Abril
La madre de Garrón
Viernes, 29
Hacía varios días que Garrón no concurría a clase por estar su madre gravemente enferma. Esta falleció el sábado por la tarde.
Ayer por la mañana, en cuanto entramos en el aula, nos dijo el maestro:
-Al pobre Garrón le ha sucedido la mayor desgracia que puede sobrevenirle a un niño: la muerte de su madre. Desde ahora os suplico, queridos muchachos, que respetéis el tremendo dolor que destroza su alma. Cuando venga, saludadlo con cariño y seriedad; que nadie le gaste bromas ni se ría en su presencia. Os lo recomiendo encarecidamente.
Esta mañana se ha presentado en clase Garrón algo más tarde que los demás y, al verlo, he sentido una gran angustia en el corazón. Tenía la cara mustia y apenas se sostenía en las piernas; parecía que hubiese estado un mes enfermo; viste de luto riguroso y daba compasión verlo.
Todos hemos contenido la respiración mirándolo. En cuanto ha entrado, al volver a ver la escuela, a la que su madre acostumbraba acudir para acompañarlo; el banco en donde tantas veces se había inclinado los días de examen para hacerle las últimas recomendaciones, y en el que tantas veces había pensado en él con impaciencia, anhelando salir a su encuentro, no pudo menos que estallar en un golpe de llanto desesperado.
El maestro se le ha acercado, lo ha estrechado contra sí y le ha dicho:
-¡Llora, llora, pobre chico, pero no pierdas el ánimo y ten valor!. Tu madre ya no está aquí, pero te ve, te quiere y no se aleja de tu lado... y un día la volverás a ver, porque tienes un alma buena y honrada como ella. ¡Mucho valor, hijo mío!
Dicho esto, lo ha acompañado al banco, cerca de mí. Yo no me atrevía a mirarlo. Al sacar los libros y cuadernos, que no había abierto desde hace muchos días, y ver en el libro de lectura un dibujo que representa a una madre llevando al hijo de la mano, ha vuelto a llorar copiosamente, inclinando la cabeza en el brazo. El maestro nos ha hecho señal de dejarlo en paz, y ha comenzado la lección.
Me habría gustado decirle muchas cosas; pero no se me ocurría nada. Al fin le he puesto una mano en el brazo y le he dicho al oído:
-No llores, Garrón.
El no me ha respondido, limitándose a colocar un ratito su mano encima de la mía, pero sin levantar la cabeza, asڛ latuvo un buen rato.
A la salida, nadie le ha hablado, pero todos le hemos rodeado con respetuoso silencio.
Viendo a mi madre que estaba esperándome, he corrido a abrazarla; mas ella me ha rechazado, mirando a Garrón. En seguida he conocido la causa, al darme cuenta que Garrón, ya solo, me estaba mirando con expresión de suma tristeza, como diciendo:
«Tú tienes la dicha de abrazar a tu madre; yo ya no la abrazaré jamás!¡Tu madre vive y la mía ha muerto.»
Por eso me ha rechazado mi madre, y he salido sin ni siquiera darle la mano.
José Mazzini
Sábado, 29
El maestro había llevado, sin embargo, una página de un libro de lectura para reanimarlo.
Primero nos advirtió que fuésemos todos mañana a las doce al Ayuntamiento para asistir a la entrega de la medalla al mérito a un muchacho que ha salvado a un niño en el Po,
Y que el lunes dictaría él la descripción de la fiesta, en vez del cuento mensual. Luego, volviéndose a Garrón, que estaba con la cabeza baja, le dijo:
-Garrón, haz un esfuerzo, y escribe tú también lo que voy a dictar.
Todos tomamos la pluma. El maestro dictó:
-José Mazzini, nacido en Génova en 1805, murió en Pisa en 1872; patriota de alma grande, escritor de preclaro ingenuo, inspirador y primer apóstol de la revolución italiana, por amor a la patria vivió cuarenta años pobre, desterrado, perseguido, errante, con heroica consecuencia en sus principios y en sus propósitos. José Mazzini, que adoraba a su madre, y que había heredado de ella todo lo que en su alma fortísima y noble había de más elevado y puro, escribía así a un fiel amigo suyo para consolarle de las desventuras. Poco más o menos,. he aquí sus palabras:
«Amigo: No, no verás nunca a tu madre sobre esta tierra. Esta es la tremenda verdad. No voy a verte, porque el tuyo es de aquellos dolores solemnes y santos que es necesario sufrir y vencer por sí mismo.
¿Comprendes lo que quiero decir con estas palabras? ¡Hay que vencer el dolor! Vencer lo que el dolor tiene de menos santo, de menos purificante; lo que, en vez de mejorar el alma, la debilita y la rebaja. Pero la otra parte del dolor, la parte noble, la que engrandece y levanta el espíritu, ésta debe permanecer contigo y no abandonarte jamás. Aquí abajo nada sustituye a una buena madre. En los dolores, en los consuelos que todavía puede darte la vida, tú no la olvidarás jamás. Pero debes recordarla, amarla, entristecerte por su muerte de un modo que sea digno de ella.
¡Oh, amigo, escúchame! La muerte no existe, no es nada. Ni siquiera se puede comprender. La vida es la vida, y sigue la ley de la vida: el progreso. Tenías ayer una madre en la tierra; hoy tienes un ángel en otra parte. Todo lo que es bueno sobrevive, con mayor potencia, a la vida terrena. Por consiguiente, también el amor de tu madre. Ella te quiere ahora más que nunca, y tú eres responsable de tus actos ante ella más que antes. De ti depende, de tus obras, encontrarla, volverla a ver en otra existencia. Debes, por tanto, por amor y reverencia a tu madre, llegar a ser mejor; que se alegre de ti en tu conducta. Tú, en adelante, deberás en todo acto tuyo, decirte a ti mismo:
«¿Lo aprobaría mi madre?» Su transformación ha puesto para ti en el mundo un ángel custodio, al cual debes referir todas las cosas. Sé fuerte y bueno; resiste el dolor desesperado y vulgar; ten la tranquilidad de los grandes sufrimientos en las almas grandes; esto es lo que ella quiere.»
-¡Garrón! -añadió el maestro-, sé fuerte y está tranquilo; esto es lo que ella quiere. ¿Comprendes?
Garrón indicó que sí con la cabeza; pero gruesas y abundantes lágrimas le caían sobre las manos, sobre el cuaderno, sobre el banco.
CORAZÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario