miércoles, agosto 22, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)


Octubre

Una desgracia
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Viernes, 21



Ha empezado el año con una desgracia. Al ir esta mañana a la escuela, refiriendo a mi padre las palabras del maestro, vimos de pronto, la calle de gente apiñada delante del colegio. Mi padre djo al punto:

-¡Una desgracia!-. ¡Mal empieza el año!

Entramos con gran trbajo. El conserje estaba rodeado de padres de alumnos y de muvhachos, que los maestros no conseguian hacer entrar en clases y todos se encaminaban hacia el cuarto del Director, oyéndose decir: «¡Pobre muchacho! ¡Pobre Roberto!» Por encima de las cabezas, en el fondo de la habitación, llena de gente, se veia los quepis de los guardias municipales y la gran calva del señor Director. Despues entró un caballero con sombrero de copa, y todos dijeron:
-Es el médico.

Mi padre preguntó a un maestro:

-¿Qué ha sucedido?

-Le ha pasado una rueda por el pie y se lo ha lastimado -respondió el interpelado.

-Se ha roto el pie -dijo otro.

Era un muchacho de la clase segunda, que, yendo a la escuela por la calle de Dora Grossa, viendo a un niño de la primera elemental, escapado de la mano de su madre, caer en medio de la acera, a pocos pasos de un ómnibus que se echaba encima, acudióvalientemente en su auixilio, lo asió y lo puso a salvo, pero no habiendo estado listo para retirar el pie la rueda del ómnibus le había pasado po encima. Es hijo del capitán de artillería..

Mientras nos contaban esto, entró, como loca, una señora en la habitación habríendose paso; Era la madre de Robetti, a la cual habían llamado; Otra señora salió a su encuentro y, sollozando, le echó los brazos al cuello: era la madre del niño salvado del peligro. Ambas entraron en el cuarto de la dirección y se oyó un grito desgarrador:

-¡Oh Roberto! ¡Hijo de mio!

En aquel momento se detuvo un carruaje delante de la puerta y poco después apareció el señor Director con el chico herido en brazos, que apoyaba la cabeza aobre el hombro de aquél, pálidoy cerrados los ojos. Todos permanecieron callados silencio absoluto, se oían los sollozos de las madres. El señor Director se detuvo un instante y levantó con los dos brazos al muchacho que llevaba para que lo viésemos todos. Los maestros y maestras, los padres y los muchachos, exclamaron todos a tiempo.

-¡Bravo, Robeto! ¡Eres un gran muchacho! ¡Un verdadero héroe! ¡Pobre niño!
Y le enviaban besos al aire. Las maestras y los niños que se hallaban más cerca de él le besaban las manos y los brazos. El abrió los ojos y murmuró:

-¡Mi cartera!

La madre del chiquillo salvado se la enseñó lllorando, y le dijo:

-Te la llevo yo, ángel mío; te la llevo yo. Y al decirlo sostenía a la madre del herido, que se cubría el rostro con las manos.

Salieron, acomodaron al muchacho en el carruaje y éste partió. Entonces todos entraron todos silenciosos en la escuela.


El chico calabrés


Sábado, 22




Ayer tarde, mientras el maestro nos daba noticias del pobre Roberto, que andaría ya con muletas, entró el Director con otro alumno, un niño de cara muy morena, de cabello negro, ojos también negros y grandes, con las cejas espesas y juntas. Todo su vestido era de color oscuro y llevaba un cinturón de cuero negro alrededor del talle. El Director, después de haber hablado al oído con el maestro, salió dejándole a su lado al muchacho, que nos miraba espantado. Entonces el maestro lo tomó de la mano y dijo a la clase:

-Os debéis alegrar. Hoy entra en la escuela un nuevo alumno, nacido en la provincia de Calabria, a más de cincuenta leguas de aquí. Quered bien a este compañero que viene de tan lejos. Ha nacido en la tierra gloriosa que dio a Italia antes hombres ilustres y hoy le da honrados labradores y valientes soldados; es una de las comarcas más hermosas de nuestra patria, en cuyas espesas selvas y elevadas montañas habita un pueblo lleno de ingenio y de corazón esforzado. Tratadlo bien, a fin de que no sienta estar lejos del país natal; hacedle ver que todo chico italiano encuentra hermanos en toda escuela italiana donde ponga el pie.


Dicho esto, se levantó y nos enseñó en el mapa de Italia el punto donde está la provincia de Calabria. Después llamó a Ernesto Deroso, que saca siempre el primer premio. Deroso se levantó.

-Ven aquí -añadió el maestro.

Deroso salió de su banco y se colocó junto a la mesa, enfrente del calabrés.

-Como primero de la clase -dijo el profesor- da el abrazo de bienvenida, en nombre de todos, al nuevo compañero: el abrazo de los hijos del Piamonte al hijo de Calabria.

Deroso murmuró con voz conmovida: -¡Bien venidos! -y abrazó al calabrés. Este le besó en las dos mejillas con fuerza. Todos aplaudieron.

¡Silencio!... -gritó el maestro--. En la escuela no se aplaude.

Pero se veía que estaba satisfecho, y hasta el calabrés parecía hallarse a gusto. El maestro le designó sitio y le acompañó hasta su banco. Después repuso:

-Acordaos bien de lo que os digo. Lo mismo que un muchacho de Calabria está como en su casa en Turín, uno de Turín debe estar como en su propia casa en Calabria; por esto luchó nuestro país cincuenta años y murieron treinta mil italianos. Os debéis respetar y querer todos mutuamente. Cualquiera de vosotros que ofendiese a este compañero por no haber nacido en nuestra provincia, se haría para siempre indigno de mirar con la frente levantada la bandera tricolor.

Apenas el calabrés se sentó en su sitio, los más próximos le regalaron plumas y estampas, y otro chico, desde el último banco, le mandó un sello de Suecia.

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