martes, agosto 28, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

Octubre
*
Mis compañeros

Martes, 25
*
El muchacho que envió el sello al calabrés es el que me gusta más de todos. Se llama Garron, tiene cerca de catorce años, la cabeza grande y los hombros anchos; es bueno, se le conoce hasta cuando sonríe, y parece que piensa como un hombre. Ahora conozco yo a muchos de mis compañeros. Otro que me gusta también; se apellida Coreta; y usa un chaleco de punto de color de chocolate y gorra de piel. Siempre está alegre. Es hijo de un empleado de ferrocarril que ha sido soldado en la guerra de 1866, de la división del príncipe Humberto, y que dicen que tiene tres cruces. El pequeño Nelle, es un pobre jorobadito, gracioso de rostro descolorido. Hay uno muy bien vestido, que siempre se está quitando las motas de la ropa: y de nombre Votino. En el banco delante del mío hay otro muchacho que llaman «el albañilito», por que su padre es albañil; de cara redonda como una manzana y de nariz roma.
Tiene particular habilidad especial para poner el hocico de liebre; todos le piden que lo haga, y se ríen; lleva un sombrerito viejo, que se lo encasqueta como un pañuelo. Al lado al albañilito está Garofi, un tipo alto y grueso, con la nariz de pico de loro y los ojos muy pequeños, que siempre anda vendiendo con plumas, estampas y cartones de cajas de cerillas; y se escribe la lección en las uñas para leerlas a hurtadillas. Hay después un señorito, Carlos Nobis, que parece algo orgulloso y se haya en medio de dos muchachos que me son simpáticos: el hijo de un forjador de hierro, metido en su chaqueta que le llega hasta las rodillas, pálido con palidez de enfermo, que parece siempre asustado y que no se ríe nunca; y otro con los cabellos rojos, que tiene un brazo inmóvil y lo lleva pegado al cuerpo; su padre está en América y su madre en vende hortalizas.

Es también un tipo curioso mi vecino de la izquierda, Estardo; `pequeño y tosco sin cuello, gruñón; no habla con nadie, y creo que entiende poco; pero no quita el ojo al maestro, sin mover los parparos, con la frente arrugada y apretados los dientes; y se les preguntan cuando el maestro habla, la primera y la segunda vez no responde, y la tercera pega un cachete. Tiene asu lado a una fisonomía oscura y sucia, Que se llama Franti, y que fue expulsado ya de otra escuela. Hay también dos hermanos, con vestidos iguales, que parecen gemelos y llevan sombrero calabrés con plumas de faisán. Pero el mejor de todos, el más listo y que seguramente será también el primero este año, es Deroso; y el maestro, que ya lo ha comprendido así, le pregunta siempre:.

Sin embargo yo quiero mucho a Precusa, el hijo del herrero, el de la chaqueta larga, que parece estar enfermo. Dicen que su padre le pega. Es muy tímido; cada vez que pregunta o tropieza con alguien, dice: «Dispénsame», y mira constantemente con ojos tristes y bondadosos. Garrón, sin embargo, es el mayor y el mejor de todos.
*
Un rasgo generoso

Miércoles, 26
*

Precisamente esta mañana se le ha dado a conocer a Garrón. Cuando entré a la escuela

-un poco tarde por que me había detenido la maestra de la primera clase superior para preguntarme a qué hora podía venir a mi casa-,

El maestro no no estaba allí todavía y tres o cuatro muchachos atormentaban con el pobre Crosi, el pelirrojo del brazo malo y cuya madre es verdulera. Le pegaban con las reglas, le tiraban a la cara cáscaras de castañas, le ponían motes y le remedaban imitándolo con el brazo pegado en el cuerpo. El pobrecito estaba solo en la punta de su banco, asustado, y daba compasión verlo mirando ya a uno y ya a otro con ojos suplicantes para que lo dejaran en paz. Pero los otros arreciaban en sus burlas y él empezó a temblar y a ponerse encarnado de rabia.

De pronto, Franti, el descarado, y cara sucia se subió a un banco y, haciendo ademán de llevar dos cestas en los brazos, ridiculizó a la madre de Crosi cuando acudía a esperarlo a la puerta, pues ahora no va por estar enferma. Muchos se rieron a carcajadas. Entonces Crosi perdió la paciencia y, cogiendo un tintero, se lo tiró a la cabeza con toda su fuerza; pero Franti se agachó y el tintero fue a dar al pecho del maestro que entraba en aquel preciso momento.

Todos corrieron a sus respectivos puestos y callaron atemorizados.

El maestro, pálido, subió al estrado y con voz alterada preguntó:

-¿Quién ha sido?

Ninguno respondió.

El maestro preguntó otra vez, levantando más la voz:

-¿Quién ha sido?

Entonces Garrón, dándole lástima del pobre Crosi, se levanto y dijo con resolución:

-Yo he sido.

El maestro le miró y miró a todos los alumnos, que estábamos pasmados, y luego
replicó con voz tranquila:

-No has sido tú.

- Y después de un momento añadió-:

-El culpable no será castigado. ¡Que se levante!

Crosi se levantó y comenzó a llorar:

-Me pegaban y me insultaban, perdí la cabeza y tiré...

-Siéntate -dijo el maestro-. ¡Qué se pongan de pie los que le han provocado!

Cuatro se levantaron con la cabeza baja.

-Vosotros -dijo el maestro- habéis insultado a un compañero que no os provocaba; os habéis burlado de un desgraciado y golpeado a un débil que no podía defenderse. Habeis cometido una de las acciones más ruines y vergonzosas con que se puede manchar una criatura humana….. ¡Cobardes!

Dicho esto, pasó entre los bancos, puso una mano en la barbilla de Garrón, que estaba con la vista en el suelo, y, alzándole la cabeza y mirándole fijamente, le
dijo:

-¡Tienes un alma noble!

Aprovechando la ocasión, Garrón murmuró no sé qué palabra al oído del maestro, y éste, volviéndose hacia los cuatro culpables, les dijo bruscamente:

-Os perdono
*

Mi maestra de la primera clase superior

Jueves, 27


Mi maestra ha cumplido su promesa y ha venido hoy a casa en el momento en que me disponía a salir con mi madre para llevar ropa blanca a una pobre mujer, cuya necesidad habíamos leído en los periódicos. Hacía ya un año que no la habíamos visto en casa; así es que todos la recibimos con mucha alegría. Continúa siendo la misma, pequeñita, con su velo verde en el sombrero, vestida sencillamente a la buena de Dios, con peinado algo descuidado por faltarle tiempo para arreglarse, pero un poco más descolorida que el año pasado, con algunas canas y sin dejar de toser.

Mi madre le ha preguntado:

-¿Cómo va de salud, querida Profesora?

-¡Ehhh! No importa -ha respondido, sonriéndose de modo alegre y melancólico a la vez.

-Se esfuerza usted demasiado hablando fuerte -ha añadido mi madre- y trabaja mucho con los chiquitines.

Y es verdad; siempre se esta escuchando su voz, lo recuerdo de cuando iba con ella; continuamente cuando yo iba a la escuela; habla mucho para los niños no se distraigan, y no esta un momento sentada. Estaba bien segurop de que vendría por que no se le olvida jamás de sus discípulos;.recuerda sus nombres por años . Los dias de los exámenes mensuales corre a preguntar al director qué notas han sacado; los espera a la salida y pide que le enseñen sus composiciones para ver que progresos que han hecho.

Así es que van a buscarlas al colegio muchos que usan ya pantalón largo y reloj.

Hoy regresaba muy cansada del Museo, a donde había llevado a sus alumnos, como todos los años, pues dedicaba siempre cada jueves a estas excursiones, explicándoselo todo con el mayor detalle. Pobre maestra, ¡qué delgada está! Pero es muy activa y se reanima cuando habla de su labor docente. Ha querido que le enseñemos la cama donde estuve muy enfermo hace dos años, y que ahora es de mi hermano; la ha estado mirando un buen rato muy emocionada. Se ha ido pronto para visitar a un chiquillo de su clase, hijo de un sillero, enfermo de sarampión, y por tener, además, que corregir luego varias pruebas , toda la tarde de trabajo. Antes de retirarse a su casa, aún debía dar clase particular de Aritmética a la hija de un comerciante.

-Y bien, Enrique -me ha dijo al irse-, ¿quieres todavía a tu antigua maestra, ahora que resuelves problemas difíciles y sabes hacer largas composiciones?
Me ha besado y, desde el último peldaño de la escalera, me ha dicho:

-No te olvides, Enrique.

¡Oh, mi buena maestra, no me olvidare de ti nunca, querida maestra! Aun cuando sea mayor te recordaré e iré a verte entre tus pequeñuelos. Cada vez que pase cerca de una escuela y oiga la voz de una maestra, me parecerá escuchar la tuya y pensaré en los dos años que pasé en tu clase, donde tantas veces te vi malucha y fatigada, pero siempre animosa, indulgente, enfadada cuando alguno cogía la pluma de manera incorrecta, preocupadísima cuando nos preguntaban los inspectores y la mar de satisfecha cuando salíamos airosos; siempre tan buena y cariñosa como una madre... ¡Nunca, nunca te olvidaré, maestra querida!


En una buhardilla

Viernes, 28

Ayer tarde fui con mi madre y mi hermana Silvia a llevar ropa blanca a la mujer necesitada recomendada por los periódicos. Yo llevé el paquete y mi hermana el periódico con las iniciales del nombre y la dirección.

Subimos hasta el último piso de una casa alta y entramos en un largo corredor al que daban muchas puertas de otras tantas viviendas. Mi madre llamó en la última, abriéndonos una mujer todavía joven, rubia y macilenta, que al pronto me pareció haberla visto visto otras veces, con el mismo pañuelo azul a la cabeza.

-¿Es usted la del periódico? -preguntó mi madre.

-Sí, señora; yo soy.

-Pues bien, aquí le traemos una poca ropa blanca. Aquí la tiene.
La mujer no paraba de darnos las gracias y de bendecirnos. Mientras tanto vi en un rincón de la oscura y desnuda habitación a un chico arrodillado delante de una silla, de espaldas a nosotros, y que parecía estar escribiendo, como así era, efectivamente, teniendo el papel en la silla y el tintero en el suelo. ¿Cómo lograba escribir con tan escasísima luz? Mientras pensaba esto para mí, reconocí de pronto los cabellos rubios y la chaqueta de fustán de Crosi, el hijo de la verdulera, el del brazo inmóvil.

Se lo dije a mi madre mientras la mujer se hacía cargo de la ropa que le habíamos llevado.

-¡Silencio! -replicó mi madre-. Puede ser que se avergüence al ver que das una limosna a su madre; no le digas nada.

Pero Crosi se volvió en aquel momento y yo no sabía qué hacer. Me dirigió una sonrisa, y entonces mi madre me dio un empujoncito para que c orriese a abrazarlo. Lo abracé; él se levantó y me estrechó la mano.

-Hemos aquí me tiene -decía entretanto su madre a la mía- sola con este hijo. Mi marido hace seis años que se fue a América, y yo, por añadidura, enferma, sin poder ganar algún dinero vendiendo verdura. Ni siquiera dispongo de una mesa para que mi pobre Luis pueda trabajar con cierta comodidad. Cuando tenía en el portal el mostrador, por lo menos podía escribir sobre él; pero se lo llevaron. Como ve, hasta carecemos de luz suficiente para que estudie sin perder la vista. Y gracias que puedo enviarlo a la escuela porque el Ayuntamiento nos da los libros y demás material escolar. ¡Pobre Luis! ¡Tú, que tienes tanta voluntad de estudiar!¡ y yo pobre mujer infeliz, nada puedo hacer por ti!

Mi madre le dio cuanto dinero llevaba en el bolso, besó al muchacho y casi lloraba cuando salimos de la buhardilla. Tenía toda la razón cuando me dijo:

-Mira ese chico: ¡Cuántas estremeces pasa para trabajar, y tú que disfrutas de todas las comodidades y aún te parece duro el estudio! ¡Oh, Enrique mío! Tiene más mérito su trabajo de un solo día que en el tuyo de todo un año!. ¡A cuál de los dos le deberían darle los primeros premios!

La escuela

Viernes, 28


Sí, querido Enrique, el estudio te resulta pesado, como dice tu madre; no te veo ir a la escuela con la resolución y la cara sonriente que yo quisiera. Tu eres algo terco; Aún te haces algo el remolón. Pero mira, piensa un poco y considera en lo vana y despreciable que sería tu jornada si no fueses a la escuela. Al cabo de una semana pedirías de rodillas volver a ella, harto de aburrimiento, avergonzado, cansado de tus juguetes y de no hacer nada provechoso..

Ahora, Enrique, todos estudian. Piensa en los obreros, que van por la noche a clase, después de haber trabajado todo el día; en las mujeres, en las muchachas del pueblo, que acuden a la escuela los domingos, tras una semana de fatigas; en los soldados, que echan mano de libros y cuadernos cuando regresan, rendidos, de sus ejercicios y de las maniobras; piensa en los niños mudos y ciegos que, sin embargo, también estudian; y hasta en los presos, que asimismo aprenden a leer y escribir.

Cuando salgas por las mañanas de tu casa, piensa que en tu misma ciudad y en ese preciso momento van como tú otros treinta mil chicos a encerrarse por espacio de tres horas en una habitación para aprender y ser un día hombres de provecho.

Pero ¡qué más! Piensa en los innumerables niños que a todas horas acuden a la escuela en todos los países; contémplalos con la imaginación yendo por las tranquilas y solitarias callejuelas aldeanas, por las concurridas calles de la ciudad, por la orilla de los mares y de los lagos, ya bajo un sol ardiente ya como entre nieblas, embarcados en los países surcados por canales, a caballo por las extensas planicies, en trineos sobre la nieve, por valles y colinas, a través de bosques y de torrentes, subiendo y bajando sendas solitarias montañeras, solos, o por parejas, o en grupos, o en largas filas, todos con los libros bajo el brazo, vestidos de mil diferentes maneras, hablando en miles de lenguas.

Desde las últimas escuelas de Rusia, casi perdidas entre hielos, hasta las de Arabia, a la sombra de palmeras, millones de criaturas van a aprender, en cien diversas formas, las mismas cosas; imagínate ese tan vasto hormiguero de chicos de los más diversos pueblos, ese inmenso movimiento del que formas parte, y piensa que si se detuviese, la humanidad volvería a sumirse en la barbarie. Ese movimiento es progreso, esperanza y gloria del mundo.

Valor, pues, pequeño soldado del inmenso ejército. Tus armas son los libros; tu compañía, la clase; toda la tierra, campo de batalla; tu victoria, nuestra victoria, significará el establecimiento de una paz verdadera, la comprensión entre todos los hombres, la civilización humana. ¡No seas, un soldado cobarde Enrique mío!
TU PADRE

1 comentario:

Antonio Toribios dijo...

Un libro que puede parecer ñoño o pasado de moda, pero que habla de grandes valores y está cargado de humanidad.
Se lo he leído en voz alta a mis hijos y me he emocionado recordando mi primera lectura.