sábado, septiembre 15, 2007

César Ángeles L.(Los monstruos (¿y las máquinas?) no lloran)

12 de julio del 2002

Mecánica de los sentimientos en tres películas contemporáneas

César Ángeles L.

*
En primer lugar, debiéramos ponernos de acuerdo sobre el concepto de «monstruos» o «monstruoso». Lo uso ahora de forma bastante personal y libre, en realidad. Pienso que todo aquello que subvierta nuestra visión establecida y convencional de la realidad, posee características monstruosas. A la vez, sin embargo, eso que subvierte debe impresionarnos de alguna manera intensa para estar seguros de hallarnos cara a cara con cierta presencia o fenómeno extra-ordinario, que nos impacta vivamente por escapar a los parámetros tradicionales de la lógica que de común nos gobierna. Es así, pues, que no sólo considero monstruo aquello que provoca miedo, horror. En una película como «Eduardo, manos de tijera» (Edward Scissorhands, del director Tim Burton, 1990), Johnny Depp encarna a un ser con figura humana, hecho por un científico que muere antes de poder concluir su obra, abandonándolo para siempre con dos grandes tijeras colocadas provisionalmente como manos. Ello ocurre en una vieja mansión, en lo alto de una colina, vecina a un pueblo norteamericano de clase media ambientado en la estética coloreada y feliz de los 50. Es una versión particular del Frankenstein que todos conocemos. Sin embargo, el humor y la ironía que recorren la película le dan un carácter especial. Eduardo, manos de tijera, tiene una vestimenta y apariencia que evocan la estética punk de los 80: ropa negra de cuero, pelos hacia arriba, palidez extrema, ojeras, cadenas, clavos. Este personaje es adoptado casualmente por una familia del poblado, surgiendo un romance con la hija (Winona Ryder). En general, los vecinos, hipócritas y egoístas, van haciéndolo parte de su fauna, ya que Eduardo desempeña diversos oficios (peluquero, jardinero...) para ellos. Mas todo cambia cuando una vecina despechada por Eduardo y un enamorado celoso empiezan a complotar contra él, y es entonces que el rebelde Eduardo recupera, sin proponérselo, su dimensión de monstruo aterrando al vecindario y siendo perseguido por la policía. La doble moral, tan característica de la sociedad norteamericana, que quiere lo que no la toca o altera, y combate lo que la pone en cuestión, se evidencia excelentemente en este film. Así, el protagonista —sobrio en los variados matices de sus emociones— sirve de reactivo para que la aparente calma y armonía de este vecindario provinciano muestre su verdadero rostro: el de perro sabueso en pos del cuerpo y la sangre de aquel que no se ha sometido a sus prejuicios y convenciones1. Es así que lo que nos deja esta película es la sensación e idea de que el monstruo, en verdad, está encarnado en esos rostros, gestos y modales —esa ética, esa práctica— aparentemente civilizados, ordenados, más bien cínicos, y aquel que esa sociedad condena no es la criatura sin corazón que se come a la gente, sino más bien una versión contemporánea del romanticismo: cuando Eduardo quiere acariciar o tocar a alguien, termina haciéndole daño con sus manos-tijeras, rasgando la piel en sus objetos de afecto o amor. Este humor en clave gótica, contrastado con la artificialidad del pueblo-provincia, recorre la estructura de todo el film y expresa también, cinematográficamente, la sensibilidad punk y postpunk que a comienzos de los 80 fue una manera original de la contracultura en occidente; sobre todo en el ámbito de la música rock y del pop.

Necronom III, de H.R. Giger (1976)

En la película «Inteligencia artificial» (Artificial Intelligence, 2001, dirigida por Steven Spielberg en base a un antiguo como trunco proyecto cinematográfico del genial y fallecido Stanley Kubrick), una familia del futuro tiene un pequeño hijo gravemente enfermo, desahuciado. En un mundo crecientemente gobernado por máquinas y robots, el esposo decide regalarle a su esposa un niño-robot, fabricado por una empresa (Cybertronics Manufacturing) que tiene en este proyecto su trabajo más osado: hacer un niño que pase por tal, y que sea indistinguible de un ser humano. David es este niño (interpretado por Haley Joel Osment, el fantástico actor de «El Sexto Sentido»). Toda su apariencia es idéntica a un niño humano, y su madre adoptiva sólo debe ir programándolo para obtener de él diferentes reacciones y conductas que aún lo hacen más aparentemente humano. Luego de un primer dramático momento de aceptación-rechazo en la familia, David se queda a vivir allí y va adaptándose a los requerimientos, al punto de que, a pesar de algunos inconvenientes, la madre pasa a demandar su permanencia en el hogar cuando su esposo le ofrece devolverlo a la empresa. El niño-robot se ha ganado su corazón. Pero él carece de uno. Y esto pasa a primer plano cuando el niño real, de forma inesperada, se repone y vuelve, aunque algo lisiado, al seno familiar. Hay una serie de escenas donde David muestra, incluso grotesca, o monstruosamente, su naturaleza robótica. Quizá la mejor de ellas sea cuando el esposo llama a su mujer por teléfono, y al contestar David adquiere la voz de aquél para transmitirle el mensaje a ella, quien pierde paciencia y humor ante este niño tan evidentemente máquina.

Pero la fábula de esta película es aún más compleja2, ya que en esta sociedad hay un enfrentamiento entre robots, que por diversas razones prácticas —pragmáticas— han sido desechados, y bandas de personas que los destruyen en unas ferias de la muerte3 cuya puesta en escena evoca a esas mega competencias con autos y motos realizadas en EEUU para probar quién es el más osado, fuerte y hábil sobre las máquinas. Por eso es que la madre no quiere rechazar inicialmente a David, porque sabe que terminarán destruyéndolo en esas ferias. Sin embargo, una serie de accidentes provocados por los celos del niño-hijo terminan por convencerla de abandonar a David a su suerte en un bosque, advirtiéndole de los peligros que corre. Y es aquí cuando David revela lo que luego irá in crescendo a lo largo de la película: su capacidad de sentir, y su utopía de querer ser un niño de verdad, para que su madre adoptiva lo quiera como quiere a su hijo real. Es, pues, una versión futurista de ese bello cuento del italiano Carlo Collodi, «Pinocho». Al fin, el niño se integra a un grupo de máquinas y robots desechados que también huyen de los cazadores de chatarras; hasta que al final todo el alucinante grupo es capturado, enjaulado (cuándo no) y trasladado a una de esas ferias que destilan salvaje violencia humana por todos lados. Ruidos de motores, luces, voces estridentes y un público ávido de destrucción de esas máquinas que, dicen, amenazan su existencia al convertir a los seres humanos en sujetos prescindibles, conforman un escenario que recuerda una suerte de foro romano donde los leones son el mismo público. Una vez más, el monstruo va revelándose en el alma de ese tipo de sociedad, donde se disfruta al máximo la sed de venganza y masacre, y donde, paradójicamente, el humor, el placer de vivir y la solidaridad se hacen carne (o transistores) en esas máquinas perseguidas, inservibles, huérfanas y parias. No es difícil ver en todo esto una bella alegoría y posición crítica ante la deshumanización que cunde en occidente, y una utopía de amor paradójicamente situada en ese niño-robot que hacia el final de la película busca al hada que, como en el cuento de Pinocho, le dé un corazón tangible, material.

Este mismo amor salvará de morir al protagonista de «Matrix» (The Matrix, dirigida por Andy y Larry Wachowski, 1999), en un mundo gobernado por las máquinas, y luego de haber hecho conciencia de que tal realidad era sólo virtual —una matriz— y que el mundo real era otro de paisaje derruido, terminal, donde las máquinas cultivan embriones humanos para nutrirse de su energía. En esta fantástica como poderosa película, Neo (caracterizado por Keanu Reeves) es captado por un grupo de disidentes a ese mundo virtual y que merced a Morpheus (el líder de este contingente rebelde que habita una nave) vieron realmente cómo eran las cosas. Ellos creen que Neo es el enviado para terminar con este engaño y retomar el gobierno de la vida. Se trata, pues, de otra alegoría, en clave futurista, del poder y dominio de las máquinas sobre la sociedad humana. Cada vez que los disidentes viajan mentalmente a ese mundo virtual deben cuidarse de los «agentes», quienes son la temible fuerza de choque en la matriz4. Lo interesante de esta película es cómo, en medio de la velocidad de las acciones, se dan la mano una serie de temas en torno a la liberación de la mente respecto de diversas ataduras que bloquean la personalidad, su desempeño. Así, para luchar contra las mencionadas fuerzas de la matriz, Neo es preparado por Morpheus mediante una serie de entrenamientos virtuales donde practica técnicas de lucha a partir de la incorporación de programas de ataque y defensa, en diversas variantes. Mas Morpheus le recalca a Neo que la principal arma está en la mente, y es aquí donde radica la ventaja sobre los agentes ya que éstos carecen, como robots virtuales que son, de la capacidad de improvisación innata a las personas. La alegoría de la película es también —como en el caso de otras películas aquí revisadas— humanista, utopista (en el sentido positivo del término: lo posible e imperativo de ser realizado), e insufla en los espectadores más atentos la convicción de que sólo el día en que el ser humano pierda su capacidad de sentir y crear estaremos ante nuestra desaparición. Neo viaja al mundo virtual para rescatar a Morpheus cuando éste cae prisionero de los agentes. Junto con él viaja Trinity, una mujer del equipo; ambos se enfrentan a dichos agentes durante una serie de combates espectaculares debido al uso virtual de técnicas orientales de lucha y a la novedosa gama de efectos especiales empleada para ello. Luego de lograr su cometido, huyen y buscan retornar a la nave, con Morpheus, mediante contactos por teléfonos. Así salen siempre de la virtualidad para volver al mundo real. Mas Neo esta vez no logra hacerlo debido al ataque de un agente. Allí empieza otra secuencia espectacular de lucha entre ambos, hasta que el protagonista es abaleado y muere, virtualmente. En la nave, su cuerpo sangra por la boca porque, como dice Morpheus, la mente ha asumido esa muerte y la vive. Nadie allí puede creerlo, ya que supuestamente Neo era el enviado, el elegido para salvar a todos de la matriz. Cuando su cuerpo empieza a morir, realmente, Trinity le da a conocer, al oído, su amor secreto por él, y este sólo hecho lo hace volver a la vida en el universo virtual y le otorga, más que fuerza o técnica, toda la capacidad para situar su mente donde siempre debió estar: distinguiendo a esa réplicas de hombres —los agentes— y sus balas, y a toda esa realidad, en general, como mera virtualidad, apariencia que no existe. Es así que es capaz de detener, entonces, el curso de cada bala con sólo darse cuenta de su irrealidad5. Y así empieza a vencer, finalmente, a la matriz.

Ese sentimiento de amor auténtico es, una vez más, la fuerza que otorga capacidad de develar las flaquezas de esa realidad virtual que aparecía como invencible. Es casi una metáfora de la lucha entre David y Goliat, siendo que los sentimientos arrojan sus piedras contra el poder de la maquinización. El final de «Matrix», y algunas escenas que tienen relación con el entrenamiento de lucha, adolecen de un perfil muy característico del cine masivo norteamericano: esa mitificación del individuo salvador6. Pero creo que aun así no debe dejarse de lado lo interesante de su fabulación y los aportes de su lograda puesta en escena. Al igual que lo ofrecido por las otras películas revisadas aquí, nos coloca, todo ello, ante una cinematografía que a partir de ciertas claves de la modernidad contemporánea, con elementos de un paisaje gobernado —sobre todo en las metrópolis de occidente— por el amor compulsivo a las llamadas nuevas tecnologías, recrea un mundo donde los sentimientos más hondos y auténticos se disgregan en beneficio de una modernidad vacía, helada, con poco o ningún sentido.


De diferente manera, además, películas como las aquí reseñadas y comentadas nos colocan ante una necesidad tan humana como escasa en estos últimos tiempos: abrazar una meta, una fe, e impregnarlas de lo que es más inherente al hombre (tan inherente como negado, combatido): el sentimiento por la comunidad con el otro, o con los otros; lo que es una manera, quizá balbuceante, de referirnos a la gran necesidad (tan grande como reprimida) de todo tiempo y grupo humano: el amor. La ausencia, acallamiento y deformación de esto es lo verdaderamente monstruoso. ¿O no? Usted tiene la palabra.

* * *
Marzo-abril del 2002.
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Notas
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1 «Los muchachos no lloran» (Boys don’t cry, de Kimberly Peirce, 1999; título que recuerda al excelente tema de The Cure) es otra buena película, también situada en una provincia norteamericana aunque más contemporánea, y que igualmente revela esa doble faz y sed de castigo contra sus individuos disonantes, rebeldes. Aquí se trata de una lesbiana que se hace pasar por un muchacho seductor teniendo éxito entre las mujeres. El cruento castigo a esta «monstruosidad» acaecerá al ser descubierta por quienes hasta entonces eran sus compinches de aventuras.

2 Tanto ésta como la anterior película comentada comparten una semejante estructura narrativa derivada de los cuentos para niños; lo que a la vez que aumenta en ambas su plasticidad , belleza y resonancias semánticas, por la variedad de metáforas y símbolos, les otorga esa peculiar capacidad seductora que tanto bien hace a sus discernimientos críticos.

3 En la línea de tantas películas protagonizadas por «pandillas abominables», como algunas escenas de la mencionada «Los muchachos no lloran».

4 «Robots vestidos de negro como ‘los perros de la calle’ de Tarantino aunque con los poderes especiales del maligno robot de la secuela de Terminator», como los describe Melvin Ledgard en su artículo «Lo criminal y lo virtual/ Sin límites y Matrix» (en Revista de cine La Gran Ilusión, Nº 11, Lima, 1999-2).

5 «Darse cuenta» parece ser lo común entre «Matrix» e «Inteligencia artificial». En ambas películas, los sentimientos han volado de la sociedad. Y es en la primera donde el protagonista, al darse cuenta de que es amado, recobra vida en el mundo virtual y triunfa. En la segunda, y también en «Eduardo, manos de tijera», el espectador se da cuenta de la alienación en la sociedad, del predominio del egoísmo. Se trata de tres películas que promueven, cada una a su manera, la toma de conciencia acerca de la contradicción entre individuo y sociedad, entre frialdad y emoción. Lo más curioso en todo esto es que son «seres artificiales» quienes nos revelan nuestras miserias como seres humanos.

6 Lo que queda muy claro en ese final poco feliz, con resonancias de Superman, aun pudiendo considerarse tal escena como irónica. A lo que cabe agregar esa marca del cine norteamericano, al parecer inevitable, expresada en rasgos de coboyada futurista: el pistoletazo entre buenos y malos. Asimismo, en «Inteligencia artificial», su deslumbrante trabajo de efectos especiales y su sofisticada puesta en escena (acentuada hacia el final de forma manierista) contribuyen en conjunto, sin duda, a diluir la contundencia de la reflexión crítica allí expresada.
Agradecimientos a la Web.

miércoles, septiembre 12, 2007

César Ángeles L.(Comentario)

Cataluña y sus poetas: Bartomeu Roselló-Pòrcel

César Ángeles L.

*

Esticcansat de tu, domini fosc
i tempestat de flama.
M'exaltaré damunt els horitzons
(«Estoy cansado de ti, dominio oscuro
y tempestad de llama.
Me exaltaré sobre los horizontes»)
Bartomeu Roselló-Pòrcel

Uno

En Cataluña se sitúa una de las ciudades de mayor tradición, riqueza y presencia en España: Barcelona; un espacio cosmopolita, costero en el mar Mediterráneo, ciudad-balneario, muy en aroma francés y colores sobrios, así como bastante interesante en su diseño arquitectónico-urbanístico. No en vano se precia de ser tierra natal de uno de los arquitectos más reconocidos en la historia de la arquitectura contemporánea: Antoni Gaudí. Peculiarísimo art-noveau el suyo.

Esta región es una de esas cuya parte de su pueblo hace mucho tiempo alberga anhelos de independencia respecto del Estado español; a lo que habría que agregar los casos de Galicia y el País Vasco. En este sentido, el foco más conflictivo —y conocido internacionalmente por su extrema beligerancia— es el de este último, donde se ha llegado a constituir una guerrilla urbana como el ETA (Euskadi Ta Askatasuna: País Vasco y Libertad) que, desde 1959, tiene en su haber una trayectoria de cruentas acciones político-militares de resonancia. Pero una parte de la población en Cataluña, aunque de muy diverso modo, piensa en el separatismo. Ello enmarca el hecho que junto con la lengua castellana —la original de Castilla— conviva la propia lengua catalana: protegida y promovida por el mismo gobierno catalán, con todo lo conflictivo que ello supone en términos culturales, sociales y políticos; y con todo lo enriquecedor, también, vamos.

Sin embargo, como en otros lugares, no pocos catalanes piensan que eso de los nacionalismos es cosa trasnochada o a lo sumo un asunto liminar. Así, descreyendo de las fronteras, apuestan mejor por una democratización del poder, a la vez nacional e internacional, creyendo que la injusticia y la discriminación existentes en cualquier país del mundo —así como entre los países del Norte y del Sur, en la escena internacional— no se resolverán con separaciones regionales, religiosas, étnicas o culturales, sino atacando las causas económicas y políticas de los problemas sociales, frente a lo cual las fronteras y nacionalidades sólo son una variable geopolítica.
*

*
Dos

*

Cataluña fue uno de los escenarios más emblemáticos de la Guerra Civil Española (1936-1939). La sangrienta derrota de esta región, a manos del fascismo franquista, entre otras cosas significó que durante los años de la posguerra estuviese prohibido publicar en catalán (lo mismo debe decirse respecto de otras lenguas del Estado español: solo podía publicarse en castellano). De ahí que no pocos escritores decidieron emigrar a un prolongado exilio.

Y es que con la lengua van imbricados muchos otros asuntos, como la cultura y la identidad nacional. Estando prohibida la cultura catalana, es indudable que los propios catalanes persistieran en una inagotable y ¿silente? rebelión. Sus intelectuales, entre otros. Los más conocidos fueron acosados, poetas incluidos. No se sometieron dócilmente a las imposiciones de un Estado como el del General Franco, las Fuerzas Armadas, y las aristocracias laica y religiosa. Con prohibición y más, la vida y la literatura, también en este caso, continuaron.

Entre los jóvenes escritores que empiezan a publicar poco antes del estallido de la guerra civil, está uno de espíritu solitario, pararreligioso e insular: Bartomeu Roselló-Pòrcel (1913-1938). Nació en Palma de Mallorca, una de las islas Baleares1. Estudió en la Universidad de Barcelona, y participó activamente en organizaciones estudiantiles. Se licenció en Literatura Románica, con Premio Extraordinario. Era políglota y gran lector. Según su amigo, el poeta Salvador Espriú, entre sus autores predilectos figuraban Pound, Huxley, Rilke, Pío Baroja y Thomas Mann. Y agrega que «nunca fue altivo ni pretencioso, sino sencillo, de risa fácil, cordial, abierto, de auténtica bondad». Una personalidad democrática, en suma.

Roselló-Pòrcel murió joven, de tuberculosis. Murió desconocido.

Él integra esa generación de escritores y artistas que, debido a la posguerra española, deben aplazar por quince o veinte años su consolidación en España. Por eso, algunos llaman «generación perdida» a este conjunto. Término harto discutible: nada se pierde del todo, menos en la creación poética.

Lo cierto es que el exilio de unos, y la temprana muerte de otros —como Roselló-Pòrcel—, posponen la presencia cultural de estos creadores.

El caso de Roselló-Pòrcel se ve agravado porque se trata de un escritor que no empató con las demandas de la sociedad española de entonces. Como bien afirma el escritor José Agustín Goytisolo, «ni la temática ni el tono de Roselló-Pòrcel se adaptaban a las demandas emocionales de la posguerra; y la conciencia cultural catalana no estaba para objetividades. Es decir, para determinar el valor de Roselló-Pòrcel dentro de la lógica interna y progresista de una poética».

La poesía de este joven escritor no encarnó la postura cívica que entonces se demandaba del intelectual. Sin embargo, ello no le impide culminar un libro —editado póstumamente— inspirado en la guerra civil: Imitació del Foc (1938), «Imitación del Fuego». En su peculiar estilo, próximo al simbolismo francés, con una voz poética de tono profético y actitud purificadora, entrega un conjunto final de 30 poemas que desde ya lo hacen destacar, al romántico o maldito modo, en la interesante poesía catalana. Es conocido su poema «A Mallorca, durante la guerra civil», donde se sitúa en uno de esos latentes escenarios bélicos que algunos no consiguen ni desean olvidar. Aquí expresa, de modo dramático, el irrenunciable amor a su pueblo y a la tierra. Escuchemos:


A Mallorca durant la guerra civil A Mallorca durante la guerra civil
*
Verdegen encara aquells camps
i duren aquelles arbredes
i damunt del mateixatzur
es retallen les meves muntanyes.
Allí les pedres invoquen sempre
la pluja difícil, la pluja blava
que ve de tu, cadena clara,
serra, plaer, claror meva!
Sóc avar de la llum que em resta dinsels ulls
i que em fa tremolar quan et recordo!
Ara els jardins hi són com músiques
i em torben , em fatiguen com en un tedi lent.
El cor de la tardor ja s'hi marceix,
Concertat amb fumeres delicades.
I les herbes es cremen a turons
de cacera, entre somnis de setembre
i borres entintades de capvespre.

Tota la meva vida es lliga a tu,
com en la nit les flames a la fosca.

*
A Mallorca durante la guerra civil
*
Aquellos campos aún verdean,
Siguen aquellas arboledas
y contra el mismo cielo azul
aún se recortan mis montañas.
Allí las piedras invocan siempre
a la lluvia difícil y azulada
que de ti viene, alba cadena,
sierra, placer, claridad mía.
¡ Avaro de la luz que me resta en los ojos
y que me hace temblar al recordarte!
Ahora los jardines están allí cual músicas
y me turban, fatigan como en un tedio lento.
Ya el corazón de otoño se marchita,
Concertado con finas humaredas.
Y las hierbas se queman en colinas
de caza, entre los sueños de septiembre
y nieblas entintadas de crepúsculo.

Toda mi vida está ligada a ti,
cual de noche las llamas a la sombra.

Bartomeu Rosselló-Pòrcel, en la parte II. Rosa secreta, de su libro de poesías Imitació del foc («Imitación del fuego»).

Otros poemas

Lluny del record oprimies

Lluny del record oprimies
la paraula dolça i clara.

Una muralla bri1lant
cenyeix les illes del somni.

Mira només davant teu
quina faula de silencis,
quantes campanes de lluny
i quants murs de sol de tarda.

Agonia de camins,
ombra esparsa de delícia.
Ardidesa de l'esguard
sobre un mar poruc d'onades.
Primer terme de jardins,
suau conjura florida.


Lejos del recuerdo oprimes

Lluny del record oprimies
la paraula dolça i clara.

Una muralla bri1lant
cenyeix les illes del somni.

Mira només davant teu
quina faula de silencis,
quantes campanes de lluny
i quants murs de sol de tarda.

Agonia de camins,
ombra esparsa de delícia.
Ardidesa de l'esguard
sobre un mar poruc d'onades.
Primer terme de jardins,
suau conjura florida.
Lejos del recuerdo oprimes
la palabra dulce y clara.

Una muralla brillante
ciñe las islas del sueño.

Mira, sólo frente a ti,
qué fábula de silencios,
cuantas campanas remotas
y muros de sol de tarde.

Agonía de caminos,
sombra esparcida del gozo.
Osadía en la mirada
sobre un mar miedoso de olas.
Primer plano de jardines,
suave conjura florida.

Bartomeu Rosselló-Pòrcel, del libro de poesías Quadern de Sonets («Cuaderno de sonetos»).
*
Boira del dubte
*
Boira del dubte, flama en l'extingit
fogar de cendres i records malmesos,
fosca de fosques, fosca d'una nit
feta d'ombres de llàgrimes i besos.

Que es defineixi aquell confí adormit,
roca d'incertituds, en els estesos
grisos dels horitzons, etern neguit
davant la casa dels balcons encesos.

Obrin-se, raig de mots, les boques mudes
—les flors més amagades són descloses—,
finint turments i deslligant cadenes,

delicadeses de cristall rompudes,
sorpresa de la serp entre les roses,
esmaragda en el fang, aigua entre arenes

*
Niebla de duda


Niebla de duda, llama de lo extinto,
lar de ceniza y pálidos recuerdos,
oscuridad de oscuridades, noche
toda sombras de lágrimas y besos.

Que se defina aquel confín dormido,
roca de incertidumbre, en los extensos
grises del horizonte, angustia frente
a la mansión de balcones fulgiendo.

Abrir, racha de voz, bocas calladas
—se entreabren las flores más miedosas—,
tormentos fuera y rómpanse cadenas,

delicadezas de cristal quebradas,
sorpresa de la sierpe entre las rosas,
esmeralda en el fango, agua entre arenas.

Bartomeu Rosselló-Pòrcel, del libro de poesías Quadern de Sonets («Cuaderno de sonetos»).

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Agradecimientos a la Web.


EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

Noviembre
*
El director
*
Viernes, 18
*

Coreta estaba muy temprano esta mañana por haber venido apresenciar los exámenes mensuales su maestro de la segunda, el señor Coato, un hombretón con abundante cabello muy crespo, gran barba negra, ojos grandes y oscuros y una voz de trueno, que acostumbra a amenazar a los niños con hacerlos pedazos y llevarlos de la oreja a la prevención, y pone el semblante adusto; pero nunca castiga a nadie, y se sonríe por detrás de su barba, sin que los chicos se percaten.

Con el señor Coato son ocho los maestros del grupo, incluyendo también un suplente pequeño, barbilampiño, que parece un chiquillo. Hay un maestro, el de la sección cuarta, algo cojo, arropado en una gran bufanda de lana, siempre lleno de dolores adquiridos cuando era maestro rural, pues ejercía en una escuela húmeda, goteaban, cuyas paredes goteaban.

Otro maestro, el de la cuarta B, es ya viejo, muy canoso y ha sido profesor de no videntes. Hay uno muy bien vestido, con lentes y bigotitos rubios, al que apodan el abogadito, porque siendo ya maestro se hizo abogado, cursó la licenciatura de Derecho y es autor de un libro para enseñar a escribir cartas.

En cambio, el que nos da la gimnasia tiene tipo de soldado, estuvo sirviendo con Garibaldi y se le ve en el cuello la cicatriz de una herida de sable que recibió en la batalla de Milazzo.

Luego está el Director, un hombre alto, calvo, que usa gafas con armazón de oro, y tiene su barba que le llega al pecho y es de gris; viste de negro y siempre va abotonado hasta la barba; es tan bueno con los muchachos, que, cuando van y entran todos temblando en la dirección para recibir una reprimenda, no les grita, sino que los toma de la mano y les dice paternalmente que no deben portarse como lo hacen, que deben arrepentirse, prometer ser buenos. Habla con tan suaves modos y con una voz tan dulce, que todos salen con los ojos enrojecidos y arrasados de lágrimas y más confusos que si los hubiese castigado. ¡Pobre Director! Es está siempre el primero que llega por la mañana al grupo para esperar a los alumnos y hablar con los padres; y cuando los maestros ya se han ido a su casa, todavía da una vuelta alrededor de la escuela para ver si hay chicos que se cuelgan en la trasera de los coches o se entretengan por las calles en sus juegos o llenando las carteras de arena o de piedras; cada vez que presentan por una esquina, tan alto y enlutado, escapan bandadas de muchachos en todas direcciones, escapan en todas las direcciones, dejanmdo allí suspendiendo al instante el juego de bolas o de peonza, y él les amenazaba desde lejos con el índice, pero sin perder su aire afable y tristón.

-Nadie le ha visto reír -dice mi madre- desde que murió su hijo, que era voluntario en el ejército, y tiene siempre a la vista su retrato sobre la mesa de la dirección.

No quería seguir ejerciendo su profesión después de semejante desgracia; había extendido la petición para jubilarse y la tenía de continuo en la mesa; pero no la presentaba porque le disgustaba separarse de los niños.

Pero al otro día parecía decidido, y mi padre, que se hallaba con él en la dirección, le decía:

-“¡Es una lástima que usted se vaya, señor Director!”.

En esto entró un hombre con un hijo al nuestro por haber cambiado de domicilio a matricular su chico suyo que pasaba de otro colegio.

Al ver a aquel chico, el Director hizo un gesto de extrañeza; le miró un poco, luego observó el retrato que tenía en la mesa, volvió a fijarse en el muchacho, lo sentó en sus rodillas, haciéndole levantar la cara. Aquel niño se parecía mucho a su hijo muerto, y dijo el Director:

-Está bien-.

Acto seguido hizo la matrícula, despidió al padre y al hijo, y se quedó pensativo.

-Es una lástima que se vaya- repitió mi padre. Y entonces el Director tomó su instancia de jubilación, la rompió en dos pedazos, y dijo:

-¡Me quedo!...

martes, septiembre 11, 2007

EDMUNDO DE AMICIS (CORAZÓN)

*
Noviembre
*
La maestra de mi hermano

Jueves, 10
*
El hijo del carbonero fue alumno de la maestra Delcato, que ha venido hoy a casa a visitar a mi hermanito, que está enfermo, y nos ha hecho reír contándole que la mamá de auqel niño hace dos años, le llevó a su casa una gran espuerta de carbón, en agradecimiento a que le había dado una medalla a su hijo; la mujer se obstinaba y poefiaba la pobre mujer porque no quería llevarse el carbón a su casa, y casi lloraba cuando tuvo que volverse con la espuerta llena.

También nos ha dicho que otra pobre mujer le ofreció un gran ramo de flores, dentro del cual había un puñadito de monedas.

Nos hemos entretenido mucho oyéndola, y, gracias a ella, mi hermanito se ha tomado la medicina que en un principio no quería ingerir. ¡Cuánta paciencia deben tener con los parvulitos, de la primera enseñanza elemental, sin dientes en la boca, como los viejos, que no saben pronunciar erre, ni ajo, ni la ese!; la clase resulta un guirigay: ya tose uno, el otro echa sangre por la nariz, hay quien pierde los zapatitos debajo del banco, otro chilla porque se ha pinchado su manecita de manteca, o por otra cosa cualquiera. Apenas pueden estar unos minutos atentos. ¡Qué trabajo más pesado tener cincuenta o más criaturas encerradas en un aula, que no saben estarse quietos ni hacer nada ellas solas, tener que enseñar a todos!

Hay madres que quisieran que a sus hijitos de tres y cuatro años les enseñasen a leer y escribir; pero con justa razón no les hacen caso las maestras, y les enseñan muchas cosas convenientes fuera de eso pero como jugando.

Los peques llevan en los bolsillitos terrones de azúcar, botones, tapones de botella, pedacitos de tejos, toda clase de menudencias que la maestra busca y no siempre encuentra porque saben esconderlas hasta en los sitios más inverosímiles, incluso en el calzado. Y nunca están atentos. Un moscardón que entre por las ventanas les pone a todos sobre sí.

En el verasno llevan a l escuela ciertos insectos que echan a volar y que caen en los tinteros y que después salpican de tintas las plantas.

Una maestra de parvulitos debe hacer de mamá con esa gentecilla, ayudarles a vestirse, vendarles las heriditas cortarle las uñas, que se producen o que se hacen unos a otros en sus frecuentes riñas y peleas, recoger las gorritas que tiran, cuidar de que no cambien los abrigos, porque si no, después todo les dan rabietas y lloros.

¡Pobres maestras! ¡Y aún van las mamás a quejarse!. «¿Cómo es, señorita, que mi niño ha perdido la carterita?» «¿Por qué no aprende casi nada?» «¿Por qué no le da un premio al mío, que sabe tanto?» «¿Cómo es que no se ha ocupado de quitar del banco el clavo que ha roto los pantaloncitos de mi Pedro?»

Alguna vez se enfada con los críos la maestra de mi hermanito y, cuando no puede aguantar más, se muerde las uñas para no propinar ningún cachete ni azotito; pero, cuando pierde la paciencia, pero después se arrepiente en seguida y acaricia al niño que ha regañado: a veces se ve obligada a despachar de la clase a un pequeñuelo de la escuela, pero saliéndosele las lágrimas , y va a desahogarse su cólera con los padres, que por castigo dejan sin comer a sus niños.

La maestra Delcato es joven y alta; viste con gusto; es morena y vivaracha, y todo lo hace como movida por un resorte; se conmueve por cualquier cosa, hablando entonces con gran ternura.

-¿Pero al menos la quieren todos los niños? -le ha preguntado mi madre.

-Mucho –respondió-, sí; pero después, cuando termina el curso, si te he visto no me acuerdo. Cuando pasan a otras clases superiores, casi se avergüenzan de decir que han sido alumnos míos. Al cabo de dos años que suelo tenerlos, me encariño mucho con ellos y me duele que debamos separarnos... Hay chicos de los que digo una: «OH Este no será como otros, y siempre me mostrará su cariño.» Pero pasan las vacaciones, empieza el nuevo curso, le veo ir tan tieso a una clase superior, salgo a su encuentro y le digo: «Hola, pequeñín...», y él vuelve la cara hacia otra parte.- La maestra, emocionada, no puede proseguir.

-Tú no harás así, ¿verdad hermoso? -ha dicho por último, al levantarse, mirando a mi hermanito con los ojos humedecidos y besándole-. Tú no te volverás para otro lado ni considerarás a otro lado nunca una extraña a tu pobre amiga. ¿No es cierto? ¡No renegarás de tu pobre amiga!


Mi madre

Jueves,

10 de Noviembre
*

En presencia de la maestra de tu hermanito faltaste al respeto a tu madre. ¡Quéesto no ocurra que esto no vuelva a repetirse, Enrique. Tu irreverente palabra ha penetrado en mi corazón como punta de acerado cuchillo. Yo pensaba en tu madre cuando hace unos años, estando tú enfermo, pasó toda la noche inclinada sobre tu cama observando tu respiración, vertiendo lágrimas de angustia y temblando de miedo por creer que iba a perderte; yo temía que llegase a enloquecer de pena, y ante tal posibilidad experimenté cierta ojeriza hacia ti. ¡No ofendas nunca en lo más mínimo, ni siquiera con el pensamiento, a tu madre, que gustosamente daría un año de felicidad por evitarte una hora de dolor, que sería capaz de mendigar por ti y se dejaría matar por salvarte la vida!

Oye Mira, Enrique mío, graba bien en tu mente este pensamiento. Considera también que te aguardan en la vida muchos días amargos, y el más terrible de todos será aquél en que pierdas a tu madre.

Cuando ya seas un hombre hecho y derecho y estés probado en toda clase de contrariedades, la invocarás mil veces, oprimido por el inmenso deseo de volver a oír su Enrique cuando ya seas hombre fuertw y probado en todo clase de contrariedades, voz por un momento y verle abrir de nuevo sus brazos abiertos para arrojarte en ellos sollozando, como tierno niño carente de protección y de consuelo.

¡Cómo te acordarás entonces de todos los sinsabores que le hubieras ocasionado, y con qué remordimientos desgraciado, las contaráa y los irás expiando todos!

No esperes tranquilidad en tu vida si hubieres entristecido a tu madre. Te arrepentirás, le pedirás perdón, venerarás su memoria, pero todo será inútil, pues la conciencia no te dejará vivir en paz; su bondadosa y dulce imagen tendrá siempre para ti una expresión de tristeza y de reconvención que torturará tu alma. ¡Mucho cuidado, Enrique! Se trata del más sagrado de los afectos humanos. ¡Desgraciado del que lo pisotea!

El asesino que respeta a su madre aun tiene algo de honrado y de noble en su corazón; el hombre más ilustre qué la haga sufrir y la ofenda no será más que una vil criatura. Que no salga de tu boca jamás una palabra dura para la que te ha dado el ser. Y si alguna se te escapa, no sea el temor a tu padre, sino un impulso del alma lo que te haga arrojarte a sus pies, suplicándole que con el beso del perdón borre de tu frente la mancha de la ingratitud.

Yo te quiero, hijo mío, eres la mayor ilusión de mi vida; pero preferiría verte muerto antes que un ingrato con tu madre. Por algún tiempo abstente de mostrarme tu afecto, pues no podría devolvértelas con cariño.


TU PADRE¨

Noviembre

El compañero de clase, Coreta,

Domingo, 13
*

Mi padre me perdonó, aunque yo me quedé bastante triste, y mi madre me mandó a dar un paseo con el hijo mayor del portero. A mitad del paseo, cuando estábamos cerca de un carro parado delante de una tienda, oigo que me llaman por mi nombre, y me vuelvo.

Era Coreta, mi compañero de clase, con su jersey color chaqueta chocolate y su gorra de piel, sudando y alegre, que llevaba un gran haz de leña sobre sus hombros. Un hombre subido de pie en el carro le echaba un brazado de leña vez por vez; él lo recibía y lo llevaba a la tienda de su padre, donde los iba amontonando de prisa y corriendo.

-¿Qué haces, Coreta? -le pregunté.

-Pues ya lo ves -respondió, tendiendo los brazos para recibir la carga-; repaso la lección.

Me hizo reír. Pero hablaba en serio, y después de coger la leña, empezó a decir corriendo:

-Llámanse accidentes del verbo... sus variaciones según el número..., según el número y la persona- Luego, echando y amontonando la leña-...según el tiempo..., según el tiempo al que se refiere la acción.

Y volviendo hacia el carro para recibir otro brazado:

...-según el modo con que se enuncia la acción.

Era nuestra lección de Gramática para el día siguiente.

-¿Qué quieres que haga? -me dijo-. Aprovecho el tiempo. Mi padre ha salido con el dependiente para cierto asunto; mi madre está enferma, y tengo que ocuparme de la descarga. Mientras tanto repaso la lección para mañana. Mi padre me ha dicho que estará aquí a las siete para pagarle a usted -dijo después al hombre del carro.
Al marcharse el carro, me dijo Coretti:

-Entra un momento al almacén.

Era una habitación bastante amplio, con montones de haces de leña recia y gavillas para encender. A un lado vi una romana.

-Hoy es día de mucho trabajo, te lo aseguro -añadió Coreta-; por eso tengo que hacer los deberes a ratos de clase a ratos y como pueda. Estaba escribiendo las oraciones gramaticales que nos ha mandado cuando tuve que parar para despachar lo que me pedía la gente. Al reanudar el trabajo, se ha presentado el carro. Esta mañana ya he ido dos veces al mercado de leña, que está en la plaza de Venecia. Tengo las piernas que no me las siento, y las manos hinchadas. ¡Lo único que me falta es tener que hacer algú dibujo ¡ Menos mal que no he de hacer ningún dibujo. ¡Para eso estoy yo ahora! -y mientras hablaba iba barriendo las hojas secas y las pajillas que rodeaban el montón.

-¿Y dónde haces los deberes, Coreta? -le pregunté.

-No aquí , desde luego -respondió-; ven a verlo.

En seguida me llevó a una habitación en el interior del almacén, 'que servía de cocina y de comedor, con una mesa a un lado, donde había libros y cuadernos y estaba el trabajo empezado.

-Precisamente aquí -dijo- he dejado en el aire la segunda respuesta: con el cuero se hacen zapatos, cinturones...; ahora añadiré maletas. -Y, tomando la pluma, se puso a escribir con su buena caligrafía.

-¿No hay nadie? -se oyó gritar en aquel instante a la entrada de la tienda.

-Allá voy -respondió Coretti. Y saltó de allí. Pesó la leña, la cobró y corrió a un lado para apuntar la venta en un cuaderno. Después volvió a su trabajo escolar, diciendo:

-A ver si me dejan acabar el período. -Y escribió: bolsas de viaje y mochilas para los soldados.

-¡Ay! ¡Se me está saliendo el café! -gritó de pronto y corrió al fogón para apartar la cafetera del fuego. Luego añadió:- Es el café para mamá; he tenido que aprender a hacerlo. Espera un poco y se lo llevaremos; así te verá y se alegrará. Hace siete días que está en cama. ¡Accidentes del verbo! Siempre me quemo los dedos con esta dichosa cafetera. ¿Qué he de poner después de las mochilas para los soldados? Hace falta más, pero no se me ocurre de momento. Ven a ver a mamá.

Abrió una puerta y entramos en otro aposento pequeño, donde estaba la madre de Coretti en una cama grande, con un pañuelo blanco en la cabeza.

-Aquí tienes tu café, mamá -dijo Coretti, ofreciéndole la taza-. Este chico es un compañero mío de la escuela.

-¡Cuánto me alegro! -me dijo la mujer-; acostumbras a visitar a los enfermos, ¿no es verdad?

Entretanto Coreta arreglaba las almohadas que tenía su madre por detrás, componía la ropa de la cama, atizaba el fuego y echaba al gato de la cómoda.

-¿Quieres algo más, mamá? -preguntó después, al retirar la taza-. Conmigo viene un compañero de escuela ¿Te has tomado las dos cucharaditas de jarabe? Cuando no quede, haré una escapada a la farmacia. La leña ya está descargada. A las cuatro pondré la carne a cocer, como me has dicho, y, cuando pase la mujer de la mantequilla, le daré su dinero. Todo se hará: Tú no tienes que preocuparte.

-Gracias, hijo mío -respondió la señora-; mi pobre hijo vete -añadió- está en todo.
Quiso que tomara un terrón de azúcar, y luego Coreta me enseñó el retrato de su padre en una foto colocada en un cuadrito con marco, ostentando en el pecho la medalla al mérito, que ganó en 1866, sirviendo en la división del príncipe Humberto. Tenía la misma cara del hijo, con sus ojos vivarachos y su sonrisa tan salegre.
Volvimos a la cocina.

-Ya me acuerdo de otra cosa que faltaba -dijo Coreta, y añadió en el cuaderno:

¡también se hacen guarniciones para los caballos!-. Lo demás lo haré esta noche; me acostaré algo tarde. ¡Dichoso tú que dispones de todo el tiempo que quieres para estudiar, y aún te sobra para ir de paseo!

Siempre está contento y dispuesto para el trabajo, la tienda En cuanto entramos en la tienda-almacén, empezó a poner trozos de leña gruesa en el caballete y a serrarlos por la mitad, diciendo entretanto:

-¡Esto sí que es gimnasia y no los movimientos de brazos que hacemos en la escuela! Quiero que cuando regrese mi padre encuentre toda esta leña partida; se alegrará. Lo malo es que, después de este trabajo, hago unas tes y unas eles que, como dice nuestro maestro. parecen serpientes. ¿Qué he de hacer? Le diré que he tenido que mover los brazos. Lo importante es que mi madre se ponga bien pronto, eso sí. Hoy, gracias a Dios, está bastante mejor. La Gramática la estudiaré mañana al levantarme. ¡Ah, ahora viene el carro con los troncos! ¡Al trabajo!

Un carro cargado de troncos de leña se detuvo delante de la tienda. Coreta salió para hablar con el hombre que lo conducía y luego volvió después..

-Ahora no puedo hacerte compañía -me dijo-, así es que hasta mañana. Has hecho bien en venir a buscarme. ¡Buen paseo, Enrique! Dichoso tú! ¡Feliz tu que puedes!

Nos estrechamos las manos, corrió a cargarse el primer tronco y empezó a hacer viajes del carro al almacén y viceversa, con su cara sonrosada, su gorrita de piel en la cabeza, siempre tan vivo que da gusto verlo.

«¡Dichoso tú! feliz», me había dicho. Ah, no, Coretta, tú tienes mayor dicha, porque estudias y trabajas más , eres más útil a tu padre y a tu madre, cien veces mejor que yo, y un chico de mucho valor, querido compañero mío.