Enero
Una visita agradable
Jueves, 12
Una visita agradable
Jueves, 12
Hoy ha sido uno de los jueves más gratos del año para mí. A las dos en punto han llegado a casa Deroso y Coreta, en compañía de Nelle, el jorobadito. A Precusa no le ha dejado venir su padre.
Deroso y Coreta apenas podían contener la risa contándome que por la calle habían visto a Crosi, el hijo de la verdulera -el del brazo inmóvil y pelirrojo- que llevaba a vender una col fenomenal y grandisima, la mar de contento porque con lo que le dieran pensaba comprarse una pluma y alguna otra cosita, y, además, estaba muy contento porque habían recibido carta de su padre, que se encuentra en América, diciéndoles que le esperasen de un día para otro.
¡Qué dos horas más felices hemos pasado juntos! Deroso y Coreta son los dos más alegres de la clase; mi padre estaba contento al verles en mi compañía. Coreta llevaba su inseparable jersey marrón oscuro y su gorra de piel. Es un diablillo que siempre quisiera estar haciendo algo; trajinar, no estar ocioso.
. Por la mañana, temprano, ya se había cargado en las espaldas media carretada de leña; sobre su espalda, y, sin embargo, no paró un instante, recorriendo toda la casa y hablando sin cesar, observándolo todo, con la listeza y viveza de una ardilla. Al pasar por la cocina preguntó a la cocinera cuánto le costaban diez kilos de leña, cosa que su padre vendía por cuarenta y cinco céntimos. Siempre está hablando de su padre, de cuando sirvió en el regimiento 49 y tomó parte en la batalla de Custoza, a las órdenes en la que se encontró, en la división del príncipe Humberto. Es un chico de modales más finos de lo que cabría esperar de él. Aunque ha nacido y se ha criado entre los leños, según mi padre, tiene distinción en la sangre.en el corazón, como dice mi padre:
Deroso nos ha divertido mucho; sabe la Geografía como un maestro. Cerrando los ojos decía:
«Estoy viendo toda la Italia, los Apeninos, que recorren la Península hasta el mar Jónico, los ríos que van de un lado para otro, fertilizando la tierra por donde pasan; las blancas ciudades, los golfos, los azules lagos, las verdes islas», y, al mismo tiempo, iba diciendo los correspondientes nombres, por su orden y con gran rapidez, como si hubiese estado leyéndolos en el mapa. Estábamos admirados de oírle y verle tan gallardo, con sus rubios rizos, los ojos cerrados, vestido de azul, con botones dorados, tan esbelto y bien proporcionado como una estatua...
En una hora se había aprendido de memoria casi tres páginas que deberá recitar pasado mañana en los funerales de Víctor Manuel. Nelle también le miraba con admiración y cariño, sonriéndose con sus ojos claros y melancólicos.
Me ha gustado muchisimo la visita, que me ha dejado gratas impresiones, como chispazos, en la mente y en el corazón y en la memoriua. También me ha satisfecho ver al pobrecito Nelle entre los otros dos, altos y robustos, cuando se han ido, haciéndole reír como hasta ahora nunca lo había hecho.
Al volver a entrar en nuestro comedor, me he dado cuenta de que no se hallaba en el sitio acostumbrado el cuadro que representa a Rigoleto, el bufón jorobado. Lo había quitado mi padre para evitar que lo viese Nelle.
Deroso y Coreta apenas podían contener la risa contándome que por la calle habían visto a Crosi, el hijo de la verdulera -el del brazo inmóvil y pelirrojo- que llevaba a vender una col fenomenal y grandisima, la mar de contento porque con lo que le dieran pensaba comprarse una pluma y alguna otra cosita, y, además, estaba muy contento porque habían recibido carta de su padre, que se encuentra en América, diciéndoles que le esperasen de un día para otro.
¡Qué dos horas más felices hemos pasado juntos! Deroso y Coreta son los dos más alegres de la clase; mi padre estaba contento al verles en mi compañía. Coreta llevaba su inseparable jersey marrón oscuro y su gorra de piel. Es un diablillo que siempre quisiera estar haciendo algo; trajinar, no estar ocioso.
. Por la mañana, temprano, ya se había cargado en las espaldas media carretada de leña; sobre su espalda, y, sin embargo, no paró un instante, recorriendo toda la casa y hablando sin cesar, observándolo todo, con la listeza y viveza de una ardilla. Al pasar por la cocina preguntó a la cocinera cuánto le costaban diez kilos de leña, cosa que su padre vendía por cuarenta y cinco céntimos. Siempre está hablando de su padre, de cuando sirvió en el regimiento 49 y tomó parte en la batalla de Custoza, a las órdenes en la que se encontró, en la división del príncipe Humberto. Es un chico de modales más finos de lo que cabría esperar de él. Aunque ha nacido y se ha criado entre los leños, según mi padre, tiene distinción en la sangre.en el corazón, como dice mi padre:
Deroso nos ha divertido mucho; sabe la Geografía como un maestro. Cerrando los ojos decía:
«Estoy viendo toda la Italia, los Apeninos, que recorren la Península hasta el mar Jónico, los ríos que van de un lado para otro, fertilizando la tierra por donde pasan; las blancas ciudades, los golfos, los azules lagos, las verdes islas», y, al mismo tiempo, iba diciendo los correspondientes nombres, por su orden y con gran rapidez, como si hubiese estado leyéndolos en el mapa. Estábamos admirados de oírle y verle tan gallardo, con sus rubios rizos, los ojos cerrados, vestido de azul, con botones dorados, tan esbelto y bien proporcionado como una estatua...
En una hora se había aprendido de memoria casi tres páginas que deberá recitar pasado mañana en los funerales de Víctor Manuel. Nelle también le miraba con admiración y cariño, sonriéndose con sus ojos claros y melancólicos.
Me ha gustado muchisimo la visita, que me ha dejado gratas impresiones, como chispazos, en la mente y en el corazón y en la memoriua. También me ha satisfecho ver al pobrecito Nelle entre los otros dos, altos y robustos, cuando se han ido, haciéndole reír como hasta ahora nunca lo había hecho.
Al volver a entrar en nuestro comedor, me he dado cuenta de que no se hallaba en el sitio acostumbrado el cuadro que representa a Rigoleto, el bufón jorobado. Lo había quitado mi padre para evitar que lo viese Nelle.
Enero
Los funerales por Víctor Manuel
Martes, 17
Hoy tarde, a las dos, apenas habíamos entrado en la escuela, llamó el maestro a Deroso, que se puso junto a la mesa, en frente a nosotros, empezando a decir con acento sonoro, alzando cada vez más su clara voz y con el semblante animándose progresivamente empezó:
«Hace ahora cuatro años, tal día como hoy y a la misma hora, llegaba delante del Panteon, en Roma, el carro fúnebre con el cadáver de Víctor Manuel II, primer rey de Italia, muerto después de veintinueve años de reinado, durante los cuales la gran patria italiana, despedazado fragmentada en siete Estados, oprimida por extranjeros y tiranos, quedó constituida en uno su unidad, independiente y libre, tras veintinueve años de reinado que él había ilustrado y dignificado con su valor, con su lealtad, con su sangre fría en los peligros, con la prudencia en los triunfos y la constancia en la adversidad.
Llegaba el carro fúnebre, cargado de coronas, tras haber recorrido toda Roma bajo una lluvia de flores, en medio del silencio de una inmensa multitud enternecida, procedente de todas partes de Italia, precedido por un numeroso grupo de generales, de ministros y de príncipes, seguido por un cortejo de inválidos y mutilados de guerra, de un bosque de banderas, de los representantes de trescientas ciudades, de todo lo que tiene significado el poderío y de la gloria de un pueblo, deteniéndose ante el augusto templo en el que le esperaba la tumba.
En este preciso momento doce coraceros sacaban el féretro del carro, y por medio de ellos daba Italia el último adiós de despedida a su rey muerto, al viejo monarca que tan enamorado de ella había estado, el último saludo a su caudillo y padre, a los veintinueve años más afortunados y fructíferos de su historia patria. ¡Fueron unos momentos grandiosos y solemnes!. La mirada, el alma de todos temblaba de emoción entre el féretro y las enlutadas banderas de los ochenta regimientos portadas por otros tantos oficiales, formados a su paso; porque estaba representada toda Italia en aquellas ochenta oficiales de italia, que recordaban el paso los millares de muertos, los torrentes de sangre, nuestras glorias más sagradas, nuestros mayores sacrificios, nuestros más tremendos dolores.
Pasó el féretro llevado por coraceros, y ante él se inclinaron a un mismo tiempo todas las banderas de los nuevos regimientos, en señal de saludo, tanto las nuevas como las viejas rotas en Goito, Pastrengo, Santa Lucía, Novara, Crimera, Palestro, San Martin y Casteifidardo; cayeron ochenta velos negros; cien medallas chocaron contra el armon, y aquel estrépito sonoro y confuso que hizo estremecerse a todos fue como el eco de cien voces humanas que decían a un tiempo:
«¡Adiós, buen rey, valiente monarca, magnífico leal soberano! Tú vivirás en el corazón de tu pueblo mientras alumbre el sol de Italia.»
Después se volvieron a erguir las banderas, con el asta hacia el cielo, y el rey Víctor Manuel entró en la gloria inmortal del sepulcro».
«Hace ahora cuatro años, tal día como hoy y a la misma hora, llegaba delante del Panteon, en Roma, el carro fúnebre con el cadáver de Víctor Manuel II, primer rey de Italia, muerto después de veintinueve años de reinado, durante los cuales la gran patria italiana, despedazado fragmentada en siete Estados, oprimida por extranjeros y tiranos, quedó constituida en uno su unidad, independiente y libre, tras veintinueve años de reinado que él había ilustrado y dignificado con su valor, con su lealtad, con su sangre fría en los peligros, con la prudencia en los triunfos y la constancia en la adversidad.
Llegaba el carro fúnebre, cargado de coronas, tras haber recorrido toda Roma bajo una lluvia de flores, en medio del silencio de una inmensa multitud enternecida, procedente de todas partes de Italia, precedido por un numeroso grupo de generales, de ministros y de príncipes, seguido por un cortejo de inválidos y mutilados de guerra, de un bosque de banderas, de los representantes de trescientas ciudades, de todo lo que tiene significado el poderío y de la gloria de un pueblo, deteniéndose ante el augusto templo en el que le esperaba la tumba.
En este preciso momento doce coraceros sacaban el féretro del carro, y por medio de ellos daba Italia el último adiós de despedida a su rey muerto, al viejo monarca que tan enamorado de ella había estado, el último saludo a su caudillo y padre, a los veintinueve años más afortunados y fructíferos de su historia patria. ¡Fueron unos momentos grandiosos y solemnes!. La mirada, el alma de todos temblaba de emoción entre el féretro y las enlutadas banderas de los ochenta regimientos portadas por otros tantos oficiales, formados a su paso; porque estaba representada toda Italia en aquellas ochenta oficiales de italia, que recordaban el paso los millares de muertos, los torrentes de sangre, nuestras glorias más sagradas, nuestros mayores sacrificios, nuestros más tremendos dolores.
Pasó el féretro llevado por coraceros, y ante él se inclinaron a un mismo tiempo todas las banderas de los nuevos regimientos, en señal de saludo, tanto las nuevas como las viejas rotas en Goito, Pastrengo, Santa Lucía, Novara, Crimera, Palestro, San Martin y Casteifidardo; cayeron ochenta velos negros; cien medallas chocaron contra el armon, y aquel estrépito sonoro y confuso que hizo estremecerse a todos fue como el eco de cien voces humanas que decían a un tiempo:
«¡Adiós, buen rey, valiente monarca, magnífico leal soberano! Tú vivirás en el corazón de tu pueblo mientras alumbre el sol de Italia.»
Después se volvieron a erguir las banderas, con el asta hacia el cielo, y el rey Víctor Manuel entró en la gloria inmortal del sepulcro».
*
CORAZÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario