuestra tradición poética, rápidamente reseñada al comienzo de este artículo, correspondiente a la segunda mitad del siglo.

Dos de los poemarios más mentados en el Perú de estas últimas dos décadas, corresponden a dos conspicuos integrantes de HORA ZERO: Tromba de Agosto (Lima, 1992), de Jorge Pimentel, y Cementerio General (Lima, 1989), de Tulio Mora. En ambos casos, se trata de las obras de madurez de cada uno de estos autores, y en las que hay evidentes correspondencias con la realidad social e histórica del país. Por otro lado, el colectivo de poesía que tuvo mayor presencia en la primera mitad de los 80 fue KLOAKA, algunas de cuyas expresiones literarias son claros desarrollos extremados de algunos postulados horazerianos: salir a la calle de la ciudad, mimetizarse con su lenguaje, con sus temas y personajes. Así, dos de sus más reconocidos exponentes: Róger Santiváñez y Domingo de Ramos, tampoco abandonan el realismo; sino que desde una actitud vital situada en la marginalidad lumpen (con innegables coincidencias y diferencias entre cada uno de ellos), han logrado que el lenguaje de la poesía escrita se rompa y adquiera un personalísimo estilo de disgregación, pero sin perder el sello expresionista-realista característico de aquel movimiento.

Una poética como la de Paolo de Lima, en cambio, no sólo se sitúa en la individualidad más pura y dura, sino que propone un lenguaje alejado de esta tradición. Coincidiendo con la de otros creadores jóvenes, esta propuesta tiende al autismo (un rasgo característico de la vertiente más descentrada de la sensibilidad actual aludida en la parte II). Aquel vaciamiento de la realidad tangible y, asimismo, de enunciados ideológicos de cualquier tipo, son parte de lo mismo. A todo ello queda asociada, en clave de símbolo, la imagen del desierto (Cf. La era del vacío / Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, de Gilles Lipovetsky; París, 1983): un espacio donde aparentemente nada destaca; todo se uniformiza en inevitable sucesión de arena, piedra y una que otra alimaña o animal solitario. Allí habita un individuo vaciado de realidad, atomizado, carente de lazos sociales, con la palabra a punto de volverse cero. He aquí algunos de los rasgos característicos del sujeto poético en las composiciones de Paolo de Lima. Quizá éste su heterónimo urbano (su nombre original es Paolo Gómez) sea lo más fácil de asir para un lector acostumbrado a una dicción poética más vecina del canto o de la historia. Todo lo demás es desierto. Un no hablar a la manera que ha predominado en la poesía peruana desde la mitad del siglo. En una correspondencia personal, el propio autor dice: «Cada vez me gusta más lo que escribo. En Cansancio, la línea narrativa, argumental, va por el rompimiento del silencio; se nota unas ganas de no decir nada, de no escribir. Algo así vio una periodista. Leyó bien el libro. Eso me gustó. Cada vez me siento más seguro de lo que hago. En cierta forma vislumbro una escritura diferente. Poco a poco romperé más. Es que nuestra tradición poética es más dura que el muro de Berlín. Los poetas jóvenes que escriben bien no me preocupan. O quieren sorprender. O son muy respetuosos de la tradición. Pero somos muchos jóvenes poetas que estamos haciendo las cosas bien.» (noviembre, 1996). Y ya alguien perspicaz como José A. Mazzotti ha dicho de esta poesía que «(su) tono intimista y reflexivo (la) distingue de la del resto de autores (dentro y fuera de su "generación") que cultivan los recursos de la poética narrativa y conversacional» (de la nota de prensa redactada para Cansancio). No parece arbitrario, pues, traer a colación unos comentarios de José Carlos Mariátegui, en su pionero ensayo sobre la literatura peruana, acerca del caso de Eguren (1872-1942): «José María Eguren representa en nuestra historia literaria la poesía pura. Este concepto no tiene ninguna afinidad con la tesis del Abate Brémond. Quiero simplemente expresar que la poesía de Eguren se distingue de la mayor parte de la poesía peruana en que no pretende ser historia, ni filosofía ni apologética sino exclusiva y solamente poesía (...). Eguren habría necesitado siempre evadirse de su época, de la realidad. El arte es una evasión cuando el artista no puede aceptar ni traducir la época y la realidad que le tocan».

Por cierto, cabría preguntarse si la opción del autor de Cansancio es la única posible en el nuevo paso que quiere dar ahora la poesía peruana. ¿O es acaso la más representativa de la hora actual? Mi posición es que representa el sentimiento de un sector social y generacional: sobre todo de la fracción ilustrada de la pequeña burguesía en Occidente. Creo también que este lenguaje forma parte del tránsito hacia otro, diferente del que ha venido prevaleciendo en la poesía peruana desde su consagración en los años 60-70 4.

Durante la siguiente década, en los 80, algunos jóvenes autores fueron dando forma final a una sensibilidad, nada épica y poco dramática: parte constitutiva de un nuevo giro del lenguaje poético y literario así como expresión del desencanto. En un ensayo inédito, con carácter testimonial, el propio Mazzotti —neto representante de aquella promoción— redondea lo dicho de esta manera: «Quién sabe si consciente o inconscientemente estábamos contribuyendo en algo a la liberación de las importaciones y al surgimiento de la "onda retro" que a principios de la década del 80 caracterizaba el ambiente cultural limeño», y: «Por entonces, las sombras dominantes seguían siendo los poetas del sesenta, y toda la retórica del coloquialismo y el narrativismo, del poema que "llegara" al ciudadano común y que a la vez rindiera tributo a las poéticas boreales (...). Pero los años ochenta no eran los sesenta, y los procesos sociales y políticos que se empezaban a hacer más claros concurrían en el mismo efecto homogeneizante y determinante entre algunos sectores de la intelectualidad más joven: la conciencia del deterioro, del caos, de la incertidumbre, de la angustia y de la indignación. No por nada los años finales de la dictadura militar habían sido testigos de una recomposición social en que el Perú andino había penetrado ampliamente no sólo las calles del centro de Lima, sino también las esferas culturales por medio de la actitud informal y el achoramiento generalizado. Aunque esto podía parecer una amenaza en un principio, algunos lo entendimos como la fuente de nuevas perspectivas y como la posibilidad genuina de elaborar nuevas poéticas, que buscaran superar la institucionalidad literaria desde adentro con buenas dosis de ayuda desde afuera, es decir, desde la irracionalidad y el estado de ánimo que alimentaba el "achichamiento" nacional» (de: «El proceso de la poesía del 80» —1995). Se trata de un recorrido que, a través de la retórica consagrada, busca salir de y desde ella sin saber bien hacia dónde. Asimismo parece indicar un poema de Paolo de Lima: (...)¿habrá alguna estrella, luz o mirada / Que nos dé otro camino? ¿Dónde / La mañana ardiente, el sol del lago, extendidas manos? / ¿O es necesario que tu sombra sepa de mustios pasos? / / De esa forma cambié el tono (...) / / Abismos de lenguaje (del inédito: «Lágrimas de cocodrilo sobre conchas negras»).



IV


«Es para calmarte que escribes
Es para no desesperar»
(de Cansancio)

El universo poético de la poesía de Paolo de Lima está limitado a espacios mínimos. Allí donde el tiempo no corre sino que la conciencia del poeta se detiene en la introspección y la no tan pacífica contemplación. Su punto de partida es subjetivar al máximo la experiencia de la vida misma. Y esto no es una redundancia, porque abordar temas de la historia o de la sociedad daría la apariencia de una poética más testimonial, más reflexiva-objetiva. Aquí, en cambio, nos ubicamos con el poeta en un estado de lirismo no muy usual en la poesía peruana última, la verdad sea dicha, desde antes de los 80. Vienen exactas las palabras de Miguel Ildefonso, otro joven escritor de estos años, compañero de Paolo de Lima en el ex-colectivo NEÓN, que junto a Carlos Oliva y Rubén Grajeda lo integraron a inicios de la última década. Se trata del texto que preparó para el homenaje a Carlos Oliva con motivo de su temprana muerte: «En 1990, la Perestroika, la caída del muro de Berlín, llegaban al país entre los últimos coche-bombas, partidos sepultados, mass-media. Los nuevos poetas no tenían, como antes, a qué asirse. Los 60, los 70, ¡qué lejos estaban! Los 80 se habían refugiado en la oscuridad de Lima. La COHERENCIA resultó ser la utopía que se buscaba. (...) surrealistas / vanguardistas estaban asimilados en el kish, ángeles / beats en el coloquialismo de Cisneros, estructuralismo y hipies en el nuevo místico Verástegui. ¿Cuál era la onda, entonces? Ninguna. O, mejor dicho, la de siempre: volver a la esencia de la poesía. (...) nadie de NEÓN llegó a publicar un libro, fascinados aún en ese pozo de iluminaciones. Tal vez por eso cada uno disparó por su lado a la hora de salir: unos para articular un nuevo lenguaje, otros para vivir en el exilio, sólo uno para quedarse para siempre allí donde la Poesía no necesita de palabras: Carlos Oliva» (de: «La necesidad de algo nuevo») 5.

En Cansancio, el paisaje del poeta lo conforman las esquinas de una ciudad (Lima), su habitación, la casa de sus padres: una familia pequeñoburguesa. Como se dijo, este paisaje se impregna del intimismo que es el alma del libro, propiciado por la actitud interiorista del poeta. El poema «Vuelo» cifra muy bien todo ello: Ahora: / contacto del mundo con tu / intimidad / / Te has encerrado en ti / La puerta da la orden / y obedeces: / Sales / Perdí en la vida / ahora / sólo me queda / a l a r g a r l a. El tono nihilista y precozmente desencantado que recorre el libro, se potencia instalado en noches como fríos espacios en mi corazón y en esta mañana redonda / que guarda mi temor (de: «Traes a mí apagadas rotas costumbres»).

Uno de los mejores textos es «Desazón». Según una característica común a todo el libro, la voz poética va en segunda persona propiciando diálogos sucesivos con sujetos —el otro— de quienes no sabemos nada, excepto lo que nos deja entrever el poeta.

Reveladores del camino seguido por esta poesía —como se dijo, común a la de otros autores de estos años— son dos versos en cursivas del poema «Monólogo de la puerta del cuarto al único hombre que lo habita»: Nada tengo ni nada deseo / Quiero ser lejos / en las sombras. En el texto citado de Ildefonso se dice, en osada generalización, que «Los 80 se habían refugiado en la oscuridad de Lima». Pero lo dicho hasta aquí sobre Cansancio, en especial la última cita, advierten que si aquel comentario es verdadero ello no culmina en la década siguiente, sino que el malestar continúa, aun sea adquiriendo nuevas formas, como en la poesía de Paolo de Lima. Más que ante un alma matinal, nos hallamos todavía ante cierto tono crepuscular del individuo. En el poema «Desazón», el poeta dice de / a una muchacha: Cuándo se abrían certezas en tu corazón, pálido y triste. / Y como si las noches tuvieran pies / Te arrastrabas tras ellas / En los contados minutos donde mi paciencia termina 6.

La página siguiente, ofrece un poema sin título que reafirma este sentimiento. Lo cito completo para volver luego sobre él:

Sirviendo la ausencia de ti
busco unas líneas que expresen mi aliento alucinado
como cuando mi mirada caminaba por tus ojos cafés
que despertaban mis ganas en el retroceso de la mente
y tu cuerpo lo sujetaba yuxtapuesto.
Ahora sólo un trago y la conversa
de dos amigos levantan mi frente
como mi mano derecha esta jarra de cerveza.

Los últimos tres versos resuenan mucho a otros pasajes sobre bares, amigos y bohemia en la poesía peruana, incluida aquella dicción coloquial, en clave de jerga: «un trago», «la conversa». La diferencia, en este poema de de Lima, radica en que ello se inscribe en un espacio verbal donde prevalece el inicial juego de espejos en la subjetividad del poeta, que lo lleva desde el cuerpo ausente y deseado hasta menciones metalingüísticas sobre la escritura misma, sobre la memoria. Para decirlo fácil, hablando de borracheras no estamos ante un poema como el recordado «Al amigo napolitano entre botellas van y botellas vienen», del horazeriano Manuel Morales, que cuela muchas alusiones sociales e históricas junto a otros desarrollos más intimistas que le otorgan su peculiar tono irónico. Ahora, en cambio, el marco es otro, de cámara y hacia dentro. De ahí que no existan las palabras de otros personajes —como sí en el poema de Morales—, porque ello conduciría al lector hacia la realidad concreta y cotidiana. No dejo pasar esta oportunidad, para decir que, hasta donde llega mi información sobre la poesía peruana actual, el empleo de jerga y del lenguaje escatológico-coprolálico ha caído en desuso, siendo quizá sus epígonos algunos de quienes formaron parte del Movimiento KLOAKA y alrededores. Es interesante, al respecto, constatar el manejo cultista de la palabra que ha ido adquiriendo el lenguaje de Domingo de Ramos. Todo ello es, pues, otra señal de por dónde apuntan hoy los más jóvenes: a dejar un ropaje retórico más abierta y hasta grotescamente realista, para intentar otras estrategias y derroteros verbales.

El último poema del libro es también de los mejores, y cierra con varios significados pertinentes para lo que venimos observando. Aquí sí hay claras alusiones a la realidad social de la capital del Perú, en estos años: (...) esta ciudad de casas / enrejadas / —donde Hedor reina y embarra— / mientras mis ojos observan despacio, grandes; o: En Lima todos se cuidan de todos / y salir no significa estar afuera: salir es quedarse afuera. / Salir.... E incluso, a su creciente violencia, aunque con un tono irónico y distanciado: Escucho balazos / se han incorporado a la paz de mis noches. Sin embargo, hay otro asunto importante referido al lenguaje, y son esos versos donde el poeta parece dialogar con la tradición heredada, sin ánimo iconoclasta ni raptos vanguardistas, por cierto: No quiero usar metáforas porque puedo ser directo / en escribir lo que viene a mi cabeza; y : Las cortinas son blancas pero mi razón lo es más. / Vasos, tapetes, espejo, adornos, ladrillos, mueble, / casaca, sonido, vidrios, escalera, una fruta que comeré. / ¡Increíble cómo me alejo de mis libros mientras escribo! / Cuando esto hago, lugar mejor aparte de éste / —junto a la ventana que da a la calle / en el segundo piso de mi casa— no tengo. Así, semiautista, alejado de todo y de todos, mientras deshilvana su canto se aleja de esa respetable biblioteca que fue / es su pan diario. Y es que no se trata de seguir la ruta marcada por esos libros: las inevitables y queridas influencias. Se trata ahora de «ser directo». Aquí, en este conciso mensaje puede estar la clave de cierto tipo de escritura y de poesía a la que aparentemente Paolo de Lima suscribe: la fabricación de otra retórica; animada por la autenticidad, en la simplicidad expresiva, de la voz poética. Una sensibilidad distante de las grandes palabras, de los ritmos y metáforas usuales, y que asume el riesgo de perder o ganar, de transmitirle o no sangre y vida al lenguaje. Esta condición es la que le otorga a esta poesía de Paolo de Lima su compromiso y modernidad. La vida misma podrá darle a alguien joven como él otras experiencias que nutran y enriquezcan su opción; aquélla que se adelgaza a esta frugal declaración de felicidad que cierra su primer libro: Soy feliz escribiendo / porque aprender a escribir es lo mejor que me ha sucedido / (y conocerte también). Aquella opción, también, que pone al otro aún entre paréntesis, y que simultáneamente halla su plenitud no en el habla sino en la escritura: una ocupación más bien solipsista. Contestando, así, al imperante tono narrativo-conversacional de la poesía peruana y a su correlato virtual: el vínculo comunicativo con un lector implícito.

A veces, leyendo esta poesía, tuve la tentación de asociarla al cielo de Lima: ése que prefiere la ambigüedad de la neblina a la eclosión de la lluvia y el cielo azul, u oscuro. Asimismo, tentado estuve a volver sobre el lugar común del criollismo acerca del carácter de los limeños y su relación con el clima de la ciudad: amable pero elusivo, melancólico, como el vals. Cansancio se abre con un texto adolescente, que en rápida lectura evocaría ello: El corazón avizora desde un balcón limeño / Transitan chismosas chibolas (de: «Tus pasos reclaman verme»). Estas fáciles resonancias, sin embargo, se articulan de inmediato con otros versos que como carteles luminosos abren el tono de esta poética: Habría que buscar invernales / distancias sin Ella. Sin embargo, no llego / a nacer. / Otra vez suena la canción del solitario, o también: Cansado y acaso sin ganas de retener fe / siento llegar nubes espesas a mis ojos / Siento cansancio; pronto / se oirá el sonido de tus pasos. Lo cual, más a fondo que los elementos atmosféricos o costumbristas, nos sumerge en la filosofía operante en este libro. Como queda dicho en la tercera parte de este artículo, estamos ante un distanciamiento imbuido de una sensibilidad interiorista, y poco o nada inclinada a la interacción social. Aunque también deba considerarse que este poema se cierra con un más que escueto verso: Sueño. Un término que cifra dos significados posibles: el acto de dormir y la metáfora acerca de imaginar mundos placenteros. Esta evasión onírica se reitera en el último poema del conjunto, luego de una distendida descripción del espacio exterior e interior del poeta (situación coincidente con el estado observador y distante —«desde un balcón limeño»— en el primer poema, y que de diversas maneras vuelve en los demás textos): Ya podré dormir tranquilo / no me duele la cabeza ni siento escalofríos. Así, quizá no sea abusivo plantear esta poética como zona de descanso. ¿De qué? La respuesta puede ser múltiple, y creo que en base a todo lo dicho el lector está en condiciones de extraer sus propias conclusiones.

Como sea, sonará a escándalo para quienes asumen la literatura y el arte como escenarios de mílites. Ante tal modo de ver las cosas, nada más chocante que algunos pasajes del inédito «De nada la flojera y las ganas de dejarlo todo»: De nada la flojera y las ganas de dejarlo todo / De nada ese desdén que nos acompaña. En este buen poema, se expresa algo que ya recorre el espíritu de algunos autores del 80; especialmente, de alguien como Róger Santiváñez: un tono místico urbano; un sentimiento simultáneamente religioso y laico que propicia una voluntad profética / visionaria, a la manera francesa del XIX (es bueno recordar aquí que la primera plaqueta de Paolo de Lima estaba dedicada a Rimbaud. Es más, mediante una enumeración libre y provocadora, el poeta se autodeclaraba semejante en más de un punto con el célebre autor de Iluminaciones). Pero en Santiváñez, tal actitud está impregnada del hálito callejero-lumpen de KLOAKA. En de Lima, y en este último poema, en concreto, el pulso es más bien seco y conceptual; nada estridente: ¿Y si el miedo nos atropella, nos conduce con nuestras mejores intenciones / Al abrevadero del planeta? Mitómana curiosidad de aprender: / El que sabe vendrá a cocinar o será cena, vendrá con su tos hoy mismo: / Como esta neblina instalada aquí con nosotros por siempre jamás.

En este discurso poético, pues, no hay multitudes (aunque sí hay, a veces, un «nosotros» que remite a un grupo antes que a una colectividad mayor o una nación), ni tribus, ni dioses, ni parodia de cantos primitivos, ni explícitas problematizaciones sociales, históricas, políticas, sensuales. Es decir, no hay huellas visibles en el papel de todo esto. Casi no hay tampoco nombres propios, descripciones materiales y concretas. Sí hay, predominantemente, «calles asteriscas», soledad, margen, y, sobre todo, una palabra poética que no pesa como protagonista del escenario vacío que estos poemas le han fabricado.

El poeta y el poema, en fin, como instancias de redención de una historia (¿real? ¿literaria?) plagada de traiciones: Nadie partió tramas ni desató nudos / Y esa dúctil mañana baja como una nube agotada. / Nadie hablará esta vez, ni cogerán tus dudas / Perezas cuando las mañanas se sacudan. No / Sucederá nuevamente ninguna traición. Porque vuelves / A crecer como en los sueños de una joven madre (de: «Nadie partió tramas ni desató nudos»).

Por esta manera de hacer poesía, es que me suena tan raro ese poema «Fichero», que Paolo de Lima dio para su publicación en el Foro de Poesía (Lima, 1993) organizado y conducido por Rodrigo Quijano en la Alianza Francesa de Miraflores. Van unos pasajes: (...) barrio en el límite de las ciudades por cuya ruta / el camión cisterna reparte agua dulce / en otros lares de no sé dónde con cerros de esperanzas dentro / de esteras / donde la quincha —símbolo del poder colonial— / pertenece a los sin poder social (mas no real pues el poder / está en quien avanza) / camino de habitantes sin ciudad luchando por conseguirla, o también: escaleras construidas por obreros cuyos pasos han subido / únicamente / las escaleras que construyen para / donde es genial entender este cielo inexistente / allí quien trata de adecuar y no traicionar su pensamiento / para (y con) las masas sin renunciar a esta su clase / acá ciudad muerta e igual a una tetera llena de agua / sobre la candela en su máxima expresión / donde varias ciudades coexisten en el mismo espacio / donde un mismo lugar y tiempo comparten dos ciudades / de varios niveles de vivir (sobre) vivir (con) vivir / allí quien dice «después: ¡nunca!» / donde papel tinta y pensamiento es el único terno que tienes, y finalmente: (...) aún / no has salido de los márgenes de tu / adolescencia bien cuidada y aún / desconoces las aulas repletas / o vacías pero nunca com- / pletas de una universidad / los lugares en los cuales las neuronas visten de luto / donde desgraciadamente pocos cuentan con el don del humor. No me detendré a comentar este texto, por no considerarlo representativo del momento actual de su autor. Sólo quería citarlo y dejar constancia de mi sorpresa al releerlo, algunos años después y a propósito de este artículo sobre la emergente poesía de Paolo de Lima.

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Glosario mínimo

chismosas chibolas: muchachas murmuradoras, cotillas.

achoramiento, achichamiento: alusión al duro y complejo proceso de mestizaje, en las ciudades del Perú, desde mediados de los 70 aproximadamente. Se trata de un desborde masivo y popular que ha cuestionado, desde la llamada «economía informal», una serie de prácticas y parámetros culturales y sociales, proponiendo otros, en más de un caso desgarrados o aun lúmpenes.

esteras, quincha: materiales baratos con los que la mayoría de inmigrantes ha solido levantar sus primeras viviendas, al tomar por asalto los márgenes de la ciudad.

Continúa...

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Notas


Existe una segunda edición: Editorial Hispano Latinoamericana; Lima, 1998. Los poemas inéditos del mismo autor, citados en el presente ensayo, corresponden al libro Mundo Arcano, en preparación.

Aun a riesgo de caer en el manierismo de la cita, quiero incluir aquí la siguiente opinión de Antonio Gramsci que, mutatis mutandis, ayuda a caracterizar lo ocurrido en el bullente escenario de la poesía peruana durante estos últimos veinte años: «La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparecen una gran variedad de síntomas de enfermedad» (citado por Perry Anderson, en el libro El debate modernidad-posmodernidad: compilación y prólogo por Nicolás Casullo —Buenos Aires, 1989, p.114).

Así como relievar en este artículo al colectivo de arte y poesía KLOAKA no implica negar la existencia de otros grupos literarios jóvenes en los años 80, para el caso que ahora nos ocupa, la poesía de un autor peruano surgido en los 90, la mención de NEÓN (gestado en la universidad San Marcos, e integrado también, además de los autores ya referidos, por Juan Vega —1965-1996—, Mesías Evangelista y Héctor Ñaupari) no significa negar la presencia de otros colectivos que en esta última década también realizaron activismo literario y cultural en Lima y el Perú, en general. Así, vale igualmente mencionar la existencia de Noble Katerba, Estación 32, Vanaguardia (en las universidades Villarreal, La Cantuta y Católica del Perú, respectivamente), Geranio Marginal y el grupo Neosurrealista; los que hicieron recitales, presentaciones de libros e incluso dieron lugar a revistas literarias, y siempre congregaron a diversos autores, entre quienes hay algunos y algunas de valor. Ocurre, sin embargo, que Paolo de Lima integró NEÓN, un grupo que atrajo a mayor número de escritores y artistas aun de diversas disciplinas y que fue sin duda el de mayor actividad al menos durante el período 1990-1993; razones por las que aquí la referencia recae en dicho colectivo.

Conviene hacer aquí un aparte que es una precisión a la opinión citada. Esos/as poetas, que viniendo de los estertores de un período político donde se jugó tanto con la palabra «revolución» —y otras afines—, de cara a los 80 y ya en plena vuelta al orden constitucional, se terminan de estrellar contra la dura realidad de que nada de ello era verdadero; sino que, como ya estaba cantado desde mediados de los 70, el emergente movimiento popular había sufrido un nuevo engaño y derrota a manos del poder en el Perú. De ahí, de esa constatación y frustración —que toca también, cómo no, a la pequeña burguesía— se genera una poesía agresiva que, al ritmo quebrado del más reciente proceso social peruano, decide a su vez estallarse a sí misma y procesar desde el lenguaje ese país que retorna igualmente estallado al régimen representativo con las elecciones a fines de los 70 (Para este punto específico, y para otros abordados en el presente artículo, es útil el interesante y elaborado texto de Rodrigo Quijano: «El poeta como desplazado: palabras, plegarias y precariedad desde los márgenes» —publicado en la revista Hueso Húmero, diciembre de 1999, #35, Lima—; que, sin embargo, adolece de un final literaturizante). En 1980, la vuelta al gobierno de Belaúnde —que había sido derrocado por el golpe militar del 68— cierra este panorama, como si no hubiese pasado nada. Pero sí había pasado. Uno de los testimonios de ello está en la poesía y la actitud vitalista de algunos de los integrantes del Movimiento KLOAKA —principalmente Róger Santiváñez y Domingo de Ramos—, que haciéndose cargo de sujetos, voces y elementos de la más reciente ciudad mestiza peruana, asumen su desgarro y se ahondan hasta la agonía en la oscura y dura marginalidad. Lejos queda de ello, entonces, el gris panza de burro de algunos representativos poetas de los 90; que aun —o por ello mismo— bajo un período de creciente represión desde el Estado y acelerado proceso de descomposición político-social de sus aparatos institucionales (en correlación con la lucha armada iniciada por «Sendero Luminoso» a inicios de los 80) optan más bien por el perfil bajo y por el abandono de una sensibilidad de choque con la realidad nacional, replegándose hacia las zonas más intimistas del individuo. Un individuo no tanto en sombras, como puede ser la metáfora para aquéllos de los 80, sino más bien en neblinas. Todavía más, habitantes solipsistas de las neblinas. El grito fue dejado atrás. Ahora son las murmuraciones. O como dice un poema inédito de Paolo de Lima: la tos. La tos es la nueva voz de los 90.
Continúa...

Agradecimientos a la Web.

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