César Ángeles L.
Noticia preliminar
Domingo de Ramos (Ica, 1960) es uno de los poetas peruanos más destacados en los últimos veinte años. Con cinco libros publicados, su singular talento y capacidad para ofrecer una visión profunda desde las entrañas mismas de ese caldero en ebullición permanente que es la ciudad mestiza de Lima tienen mucho que decir, no sólo a los peruanos, sino asimismo a quienes se interesen por las realidades y la literatura de las ciudades contemporáneas; especialmente de aquéllas que son centrales en países oprimidos.
Desde sus comienzos como escritor, a principios de los 80, hasta ahora, entrados ya en el siglo XXI, su voz ha ido madurando y ofreciendo ricas variantes en torno a sus principales temas y motivos.
Se podrá decir que su lenguaje poético muestra imperfecciones; pero esto no es sino parte de su propia condición de poeta y poema diferentes, estallados desde y para una sociedad e historia igualmente estallados. Se trata así de un lenguaje herido durante nuestro duro proceso como país. Por ello, la corrección academicista no es pertinente para esa poética que se presenta como oceánica, exagerada, tumultuosa, y que al interior de una estética que para no complicarnos innecesariamente llamaremos «realista»[1] quiere ser auténtica y original. En realidades e historias oficiales como las nuestras, nada —o casi— ha sido ni es correcto; por lo que su arte y literatura más representativos a la vez que contestatarios pueden bien argüir que cualquier aspereza o desorden en el lenguaje no es mera coincidencia.[2]
De cualquier modo, aun viniendo y manteniéndose en una posición más bien de confrontación y rebeldía con el «discurso poético convencional», Domingo de Ramos ha sabido ganar espacios y lectores en base a su sostenido quehacer literario; al punto que en 1995 ganó con su libro Ósmosis el Premio Copé de Plata, sin duda, el premio de poesía más reputado en el Perú. (Con el dinero obtenido por ello, se financió un viaje a Europa por tres meses, relevante como se verá luego.)
Asimismo, su poesía aparece ya antologada dentro y fuera del país, y diversos comentarios positivos, reseñas y entrevistas se suceden cuando da a conocer algún nuevo trabajo.
Cinco libros publicados constituyen su cosecha: Arquitectura del espanto (Lima, 1988), Pastor de perros (Lima, 1993), Luna cerrada (Filadelfia, 1995), Ósmosis (Lima, 1996) y Las cenizas de Altamira (Lima, 1999)[3]. El presente ensayo se dedica al segundo de ellos, porque es allí donde —como conjunto, como libro— me parece que alcanza dicho autor su mejor plasmación. Alguien como de Ramos, y algo como Pastor de perros, no están solos sino que condensan y resuelven —o no— a su modo varias contradicciones que otros autores, jóvenes y no tan jóvenes, comparten en Lima o en el Perú. Arquitectura del espanto es a la vez que el estreno de un nuevo poeta, en los turbulentos y dramáticos años 80, el anuncio de lo que luego se plasmaría en Pastor de perros. Por otro lado, su tercer y más reciente libro mayor, Las cenizas de Altamira, es también excelente anuncio[4] (manifestado además expresamente por el propio autor) de un nuevo libro más ambicioso que, de alcanzar sus objetivos, sería estimable no sólo para el propio de Ramos sino para nuestra tradición poética y, en consecuencia —por el alto nivel de la misma—, para la poesía contemporánea de Occidente. Quiero citar íntegramente el texto que ofrece Domingo de Ramos en la contraportada de este libro (concebido a raíz de su mencionado viaje) no sólo porque caracteriza bien al mismo sino porque además cifra aquel otro por venir: «Cuando empecé a escribir poemas sueltos y organizarlos como un libro —escritos en una playa lejana después de mi periplo por el viejo continente—, pensé que lo que estaba gestándose era el producto de mi fructífero encuentro con Europa. Sin embargo, al cuarto texto todo cambió: fue como una inesperada tormenta que alumbró la idea, el tono y la melodía final en que terminó siendo: el contrarretrato de una ciudad a punto de colapsar y, en medio de su brutal decadencia, decidí darle un nombre y algunos personajes para que hablen de su descalabro. El resto vino como por magia, liso y llano, y se convirtió en un canto alegórico. Supongo que este libro es uno de los eslabones que me conducirá a otra obra que ya tiene varios años rondando en mi cabeza, como un nonato azulino, palpitante, aún sin habla, ni ritmo, ni tono, ni nada. Pero con la idea desenvainada. Escribir una obra de las migraciones humanas. Ese sería mi libro utópico y bello, y éste es el comienzo sin tener final.»
Como se verá a continuación, pocos mejor dotados que de Ramos para conseguir este declarado propósito. ¿De qué depende que un creador logre plasmar en su obra su utopía, o al menos acercarse a ella? De él mismo, de su oficio, compromiso, autenticidad y, por supuesto, talento. Quizá también el diálogo con una crítica atenta y, en la medida de lo posible, veraz, ayude; y es eso lo que se propone este ensayo. De ser así, habría colmado con creces sus propósitos.
Continúa...
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Notas
- Inicié la redacción de este texto en 1995, en Barcelona, sobre todo lo concerniente a este libro. Al año siguiente lo entregué para el proyecto, lamentablemente trunco, de un libro colectivo sobre poesía y violencia política en el Perú de los 80-90, coordinado por Gustavo Buntinx. La versión que aquí aparece corresponde a diciembre del 2000
[1] Aludo con este concepto a poéticas con constantes referencias a la realidad social e histórica. Es, por cierto, una definición amplia; e inclusive hay quienes piensan que todo arte es «realista», en la medida que nadie crea de la nada. De cualquier modo, en el desarrollo de este ensayo se aportan elementos que precisan mejor la variante realista ofrecida por el autor que ahora nos ocupa.
[2] Vale citar aquí un pasaje del ensayo inédito de Jorge Frisancho (escritor de la misma promoción que de Ramos e incluido en la antología La Última Cena: ver bibliografía) precisamente sobre Pastor de perros: «Es tentador, ante un libro tan intensamente aleatorio e imaginativo como Pastor de perros, atribuirle a la estética un alto contenido de descontrol, un automatismo sin mayor conciencia. Quiero proponer, por el contrario, que la presencia de estos tres poemas al final del libro indican lo opuesto. Domingo de Ramos acumula imágenes y versos, quebrando con frecuencia la lógica y la normatividad del discurso poético convencional, y ésta es una opción plenamente conciente. Lejos de anunciar una ausencia de rigor, los agresivos gestos (como he sugerido previamente, expresionistas) de su poética constituyen un método hábilmente manejado para componer significados precisos, originales e inseparables de su complejo aparato formal. El trabajo de este libro es sistemático, y en esa sistematicidad residen su brillantez y su extrema importancia.» (de: «La pobre aventura del hombre en el vacío: La construcción del sujeto marginal en la poesía de Domingo de Ramos»; Nueva York, 1995).
[3] Luna cerrada apareció en edición artesanal con el sello ASALTOALCIELO/editores. Este breve conjunto de cuatro poemas constituyó luego la segunda parte de Ósmosis, con el título: Luna serrada.
[4] Me refiero en especial a los poemas: «La cena de las cenizas», «Las cenizas de Altamira» y «Ulladina».
César Ángeles L
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