miércoles, enero 30, 2008

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

Abril

CUENTO MENSUAL

Valor cívico





A mediodía estábamos con nuestro maestro ante el palacio municipal para presenciar el acto de entrega de la medalla del valor cívico al chico que salvó a un compañero suyo de perecer ahogado en el Po.

Sobre la terraza principal de la fachada ondeaba una gran bandera tricolor.

Entramos en el patio del palacio municipal que se hallaba lleno de gente. Al fondo había una mesa con tapete encarnado; encima, papeles, y por detrás una hilera de sillones dorados para el alcalde y los componentes de la junta.

También había ujieres municipales con dalmáticas azules y calzas blancas. A la derecha del patio estaba formado un piquete de guardias municipales que ostentaban en el pecho muchas condecoraciones, y junto a ellos un grupo de carabineros; en la parte opuesta había los bomberos con uniforme de gala, y bastantes soldados de caballería, de infantería y de artillería, en grupo, que habían acudido para presenciar la ceremonia. Los laterales estaban ocupados por gente del pueblo, algunos militares, mujeres y niños, todos apretados.

Nosotros nos situamos en un ángulo, donde ya había muchos alumnos de otras escuelas con sus respectivos maestros, y había cerca de nosotros un grupo de muchachos del pueblo, entre los diez y los dieciocho años, que se reían y hablaban fuerte, notándose que se comprendía que eran todos del barrio del Po, compañeros o conocidos del que iba a recibir la medalla.

Arriba en las ventanas del edificio estaban asomados los empleados del Ayuntamiento. La galería de la biblioteca estaba también llena de gente, que se apiñaba contra la balaustrada, y en el lado opuesto, en los huecos que hay encima de la puerta de entrada, había gran número de chicas de las escuelas públicas y muchas huérfanas de militares con sus oscuros uniformes, luciendo todas ellas en los sombreros cintas celestes.

Aquello parecía un teatro en función de gala. Todos charlábamos animadamente, mirando de vez en cuando hacia donde estaba la mesa, para ver si llegaban las autoridades. La banda municipal, situada en el fondo del pórtico, amenizaba el acto tocando diversas composiciones en tono bastante bajo. Las paredes estaban iluminadas por el sol. Resultaba un espectáculo realmente muy hermoso.

De pronto cuantos estábamos en el patio lo mismo que quienes se hallaban en los pisos superiores, empezamos a aplaudir, en las galerías, en las ventanas. Yo para ver me puse de puntillas para ver mejor.

La multitud que se hallaba detrás de la mesa presidencial dejó paso a un hombre y a una mujer. El hombre daba la mano a su hijo, el muchacho que había salvado a un compañero.

El hombre era albañil e iba vestido de fiesta. Su mujer, la madre, pequeña y rubia, estaba vestída de negro. El muchacho, también rubio y más bien bajo para su edad, llevaba una chaqueta gris.

Al ver tal gentío y escuchar la estruendosa ovación, los tres se quedaron tan sorprendidos que no acertaban a mirar hacia ninguna parte ni a mover un solo pie. Un guardia les acompañó al sitio que se les había designado, a la derecha de la mesa a la derecha.

De momento se produjo un gran silencio, y después se empezó a aplaudir por todas partes. El muchacho miró hacia las ventanas y luego a la galería de las Huérfanas de los militares; tenía el sombrero en las manos y parecía no comprender dónde estaba. Yo diría que en la fisonomía se parece bastante a Coreta en la cara, aunque tiene color más encendido. Su padre y su madre no levantaban la vista de la mesa.

Entretanto los chicos del barrio del Po, que se hallaban cerca de nosotros, procuraban ponerse en sitio preferente y hacían señas a su compañero para hacerse ver, y le llamaban en voz baja, pero insinuante: «¡Pinot! ¡Pinot! ¡Pinot!» A fuerza de llamarle se hicieron oír. El muchacho los miró y ocultó su sonrisa poniéndose delante el sombrero.

A cierto punto todos los guardias se cuadraron, a un momento dado, todos los guardias se cuadraron. Entró el señor Alcalde, acompañado por muchos señores.

El Alcalde, vestido de blanco, con una gran faja tricolor en bandolera, se situó de pie junto a la mesa, quedando los demás detrás y a los lados.

La banda de música cesó de tocar, y a una señal del señor Alcalde, y callaros todos.

Empezó a hablar. Sus primeras frases no las oí bien, pero comprendí bien que estaba relatando la hazaña del comportamiento del muchacho. Después levantó más la voz, y se esparció con tal claridad y sonoridad por todo el patio, que no perdí ya ni palabra...

...”Cuando vio desde la orilla al compañero que se evolvía en el río, presa ya del terror de la muerte, él se quitó la ropa y se dispuso a tirarse al agua sin titubear para acudir en socorro del que estaba en peligro de muerte. Le gritaron:

- `¡No te tires -le dijeron-, que te ahogas!¡No!' Y le sujetaron. Mas él logró desasirse de todos, y se lanzó resueltamente al agua.

El río estaba muy crecido, constituyendo un gran riesgo terrible, era terrible incluso para un hombre. Pero él desafió la muerte con todas las fuerzas de su pequeño cuerpo y gran corazón, consiguiendo llegar junto al que se hundía, agarro y saco a tiempo. Luchó furiosamente con la corriente, que le quería envolver, y con el compañero que se le enroscaba; varias veces desapareció y volvió a salir a la superficie haciendo esfuerzos desesperados; con admirable obstinación en su santo propósito, no parecía un muchacho con deseos de salvar a otro muchacho, sino como un hombre, como un padre que lucha pora salvar a su hijo, que es su esperanza y su vida.

En fin no permitió Dios que una hazaña tan generosa resultase inútil, y el nadador arrebató su presa al gigantesco río, la sacó a tierra y aun le arrebató, juntamente con otros, los primeros auxilios; después de lo cual marchó a su casa, sereno y tranquilo, para referir ingenuamente su meritísima acción.

Señores: hermoso y admirable es el heroísmo de un hombre; pero el de un niño en el cual no es posible aun ninguna mira de ambición o de interés alguno, que debe tener tanto más atrevimiento cuanto menores son sus fuerzas; el de un niño al que nada le exigimos y que a nada está obligado, pareciéndonos un ser notable y noble de ser amado, no ya cuando cumple sus pequeños deberes, sino cuando se percata del sacrificio ajeno, el heroísmo de un niño, digo, raya en lo divino. Nada más quiero añadir, señoras y caballeros. No he de adornar con palabras superfluas una grandeza tan manifiesta. Aquí tienen ustedes delante de vosotros al generoso y admirable salvador. Saludadlo, soldados, como a un hermano; vosotras, madres, bendecidlo como a un hijo; vosotros, chicos aquí presentes, recordad su nombre, grabad bien en vuestra memoria su rostro, y que su figura no se borre jamás ni de vuestra mente ni de vuestro corazón. Acércate, muchacho. En nombre del Rey de Italia, prendo en tu pecho la cruz al mérito beneficiencia.

Un viva estruendoso, dicho a la vez por centenares de gargantas, hizo retemblar las paredes del edificio.

El señor Alcalde tomó de la mesa la condecoración y la puso en el pecho del muchacho, y, acto seguido, lo abrazó y besó.

La madre se llevó una mano a los ojos y el padre tenía la barbilla sobre el pecho.

El Alcalde estrechó la mano de ambos y entregó el diploma de la concesión, atado con
una cinta de seda se le entregó a la venturosa madre.

Después, dirigiéndose al muchacho, le dijo:

-Que el recuerdo de este día tan fausto para ti y tan honroso, tan feliz para tu padre y tu madre, te sostenga toda la vida por el camino de la virtud y del honor. ¡ Adiós!

El Alcalde, seguido de su acompañamiento, salió del patio; la banda de música empezó a tocar y, cuando todo parecía terminado, el grupo de bomberos se abrió para dejar paso a un chico de ocho o nueve años, impulsado por una señora que en seguida se ocultó; el niño corrió a abrazar dejandose caer con toda efusión al muchacho condecorado.

Volvieron a repetirse los vítores y aplausos de la multitud. Todos comprendieron al punto que se trataba del niño librado de perecer en el Po, que daba gracias públicamente a su salvador. Después de besarlo, se agarró a su brazo para acompañarlo fuera. Ellos dos delante primero, y detrás el padre y la madre del homenajeado, se dirigieron a la puerta de salida, pasando con dificultad por entre la gente, que se apretujaba para hacerles calle, entre mezcla de guardias, chiquillos, soldados y mujeres. Todos intentaban ponerse delante y se empinaban para ver al heroico muchacho.

Los que estaban en primer término le tocaban cariñosamente la mano.

Cuando pasó ante los niños de las escuelas, todos agitaron sus sombreros por el aire. Los del barrio del Po eran los más bulliciosos de grandes aclamaciones, le estiraban de los brazos y de la chaqueta, gritando: «¡Pinot! ¡Viva Pinot! ¡Bravo, Pinot!»,

Pasó muy cerca de mí, pudiendo ver que estaba colorado, que se encontraba contento y que la cinta de la condecoración llevaba los colores nacionales. Su madre lloraba y reía a la vez: su padre se retorcía las puntas del bigote con una mano que le temblaba mucho, como si hubiese estado acometido por la fiebre. Desde la ventanas y galerías continuaban asomándose y aplaudiendo. Cuando el condecorado y los suyos iban a entrar bajo el pórtico de la galería ocupada por las huérfanas Hijas de militares cayó sobre la cabeza del muchacho y de sus padres una verdadera lluvia de pensamientos, ramilletes de violetas y margaritas. Muchos se apresuraron a recoger las flores esparcidas por el suelo para ofrecerlas a la madre. En el fondo del patio, la banda tocaba en tono bajo un precioso motivo, que parecía el canto de muchas voces argentinas alejándose lentamente por las orilla del gran río.

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