Mayo
Verano
Miércoles, 24
Marcos el genovés es el penúltimo pequeño héroe con quien trabajaremos conocimiento por este año; sólo queda otro para el mes de junio. No restan más que dos exámenes mensuales, veintiséis días de lección, seis jueves y cinco domingos. Se percibe ya la atmósfera de fin de curso. Los árboles del jardín, cubiertos de hojas y flores, dan hermosa sombra sobre los aparatos de gimnasia. Los alumnos van ya vestidos de verano. Da gusto presenciar la salida de clases: ¡qué distinto es todo de los meses pasados! Las cabelleras que llegaban a tocar hasta los hombros han desaparecido; todos se han cortado el pelo; se ven cuellos y piernas desnudos, sombreros de paja de todas formas, con cintas que cuelgan sobre las espaldas; camisas y corbatas de todos los colores; los más pequeñitos siempre llevan algo rojo o azul, bien alguna cinta, un ribete, una borla, o un remiendo de color vivo, cosido por la madre, para que haga bonito a la vista, hasta los más pobres; muchos vienen a la escuela sin sombrero, como si se hubieran escapado de casa. Otros llevan el traje claro de gimnasia. Hay un muchacho de la clase de la maestra Delcato que va vestido de encarnado rojo de pies a cabeza, como un cangrejo cocido. Varios llevan trajes de marinero.
Pero el más hermoso sin disputa divertido es el albañilito, que lleva un sombrerote de paja tan grande, que parece una media vela con su palmatoria, y como siempre, no es posible contener la risa al verle poner el hocico de liebre bajo su sombrero.
Coreta también ha dejado su gorra de piel de gato, y lleva una gorrilla de viaje de seda gris. Votini tiene una especie de traje escocés, y, como siempre, muy atildado. Crosi va enseñando el pecho desnudo. Precusa desaparece bajo los pliegues de una blusa azul turquí de maestro herrero. ¿Y Garrofi? Ahora que ha tenido que dejar el capotón bajo el cual escondía su comercio, le quedan al descubierto todos sus bolsillos, repletos de toda clase de baratijas, y le asoman las puntas de los números de sus rifas.
Ahora todos dejan ver bien lo que llevan: abanicos hechos con medio periódico, pedazos de caña, flechas para disparar contra los pájaros, hierba y otras cosas que asoman por los bolsillos y van cayéndose poco a poco de las chaquetas. Muchos chiquitines traen ramitos de flores para las maestras. También éstas van vestidas de verano, con colores alegres, a excepción de la monjita, que siempre va de negro, y la maestrita de la pluma roja, que la lleva siempre, y un lazo color rosa al cuello, enteramente ajado por las manecitas de sus alumnos, que siempre la hacen reír y correr tras ellos.
Es la estación de las cerezas, de las mariposas, de la música por las calles y de los paseos por el campo; muchos de cuarto año se escapan a bañarse en el Po; todos sueñan con las vacaciones, cada día salimos de la escuela más impacientes y contentos que el día anterior. Sólo me da pena ver a Garrón de luto y a mi pobre maestra de primer año, que cada vez está más consumida, más pálida, y tosiendo con más fuerza. ¡Camina enteramente encorvada, y me saluda con una expresión tan triste!...
Pero el más hermoso sin disputa divertido es el albañilito, que lleva un sombrerote de paja tan grande, que parece una media vela con su palmatoria, y como siempre, no es posible contener la risa al verle poner el hocico de liebre bajo su sombrero.
Coreta también ha dejado su gorra de piel de gato, y lleva una gorrilla de viaje de seda gris. Votini tiene una especie de traje escocés, y, como siempre, muy atildado. Crosi va enseñando el pecho desnudo. Precusa desaparece bajo los pliegues de una blusa azul turquí de maestro herrero. ¿Y Garrofi? Ahora que ha tenido que dejar el capotón bajo el cual escondía su comercio, le quedan al descubierto todos sus bolsillos, repletos de toda clase de baratijas, y le asoman las puntas de los números de sus rifas.
Ahora todos dejan ver bien lo que llevan: abanicos hechos con medio periódico, pedazos de caña, flechas para disparar contra los pájaros, hierba y otras cosas que asoman por los bolsillos y van cayéndose poco a poco de las chaquetas. Muchos chiquitines traen ramitos de flores para las maestras. También éstas van vestidas de verano, con colores alegres, a excepción de la monjita, que siempre va de negro, y la maestrita de la pluma roja, que la lleva siempre, y un lazo color rosa al cuello, enteramente ajado por las manecitas de sus alumnos, que siempre la hacen reír y correr tras ellos.
Es la estación de las cerezas, de las mariposas, de la música por las calles y de los paseos por el campo; muchos de cuarto año se escapan a bañarse en el Po; todos sueñan con las vacaciones, cada día salimos de la escuela más impacientes y contentos que el día anterior. Sólo me da pena ver a Garrón de luto y a mi pobre maestra de primer año, que cada vez está más consumida, más pálida, y tosiendo con más fuerza. ¡Camina enteramente encorvada, y me saluda con una expresión tan triste!...
Mayo
Poesía
Viernes, 26
Poesía
Viernes, 26
Comienzas a entender la poesía de la escuela, Enrique; pero por ahora no ves la escuela más que por dentro: te parecerá mucho más hermosa y poética dentro de treinta años, cuando vengas a acompañar a tus hijos y entonces la verás por fuera como yo la veo. Esperando la hora de salida, voy y vuelvo por las calles silenciosas que hay en derredor del edificio, y acerco mi oído a las ventanas de la planta baja, cerradas con persianas. En una ventana oigo la voz de una maestra que dice:
-¡Eh! ¡El rasgo de ti no está bien, hijo mío! ¿Qué diría de él tu padre?...
“En la ventana inmediata se oye la gruesa voz de un maestro que dicta con lentitud:
-Compró cincuenta metros de tela... a cuatro liras cincuenta centavos el metro...,
los volvió a vender...
Más allá, la maestrita de la pluma roja lee en alta voz:
-Entonces, Pedro Micca, con la mecha encendida...”
¨¨De la clase cercana sale como un gorjeo de cien pájaros, lo cual quiere decir que el maestro ha salido fuera un momento. Voy más adelante, y a la vuelta de la esquina oigo que llora un alumno, y la voz de la maestra que lo reprende al par que consuela. Por otras ventanas llegan a mis oídos versos, nombres de grandes hombres, fragmentos de sentencias que aconsejan la virtud, el amor a la patria, el valor. Siguen después instantes de silencio, en los cuales se diría que el edificio estaba vacío; parece imposible que allí dentro haya setecientos muchachos; de pronto se oyen estrepitosas risas, provocadas por una broma de algún maestro de buen humor... La gente que pasa se detiene a escuchar, y todos vuelven una mirada de simpatía hacia aquel hermoso edificio que encierra tanta juventud y tantas esperanzas.
¨¨Se oye luego de improviso un ruido sordo, un golpear de libros y de carteles, un roce de pisadas, un zumbido que se propaga de clase en clase, y de bajo a lo alto, como al difundirse de improviso una buena noticia:
Es el bedel que va a anunciar la hora. A este murmullo, una multitud de hombres, de mujeres, de muchachos y de jovenzuelos se aprieta a uno y otro lado de la salida para esperar a los hijos, a los hermanos, a los nietecillos; entretanto, de las puertas de las clases se deslizan en el salón de espera, como a borbotones, grupos de muchachos pequeños, que van a recoger sus capotitos y sombreros, haciendo con ellos revoltijos en el suelo, y brincando alrededor, hasta que el bedel los vuelve a hacer entrar uno por uno en clase. Finalmente, salen en largas filas y marcando el paso. Entonces comienza de parte de los padres una lluvia de preguntas:
«¿Has sabido la lección? ¿Cuánto trabajo te ha puesto? ¿Qué tenéis para mañana? ¿Cuándo es el examen mensual?»
¨¨Y hasta las pobres madres que no saben leer abren los cuadernos mirando los problemas y preguntan las notas que han tenido. «¿Solamente ocho? ¿Diez, sobresaliente? ¿Nueve, de lección?» Y se inquietan, y se alegran, y preguntan a los maestros, y hablan de programas y de exámenes.
¡Qué hermoso es todo esto; cuán grande y qué inmensa promesa para el mundo!
-¡Eh! ¡El rasgo de ti no está bien, hijo mío! ¿Qué diría de él tu padre?...
“En la ventana inmediata se oye la gruesa voz de un maestro que dicta con lentitud:
-Compró cincuenta metros de tela... a cuatro liras cincuenta centavos el metro...,
los volvió a vender...
Más allá, la maestrita de la pluma roja lee en alta voz:
-Entonces, Pedro Micca, con la mecha encendida...”
¨¨De la clase cercana sale como un gorjeo de cien pájaros, lo cual quiere decir que el maestro ha salido fuera un momento. Voy más adelante, y a la vuelta de la esquina oigo que llora un alumno, y la voz de la maestra que lo reprende al par que consuela. Por otras ventanas llegan a mis oídos versos, nombres de grandes hombres, fragmentos de sentencias que aconsejan la virtud, el amor a la patria, el valor. Siguen después instantes de silencio, en los cuales se diría que el edificio estaba vacío; parece imposible que allí dentro haya setecientos muchachos; de pronto se oyen estrepitosas risas, provocadas por una broma de algún maestro de buen humor... La gente que pasa se detiene a escuchar, y todos vuelven una mirada de simpatía hacia aquel hermoso edificio que encierra tanta juventud y tantas esperanzas.
¨¨Se oye luego de improviso un ruido sordo, un golpear de libros y de carteles, un roce de pisadas, un zumbido que se propaga de clase en clase, y de bajo a lo alto, como al difundirse de improviso una buena noticia:
Es el bedel que va a anunciar la hora. A este murmullo, una multitud de hombres, de mujeres, de muchachos y de jovenzuelos se aprieta a uno y otro lado de la salida para esperar a los hijos, a los hermanos, a los nietecillos; entretanto, de las puertas de las clases se deslizan en el salón de espera, como a borbotones, grupos de muchachos pequeños, que van a recoger sus capotitos y sombreros, haciendo con ellos revoltijos en el suelo, y brincando alrededor, hasta que el bedel los vuelve a hacer entrar uno por uno en clase. Finalmente, salen en largas filas y marcando el paso. Entonces comienza de parte de los padres una lluvia de preguntas:
«¿Has sabido la lección? ¿Cuánto trabajo te ha puesto? ¿Qué tenéis para mañana? ¿Cuándo es el examen mensual?»
¨¨Y hasta las pobres madres que no saben leer abren los cuadernos mirando los problemas y preguntan las notas que han tenido. «¿Solamente ocho? ¿Diez, sobresaliente? ¿Nueve, de lección?» Y se inquietan, y se alegran, y preguntan a los maestros, y hablan de programas y de exámenes.
¡Qué hermoso es todo esto; cuán grande y qué inmensa promesa para el mundo!
¨´TU PADRE¨¨
CORAZÓN
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