martes, septiembre 11, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

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Noviembre
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La maestra de mi hermano

Jueves, 10
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El hijo del carbonero fue alumno de la maestra Delcato, que ha venido hoy a casa a visitar a mi hermanito, que está enfermo, y nos ha hecho reír contándole que la mamá de auqel niño hace dos años, le llevó a su casa una gran espuerta de carbón, en agradecimiento a que le había dado una medalla a su hijo; la mujer se obstinaba y poefiaba la pobre mujer porque no quería llevarse el carbón a su casa, y casi lloraba cuando tuvo que volverse con la espuerta llena.

También nos ha dicho que otra pobre mujer le ofreció un gran ramo de flores, dentro del cual había un puñadito de monedas.

Nos hemos entretenido mucho oyéndola, y, gracias a ella, mi hermanito se ha tomado la medicina que en un principio no quería ingerir. ¡Cuánta paciencia deben tener con los parvulitos, de la primera enseñanza elemental, sin dientes en la boca, como los viejos, que no saben pronunciar erre, ni ajo, ni la ese!; la clase resulta un guirigay: ya tose uno, el otro echa sangre por la nariz, hay quien pierde los zapatitos debajo del banco, otro chilla porque se ha pinchado su manecita de manteca, o por otra cosa cualquiera. Apenas pueden estar unos minutos atentos. ¡Qué trabajo más pesado tener cincuenta o más criaturas encerradas en un aula, que no saben estarse quietos ni hacer nada ellas solas, tener que enseñar a todos!

Hay madres que quisieran que a sus hijitos de tres y cuatro años les enseñasen a leer y escribir; pero con justa razón no les hacen caso las maestras, y les enseñan muchas cosas convenientes fuera de eso pero como jugando.

Los peques llevan en los bolsillitos terrones de azúcar, botones, tapones de botella, pedacitos de tejos, toda clase de menudencias que la maestra busca y no siempre encuentra porque saben esconderlas hasta en los sitios más inverosímiles, incluso en el calzado. Y nunca están atentos. Un moscardón que entre por las ventanas les pone a todos sobre sí.

En el verasno llevan a l escuela ciertos insectos que echan a volar y que caen en los tinteros y que después salpican de tintas las plantas.

Una maestra de parvulitos debe hacer de mamá con esa gentecilla, ayudarles a vestirse, vendarles las heriditas cortarle las uñas, que se producen o que se hacen unos a otros en sus frecuentes riñas y peleas, recoger las gorritas que tiran, cuidar de que no cambien los abrigos, porque si no, después todo les dan rabietas y lloros.

¡Pobres maestras! ¡Y aún van las mamás a quejarse!. «¿Cómo es, señorita, que mi niño ha perdido la carterita?» «¿Por qué no aprende casi nada?» «¿Por qué no le da un premio al mío, que sabe tanto?» «¿Cómo es que no se ha ocupado de quitar del banco el clavo que ha roto los pantaloncitos de mi Pedro?»

Alguna vez se enfada con los críos la maestra de mi hermanito y, cuando no puede aguantar más, se muerde las uñas para no propinar ningún cachete ni azotito; pero, cuando pierde la paciencia, pero después se arrepiente en seguida y acaricia al niño que ha regañado: a veces se ve obligada a despachar de la clase a un pequeñuelo de la escuela, pero saliéndosele las lágrimas , y va a desahogarse su cólera con los padres, que por castigo dejan sin comer a sus niños.

La maestra Delcato es joven y alta; viste con gusto; es morena y vivaracha, y todo lo hace como movida por un resorte; se conmueve por cualquier cosa, hablando entonces con gran ternura.

-¿Pero al menos la quieren todos los niños? -le ha preguntado mi madre.

-Mucho –respondió-, sí; pero después, cuando termina el curso, si te he visto no me acuerdo. Cuando pasan a otras clases superiores, casi se avergüenzan de decir que han sido alumnos míos. Al cabo de dos años que suelo tenerlos, me encariño mucho con ellos y me duele que debamos separarnos... Hay chicos de los que digo una: «OH Este no será como otros, y siempre me mostrará su cariño.» Pero pasan las vacaciones, empieza el nuevo curso, le veo ir tan tieso a una clase superior, salgo a su encuentro y le digo: «Hola, pequeñín...», y él vuelve la cara hacia otra parte.- La maestra, emocionada, no puede proseguir.

-Tú no harás así, ¿verdad hermoso? -ha dicho por último, al levantarse, mirando a mi hermanito con los ojos humedecidos y besándole-. Tú no te volverás para otro lado ni considerarás a otro lado nunca una extraña a tu pobre amiga. ¿No es cierto? ¡No renegarás de tu pobre amiga!


Mi madre

Jueves,

10 de Noviembre
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En presencia de la maestra de tu hermanito faltaste al respeto a tu madre. ¡Quéesto no ocurra que esto no vuelva a repetirse, Enrique. Tu irreverente palabra ha penetrado en mi corazón como punta de acerado cuchillo. Yo pensaba en tu madre cuando hace unos años, estando tú enfermo, pasó toda la noche inclinada sobre tu cama observando tu respiración, vertiendo lágrimas de angustia y temblando de miedo por creer que iba a perderte; yo temía que llegase a enloquecer de pena, y ante tal posibilidad experimenté cierta ojeriza hacia ti. ¡No ofendas nunca en lo más mínimo, ni siquiera con el pensamiento, a tu madre, que gustosamente daría un año de felicidad por evitarte una hora de dolor, que sería capaz de mendigar por ti y se dejaría matar por salvarte la vida!

Oye Mira, Enrique mío, graba bien en tu mente este pensamiento. Considera también que te aguardan en la vida muchos días amargos, y el más terrible de todos será aquél en que pierdas a tu madre.

Cuando ya seas un hombre hecho y derecho y estés probado en toda clase de contrariedades, la invocarás mil veces, oprimido por el inmenso deseo de volver a oír su Enrique cuando ya seas hombre fuertw y probado en todo clase de contrariedades, voz por un momento y verle abrir de nuevo sus brazos abiertos para arrojarte en ellos sollozando, como tierno niño carente de protección y de consuelo.

¡Cómo te acordarás entonces de todos los sinsabores que le hubieras ocasionado, y con qué remordimientos desgraciado, las contaráa y los irás expiando todos!

No esperes tranquilidad en tu vida si hubieres entristecido a tu madre. Te arrepentirás, le pedirás perdón, venerarás su memoria, pero todo será inútil, pues la conciencia no te dejará vivir en paz; su bondadosa y dulce imagen tendrá siempre para ti una expresión de tristeza y de reconvención que torturará tu alma. ¡Mucho cuidado, Enrique! Se trata del más sagrado de los afectos humanos. ¡Desgraciado del que lo pisotea!

El asesino que respeta a su madre aun tiene algo de honrado y de noble en su corazón; el hombre más ilustre qué la haga sufrir y la ofenda no será más que una vil criatura. Que no salga de tu boca jamás una palabra dura para la que te ha dado el ser. Y si alguna se te escapa, no sea el temor a tu padre, sino un impulso del alma lo que te haga arrojarte a sus pies, suplicándole que con el beso del perdón borre de tu frente la mancha de la ingratitud.

Yo te quiero, hijo mío, eres la mayor ilusión de mi vida; pero preferiría verte muerto antes que un ingrato con tu madre. Por algún tiempo abstente de mostrarme tu afecto, pues no podría devolvértelas con cariño.


TU PADRE¨

Noviembre

El compañero de clase, Coreta,

Domingo, 13
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Mi padre me perdonó, aunque yo me quedé bastante triste, y mi madre me mandó a dar un paseo con el hijo mayor del portero. A mitad del paseo, cuando estábamos cerca de un carro parado delante de una tienda, oigo que me llaman por mi nombre, y me vuelvo.

Era Coreta, mi compañero de clase, con su jersey color chaqueta chocolate y su gorra de piel, sudando y alegre, que llevaba un gran haz de leña sobre sus hombros. Un hombre subido de pie en el carro le echaba un brazado de leña vez por vez; él lo recibía y lo llevaba a la tienda de su padre, donde los iba amontonando de prisa y corriendo.

-¿Qué haces, Coreta? -le pregunté.

-Pues ya lo ves -respondió, tendiendo los brazos para recibir la carga-; repaso la lección.

Me hizo reír. Pero hablaba en serio, y después de coger la leña, empezó a decir corriendo:

-Llámanse accidentes del verbo... sus variaciones según el número..., según el número y la persona- Luego, echando y amontonando la leña-...según el tiempo..., según el tiempo al que se refiere la acción.

Y volviendo hacia el carro para recibir otro brazado:

...-según el modo con que se enuncia la acción.

Era nuestra lección de Gramática para el día siguiente.

-¿Qué quieres que haga? -me dijo-. Aprovecho el tiempo. Mi padre ha salido con el dependiente para cierto asunto; mi madre está enferma, y tengo que ocuparme de la descarga. Mientras tanto repaso la lección para mañana. Mi padre me ha dicho que estará aquí a las siete para pagarle a usted -dijo después al hombre del carro.
Al marcharse el carro, me dijo Coretti:

-Entra un momento al almacén.

Era una habitación bastante amplio, con montones de haces de leña recia y gavillas para encender. A un lado vi una romana.

-Hoy es día de mucho trabajo, te lo aseguro -añadió Coreta-; por eso tengo que hacer los deberes a ratos de clase a ratos y como pueda. Estaba escribiendo las oraciones gramaticales que nos ha mandado cuando tuve que parar para despachar lo que me pedía la gente. Al reanudar el trabajo, se ha presentado el carro. Esta mañana ya he ido dos veces al mercado de leña, que está en la plaza de Venecia. Tengo las piernas que no me las siento, y las manos hinchadas. ¡Lo único que me falta es tener que hacer algú dibujo ¡ Menos mal que no he de hacer ningún dibujo. ¡Para eso estoy yo ahora! -y mientras hablaba iba barriendo las hojas secas y las pajillas que rodeaban el montón.

-¿Y dónde haces los deberes, Coreta? -le pregunté.

-No aquí , desde luego -respondió-; ven a verlo.

En seguida me llevó a una habitación en el interior del almacén, 'que servía de cocina y de comedor, con una mesa a un lado, donde había libros y cuadernos y estaba el trabajo empezado.

-Precisamente aquí -dijo- he dejado en el aire la segunda respuesta: con el cuero se hacen zapatos, cinturones...; ahora añadiré maletas. -Y, tomando la pluma, se puso a escribir con su buena caligrafía.

-¿No hay nadie? -se oyó gritar en aquel instante a la entrada de la tienda.

-Allá voy -respondió Coretti. Y saltó de allí. Pesó la leña, la cobró y corrió a un lado para apuntar la venta en un cuaderno. Después volvió a su trabajo escolar, diciendo:

-A ver si me dejan acabar el período. -Y escribió: bolsas de viaje y mochilas para los soldados.

-¡Ay! ¡Se me está saliendo el café! -gritó de pronto y corrió al fogón para apartar la cafetera del fuego. Luego añadió:- Es el café para mamá; he tenido que aprender a hacerlo. Espera un poco y se lo llevaremos; así te verá y se alegrará. Hace siete días que está en cama. ¡Accidentes del verbo! Siempre me quemo los dedos con esta dichosa cafetera. ¿Qué he de poner después de las mochilas para los soldados? Hace falta más, pero no se me ocurre de momento. Ven a ver a mamá.

Abrió una puerta y entramos en otro aposento pequeño, donde estaba la madre de Coretti en una cama grande, con un pañuelo blanco en la cabeza.

-Aquí tienes tu café, mamá -dijo Coretti, ofreciéndole la taza-. Este chico es un compañero mío de la escuela.

-¡Cuánto me alegro! -me dijo la mujer-; acostumbras a visitar a los enfermos, ¿no es verdad?

Entretanto Coreta arreglaba las almohadas que tenía su madre por detrás, componía la ropa de la cama, atizaba el fuego y echaba al gato de la cómoda.

-¿Quieres algo más, mamá? -preguntó después, al retirar la taza-. Conmigo viene un compañero de escuela ¿Te has tomado las dos cucharaditas de jarabe? Cuando no quede, haré una escapada a la farmacia. La leña ya está descargada. A las cuatro pondré la carne a cocer, como me has dicho, y, cuando pase la mujer de la mantequilla, le daré su dinero. Todo se hará: Tú no tienes que preocuparte.

-Gracias, hijo mío -respondió la señora-; mi pobre hijo vete -añadió- está en todo.
Quiso que tomara un terrón de azúcar, y luego Coreta me enseñó el retrato de su padre en una foto colocada en un cuadrito con marco, ostentando en el pecho la medalla al mérito, que ganó en 1866, sirviendo en la división del príncipe Humberto. Tenía la misma cara del hijo, con sus ojos vivarachos y su sonrisa tan salegre.
Volvimos a la cocina.

-Ya me acuerdo de otra cosa que faltaba -dijo Coreta, y añadió en el cuaderno:

¡también se hacen guarniciones para los caballos!-. Lo demás lo haré esta noche; me acostaré algo tarde. ¡Dichoso tú que dispones de todo el tiempo que quieres para estudiar, y aún te sobra para ir de paseo!

Siempre está contento y dispuesto para el trabajo, la tienda En cuanto entramos en la tienda-almacén, empezó a poner trozos de leña gruesa en el caballete y a serrarlos por la mitad, diciendo entretanto:

-¡Esto sí que es gimnasia y no los movimientos de brazos que hacemos en la escuela! Quiero que cuando regrese mi padre encuentre toda esta leña partida; se alegrará. Lo malo es que, después de este trabajo, hago unas tes y unas eles que, como dice nuestro maestro. parecen serpientes. ¿Qué he de hacer? Le diré que he tenido que mover los brazos. Lo importante es que mi madre se ponga bien pronto, eso sí. Hoy, gracias a Dios, está bastante mejor. La Gramática la estudiaré mañana al levantarme. ¡Ah, ahora viene el carro con los troncos! ¡Al trabajo!

Un carro cargado de troncos de leña se detuvo delante de la tienda. Coreta salió para hablar con el hombre que lo conducía y luego volvió después..

-Ahora no puedo hacerte compañía -me dijo-, así es que hasta mañana. Has hecho bien en venir a buscarme. ¡Buen paseo, Enrique! Dichoso tú! ¡Feliz tu que puedes!

Nos estrechamos las manos, corrió a cargarse el primer tronco y empezó a hacer viajes del carro al almacén y viceversa, con su cara sonrosada, su gorrita de piel en la cabeza, siempre tan vivo que da gusto verlo.

«¡Dichoso tú! feliz», me había dicho. Ah, no, Coretta, tú tienes mayor dicha, porque estudias y trabajas más , eres más útil a tu padre y a tu madre, cien veces mejor que yo, y un chico de mucho valor, querido compañero mío.

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