jueves, septiembre 06, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)


Noviembre

El deshollinador

Noviembre, 1
*

Ayer tarde fui a la escuela de niñas que está al lado de la nuestra, para darle el cuento del muchacho paduano a la maestra de Silvia, que lo quería leer. ¡Setecientas muchachas hay allí! Cuando llegué, empezaban a salir, todas muy contentas, por las vacaciones de Todos los Santos y de los Difuntos; ¡y cosa tan hermosa precencié allí!...

Frente a la puerta de la escuela, en la otra acera, estaba acodado en la pared y con la frente apoyada en una mano, un deshollinador pequeño, de cara completamente negra con su saco y el raspador que lloraba, sollozando amargamente. Dos o tres muchachas de la segunda sección se lo acercaron y le dijeron:

-¿Qué tienes que lloras de esa manera? Pero él no respondía y continuaba llorando.

-Pero ¿Qué tienes? ¿Por qué lloras? –repetían las niñas. .

Y entonces él separo el rostro de la mano, un rostro infantil, y, gimoteando, les dijo que había estado trabajando en varias casas limpiando chimeneas, que había ganado seis reales y los había perdido por habérsele escurrido las monedas por un agujero que tenía en el bolsillo -les hizo ver el agujero sacándose el forro-, no atreviéndose a volver a su casa sin el dinero.

-¡El amo me pegará! -dijo sollozando, y volvió a la misma postura que antes tenía, como un desesperado.

Las chiquillas se quedaron mirandole muy serias. Entretanto se habían acercado otras muchachas grandes y pequeñas, pobres y acomodadas, con sus carteras bajo el brazo. Una de las mayores, que llevaba una pluma azul en el sombrero, sacó del bolsillo diez céntimos y dijo a todas:

-Yo sólo tengo estas dos monedas. ¿Por qué no hacemos una colecta?

-También tengo yo otras diez -dijo otra vestida de encarnado-; entre todas podemos , entre todas, reunir hasta lo que falta.

Entonces comenzaron a llamarse unas a otras:

-¡Amalia! ¡Luisa! ¡Anita! ¡eh, cuartos! ¿Quién tiene cuartos? ¡Aquí hace falta dinero!

Mchas llevaban dinero para comprar flores o cuadernos y lo entregaron en seguida. Algunas, más pequeñas, sólo pudieron dar céntimos. La de la pluma azul recogería todo y lo contaba a todos en voz alta:

-¡Ocho, diez, quince!

Pero hacía falta más.

Entonces llegó la mayor de todas, que parecía una maestrita, y entregó un real de plata, y todas le hicieron una ovación. Pero faltaban aun treinta y cinco céntimos.

-¡Ahora vienen las de la cuarta! -dijo una. Las de la clase cuarta Llegaron, y los cuarto y llovieron las monedas. Todas se arremolinaban, y era un espectáculo hermoso ver al pobrecito deshollinador en medio de aquellas chicas vestidas con diversos colores, de todo aquel círculo de plumas, de lazos y de rizos.

Habían reunido más de lo perdido por el chico, y aun pasaban las más pequeñas, que no tenían dinero, se abrían paso entre las mayores llevando sus ramitos de flores, por darle también algo.

De allí a un rato acudió la portera, gritando:

-¡La señora Directora!

Las muchachas se dispersaron por todos todas direcciones como gorriones, a la desbandada de pájaros, y entonces se vio al pobre deshollinador solo en medio de la calle, enjugándose los ojos, tan contento, con las manos llenas de dinero y ostentando ramitos de flores en los ojales de la chaqueta, en los bolsillos, en el sombrero, habiendo no pocas flores incluso por el suelo, rodeando sus pies.
*

El día de los Difuntos

Noviembre, 2
*
“Este día está consagrado a la conmemoración de los fieles difuntos. ¿Sabes, tú Enrique, ¿a qué muertos debéis consagrar un recuerdo en este día especial para vosotros los muchachos? A los que se distinguieron durante la vida en su amor a los niños y a los adolescentes. Por vosotros ¡Cuántas de esas personas beneméritas mueren de continuo! ¿Has pensado alguna vez en cuántos madres que consumieron su existencia en el trabajo, y en las padres que bajaron al sepulcro prematuramente extenuadas por las privaciones que soportaron para sustentar a sus hijos? ¿Sabes que ha habido padres que llegaron al fin de su vida desesperados por ver a sus prppios hijos en la miseria, y que cuantas mujeres perecieron de pena o se volvieron locas se suicidaron, murieron ante la pérdida de un hijo? Piensa hoy en todos esos muertos, Enrique. Piensa en tantas maestras que murieron jóvenes consumidas por el diario quehacer escolar para bien de los niños, que no tuvieron valor de separarse; piensa en los médicos que murieron de enfermedades contagiosas de las que no se precavían por curar a los niños; piensa en todos aquellos que en los naufragios, en los incendios, en las épocas de hambre, en un momento de supremo peligro, cedieron a la infancia el último pedazo de pan, la última tabla de salvación, la última cuerda para librarse de las llamas, y expiraron satisfechos de su sacrificio que conservaba la vida de un pequeño inocente. Son innumerables, Enrique, esos muertos; todo cementerio encierra centenares de santas criaturas, que, si pudieran levantarse por un momento de la fosa, nos dirían el nombre de algún niño al que sacrificaron los placeres de la juventud, el sosiego de la vejez, los sentimientos, la inteligencia, la vida; la paz y vejez, esposas de veinte años, hombres en la flor de la edad, ancianas octogenarias, jovencitos -heroicos y oscuros mártires de la infancia-, tan grandes y gallardos, que no produce la tierra tantas flores como debiéramos poner en sus sepulcros. ¡Cuánto se quiere a los niños! Piensa hoy con gratitud en esos muertos y serás mejor y más afable con los que te quieren y trabajan por ti, afortunado hijo mío, tú que en el día de los fieles difuntos no tienes aún que llorar a ninguno.


TU PADRE

*
Noviembre

Mi amigo Garrón

Viernes, 4
*

No han sido más que dos los días de vacaciones ¡y me parece que he estado mucho tiempo sin ver a Garrón!. Cuanto más lo conozco, tanto más lo aprecio, y lo mismo les sucede a los demás, con exceptuados los presuntuosos y arrogantes, aunque a su lado no puede haberlos, porque no permite que ninguno se haga el mandón, y él siempre los mete en cintura. Cada vez que uno de los mayores levanta la mano sobre un pequeño, grita éste: «¡ Garrón!» y el mayor ya no osa pegarle.

Garrón es el más alto de la clase; levanta un banco con una mano; no para de comer. Su padre es maquinista de ferrocarril y él empezó a ir tarde a la escuela porque estuvo enfermo dos años. Es muy servicial: cualquier cosa que se le pida, un lápiz, una goma, papel o el cortaplumas, lo presta o lo da enseguda. Es muy serio, y en clase ni habla ni se ríe; está muy inmóvil en el banco, demasiado estrecho para él, debiendo tener la espalda agachada y la cabeza como metida en los hombros. Cuando lo miro, me dirige una sonrisa y con los ojos entornados, cual si quisiera decirme: «¿Y bien, Enrique? Somos amigos, ¿no?»

Da risa verle tan grandote y corpulento, con su chaqueta, pantalones, mangas y todo demasiado estrecho y excesivamente corto; un sombrero no le cubre la cabeza; lleva el cabello a rape, las botas pesadas y grandes y una corbata siempre arrollada como un cuerda. ¡Cuánto quiero a ese muchacho! ¡Querido Gorrón! Basta ver una vez su cara para tomarle cariño. Todos los más pequeños desearían tenerlo junto a sí como compañero de banco. Sabe mucho de Aritmética. Lleva los libros atados con una correa de cuero encarnado. Tiene una navajita con mango de concha que se encontró el año pasado en la plaza de Armas, y un día se cortó un dedo hasta el hueso, pero ninguno se lo notó en la escuela, ni tampoco rechistó en su casa por no asustar asus padres . Consiente que le digan cualquier cosa sin tomarlo nunca a mal; pero, ¡ay si le dicen «no es verdad» cuando afirma algo! Entonces echa chispas por los ojos y da puñetazos capaces de partir el banco.

El sábado por la mañana dio una moneda a un chiquito de la primera superior que estaba llorando en medio de la calle porque le habían quitado el suyo y ya no podía comprarse el cuaderno que necesitaba. Hace ocho días que está afanado en escribir una carta de ocho páginas, con dibujos hechos a pluma en los márgenes, para el onomástico de su madre, que viene con frecuencia a esperarlo; una mujer alta y gruesa como él, muy cariñosa.

El maestro está siempre mirándole, y cada vez que pasa a su lado le da palmaditas en el cuello cariñosamente.

Me gusta estrecharle la mano, que, por lo grande y gorda, parece la de un hombre. Yo le quiero mucho.

Estoy seguro de .que arriesgaría su vida por salvar a un compañero y que hasta se dejaría matar por defenderlo. Aunque por su hablar recio parezca que refunfuñe, y se oye con tanto gusto el murmullo de aquella voz viene, en vez, de un corazón noble y generoso.


Noviembre


El carbonero y el señor

Lunes, 7
*
Garrón no habría dicho jamás lo que ayer por la mañana profirió Carlos Nobis para zaherir a Betti. Carlos Nobis se muestra orgulloso por ser hijo de padres acomodados. Su padre, un señor alto, con barba negra, muy serio, acude casi todos los días a la puerta de la escuela para acompañar a su hijo hasta casa.

Ayer Nobis se peleó con Betti, uno de los más pequeños de nuestra clase, hijo de un carbonero, y no sabiendo ya qué replicarle, porque no llevaba razón, le dijo en voz muy alta:

-Tu padre es un andrajoso.

Betti se puso muy encarnado rojo y no respondió nada; pero le saltaron las lágrimas y, al llegar a su casa, le contó lo sucedido a su padre, un honrado carbonero, hombre de poca talla, que parece negro por lo tiznado y muy negro fue a la lección de la tarde con el muchacho de la mano, a dar las gracias al maestro..

Mientras esto sucedía, estando todos nosotros muy callados, el padre de Nobis, que le estaba quitando la capa a su hijo en la puerta, según su costumbre, oyó pronunciar su nombre y entró a pedir una explicación.

-Este señor -dijo el maestro señalando al carbonero- ha venido a quejarse de que su hijo, Carlos, dijera ayer al suyo: «Tu padre es un andrajoso.»

El padre de Nobis arrugó el entrecejo y se puso algo colorado. Después preguntó a su hijo:

-¿Es verdad que has dicho esa palabra?

El hijo, de pie en medio de la escuela, con la cabeza baja delante del pequeño Beti, no reepondió. El padre comprendió entonces que era cierto; le agarró de un brazo, le obligó a que se aproximase más al ofendido, poniéndole frente a él, y le dijo:

-¡Pídele perdón!

El carbonero quiso interponerse, diciendo:

-¡No, no, de ninguna manera!

Pero el señor Nobis no lo consintió, y retiró a su hijo:

-¡Pídele perdón! Repite mis palabras: “ Yo te pido perdón por las palabras injuriosas, insensatas, groseras einnoble que dije ayer, ofendiendo a tu padre, al cual tiene el mío el honor de estrechar su mano”.

El carbonero hizo un gesto resuelto, como diciendo:

-No, por favor, ya está bien.” No quiero”

Pero el señor Nobis se mantuvo firme en su propósito, y su hijo, aunque lentamente y con un hilillo de voz, sin levantar la vista del suelo, fue diciendo:

-Te ruego me perdones... Yo t epido perdón por las palabras injuriosas... insensatas... groseras...e innoble… que te dije ayer, ofendiendo a tu padre... al cual tiene el mío el honor... de estrechar su mano.

El señor Nobis alargó la mano al carbonero, quien se la estrechó con fuerza, y en seguida de un empujón repentino echó a su hijo hacia los brazos de su compañero Carlos Nobis.

-Hagame el favor de ponerlos juntos -dijo el padre de Nobis al señor maestro- que los ponga juntos, en el mismo banco.

Nuestro maestro accedió y le dijo a Betti que se sentara al lado de Nobis.

Cuando estuvieron juntos, el padre de Carlos saludó y salió.

El carbonero permaneció un momento pensativo, mirando a los dos muchachos en el mismo lugar; después se les acercó, miró a Nobis con expresión de afecto y de remordimiento a la vez, como si quisiera decirle algo, pero no le dijo nada; alargó la mano para hacerle una caricia y se contuvo, limitándose a rozarle ligeramente la frente con sus toscos dedos. Luego se acercó a la puerta y, volviéndose una vez más para mirarlo, desapareció.

-Acordaos bien de lo que acabáis de ver -dijo el señor maestro-; es la mejor lección del año.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir estos capítulos de Corazón.

Aprovecho tu espacio para comentarles que estoy ofreciendo los siguientes títulos en la Librería Virtual de El Gato Descalzo:

*Del Río al Mar. Antología que reúne más de 30 años de poesía de Graciela Briceño, hija ilustre del departamento de Huánuco.

Incluye textos de Mario Benedetti, Washington Delgado, Augusto Tamayo Vargas, entre otros, fotos y más.

*Niña de San Miguel (2006, 166).

Poemario de Ana María Intili. Auspiciado por la Academia Iberoamericana, presentado en Bogotá, Valparaíso, Ayacucho, Lima. Parte de estos versos han sido traducidos al italiano. La autora recibió las Palmas de Huamanga con Mención en Poesía (Ayacucho, 2005) y forma parte del Programa de Estudios de Literatura de Mujeres de Lectura Obligatoria en la Universidad de Guadalajara, México, 2006.

Además de muchos otros autores peruanos y extranjeros. Poemarios, cuentos, ensayos, novelas, investigaciones.

Mayor información escribiendo a: cosasquemepasan@gmail.com
Saludos.