martes, noviembre 13, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)


Enero
*
El amor a la Patria

Martes, 24


Puesto que el cuento del Tamborcillo te ha conmovido tu corazón, fácil te será escribir esta mañana la redacción sobre el tema del examen:

«¿Por qué se ama a la Patria? ¿Por qué quiero a mi Patria?» ¿No se te han ocurrido en seguida cien respuestas? Amo a mi Patria porque mi madre ha nacido en ella, porque sangre suya es la que corre por mis venas, porque es la tierra donde están sepultados los muertos por los que reza mi madre y a los que venera mi padre, porque la ciudad donde he visto la luz, la lengua que hablo, los libros que me instruyen, mi hermano y mi hermana, mis compañeros, el pueblo del que formo parte, el bello paisaje que me rodea, cuanto veo, lo que amo, lo que estudio y lo que admiro pertenece a mi Patria.

¡Oh!¡Tú no puedes sentir todavía ese gran afecto en toda su intensidad! Lo sentirás cuando seas un hombre, cuando retornes a ella tras un largo viaje, después de una prolongada ausencia, y asomándote una mañana desde la cubierta del buque, contemples en el horizonte las grandes montañas azules de tu país; entonces lo sentirás con el ímpetu de ternura que te llenará los ojos de lágrimas y te arrancará un grito del corazón.

Lo sentirás en alguna gran ciudad lejana por el impulso del alma quete empujará, entre la desconocida multitud, te llevará hacia un trabajador desconocido, al que, pasando,a su lado le habrás oído decir alguna palabra en tu propia lengua.

Lo sentirás en la dolorosa y profunda indignación que te hará subir la sangre a la cabeza, cuando de la boca de algún extranjero salgan expresiones injuriosas para la tierra que te vio nacer, y con mayor violencia y alteración todavía si la amenaza de un pueblo enemigo levanta una tempestad de fuego sobre tu Patria y veas el desasosiego por doquier, a los jóvenes que acuden en masa a tomar las armas, a los padres besar a sus hijos gritando: «¡Animo¡ , y las madres despedir a los jóvenes gritando ¡Vence!!Adiós! ¡Volved victoriosos!»

Lo sentirás con insuperable júbilo si tuvieres la dicha de presenciar en tu ciudad los regimientos diezmados, cansados, endidos, destrozados con el uniforme destrozado, con aire terrible, con el brillo de la victoria en los ojos y las banderas atravesadas por las balas, seguidos por un número interminable de valientes que llevarán sus cabezas vendadas y brazos sin manos, entre una multitud enfervorecida por el entusiasmo, que los cubrirá de flores, de bendiciones y de besos. Entonces: ¡Ah, comprenderás lo que es el amor a la Patria, entonces lo sentirás tú, Enrique mío!.

La Patria es algo tan grande y tan sagrada, que si un día te viese regresar salvo y sano de una batalla en la que te hubieses hallado, por haberte escondido para conservar la vida, a pesar de ser carne de mi carne y alma de mi alma, yo, tu padre, que te recibo con tanta gritos de alegría cuando vuelves de la escuela, te acogería con sollozos de angustia, de no poderte querer ya, y moriría con ese puñal clavado en el corazón.


TU PADRE



Enero

Envidia

Miércoles, 25


El que ha hecho mejor la composición sobre la Patria ha sido Deroso. ¡Y Votino, que creía seguro el primer premio! Yo quería mucho a Votino, aunque es algo vanidoso y presumido; pero me disgusta ahora que estoy con él en el banco ver cómo envidia a Deroso.

Y estudia para competir con él; pero no puede en manera alguna, porque el otro le da cien vueltas en todas las asignaturas, y a Votino se le ponen los dientes largos.

También siente envidia de Carlos Nobis; pero éste tiene tanto orgullo, que la misma soberbia no le deja descubrir. Votino, por el contrario, se traiciona, se vende, se queja de las notas en su casa y dice que el maestro comete injusticias; y cuando

Deroso responde a las preguntas tan pronto y tan bien como siempre, él pone la cara hosca, baja la cabeza, finge no oír y se esfuerza por reír, pero con la risa del conejo.

Y como todos lo saben, en cuanto el maestro alaba a Deroso todos se vuelven a mirar a Votino que traga veneno, y el albañilito le hace la mueca de hocico de liebre.

Esta mañana, por ejemplo, lo ha demostrado. El maestro entró en la escuela y anunció el resultado de los exámenes: «-Deroso: diez décimas y la primera medalla»

-Votino estornudó con estrépito. El maestro le miró, porque la cosa estaba bien clara.

-Votino -le dijo-, no dejes que se apodere de ti la serpiente de la envidia: es una serpiente que roe el cerebro y corrompe el corazón.

Todos le miraron, menos Deroso. Votino quiso responder y no pudo; quedó como petrificado y con el semblante pálido. Después, mientras el maestro daba la lección, se puso a escribir, en gruesos caracteres, en una hoja:

«Yo no tengo envidia de los que ganan la primera medalla por enchufe y con injusticia. » Este papel quería mandárselo a Deroso. Pero entretanto observé que los que estaban junto a Deroso tramaban algo entre sí y se hablaban al oído, y uno hacía con el cortaplumas una medalla de papel, sobre la cual habían dibujado una serpiente negra.

Votino mismo no advirtió nada. El maestro salió por breves momentos. En seguida, los que estaban junto a Deroso se levantaron para salir del banco y presentar solemnemente la medalla de papel a Votino.

Toda la clase se preparaba para presenciar una escena desagradable. Votino estaba temblando. Deroso gritó:

-¡Dádmela!

-Sí, es mejor -respondieron los demás-; tú eres el que debe llevársela.

Deroso recogió la medalla y la hizo mil pedazos. En aquel momento volvió el maestro y se reanudó la clase. Yo no quitaba ojo a Votino, que estaba rojo de vergüenza. Tomó el papel despacito, como si lo hiciese distraídamente, lo hizo mil dobleces a escondidas, se lo puso en la boca, lo mascó un poco y después lo echó debajo del banco. Al salir de la escuela y pasar por delante de Deroso, a Votino, que estaba un poco confuso, dejó caer el arrugado papel. Deroso, siempre noble, lo recogió y se lo puso en la cartera, ayudándole a abrocharse el cinturón. Votino no se atrevió a levantar la cabeza.

Enero

La madre de Franti


Sábado, 28


Pero Votino es incorregible. Ayer, en la clase de religión, en presencia del Director, el maestro preguntó a Deroso si se sabía de memoria las dos estrofas del libro de lectura que empiezan con las palabras:

«Dondequiera que extienda la mente mía, sus alas rápidas llevate veo, inmenso Dios...» Deroso dijo que no las sabía y Votino se apresuró a decir que él sí las sabía. Lo dijo sonriéndose, para mortificar a Deroso, pero el mortificado fue él, pues no pudo recitar la poesía, por entrar en el aula, mientras tanto, la madre de Franti, angustiada, despeinados sus grises cabellos, toda llena de nieve, llevando como a la fuerza a su hijo, que ocho días antes había sido expulsado de la escuela.

¡Qué escena más triste tuvimos que presenciar!

La pobre señora se hincó casi de rodillas delante del Director, con las manos cruzadas y diciéndole en tono suplicante:

-¡Tenga la bondad, señor Director, de admitir de nuevo a mi hijo en la escuela! Hace tres días que está en casa, pero lo he tenido escondido. ¡No permita Dios que su padre lo descubra, porque es capaz de matarlo! ¡Tenga compasión de esta madre infeliz, que no sabe qué hacer! ¡Se lo pido con toda mi alma!

El Director procuró llevarla fuera, pero ella se resistía sin dejar de suplicarle y de llorar.

-¡Si usted supiese lo que este hijo me hace sufrir, tendría compasión de mí! ¡Por favor, admítalo!¡Hágame el favor! Yo creo que llegará a enmendarse. No espero vivir mucho tiempo, pues llevo la muerte dentro de mí. Pero antes de expirar desearía verle cambiar, porque...

El llanto ahogó sus palabras y no pudo terminar la frase; luego añadió:

-Es mi hijo, lo quiero y moriría de pena; admítalo de nuevo, señor Director, para que no sobrevenga una desgracia en la familia. ¡Hágalo por caridad hacia una pobre madre! -y se cubrió el rostro con ambas manos, sin parar de sollozar.

Franti permanecía impasible, con la cabeza baja. El Director le miró, estuvo un rato pensativo y, al fin, le dijo:

-Vete a tu sitio.

La madre se quitó entonces las manos de la cara, muy consolada, y empezó a darle las gracias, sin dejar de hablar al Director, y se marchó hacia la puerta, enjugándose los ojos y diciendo atropelladamente:

-Hijo mío, sé bueno. Tengan paciencia con él. Muchas gracias, señor Director; ha hecho usted una gran obra de caridad. Adiós, hijo. Pórtate bien. Buenos días, niños. Gracias, señor maestro; hasta la vista. Perdonen tanta molestia. ¡Soy una madreque ha sufrido tanto...!

Y dirigiendo desde el umbral una mirada más de súplica a su hijo, se fue, recogiendo el chal que le iba arrastrando, pálida, encorvada, temblorosa, y aún la oímos toser cuando bajaba por la escalera.

El señor Director miró fijamente a Franti en medio del silencio de la clase, y le dijo con una inflexión de voz que hacía temblar:

-¡Franti, estás matando a tu madre!

Todos miramos a Franti, y el sinvergüenza infame ¡se sonreia!.




Enero

Esperanza

Domingo, 29


Mucho me ha complacido, Enrique mío, el gesto que has tenido cuando, al volver de la clase de religión, te has echado en mis brazos. ¡Qué cosas tan hermosas y tan consoladoras te ha dicho el maestro! Dios, que nos ha puesto al uno en los brazos del otro, no nos separará nunca; cuando muramos tu padre y yo, no nos diremos las tremendas y desalentadoras palabras:

«Madre, padre, Enrique, ¡no te veré ya más!» Nos volveremos a encontrar en otra vida, y el que hubiere sufrido mucho en ésta, quedará ampliamente recompensado; quien ame intensamente en la tierra estará con las almas de los seres queridos en un mundo sin culpas, ni aflicciones, ni muerte. Pero debemos hacernos todos dignos de esa otra vida.

Mira, hijo mío: cada buena acción tuya, cada palabra de cariño para quien bien te quiere, cada acto de cortesía hacia tus compañeros, cada pensamiento noble tuyo, es como un paso adelante hacia aquel mundo. Y también te elevan hacia él todas las desgracias y las penas, porque las penas son la expiación de una culpa y toda lágrima borra una mancha. Proponte cada día ser mejor y más amable que el día anterior. Di todas las mañanas:

«Hoy quiero hacer algo que pueda alabarme la conciencia pueda alabarse, y contente a mi padre, aestará contento, algo que aumente el aprecio de tal o cual compañero, el afecto del maestro, de mi hermano o de otros.»

Y pide a Dios que te dé fuerzas para poner en práctica tus buenos propósitos. Dile:

«Señor, quiero ser bueno, tener nobles valiente, delicado, con sentimientos, ser animoso, afable y sincero. ¡Ayudadme! ¡Haced que cada noche, al darme mi madre el último beso, pueda decirle: Esta noche besas a un chico mejor, más digno que el que besaste ayer!»

Ten siempre en tu pensamiento al Enrique sobrehumano y feliz que podrás ser después de esta vida. ¡Y luego reza!

¡Tú no puedes imaginar la dulzura y la satisfacción que experimenta una madre cuando ve a su hijo arrodillado y con las manos juntas en actitud de oración. Cuando te veo rezando, de rodillas! Me parece imposible que no haya quien te esté viendo y escuchándote. Creo entonces más firmemente que nunca , hay una Bondad suprema y una Piedad infinita; te quiero más; trabajo con mayor ardor, sufro con más fortaleza, perdono de todo corazón y pienso en la muerte con serenidad.

¡Qué dicha, Dios mío, volver a oír después de la muerte la voz de mi madre, volver a encontrar a mis hijos, ver de nuevo a mi Enrique, a mi Enrique bendito e inmortal, y estrecharlo en un abrazo que ya no tendrá fin nunca jamás, en una eternidad...!

¡Reza, recemos; querámonos, seamos buenos, y llevemos en el alma, adorado hijo mío, esa celestial esperanza!


TU MADRE
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