(Biografía)
El socialismo en la novela peruana
(o viaje a la China de Miguel Gutiérrez y Oswaldo Reynoso)*
César Ángeles L.
Para Alfredo Torero, a quien no conocí personalmente
Bueno, nuestras efemérides, como se les llamaba en los discursos escolares,
son efemérides de derrotas o de victorias cuestionables, más bien metafóricas.
Sobre este destino nuestro reflexioné desde aquella almena
de las Montañas de niebla y luminosidad eternas
(de Babel, el paraíso: 164)
justo al término del banquete el cactus lucía una flor roja de cultivada fragancia silvestre y Siu colocó la maceta sobre la mesa y Liang con unas tijeras cortó la flor y me la entregó
(de Los eunucos inmortales: 238)
Indudablemente, la Revolución China (1949) fue uno de los acontecimientos históricos más relevantes e influyentes, a escala mundial, en la segunda mitad del siglo XX. Y aun, dentro de ella, el rol político jugado por Mao Zedong (Mao Tse Tung) al frente del Partido Comunista chino, la victoriosa guerra de guerrillas, la fundación del Ejército Popular y esa amplia, polémica y apasionada gesta que fue la Revolución Cultural (1965-1969).
Años después de la Segunda Guerra, al interior de la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la primera revolución exitosa de inspiración socialista y marxista) se fue consolidando un penoso proceso de restauración de prácticas más bien burguesas, conservadoras o simplemente burocráticas y mafiosas. El deterioro moral y económico de la URSS —de sus élites, sobre todo, para ser más justos— dio lugar a que con el triunfo del Partico Comunista dirigido por Mao en la vieja China no sólo se abriera cada vez más la brecha entre ambas experiencias socialistas, entre ambos Estados, sino que el prestigio ganado por los comunistas chinos provocó que a escala mundial esta Revolución y sus principales cuadros desplazaran del imaginario socialista internacional a la URSS. Tal hecho, como todo —o casi— en la historia, tuvo estrecha relación con la nueva y floreciente etapa económica, política y cultural del gigante asiático.
Los años 60, por ello, imbuidos de aires renovadores principalmente de parte de organizaciones sindicales y movimientos estudiantiles contraculturales, así como por el triunfo de la Revolución Cubana —de la mano de Ernesto Guevara, Fidel Castro, Camilo Cienfuegos, entre otros— y el consecuente protagonismo de América Latina en la escena internacional, soplaron en cierto modo contra los nubarrones de pesimismo que tras la Segunda Guerra se había instalado en Occidente, a raíz de la frustrada «primavera democrática» en los años 50. La llamada guerra fría entre los bloques capitalista y socialista prolongó sus sombras y amenazas de ataques nucleares (el fantasma de Hiroshima y Nagasaki estaba muy cerca), aun durante los 60.
Todo ello colaboró a que China se irguiera en una alternativa entre el imperialismo principalmente yanqui y el imperialismo soviético, y que así fuera consolidando su liderazgo internacional entre los países más pobres (el llamado, desde mediados de los 50, «Tercer Mundo»).
En los 70, pues, la presencia internacional de China era, como se dijo, masiva, y su influencia en diversos aspectos y latitudes, indudable. Así, en nuestro país, ello daría lugar a un serio cuestionamiento del Partido Comunista peruano, que desde la muerte de su fundador, el gran José Carlos Mariátegui, no había sino ido de tumbo en tumbo, cediéndole protagonismo a la derecha más rancia o al populista y, con el tiempo, corrupto partido aprista. Incluso se había convertido en un satélite del dominio soviético. Dichos cuestionamientos provinieron de lo que a la larga se denominaría «la nueva izquierda», la que en pocos años, a su vez, se fraccionaría sin fin, dando lugar al surgimiento y consolidación de una vertiente maoísta en su versión peruana más radical: el PCP-Sendero Luminoso1. Hasta aquí el recuento histórico.
II
Miguel Gutiérrez y Oswaldo Reynoso son dos de los narradores de mayor talento y originalidad aparecidos en la segunda mitad del siglo XX. A Reynoso, algunos años mayor que Gutiérrez, se le ubica dentro de la importante «Generación del 50». A Gutiérrez, en cambio, algo más joven, es dable ubicarlo en la década siguiente, o en todo caso a caballo entre ambas. Como sea, ambos notables escritores peruanos, anticlericales y provincianos para mayor referencia biográfica (Reynoso es de Arequipa, mientras que Gutiérrez, de Piura), han compartido y comparten diversos asuntos en común. En su cáustico ensayo La generación del 50, Gutiérrez pasa revista a diversos creadores de dicha promoción, especialmente a los narradores, poetas e intelectuales, con quienes es claro que comparte una serie de rasgos, anhelos, sueños, pesadillas, praxis y utopías de la época. Por lo demás, la experiencia inolvidable del grupo Narración2 une a estos dos escritores de manera aún más notoria, como quizás sólo el trabajo en común puede hacer. Son varios los narradores de dicho colectivo que, pasada ya la experiencia grupal, han continuado aportando desde sus diferentes caminos relevantes obras al corpus de la literatura nacional. Sin embargo, Reynoso y Gutiérrez, ideólogos y líderes de la mencionada experiencia grupal, son quienes a partir de sus múltiples creaciones literarias tienen hoy en día mayor reconocimiento en nuestro país3.
Otro de los hechos que aproxima a ambos narradores es, asimismo, el viaje que realizaron, por separado, a China durante los años 704. El viaje de Gutiérrez y el de Reynoso, sin embargo, coinciden con el inicio de otra etapa cualitativamente diferente dentro del proceso histórico y político en China. A la muerte de Mao (1976), una serie de dirigentes y cuadros políticos anteriormente defenestrados retomó posiciones en el poder, aprovechando la restauración política impulsada sobre todo por el enemigo principal de la revolución socialista en China: Deng Xiaoping. No vale la pena dedicar espacio a lo que ya se sabe: el camino capitalista en China, desde entonces, tiene sus propias particularidades y problemas, pero se ha basado en la restauración de privilegios de ciertas élites, a la vez que en un endurecimiento del aparato represivo sobre el pueblo chino. Precisamente, uno de los hechos más trágicamente evidente de dichos cambios fue la matanza de estudiantes en la plaza de Tian‘anmen (1989), quienes, como se evoca en la novela Los eunucos inmortales, de Oswaldo Reynoso, demandaban auténtica democracia y profundizar el camino socialista emprendido por la Revolución.
En efecto, la experiencia china, que como se dijo marca especialmente los años 60 y 70, ha sido recreada tanto por Miguel Gutiérrez, en su novela Babel, el paraíso (Lima: Colmillo Blanco editorial, 1993)5 como por Oswaldo Reynoso en su obra arriba mencionada. Otro punto de contacto, pues, entre estos narradores peruanos. La primera vez que reflexioné sobre esta coincidencia fue en un homenaje público que se le hizo a Miguel Gutiérrez en Miraflores, donde participó, entre otros intelectuales, Oswaldo Reynoso. Éste llamó la atención sobre cómo un mismo hecho puede, sin embargo, ser abordado con diferentes lenguajes, posición y poéticas. Se refería a su novela y a la del homenajeado Gutiérrez. Agregó que mientras en su caso se había nutrido de una experiencia colectiva demoledora como la de Tian‘anmen, Gutiérrez había optado por partir desde el universo cerrado al interior del Hotel de la Amistad, donde los dirigentes chinos albergaban (aislaban) a los «especialistas» extranjeros que viajaban —como ambos narradores— a China para trabajar en labores de traducción y periodismo.
El viaje de Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez a esta nación se inserta en el camino que siguieron algunos políticos e intelectuales, en plena crítica de la burocratización en la Unión Soviética y durante los vientos renovadores o populistas (secuela del 60) que soplaban en esa complicada década de los años 70, sobre todo en América Latina. Complicada por la instauración de dictaduras militares de diverso cuño en varios países de la región. Quizá el viaje a la China socialista, líder del entonces llamado «Tercer Mundo», era una suerte de último canto de cisne al menos para estos, ya por entonces, maduros escritores peruanos6.
III
Luego de leer atentamente ambas obras ya mencionadas, resulta claro que la voz narrativa en cada novela («el invitado», en Babel..., y el «Laoshi O» o «el profesor Oswaldo», en Los eunucos...) es una suerte de alter ego de cada autor7. En ambos casos, se trató de un viaje en búsqueda de cierta utopía, la cual, para no dar mayores vueltas metafísicas, identifico como socialista. Es decir, con ambas novelas tanto Gutiérrez como Reynoso terminan expresando de diverso modo y, por cierto, mediante diversas estrategias narrativas, sus ideales socialistas a la vez que su contraste con una realidad como la China que vivieron y que les devolvía, en más de un caso, un reflejo invertido de lo que anhelaban hallar.
Así, ambas obras coinciden en retratar literariamente una China que de socialista iba teniendo cada vez más sólo el nombre. Sin embargo, no conviene siempre ir tan deprisa. En ambas novelas, al mismo tiempo que el distanciamiento crítico de los narradores-protagonistas respecto del poder en marcha y sus representantes, es evidente que aparecen células sanas durante cada relato, las que a su modo ofrecen al lector no sólo alternativas positivas a la descomposición material y concreta del ideal socialista, sino que son evidencias de un socialismo que existió y que, por ello, puede no desaparecer, no todavía. Dicho de otro modo: no se trata de novelas anticomunistas, o donde se reniegue de aquellos principios socialistas que han inspirado la trayectoria personal y creativa de cada uno de estos autores; sino que presentando diversos mosaicos de su experiencia vital en China, durante los años 70 y a la muerte del «Gran Timonel», se deja al lector sacar sus propias conclusiones sobre las contradicciones que van enriqueciendo en cada caso la trama narrativa:
he procurado a través de sucesivas aproximaciones darles una idea lo más fiel y concreta posible de lo que puede ser un paraíso terrenal o si ustedes prefieren, como dije antes, el reino de la utopía. [...] en este reino, que no tiene por qué ser llamado milenario, sin tierra ni fronteras ni propiedades que defender, no todo es gracia, amor y alegría; no, también existe el dolor, las penas, la soledad, la irritación, pero no el avasallamiento de las conciencias, ni la sujeción ni la condena ni el castigo ni el vejamen, salvo en hipótesis extrema, como rituales previa y libremente convenidos para hacer más intenso el placer. Y si esto había sido posible entre veintiún personas, hombres de todas las razas y creencias, era legítimo pensar que el mismo tipo de comunidad podía ensayarse a escalas cada vez mayores... (Gutiérrez: 204-205)
Aquel atardecer hubiera querido sumergirme en ese ritual de masas rebeldes; hubiera deseado marchar con los estudiantes y obreros por la Avenida de la Paz Celestial hasta la Plaza Tian´anmen y quedarme toda la noche al pie de la Columna a los Héroes del Pueblo cantando y danzando en el máximo de la embriaguez con los jóvenes que exigían moralidad, libertad y democracia socialistas (Reynoso: 15)
Uno de los elementos más poderosos e imborrables, al respecto de lo dicho anteriormente, es la presencia activa en cada obra de aquellos disidentes al poder, en una China durante los estertores del socialismo. En Babel... , el protagonista halla lugar, finalmente, luego de ser expulsado de su «comunidad lingüística» (la latinoamericana, castellano-hablante) a causa de no participar del espíritu también corrompido por el burocratismo, la anarquía o la conciliación con el poder de las enfrentadas fracciones de dicha comunidad, en otra colectividad donde han ido a parar todos los expulsados de sus respectivas comunidades. Ello sucede entre los «especialistas» extranjeros que han ido a trabajar a China, y que residen dentro del famoso Hotel de la Amistad («la Reservación», como irónicamente lo denomina el narrador). Esta comunidad de apátridas no tendrá las mencionadas taras que los miembros de sus comunidades de origen poseen —lo que las asemeja, era previsible, a la dirigencia china—, sino que, por el contrario, ha de otorgarle al narrador-protagonista uno de los momentos más felices de su vida, lo que denomina «mi temporada en el paraíso» (197). De este modo, el lugar donde va a parar el narrador en este viaje es el mejor lugar posible, y es, paradójicamente, este aislamiento respecto del proceso político chino lo que le brinda la mayor esperanza de una vida sin injusticias, como la utopía socialista ha pretendido lograr8. Así al menos lo deja entrever en su declaración: «ahora me sentía sereno, en paz conmigo mismo, seguro por fin de que era un hombre apto para la amistad, para la confidencia, para la solidaridad y la convivencia humana» (216).
Toda la novela de Gutiérrez está edificada como una apelación, dentro de una misteriosa asamblea donde se debate, al parecer, las bases de un nuevo humanismo y donde el narrador cumple el rol de un invitado a rendir un testimonio respecto a dicha agenda.
Esta obra se plantea, pues, como una prosa de cámara, casi diría de circuito cerrado. Las diversas intervenciones del «invitado» van dando cuenta de una vasta galería de personajes («el poeta turco», «el novelista iraquí», «la cineasta australiana», «Bomfim», «el viejo Pelayo», «la amiga rubia», «el colega alemán», «el maestro hindú», entre varios otros) al interior de «la Reservación», todos muy bien delineados y con seductoras historias (entre las que la de la cineasta australiana, aun más su película, y la larga charla con el maestro hindú resaltan especialmente por su grado de intenso expresionismo y desgarro vital). En todo lo anterior, por supuesto, se prioriza lo de aquella comunidad babilónica, integrada por hombres y mujeres de diversos países, dentro de la cual el protagonista confiesa exultante que por primera vez sintió la pertenencia a un grupo humano, lo que será otro asunto a agradecer de su viaje a China. Por lo demás, el retraimiento del ojo narrativo respecto de la realidad del «Imperio» (es decir, la China de aquellos años)9 resulta ex professo, y le permite la inmersión en otros asuntos y relaciones que expresan más propiamente el mundo interior del protagonista: «Como habrán advertido ustedes, he procurado eliminar de mi exposición lo relativo a los asuntos internos del imperio» (113); «Sí, mi relación con el Imperio es otra historia que me gustaría poder contar algún día. ¡Mis buenos, mis recordados compañeros de labores, hombres y mujeres! Pero ellos, les aseguro, no tuvieron nada que ver con mi ruptura del contrato de trabajo» (198).
De ahí que, acertadamente, se ha considerado esta novela de Gutiérrez como un pasaje novedoso en su obra édita, ya que ésta se ha caracterizado sobre todo por la inmersión en asuntos sociales e históricos (es el caso de Hombres de caminos y la monumental La violencia del tiempo, sus dos novelas de mayor impacto publicadas antes de Babel...). En este caso, la resquebrajadura del ideal socialista probablemente impulsa al narrador a un estilo más bien centrípeto, donde la posición a favor del socialismo queda expresada entre líneas y de manera nada ortodoxa, a partir de su relación con ese «paraíso» que halló en su babilónica comunidad.
Por otro lado, en cambio, la novela Los eunucos inmortales, de Oswaldo Reynoso, constituye una cima notable en la narrativa de este autor, en tanto cifra varias características de su estética (personajes adolescentes, uso libre y combinado de léxico culto y jergas, atmósfera poética de la narración, contrapunto entre épocas y ambientes de diversa procedencia, adjetivación exquisita y muy sensorial —como, por ejemplo, al referirse a la naturaleza, el cuerpo o las comidas—, entre otras). Pero todo ello se insufla de una cohesión narrativa y temple dramático sostenido que no iguala, según recuerdo, otra obra anterior del propio Reynoso. Asimismo, la densidad humana, política e histórica del hecho matriz —la mencionada matanza en Tian‘anmen— otorga al conjunto de esta novela el carácter de un clásico dentro de la producción literaria de este apreciado autor. Es hasta el momento, y por supuesto sin desmerecer los logros de sus otros apreciables libros, su obra cumbre. Babel, el paraíso, en cambio, no es el equivalente en la vasta trayectoria narrativa de Miguel Gutiérrez, quizá precisamente por tratarse de algo tan sui generis en la misma. En el conjunto de lo publicado por este autor, su novela La violencia del tiempo (Milla Batres, 1991) sigue siendo su obra mayor, de lejos.
Dije que uno de los elementos más poderosos e imborrables en cada obra es la presencia activa de aquellos disidentes al poder, en una China ya en trance de abandonar el socialismo. Pero el mayor disidente al interior de Babel..., dentro de esa comunidad de excluidos adonde se integra finalmente el protagonista, es sin duda «el trabajador del Imperio», el personaje AQ (112-128)11, con quien el narrador irá desarrollando un vínculo estrecho. En él ha de admirar su heroísmo, nobleza y honestidad respecto del socialismo. Se trata, pues, de un personaje símbolo de un hito social y a quien el mismo Gutiérrez ha definido como una suerte de su ideal del revolucionario.
AQ fue un cuadro importante durante «la Gran Irritación» (como el narrador llama a la Revolución Cultural)13 y que a la muerte de los principales dirigentes revolucionarios chinos —empezando con Mao, seguido de Chiang Ching, su compañera, entre otros a los que, por ejemplo, Den Xiaoping injurió con comprensible odio como «la banda de los cuatro»— y en la hora de la restauración, es víctima de la cruel venganza por parte de aquellos «eunucos inmortales» (como los llama Reynoso en su novela) que renacen con el nuevo período político. Aquellos que precisamente jóvenes dirigentes como AQ habían combatido radicalmente. La sanción contra AQ será destinarlo a la «Reservación», castigo maquiavélico ya que durante «la Gran Irritación» aquél había combatido la influencia perniciosa de «los demonios extranjeros». Sin embargo, y luego de una temporal carcelería, AQ halla en este lugar un espacio para poner en práctica su nueva disposición hacia la vida. Así, el castigo se troca en feliz hallazgo de una comunidad solidaria como la del narrador, además de hallar el amor con una misteriosa mujer de «la Reservación».
Las páginas 111 a 142 describen de manera sentida a este personaje, y cómo a raíz de la presión por las autoridades, la vergüenza y la desilusión, termina con su vida arrojándose desde una torre de la «Reservación»14.
Dentro de la mencionada comunidad de marginales, AQ experimenta una mayor apertura hacia asuntos antes negados, como el arte occidental, sobre todo la pintura. Abre, pues, su corazón a la especial sensibilidad estética que la militancia política había constreñido. En verdad, más allá de purgar la condena política impuesta por el poder en la era de la restauración, AQ internamente purga la conciencia de haber participado como dirigente comunista de un acto nefasto: la afrenta política contra uno de los máximos representantes de la escuela tradicional de pintura, y quien fuera su maestro en el liceo imperial. Ello es narrado en un pasaje de suma intensidad (116-117) que culminará en el suicidio —uno más en esta novela— de dicho maestro chino. AQ había ido, pues, hasta las últimas consecuencias en la era de «la Gran irritación» donde se criticaba lo tradicional y se luchaba por imponer las líneas políticas y estéticas de la Revolución.
De seguro que por las notorias contradicciones en el proceso personal de este personaje es que Gutiérrez le dedica, como dije, emocionados pasajes, ya que es muy probable que el trayecto vital de AQ le resonase a características del suyo, o de compañeros de izquierda de los años 50-70, en el Perú. Sin embargo, lo que quiero enfatizar es que AQ, en medio de estas tensiones dramáticas, encarna en la novela los límites y caídas de una militancia ortodoxa en el socialismo, a la vez que una posibilidad de otra manera de encararlo en tanto utopía viable y necesaria en este mundo (ver la nota 8). Es, además, este personaje quien le permite al narrador conectarse más directamente con la realidad china durante los años de su estancia en esa nación que, en general, sólo iba apareciendo como telón de fondo hasta entonces.
Por el contrario, la novela Los eunucos... rebosa China por todos sus poros, ya que el narrador interactúa con diversos personajes nativos en medio del fragor y atmósfera dramática del levantamiento, y ulterior represión militar, en Tian‘anmen. He aquí, sin duda, una diferencia esencial entre ambas novelas. Es verdad que la experiencia vital en torno al nuevo humanismo del «invitado» a la Asamblea, en Babel..., planteada desde sus encuentros y desencuentros en «la Reservación», así como sus meditaciones filosóficas y políticas en torno a la condición humana y a la ética y praxis del socialismo, es catalizado, todo ello, a partir de su viaje a China. Pero en Los eunucos..., la China de los 70, los propios nativos, su idioma tan difícil, sus antiquísimas costumbres y tradiciones, la sorprendente culinaria, los paisajes contrastados, así como la sucesión de emociones y diálogos aparecen más directa y constantemente. Y es que dentro de las razones antes expuestas sobre el planteo narrativo diferente en ambas novelas15, está la propia conciencia metapoética del narrador, en Los eunucos..., acerca de cómo quiere su novela y el lenguaje de la misma:
si sigo jalando este hilo de la vida comunitaria de los expertos en el Hotel de la Amistad es posible que no sólo me enrede en el ovillo de mis recuerdos sino que también tome un camino equivocado por cuanto estaría elaborando un relato muy general con salpicaduras sociopolítico-morales del Hotel y no la novela que desearía escribir: un diario memoria (21)
Y en la posible novela que escriba en el Perú, ¿cómo podría contar ese estado anímico sin enredarme en engorrosos análisis filosóficos sobre la incomunicación del ser, sin perderme en legañosas disquisiciones psicológicas sobre problemas de desajustes emocionales o sin recurrir a callosos dogmas sobre las ineluctables crisis ideológicas de los intelectuales de las sociedades capitalistas transplantados a sociedades socialistas? [...] ¿Y entonces? bueno, contaría ese estado anímico dentro de los estrictos límites de una personal narratividad poética (163-164).
Esta «narratividad poética» queda expresada de manera tan rica y apasionada en estas últimas dos páginas citadas. Y ha de conducir el lenguaje de Los eunucos... por una senda entre sensual (en tanto percepción de la realidad mediante —el desorden de— los sentidos, la piel, el cuerpo), onírica (excelentes pasajes donde la idílica infancia en Arequipa, así como la combativa adolescencia se combinan con el presente narrativo en una China convulsionada, pero a la vez dadora de goces, amistades, luces y sombras; Reynoso: 41) e incluso, diría, visionaria, como suele ser la buena poesía16:
Va anocheciendo y aún no se encienden las luces del alumbrado público y el calor que desciende del cielo destella ese amarillo quemado sobre las tejas de la Tribuna de Tian‘anmen y sobre los ventanales del Hotel Beijing y baña los rostros de la multitud silenciosa, y le digo a Coco: Parece que estuviéramos ingresando al paisaje urbano de un sueño. Coco me mira. Sí, así es el color de los sueños, afirmo, y para salir de este sueño tendremos que seguir caminado por esta avenida miles de miles de kilómetros con esta muchedumbre de millones de millones de personas todas iluminadas con esta luz ámbar y tal vez al final de la marcha cuando salgamos del sueño no encontremos nada, le digo. Saco el pañuelo y me seco algunas lágrimas (219)
Ello, por cierto, no significa que Babel... carezca de poesía (¿acaso no es poético que al final en la Asamblea donde acude el narrador, y el lector, se enteren de que todos los diálogos descritos ocurrieron entre personajes que hablaban cada uno en sus diversas lenguas, y que debido a ello, a diferencia de la maldición bíblica, pudieron entenderse con «armonía y solidaridad»?: 223-224). Tampoco significa que en Los eunucos... no se den reflexiones filosóficas, políticas o diversos razonamientos con base en las prácticas individuales o sociales de los personajes. Creo que en diferente modo y medida, cada novela tiene dichos elementos. Pero es notorio que mientras el estilo casi monologante («casi» porque, como se dijo, el narrador informa en una asamblea, y de cuando en vez hay diálogos directos citados por el protagonista), en Babel..., le otorga a ésta un tono de mayor disquisición, en Los eunucos..., todo fluye hermosamente entre el lenguaje cromático y sensitivo plasmado en esta gran novela.
No quiero dejar pasar la oportunidad para resaltar un rasgo en ambos autores, como es la presencia activa del humor. Una de las expresiones de ello —sólo una— es que en ambos casos los protagonistas, y otros personajes igualmente, no se toman rígidamente en serio a sí mismos, sino que abren lúdica e incluso valientemente sus humanas limitaciones, permitiendo que cierta solemnidad de los acontecimientos narrados, en cada caso, se entremezcle con pasajes de humor en sana operación novelística que hay que agradecer (especialmente, viniendo de dos escritores vinculados a una espléndida generación como la del 50, pero en la que quizá el humor no brilla por su presencia).
Este paréntesis entre ambas novelas nos ha distraído un tanto —espero que fértilmente, de todos modos— de otro paralelo que quisiera ahora cerrar. Si AQ es todo lo ejemplar que es en Babel... y, como queda dicho, encarna a la vez la honestidad y heroísmo revolucionarios así como la posibilidad de un nuevo tipo de militancia socialista, en Los eunucos... el narrador tiene en el joven Liang, estudiante de español y amigo de aquél, un interlocutor constante durante las páginas de la novela; aunque tempranamente se convierte en un interlocutor in absentia porque él mismo formará parte de la protesta estudiantil en la plaza de Tian‘anmen. Aun más, su radicalidad en favor de una auténtica sociedad y democracia socialistas lo llevará a integrarse a quienes se declaran en huelga de hambre permanente contra las autoridades chinas, quienes a la muerte de Mao Zedong se alían, sintomáticamente, con la URSS de la Perestroika, Gorbachov y toda esa mandinga que puso punto final a la restauración capitalista en la otrora patria bolchevique.
Es decir, en algún modo semejante a AQ, Liang encarna el heroísmo de la juventud china y la ética más prístina de este pueblo durante el tempo narrativo. Y asimismo será fuente de inspiración y hondas reflexiones en torno a la praxis revolucionaria en la conciencia y, sobre todo, la sensibilidad del protagonista: el «querido Laoshi O.», el profesor-narrador que en medio de todo va ideando, y escribiendo, su novela sobre su viaje a China.
Pero Liang no militó en la Revolución Cultural, sino que más bien se formó principalmente en la era Deng, del cual reniega. Como AQ, sin embargo, su destino será fatal, pues morirá bajo los tanques de un otrora ejército popular que en la matanza de Tian‘anmen se pintó de negro, bajo las órdenes de una dirigencia china mayoritariamente orientada hacia la usura personal y la aceptación del modelo capitalista como tarea a emprender sobre los cadáveres de cualquier disidencia.
Si hace un momento se dijo que el humor es parte consustancial de estas dos novelas, debe añadirse que un componente del mismo es la nostalgia, la misma que otorga distanciamiento respecto de ciertas condiciones concretas del presente. Y es con nostalgia que la evocación del joven Liang vendrá siempre durante los doce días que abarca la novela de Reynoso, y será sólo al final cuando el lector sabrá directamente cómo el narrador conoció a Liang (ver esa muestra de desenfadada belleza que contienen las páginas 249 a 253): símbolo de lo mejor de su experiencia en China.
Al igual, pues, que en el caso del protagonista en Babel..., en Los eunucos... el personaje central adquirirá sus mejores experiencias con la realidad de esta nación cuando su corazón palpite y se abrigue al lado de las trayectorias individuales y colectivas más honestas, transparentes y sinceramente revolucionarias. Por cierto, en ambos casos, la juventud (china) encarna ello; aunque en el caso de Los eunucos... tal hecho se da inmerso en una gesta histórica de masas como fue la protesta en Tian‘anmen.
Ello otorga, como queda dicho, mayor atmósfera china a la novela de Reynoso, a la vez que una mayor densidad colectiva, y quizá por eso transmite un tono más constructivo y esperanzador acerca del socialismo (al menos de la manera como lo vive y entiende el protagonista: 112 y 161), aun en medio de la masacre, y de la corrupción terminal del PC chino y de los edictos reformadores en pro de una economía de mercado.
Cada novela tiene un final representativo de esta diferencia. Babel... se cierra con una despedida fraterna de los nativos compañeros de trabajo al narrador, a los que se suman algunos de su comunidad de extranjeros, cuando aquél se halla a punto de partir en el tren transiberiano que lo devolverá a Europa, y de ahí al Perú. Poco antes de dichas escenas, cuando un taxi lleva al protagonista a la estación ferroviaria y pasa junto a Tian‘anmen, recordará a AQ en su muerte a la vez que en el momento más intenso de su militancia, con unas palabras que resuenan a otras de Los eunucos...
le grité al chofer que años atrás un amigo mío llamado AQ por esta misma avenida había desfilado al frente de la Naciente Guardia, para decapitar a los demonios de la restauración, pero los palacios, mis amigos, seguían en pie y cinco mil años era demasiado tiempo para el cumplimiento de la profecía (Gutiérrez: 215)
El final de la cita anterior evoca unas palabras del propio Mao Zedong, no sin cierta ironía o desencanto, cuando el conductor de la «La larga marcha» anunció que así tarde cinco mil años el comunismo («el reino de la Gran Armonía» lo llama el narrador) advendrá sobre la faz de la Tierra (204).
Por otro lado, en Los eunucos... la memoria del amigo asesinado durante la represión de la protesta estudiantil es aun más vívida, porque se apropia por completo de la última escena, en un hermoso pasaje lleno de poesía, cuando Liang y «el profesor» van hacia la colina de los Héroes del Pueblo, en Tian`anmen —antes de la rebelión narrada en esta obra, claro— donde paseaban colegiales, soldados de franco, campesinos, parejas y turistas. Allí, en medio de esa festiva multitud, Liang arma una cometa en forma de dragón, haciendo luego que la mano del amigo y profesor gobierne, no sin dificultad, su vuelo. Mas en aquel preciso momento, Liang corta el cordel de la cometa, y el dragón se eleva libre por el cielo, lo cual da pie para que al fin responda la pregunta que el profesor le había formulado: «¿Qué piensas del socialismo?». La respuesta del joven Liang, al final de la escena, destaca y es clara como un estallido en pleno cielo:
Ahora, estaba a mi lado sonriendo con sus ojos almendrados. Desde las balaustradas de la base de la Columna a los Héroes del Pueblo, vimos al dragón, colorido y emplumado, navegar, festivo, en el inmenso cielo de la Plaza Tian‘anmen, hacia el oeste. Entonces, el joven Liang, agarrándome la mano como suelen hacer los muchachos pequineses con sus amigos íntimos cuando pasean, me dijo: La vida sin libertad no es sólo fea, sino sucia (267-268).
IV
Dos de los héroes revolucionarios, que son esenciales en la experiencia vital y en la historia de los narradores en ambas novelas (AQ y Liang, respectivamente), encarnan esa voluntad y compromiso indoblegables ante el poder establecido, en la línea de personajes revolucionarios como los de esa excelente novela, La condición humana, de André Malraux. Esos héroes terminan pereciendo, cómo no, a manos de quienes alguna vez dijeron defender sus mismos principios y que, sin embargo, acabaron sirviendo a ese poder injusto que decían combatir. Fácilmente se puede establecer un paralelo con la izquierda latinoamericana de los años 70, cuando del incendio de aquella época, y la precedente de los 60, al ritmo de jugosos sueldos parlamentarios, casi toda ella se fue convirtiendo en una versión de «los eunucos inmortales» retratados en la obra de Reynoso. O, para ser más exactos, en protoeunucos o «pequeños reyezuelos» (tomando un término usado por el narrador, en Babel..., a propósito de alguien como Deng Xiaoping).
Sí, el humor opera en estas dos novelas, pero cuando están bien lejos los responsables políticos de una China de traiciones y envilecido socialismo. Cuando éstos son criticados, descritos o ignorados, en cambio, el humor se troca por acerba ironía, cuando no, en sátira directa.
He aquí la genial contribución desde el arte de novelar por parte de dos de nuestros mejores escritores, basándose en una experiencia que tanto en su (larga) marcha como en su contramarcha fue, sin duda, un hito durante los años 60 y 70, y que aún hoy sigue propiciando recreaciones como las que aquí se han comentado. Porque todo ello tiene que ver con la justa y bella utopía del socialismo, la cual impregna sobre todo el corazón de hombres como Miguel Gutiérrez y Oswaldo Reynoso, aun a pesar de sus propias incertidumbres e interrogantes al respecto. Ello prueba que el socialismo es una necesidad demasiado humana, y que de una manera u otra ha de cumplirse; a menos que la injusticia, las discriminaciones de toda laya y la explotación de las mayorías tengan mejores apologistas y cancerberos que nuestros mejores trenes y dragones encima de la vieja pradera de la historia.
* * *
Agradecimientos a la Web,
César Ángeles L,
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