Enero
Franti es expulsado del colegio
Sábado, 21
Franti es expulsado del colegio
Sábado, 21
Sólo uno era capaz de reírse mientras Deroso declamaba el discurso por los funerales del rey, y fue, precisamente, Franti. se rio Lo aborrezco. Es un malvado, Cuando un padre viene a la escuela a reñir a su hijo delante de todos, él disfruta; si alguien llora, él se ríe. Tiembla ante Garrón, molesta y pega al albañilito porque es pequeño; atormenta a Crosi porque tiene imposibilitado un brazo; se burla de Precusa, a quien todos respetamos, y hasta se ríe de Robeto, el de la clase segundo, que anda con muletas por haber salvado a un niño.
Provoca a todos los que son más débiles que él y, cuando pega, se enfurece y procura hacer el mayor daño posible.
Hay algo que inspira repugnancia en su frente baja, en aquellos ojos torbos, que quedan ocultos por la visera de su gorra de hule. No teme ni respeta a nadie. Se ríe del maestro, hurta cuanto puede, niega desvergonzadamente, siempre ha de estar peleándose con alguno, lleva a la escuela alfileres para pinchar a los que están cerca de él, se arranca los botones de la chaqueta, se los arranca a otros y luego se los juega; no se esmera en nada; su cartera, sus libros, sus cuadernos, son una verdadera pena y da grima verlos, por lo deslucidos, destrozados y sucios que los tiene; su regla está mellada y la pluma las más de las veces inservible; se come las uñas; lleva la ropa llena de manchas y de rotos que se hace en las peleas.
Dicen que su madre está enferma de los disgustos que le proporciona, y que su padre lo ha echado ya tres veces de su casa; su madre acude a la escuela de vez en cuando a pedir informes y siempre se va llorando. El odia la escuela, a los compañeros y a los profesores.
Nuestro maestro hace alguna vez que no ve sus bribonadas; pero no por eso se enmienda, sino que, por el contrario, es cada vez peor. Ha intentado probar corregirle por las buenas, pero él se ríe del procedimiento lo que le dice o insinúa. Si le dice, regañándole, palabras tremendas, y se cubre la cara con las manos como si llorara, pero se está riendo por lo bajo. Estuvo expulsado tres días de la escuela, y volvió más granuja y más insolente que antes. Un día Deroso reconvino:
-Pero hombre, ¿por qué no te enmiendas? ¿No ves que haces sufrir demasiado al señor maestro?
Por toda contestación le amenazó con meterle un clavo en la barriga.
Pero esta mañana hizo que le echaran como a un perro. Mientras el maestro daba a Garrón el borrador del Tamborcillo sardó, el cuento mensual correspondiente para enero, para que lo pusiese en limpio, Franti tiró al suelo un petardo que estalló, haciendo retemblar las paredes como si fuera cañonazo. Toda la clase experimentó una sacudida. El maestro se puso en pie y gritó:
-¡Fuera de la escuela, Franti!
El respondió:
-¡No he sido yo! -pero se reía.
El maestro repitió:
-¡He dicho que te vayas, Anda fuera!
-¡Yo no me muevo! -replicó.
El maestro perdió los estribos, se fue hacia él, fuera de sí lo cogió de un brazo y lo sacó del banco. Franti se revolvía, rechinaba los dientes, y tuvo que arrastrarlo a viva fuerza. El maestro lo llevó casi en vilo a la dirección, y luego volvió solo a la clase, y, sentado a su mesa, cogiéndose la cabeza con las manos, todo agitado, con una expresión de cansancio y aflicción, que daba compasión verle, dijo tristemente, meneando la cabeza, exclamó:
-¡Después de treinta años de profesión todavía no me había ocurrido cosa semejante!
Todos conteníamos la respiración.
Le temblaban las manos de ira, y la arruga recta que tiene en la frente se le profundizó de tal manera, que parecía una gran herida. Daba pena verlo.
¡Pobre maestro! Todos nos compadecimos de él.
Derossi se levantó y dijo:
-¡No sufra usted, señor maestro, no se aflija! Nosotros le queremos mucho.
Entonces se tranquilizó algo después dijo:
-Hijos prosigamos a la lección.
Provoca a todos los que son más débiles que él y, cuando pega, se enfurece y procura hacer el mayor daño posible.
Hay algo que inspira repugnancia en su frente baja, en aquellos ojos torbos, que quedan ocultos por la visera de su gorra de hule. No teme ni respeta a nadie. Se ríe del maestro, hurta cuanto puede, niega desvergonzadamente, siempre ha de estar peleándose con alguno, lleva a la escuela alfileres para pinchar a los que están cerca de él, se arranca los botones de la chaqueta, se los arranca a otros y luego se los juega; no se esmera en nada; su cartera, sus libros, sus cuadernos, son una verdadera pena y da grima verlos, por lo deslucidos, destrozados y sucios que los tiene; su regla está mellada y la pluma las más de las veces inservible; se come las uñas; lleva la ropa llena de manchas y de rotos que se hace en las peleas.
Dicen que su madre está enferma de los disgustos que le proporciona, y que su padre lo ha echado ya tres veces de su casa; su madre acude a la escuela de vez en cuando a pedir informes y siempre se va llorando. El odia la escuela, a los compañeros y a los profesores.
Nuestro maestro hace alguna vez que no ve sus bribonadas; pero no por eso se enmienda, sino que, por el contrario, es cada vez peor. Ha intentado probar corregirle por las buenas, pero él se ríe del procedimiento lo que le dice o insinúa. Si le dice, regañándole, palabras tremendas, y se cubre la cara con las manos como si llorara, pero se está riendo por lo bajo. Estuvo expulsado tres días de la escuela, y volvió más granuja y más insolente que antes. Un día Deroso reconvino:
-Pero hombre, ¿por qué no te enmiendas? ¿No ves que haces sufrir demasiado al señor maestro?
Por toda contestación le amenazó con meterle un clavo en la barriga.
Pero esta mañana hizo que le echaran como a un perro. Mientras el maestro daba a Garrón el borrador del Tamborcillo sardó, el cuento mensual correspondiente para enero, para que lo pusiese en limpio, Franti tiró al suelo un petardo que estalló, haciendo retemblar las paredes como si fuera cañonazo. Toda la clase experimentó una sacudida. El maestro se puso en pie y gritó:
-¡Fuera de la escuela, Franti!
El respondió:
-¡No he sido yo! -pero se reía.
El maestro repitió:
-¡He dicho que te vayas, Anda fuera!
-¡Yo no me muevo! -replicó.
El maestro perdió los estribos, se fue hacia él, fuera de sí lo cogió de un brazo y lo sacó del banco. Franti se revolvía, rechinaba los dientes, y tuvo que arrastrarlo a viva fuerza. El maestro lo llevó casi en vilo a la dirección, y luego volvió solo a la clase, y, sentado a su mesa, cogiéndose la cabeza con las manos, todo agitado, con una expresión de cansancio y aflicción, que daba compasión verle, dijo tristemente, meneando la cabeza, exclamó:
-¡Después de treinta años de profesión todavía no me había ocurrido cosa semejante!
Todos conteníamos la respiración.
Le temblaban las manos de ira, y la arruga recta que tiene en la frente se le profundizó de tal manera, que parecía una gran herida. Daba pena verlo.
¡Pobre maestro! Todos nos compadecimos de él.
Derossi se levantó y dijo:
-¡No sufra usted, señor maestro, no se aflija! Nosotros le queremos mucho.
Entonces se tranquilizó algo después dijo:
-Hijos prosigamos a la lección.
CORAZÓN
CORAZÓN
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